Armando Uribe Arce autobiográfico

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En la obra de Armando Uribe, reciente Premio Nacional de Literatura, además de su poesía y sus ensayos, se distingue una zona de creación en clave autobiográfica, donde se puede mencionar «Caballeros» de Chile y Memorias para Cecilia. En ambos textos, se describe una identidad desplegada en el tiempo que trata de responder literariamente a la pregunta por quién se es, quién se ha sido.

En los escritos autobiográficos de Uribe hallamos una construcción autorial compleja y reflexiva en la que gravitan diversas consideraciones en torno a la poesía, la escritura, la religiosidad, la nación chilena y la perspectiva ética de nuestra vida social. Es, a lo largo de esta escritura vivida -o de esta vida recreada en el lenguaje y en la memoria- que tanto «Caballeros» de Chile como Memorias para Cecilia muestran al personaje Uribe pero sobre todo develan la identidad de sus lectores chilenos. Armando Uribe escribe con pasión y con un interés intelectual por comprender ese rasgo nacional único: el desgarro. «Chile en su naturaleza, en su historia, y en el carácter –cualquiera fuese– de sus habitantes es desgarrado. Yo mismo y los míos lo éramos, lo somos».

«Caballeros» de Chile puede considerarse como una nouvelle que forma parte de la tradición del género de formación de la personalidad artística (bildungroman),  emparentada con Retrato del artista adolescente de Joyce, entre otras. En este género, la actividad misma de la escritura hace parte estructural  de la diferencia con «los otros» que pueblan el  mundo adolescente y es en esa actividad donde el personaje Uribe encuentra su identidad. Memorias para Cecilia, a su vez, es un libro autobiográfico en la plenitud del género, el relato de «toda una vida», a manos de un confesado lector de memorias.

Ambos textos tienen en su génesis el semblante de la traición -componente histórico de «el desgarro» chileno-. «Caballeros» de Chile fue escrita apenas acontecido el golpe de Estado, en la urgencia de los primeros tiempos del exilio; Memorias para Cecilia lo fue en el  transcurso del retorno a Chile, marcado por el rechazo hacia su persona al haber expuesto públicamente ideas disidentes (véase El libro negro de la intervención norteamericana en Chile; Carta abierta a Patricio Aylwin; Carta abierta a Agustín Edwards; Críticas de Chile) y por la propia  frustración ante la escena política y sus consecuencias.

Filiación cultural y familiar

El autógrafo Armando Uribe Arce es un hombre que puede exponer el relato de la propia vida como una alegoría nacional en la que convergen diversos retratos de la vida chilena. En Uribe está la tradición chilena emancipatoria republicana del siglo XIX y la del XX, democrática y anti-imperialista. También convergen la tradición católica y castiza con la intelectualidad y la literatura chilena, fundamentalmente crítica y progresista.

 

La tradición cultural, social y religiosa, recurrente en la obra de Uribe, aparece como un territorio histórico al cual se pertenece por origen y por autodeterminación. Su cimiento es la lengua, el castellano. Uribe apela a esa filiación cultural de manera profunda, rescatando el valor de su lengua materna transmitida en verso y en «arrurrupatas». A este sustrato, se integran otras lenguas y sus respectivas tradiciones literarias: anglosajona, francesa, italiana; influjos culturales validados en la historia del país y encarnados en la vida del autor de estas memorias.

En este sentido, la experiencia iniciática de Uribe en la literatura tendría lugar, al decir de estos dos textos, en la intimidad hogareña y al amparo de la tradición familiar. Esta experiencia se habría dado en tres dimensiones: una oral, que deriva en su inclinación versificadora, donde despunta la métrica castellana; otra libresca, que se vierte en esa admirable rigurosidad con que Uribe viaja por la literatura universal; y, finalmente una dimensión escritural autobiográfica que tendría antecedentes en el encuentro con el libro familiar Apuntes para mi nieto escrito por su bisabuelo. Este libro, que además contendría consejos de conducta moral para las generaciones futuras de la familia, revela un impulso ancestral consecutivo por escribir memorias, en otras palabras, vincular de manera testimonial la propia historia con la de «los otros».

Este fue el ambiente donde a partir de las conversaciones con el padre y el abuelo, se gestó una conciencia moral y una óptica política crítica que hicieron de Armando Uribe no solamente un hombre de letras, sino también de leyes, asunto que, más allá de lo biográfico anecdótico, lo ha conducido a una constante reflexión literaria del sentido de la justicia. Este itinerario, a la manera de su padre experto en derecho minero, llevará al personaje Uribe, a través de su participación en el proceso de nacionalización del cobre, a constituirse como sujeto histórico. En este punto crucial el yo autobiográfico calza en tiempo y lugar con la historia de Chile.

