Arte y memoria: Artistas de lo que queda

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Azul Cordo*
 
El grupo Escombros cumple 20 años de hacer arte en la calle. Cómo romper, desobedecer a los mandatos de la academia y crear con los desechos de la sociedad.  

El hambre, la desnutrición infantil, la extrema pobreza, la injusta distribución de la riqueza, la contaminación, reflejados en graffitis, murales, objetos, poemas, net art. Escombros nació como grupo en 1988, en plena hiperinflación argentina, preguntándose desde la ciudad de La Plata, qué iba a quedar del país.

Una dictadura había desaparecido 30 mil vidas, la economía estaba arrasada, la democracia renacida se debilitaba. ¿Qué quedaba del país? Un grupo de amigos se respondió: “Los escombros” y nació un grupo de “artistas de lo que queda”.

En un principio fue lo roto. Como equipo de trabajo, siempre se constituyó desde lo interdisciplinario. Diseñadores, periodistas, arquitectos, actores, querían representar la Argentina como la veían: rota. Y si todo estaba roto, ellos podían seguir rompiendo. Lo hicieron con la exposición.

El graffitti sobre la pared de una casa derruida fue la firma: “Somos artistas de lo que queda. Nos sorprende seguir vivos cada mañana, sentir sed, e imaginar el agua. Escombros”.

Para la primera muestra convocaron a otros colegas artistas. Bajo una autopista de la ciudad de Buenos Aires instalaron quince pancartas. La curiosidad acercó a 200 personas. Con la libertad de expresión como bandera, tomaron las pancartas y marcharon por la avenida Paseo Colón. El camino recién empezaba.

Los miembros del grupo conocían tanto el ambiente artístico de la Academia como del otro, el que rompe con los mandatos. Fueron parte del Instituto Di Tella en los años ‘60, al frente de la vanguardia artística argentina; participaron en la Séptima Bienal de París y en la de España en los ’70; y ganaron la XIV Bienal de San Pablo en 1972, dentro del Grupo de los 13.

Como segunda presentación armaron más pancartas y las expusieron en diciembre de 1988 en una cantera de la localidad de Hernández. Cuatrocientas personas fueron parte de la creación. El grupo se sorprendía por la participación de sus colegas, pero también por el interés del público, que poco después cumpliría el rol de “co-autor” de las obras.

En mayo de 1989 se asentó como grupo artístico armando el primer Centro Cultural Escombros, callejero y efímero. Una cantera abandonada en la localidad de Ringuelet, cerca de La Plata fue el escenario para la convocatoria de Arte en las Ruinas. 100 artistas expusieron bajo la propuesta: “Generamos nuestra propia institución. Una institución donde ningún artista necesita presentar el currículum para ser parte de ella. En el Centro Cultural Escombros, un artista puede presentar su centésima exposición o la primera. La única tarjeta de presentación es su voluntad de crear, su capacidad de imaginar, su decisión de ejercer la libertad. Una institución que nacerá y morirá ese mismo día”. Cuatro mil personas concurrieron.

El Riachuelo, con su pestilencia a cuestas, fue un lugar de arte con la muestra “Recuperar” en junio de 1990. Greenpeace América Latina, cuya propuesta no estaba masificada como en la actualidad, pidió colaboración e ideas a Escombros, para denunciar el alto grado de contaminación de esa parte del Río de La Plata. Buscaban dar a conocer sus acciones ecologistas más allá de la ecología, tomando el arte como herramienta de comunicación de mensajes. Cuenta Héctor “Rayo” Puppo, miembro fundador del Grupo, que el integrante de Geenpeace América Latina se había acercado a ellos tras leer el Primer Manifiesto de Escombros, La Estética de lo Roto, publicado el 22 de noviembre de 1989, como respuesta a los interrogantes que generaban las performances del grupo con las exposiciones en las calles.

En uno de los puntos del Manifiesto expresa: “Como los ecologistas resucitan mares y ríos, reconstruimos lo roto, reparamos lo violado, devolvemos lo saqueado. Construimos entre los deshechos, con los deshechos. Somos artistas de lo que queda”.

