Beirut: el peligro de la diversidad

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Durante más de quince años la sección internacional de las noticias se refirió a este pequeño pero complejo país mediterráneo para anunciar de forma sistemática muerte y destrucción. Si en el siglo XIX se acuñó la palabra «balcanización», el XX dio a luz un nuevo término: el de la «beirutización». Los dos conceptos hacen referencia a un conflicto armado complejo con múltiples ramificaciones que hacen imprevisible su desarrollo.

La decadencia, la caída y el nuevo renacimiento de Beirut pudieran servir como ejemplo que ilustre las contradicciones y la complejidad de la vida social y humana. fotoLa ciudad que fuera conocida como «la Suiza de Oriente Próximo», en alusión a su esplendor y oportunidades de negocio, vivió una compleja guerra civil que la destruyó por completo y que cambió su fisonomía urbana hasta hacerla irreconocible. Sin embargo la vida es terca y pocos años después de acabada la guerra las conductas más ostentosas y el interés volvieron a enseñorearse de las ruinas aún humeantes.

Este hecho es uno de los acontecimientos que más sorprenden a los visitantes de la que ya vuelve a ser, de nuevo, la cosmopolita capital ribereña del Mediterráneo. La infausta línea verde que hasta hace poco separaba las comunidades cristiana y musulmana ha pasado a convertirse a día de hoy en una serie de solares despejados de escombros y dónde el vidrio y el hormigón otean los lugares en los que hasta hace pocos años se combatía casa por casa.

La Plaza de los Mártires, que fue posiblemente uno de los lugares más concurridos y céntricos de Beirut, es ahora un enorme y desolado estacionamiento en uno de cuyos extremos se construye una mastodóntica mezquita. La vieja ciudad hecha de viejas casonas elegantes y señoriales ha sido desplazada de la zona centro. En el lugar de las centenarias construcciones se han levantado otros edificios de alto lujo y la populosa población que hasta hace poco ponía vecindad y colorido a sus calles ha sido sustituida por ejecutivos y ociosos que hacen de la exhibición su principal actividad.

La reconstrucción ha querido hacerse con el orden geométrico propio de las racionales ciudades estadounidenses. De esta forma la zona centro de Beirut gana en orden y posibilidades comerciales y pierde en estética -a la vez que hipoteca el alma que debiera acompañar a todo asentamiento humano-. La Place de l?Etoile y los edificios, el Parlamento entre ellos, que en disposición radial salen de su centro representado por la Torre del Reloj, son ahora el nuevo corazón oficial de la ciudad.

Los bajos de los edificios primorosamente reedificados en estilo mediterráneo están ocupados por elitistas franquicias y por restaurantes exclusivos. En sus proximidades se certifica que la complejidad de Beirut viene avalada por muchos siglos de historia. Ruinas romanas comparten espacio con piedras venerables, ermitas erigidas en tiempos de los cruzados, iglesias ortodoxas, mezquitas y una catedral cristiano maronita. Las siluetas de todos estos lugares de culto y estudio quedan ensombrecidas por los inmensos andamios que dan forma a la reciente mezquita que se construye al lado mismo de todo este impresionante y variopinto mosaico cultural.

Lo esmerado de las rehabilitaciones arquitectónicas en lo que a lugares de culto se refiere no ocultan el aire de parque temático que acompaña a los alrededores de la Place de l?Etoile. Hay una manifiesta falta de tacto en las colosales proporciones de la nueva mezquita en construcción. La gracia y la proporcionalidad que acompañan a las viejos lugares de culto musulmanes y a las ermitas cristianas próximas se rompe con esta reciente edificación. Su mensaje es claro. En esta zona hay muchos cultos, viene a decir el anuncio, y todos son respetables pero la fe que predomina después de la guerra es la musulmana.

