Argentina: Un horizonte de futuro para la alternativa al neoliberalismo

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El agónico triunfo de Scioli en la primera vuelta de las elecciones presidenciales ha conllevado una inesperada virtud: decenas de miles de argentinos, hasta ayer reducidos a la condición exclusiva de votantes, hoy se vuelcan a las calles con pasión militante en pos de que la diferencia se amplíe y el 22 de noviembre obtengamos un rotundo triunfo.
No es seguro que lo consigamos si sólo vamos a remitirnos a lo ya hecho por los gobiernos de Néstor y Cristina porque, aun cuando se trate de nuevos derechos que han cambiado la vida de los argentinos, aun cuando haya que defenderlos y preservarlos, la verdad es que no basta con la voluntad o la actitud de conservarlos, porque la tendencia humana –no discutimos si justa o injusta- es a rápidamente naturalizar lo obtenido, a olvidar lo que costó lograrlo.
La lógica que ilumina las mentes, el sentimiento que enciende los corazones apunta siempre hacia el futuro, y la fuerza del kirchnerismo se contruyó de ese modo. Néstor se transformó en un líder gracias a su fina percepción de las aspiraciones que se movían en el imaginario colectivo, aspiraciones grávidas de futuro que los movimientos sociales habían puesto sobre la palestra; como antiguo asambleísta, puedo testimoniar nuestro asombro al ver que llevaba adelante propuestas relevantes de nuestra agenda.
Así fue como intepretó el múltiple deseo de justicia que anidaba entre los compatriotas, que iba desde los derechos humanos a la afirmación de la autoestima nacional, pasando por reivindicaciones económicas básicas que, sin embargo, parecía imposible lograr. Bien visto, mirado desde el alma –porque, como decía El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”-, las disyuntivas del momento actual no son distintas, y es por eso que una alternativa al neoliberalismo amasada en realidades y sueños no puede ponerse a la defensiva, sino que debe salir a proponer a los indecisos metas a construir de conjunto.
Se trata de salir a la calle y escuchar; escuchar  algunas viejas verdades que han quedado pendientes y las nuevas aspiraciones que circulan en nuestra sociedad, que pueden resumirse en el reclamo de más justicia y más igualdad, y que necesariamente incluyen acabar con la hegemonía del capital financiero -heredada de un régimen legal que implantó la dictadura y que aún se mantiene increíblemente vigente-; avanzar en la universalización de los derechos humanos de modo que sean la suprema ley que rija nuestro futuro; controlar a las transnacionales de modo que las grandes decisiones sean tomadas acá y no en los paraísos fiscales; otorgar bases sólidas a la economía social; cuidar la tierra, el agua y el aire, que son las verdaderas joyas de la abuela y el patrimonio de las generaciones del porvenir; hacer llegar los beneficios de la educación a todos los niveles y del banquete de la cultura hasta nuestros hermanos más sumergidos, y toda una serie de reclamos que están en la sociedad argentina de hoy: un programa que entusiame a los jóvenes y apunte a que la vida buena llegue a todos.
Un condimento insustituible de esta receta -abierta a todos los aportes- es la alegría; pareciera que se la hubiéramos regalado a la cáfila de neoconservadores y neoliberales que ya se creen libando las mieles del poder. Bailotean y sueltan globos en una escena de cotillón plástico cuidadosamente montada hasta en su último detalle, simulando que la Patria es algo así como una Disneylandia; sin embargo, cuando la cámara se acerca, por debajo de cremas y potingues pueden advertirse las arrugas de lo vetusto, las miradas vacías, las sonrisas forzadas.
Son lo viejo en el peor de los sentidos, el encubierto deseo de restarurar la sociedad de los señores, la nostalgia ancestral del látigo de la que ya nos hablaba San Martín. La alegría que debemos liberar es la que suena y huele a clases subordinadas que han resuelto dejar de serlo, la de los que navegan con las brisas y los vientos de la historia, la de los que un día cansados –los pies, que no los corazones- se refrescaron sonrientes en la fuente de la Plaza de Mayo: una alegría que se ríe de la solemnidad mentida de lo gurúes de las catástrofes, una alegría que puede hacerse lágrima -como cuando nos quedamos sin Néstor- pero que se repone al ver al otro y, en él, a la Patria.
Reconocernos, saber que somos más y mejores porque no aspiramos a la fácil renta, porque sabemos que lo que nos une es la fe en que el verdadero cambio radica en el trabajo manual e intelectual que nos constituye, que funda nuestra condición humana. Con esa alegría, con ese horizonte de futuro, por todo lo que nos queda por hacer, vayamos a las urnas este 22 de noviembre de 2015 e inscribámoslo entre las fechas más preciadas de la experiencia colectiva de los argentinos.

*Escritor

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