“El tipo se agarró de la palabra ‘ecologista’, pensando que laburábamos (trabajamos) desde ahí. La ecología es, en todo caso, una de nuestras preocupaciones o ejes de trabajo”, explica Puppo. “En ese manifiesto tenemos nuestra tabla de valores: la solidaridad, la libertad, la verdad, el trabajo, la imaginación, el futuro, la voluntad, el coraje, la dignidad, la justicia. Sobre ellos trabajamos constantemente y denunciamos el hambre, la violencia y la injusticia, a través de nuestros objetos de conciencia”.

Ante la propuesta de acción ecologista, Escombros se reunió, como es su método de trabajo, y en una tormenta de ideas armaron una lista de acciones para realizar en el Riachuelo.

“Convocamos a 600 artistas. En esa época sólo mandábamos invitaciones a artistas que conocíamos. Lo hacíamos por correo, y también funcionaba el ‘de boca en boca’. Fue muchísima gente (cinco mil personas), y de todo tipo. Siempre proponemos libertad de acción de cada uno que participa. Entre las listas de acciones realizamos dos. La primera fue una pirámide de desechos del lugar, sobre todo residuos plásticos que agarramos de los alrededores; la denominamos “Pirámide”. La segunda era envasar botellas de vidrio con agua contaminada del Riachuelo. Compramos las botellas a unos cartoneros, envasamos el agua, etiquetamos los recipientes y las vendimos. Se llamó “Agua S.O.S”. Lo recaudado se donó al Hogar de chicos de la calle Pelota de Trapo. Siempre que podemos, nuestras acciones están destinadas a ayudar a los que menos tienen”.

Estas botellas fueron, junto con las pancartas, los primeros “objetos de conciencia” del Grupo. Otros conocidos son las bolsas de plástico que contienen agua, o lágrimas, en la obra “País de lágrimas” (2003); panes con alambre de púas, incendiados, apuñalados, bajo el título “Objeto inaccesible” (2003); un hombre enjaulado, en “Máxima inseguridad” (2004); una máscara de hierro, en “El Inquisidor” (2003); o la reciente obra “La memoria”, de 2007, con dos bloques de mármol, unidos con alambre.

Al grupo Escombros le interesa llamar la atención con sus obras. “Llamar a tomar conciencia”, dice Puppo. El trabajo colectivo, propio de su esencia como grupo, y la creciente participación del público en sus obras, dan cuenta de las ansias de los espectadores por volverse activos en el proceso de creación, y la necesidad humana de expresar en arte las problemáticas sociales.

En el primer manifiesto afirman: “Movilizar es crear. El artista es amplificador de la conciencia colectiva. La obra de arte revela lo que el poder oculta y dice lo que la sociedad calla. El arte es el espejo de la sociedad que lo genera”.

En La Plata, acciones como “Crimen Seriado”, donde el público co-autor vendaba árboles y pedía frenar la deforestación; “El Bosque de los Sueños Perdidos”, donde podían anotar en grandes papeles los sueños que ya no tenían y revirtieron la propuesta, escribiendo los sueños que aun querían lograr; o El Sembrador de Soles, donde podían escribir mensajes sobre cartulinas redondas y amarillas, fueron aceptadas en forma masiva y perduraron durante más tiempo que el imaginado por sus creadores.

Pero sin dudas, una experiencia que reafirmó las ganas de actuar en la calle fue la participación de Escombros en la Bienal de la Habana del año 2000. Tanto en Europa, como en América Latina se estaban aceptando movimientos artísticos callejeros y acciones dentro del Land Art (trabajar con la naturaleza).

El grupo platense llevó como propuesta trabajar con unos contenedores, reafirmando la búsqueda de los desechos y la construcción desde lo que se tira. Resignificar objetos que tienen un uso estático en lo urbano, como los contenedores. “La idea era ponerles un gran moño y banderas de Estados Unidos, Inglaterra, Francia… de las potencias mundiales, y decir que estos países les venden o regalan basura a las naciones más pobres”.

Pero esta obra no bastó. En La Habana, ese año, la Bienal se desarrolló en distintos puntos de la ciudad, y fue difícil recorrerla en su totalidad. En el playón que destinaron a Escombros como espacio de trabajo, convocaron personas que paseaban y que visitaban las exposiciones, y les dieron tarros con tierra. La propuesta era escribir con tierra lo que desearan.

