Bancarrota moral: la víctima es el presidente de EEUU

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Parece que los grandes medios de comunicación estadounidenses -y el coro de los periodicos «respetables» de otros países, en especial de América Latina- están asociados para comunicar sin más las informaciones que brindan los funcionarios del gobierno de Bush, como aquellos que «pidieron el anonimato» para decir que la Central de Inteligencia (CIA) sabía que Saddam Hussein había abandonado sus planes para la construcción de armas de destrucción masiva cuando aún no se había oficialmente decidido la invasión de Irak.

El honor del señor Bush queda a resguardo y todos los pueblos del mundo pueden pensar, con justicia, que el ingenuo presidente de EEUU fue victima una vez más de las maquinaciones del más poderoso servicio de Inteligencia del planeta, que utiliza a discreción los millones de dólares de los contribuyentes de ese país para preparar horribles travesuras cargadas de mentiras para engañar a su presidente.

Todos los hombres de Bush

Para las personas que tienen un poco de sentido común la noticia aludida, publicada primero por James Risen del The New York Times y posteriormente reproducida por los diarios más importantes del planeta, es -cuando menos- una falacia de difícil parangón.

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De hecho es fácil deducir que la información fue una iniciativa, bastante torpe, transmitida por algunos funcionarios de Bush para salvar la «cara» de su jefe, necesitado de oxigeno electoral y, de paso, mejorar su imagen frente a los crédulos seguidores que pueda tener en el mundo. Es por eso que ese mismo argumento -el de las «informaciones equivocadas»- se reproduce con apuro por la prensa internacional sin efectuar el análisis que el rigor y la ética del periodismo exigen.

Ciertas noticias, «orientadas» en algunos casos por conspicuos cheques de la CIA, no se analizan, simplemente se publican. Hay que ayudar a Bush a salir del atolladero del cual, por otra parte, es difícil el escape. Y la manera «correcta» de lograr esta finalidad es hacer creer a la opinión pública que todo fue un colosal traspiés al transmitir la información al «desprovisto» presidente de esta poderosa nación, el cual, victima involuntario de ese error burocrático, aprieta el gatillo de la guerra.

La lógica y la ética dicen que si esto fuera verdad entonces esa nación americana en conflicto debería de inmediato pedir disculpa a Iraq y al mundo, retirar sus tropas de inmediato y resarcir con una poderosa inyección de dinero los enormes daños provocados por la guerra. Sólo que…

-¡Alto, espera ahí! Are you crazy?

De eso ni hablar.

El sentido común también sugiere que es difícil creer que el presidente de una nación se maneja únicamente con las informaciones provenientes de sus servicios de espionaje, sin cotejar el material con otras fuentes confiables a su disposición.

Hay, desde luego, un grupo de expertos que rodea al presidente y lo asesora convenientemente. También existen los mecanismos de consulta con casi todos los jefes de Estado del resto del mundo, que no sólo sirven para tejer alianzas o intercambiar promesas al estilo de: «Me ayudas en ésta y tendrás tal ventaja».

Pero no: todo lo ocurrido con la invasión a Iraq -y vaya uno a saber qué otras aventuras- fue posible gracias a informaciones equivocadas emitidas por un departamento de espías con ganas de jugar a desatar una guerra. Difícil de creer. Pero es lícito suponer que al señor Bush, por lo que hasta ahora nos ha demostrado, poco importan otras opiniones, ocupado como está en sorber del néctar multimillonario transnacional que a sus intereses personales y políticos -y a los de sus «íntimos camaradas de armas»- provee aun con suma puntualidad la familia Ben Laden, la misma de su publicitado archienemigo frente a la opinión pública.

El momento histórico que vive la humanidad empujada hacia cambios no deseados -y que representan un retroceso en la calidad de vida de millones de personas- me parece señala la hora para que el periodismo asuma una mayor responsabilidad en el tipo y veracidad de las informaciones emitidas.

Jugar con sutilezas interpretativas, no importa si mínimas, abren fisuras que conducen a la obtención por parte de la opinión pública de conclusiones erradas y apresuradas, de las cuales los «inteligentes esclavizadores sociales» saben muy bien como sacar provecho.

Aunque el mundo, después, deba cargar conel peso de los daños colaterales -para los que habrá, en su momento, otra explicación convincente-.

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* Periodista ítalo-argentino.

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