El cobre chileno adquiere un valor mítico en el universo literario de Uribe. Es así que, como en toda mitología existe un objeto sagrado, un metal precioso, un don divino, exclusivo, el autógrafo le otorga a éste un valor crucial, considerando que su recuperación histórica traería de manera esperanzadora la sustentación material y complementaria del proyecto de civilización comenzado en el siglo XIX y que permitiría emprender el camino hacia el ansiado desarrollo durante el siglo XX, entendido éste también como un espacio literario con carácter utópico colectivo, un destino (también) mítico.

El cobre representa, entonces, la materialidad y el símbolo de la afirmación de la autonomía nacional ante la usurpación extranjera. Es en el tema minero y en específico en el de la  nacionalización del cobre donde se puede encontrar una hebra que sella la vinculación entre el yo privado, el yo público y la conciencia de lo nacional.

El fracaso del proyecto de emancipación

A partir de esta lectura y haciéndola extensiva a otros textos del autor también con ingredientes autobiográficos, como el notable ensayo El fantasma de la sinrazón; El criollo en su destierro y Las brujas de uniforme es posible comprender que Uribe entienda la derrota de 1973 como el fracaso del proyecto de emancipación nacional iniciado en el siglo XIX, y de manera tan rotunda, a la vez que implicó el despojo del metal precioso de un pueblo mítico llamado Chile.

De este hecho trágico y desgarrador a partir del cual «existe un antes y un después» en su propia historia y al que Armando Uribe Arce dedica gran parte de su prosa y sus versos, sólo señalaremos aquí algunos elementos relevantes a la hora de la lectura en relación al género autobiográfico. Es así que, estas memorias están fuertemente cargadas por la palabra acusadora, la denuncia justa. Muy lejos de un afán rencoroso de «pasar la cuenta» en la hora tardía en la cual se acostumbran a escribir las memorias. La denuncia legítima de Uribe nunca sonará a destiempo, puesto que reclama no solo cuestiones morales y bienes jurídicos universales sino una identidad cultural colectiva que cruza el mito propio y personal.

El contubernio imperialismo-oligarquía adquiere en las líneas del autor las características de una bestia ya no construida por él sino  por la violencia que ejercen desde la historia común hacia la subjetiva en su paso de destrucción: «¿Qué es, qué ha sido y qué será esta burguesía chilena? ¿Por qué y cómo y cuándo ha llegado a pactar con los Estados Unidos, renunciando a identificarse como había querido con el país, y admitiendo la destrucción histórica de Chile?¿ Y es consciente la burguesía chilena, es psicológicamente consciente como clase, de que  ha renunciado a ser chilena?»

Las circunstancias que colocan a Armando Uribe fuera de Chile al momento del golpe lo fuerzan a un largo desarraigo físico y moral de su territorio original, incluida su lengua materna. Esta es la condición del desamparo, se escribe en un espacio sin territorio, desde la destrucción de la identidad a manos de la violencia material y simbólica sobre el sujeto: «Confieso que estoy en crisis. En mi país ha habido un golpe de Estado. Todo lo que he creído y sido desaparece en un instante».

En esas circunstancias dolorosas la elemental humanidad del personaje se aferra a lo único que tiene a mano: su mujer y sus hijos,  expuestos en estos relatos como únicos y silenciosos compañeros de un viaje sin destino, dispersos a veces, suspendidos en el tiempo. El desgarro de Uribe se multiplica en ellos. Luego relata su suerte huyendo de la amenaza constante de un ataque directo, unido principalmente a su mujer, Cecilia, personaje que en la vivencia del destierro logra escapar a la imagen idílica de la adolescencia para transformarse en el testigo principal a lo largo de todo el relato autobiográfico.

En Memorias para Cecilia, ella ocupa el mismo lugar del lector, el silencioso testimonio de quien al aproximarse a esas líneas siente que esa historia ya le pertenecía de manera vívida. Pero lo obliga  paradójicamente a situarse también en el lugar último de la muerte.

Luego de estas lecturas, advertidas por el autor como «sueltas y sinceras», nos hacen sentido las palabras de Deleuze: «No escribimos con los recuerdos propios salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivo de un pueblo venidero todavía sepultado bajo traiciones y renuncias.»

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* Profesora de Lingüística y Literatura en la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile..
El artículo se publicó originalmente en la revista Mensaje. Fue tomado de:
www.portaldelpluralismo.cl/interno.asp?id=5411.

Sobre el poeta puede verse y escucharse la entrevista con Fernando Villagrán en el programa Off The Récord en ArcoirisTV (http://es.arcoiris.tv/modules.php?name=Unique&id=109),
y en esta revista: www.pieldeleopardo.com/modules.php?name=News&file=article&sid=330.

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