Héctor Puppo dice que, fascinados, los cubanos trabajaron durante horas para conformar la obra colectiva. “No dudaron en expresarse”, recuerda. “El tema fue cuando llegó la directora de la Bienal. Se horrorizó. Temía que la gente hubiera puesto algo contra el gobierno revolucionario. Querían que deshiciéramos la obra cuanto antes. Nosotros, como dice un punto del manifiesto, no negociamos. Porque si empezás a ceder, no parás. Estás vendiendo tus ideas, estás aflojando. La señora empezó a leer los mensajes de la gente, la poesía creada, y se maravilló. Nadie había escrito nada en contra del gobierno. Hablaban del amor y de la paz”.

Otro recuerdo de Puppo sobre esa experiencia junto a otros artistas latinoamericanos, son las imágenes de los cuadros de pintores cubanos. “La directora de la Bienal nos quería matar con los mensajes en la tierra, pero se le pasaban de largo las sutilezas de los artistas cubanos. Por ejemplo, había una foto gigante en blanco y negro de un cubano mirando desde el Malecón hacia el horizonte. ¿Hacia dónde mira? Hacia Estados Unidos. Ese tipo está diciendo un montón de cosas en la foto, pero la señora no veía más que un hombre mirando el mar”.

Veinte años de obras colectivas generaron seis manifiestos. Cada uno se escribió y publicó después de las distintas muestras con sus respectivos ejes. “Los manifiestos surgieron como explicación de nuestro arte y nuestra propuesta. Entre los seis manifiestos hay un puente, una unión. No es que uno supera a otro. Somos lo mismo que hace veinte años, pero cada manifiesto hace hincapié en distintos problemas del hombre”.

Los manifiestos son sobre La Estética de: lo roto (1988), la solidaridad (1995), lo humano (2000), la resistencia (2003), del anti-poder (2005), la desobediencia (2007).

“El arte no modifica la realidad. Pero al menos deja marcas, propone generar conciencia y, aunque no todas nuestras obras lleguen igual, en aquel que la mira, algo le queda dando vueltas en la cabeza”, dice Puppo.

Una obra que se resignificó fue la instalación “País de lágrimas”. Las bolsas de plástico que contienen agua llevan frases como: Lágrimas de aquellos a los que les robaron el futuro; Lágrimas de los chicos que mueren de hambre; Lágrimas de los que mueren de enfermedades curables; Lágrimas de los que comen basura y visten harapos; Lágrimas de los que no tienen ni tendrán trabajo. El año pasado, Escombros armó la cantidad de bolsas con lágrimas de las víctimas del atentado a la mutual judía AMIA, ocurrida en Argentina en 1994, y les puso el nombre de cada uno. La muestra se llama “Lágrimas compartidas” y el mes que viene arranca una gira por galerías de Nueva York, Londres y Madrid.

Con más de cien acciones participativas, otros cientos de objetos de conciencia, graffitis, murales en La Plata que duraron más de diez años, performances y charlas, la cantidad de obras es incontable. Sin embargo, Escombro elige como obra preferida La Piedad Latinoamericana, porque sintetiza el espíritu del grupo: “es el símbolo del desamparo absoluto, porque el desamparo es la condición del hombre latinoamericano”.

La obra fue realizada en Ringuelet, donde habían realizado una de las primeras muestras, la Ciudad del Arte en 1989, la cantera abandonada, que ahora es una villa. El grupo eligió a una vecina de allí y a uno de sus cinco hijos, para representar la pose de la conocida escultura La Piedad, de Miguel Ángel.

Cuando fueron con el equipo a sacar fotos, Héctor Puppo recuerda que esa señora los recibió arreglada, maquillada, peinada para la sesión. Armaron la escena igual, pero no era ése el espíritu que querían captar del lugar, como síntesis del desamparo, el hambre, la pobreza. Volvieron unos días después, con la actriz Cora Ceppi y quedó definida la obra.

Constantemente Escombros está planeando muestras, proyectando ideas y plasmando ideales en manifiestos. En el futuro cercano sus exposiciones y convocatorias versarán sobre lo que más les preocupa hoy: “la educación en decadencia y los chicos con hambre”, afirma Puppo. “Hay que obrar con libertad, no negociar y denunciar los abusos del Poder”.

*Publicado en APM

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