Frágil equilibrio

Los diez mil kilómetros cuadrados que conforman territorialmente el pequeño país que lleva por nombre Líbano son de una variedad y una complejidad político religiosa difícilmente superables en cualquier otro punto del mundo. El estado libanés surgió a partir del Pacto Nacional de 1943. La convivencia se basó en un acuerdo no escrito entre las diferentes comunidades que permitía el reparto de poder entre los diferentes grupos confesionales en razón de su peso demográfico.

Por un lado los cristianos, divididos en maronitas, griegos ortodoxos, griegos católico-romanos y otros grupos menores entre los que figuran armenios y protestantes. De otro lado la comunidad musulmana repartida a su vez entre sunníes, chiíes -o chiítas- y drusos.

En aplicación de este pacto la presidencia del Estado recaía en la comunidad maronita, la jefatura del Gobierno en manos de un representante de la comunidad sunní, los drusos tenían al menos una cartera ministerial y la presidencia del Parlamento recaía en un miembro de la colectividad chiíta. Este frágil diseño pudo sobrevivir hasta mediados de los años setenta, momento en que el complejo Estado libanés se quebró de forma paulatina debido fundamentalmente a la concurrencia de tres factores: en primer lugar un vuelco demográfico respecto al momento de su fundación, cuando los cristianos eran mayoría.

La comunidad musulmana pasó a constituir a mediados de la década de los sesenta el 63 por ciento de la población libanesa. Este hecho desembocó en la pretensión musulmana de revisar el reparto de poder institucional que hasta entonces beneficiaba a los cristianos maronitas. En segundo lugar, la realidad sociológica del país cambió de forma radical. La migración a la gran ciudad creó una nueva clase proletaria dotada de conciencia política y ajena a los tradicionales mensajes de sus comunidades.

La presencia de una numerosa comunidad de refugiados palestinos en el Líbano fue el tercer factor que contribuyó decisivamente a la agudización de las tensiones. La utilización del territorio libanés como base de operaciones armadas contra Israel determinó la entrada del pequeño país mediterráneo en el escenario del vasto conflicto árabe-palestino-israelí. Los grupos armados palestinos fueron copando cada vez más poder e influencia en Líbano y el choque con las milicias armadas cristianas se hizo inevitable.

La situación se hizo muy difícilmente explicable para los profanos cuando Siria invadió parte del país a fin de respaldar a la comunidad cristiana, puesta contra las cuerdas por el empuje musulmán. A su vez Israel se hizo con el control militar del sur del Líbano con el fin de expulsar a los palestinos y librarse de su hostigamiento. Después de años de guerra y alianzas rotas, congeladas y traicionadas la situación degeneró en un vacío de poder que culminó con las matanzas de los campos de refugiados palestinos de Shabra y Chatila a manos de milicianos falangistas cristianos respaldados por Israel.

Beirut cristiano

La religión, al igual que la política, ha marcado y continúa separando los destinos y las formas de vida cotidianas de sus habitantes. El frágil equilibrio institucional que trata de representar a todos los sectores de la compleja sociedad libanesa en las carteras ministeriales y puestos clave del Gobierno ha sido puesto de nuevo en marcha. A que sobreviva esta obra de ingeniería institucional ha contribuido de forma decisiva el hartazgo ciudadano por tantos años de muerte y guerra.

Durante décadas la delimitación de los sectores cristiano y musulmán estaba perfectamente clara. En ocasiones la supervivencia de los civiles dependió de encontrarse siempre en el distrito correcto para sus intereses. Una manzana determinada o la acera de una calle eran auténticas fronteras.

Ahora es más frecuente que una familia viva en una zona determinada, lleve a sus hijos al colegio a un sector distinto y que, incluso, haga sus compras en un distrito diferente. A pesar de todo, en Beirut, siguen siendo perfectamente identificables las diferentes divisiones de la ciudad en función de su confesionalidad.

El sector cristiano se ubica al este del centro de la ciudad. No es una zona monolítica en sus devociones religiosas o en sus afinidades políticas. Las iglesias protestantes están próximas a otras de culto maronita, ortodoxas, greco católicas o armenias. En las esquinas de algunas de estas calles se dibujan simplistas símbolos cristianos como cruces y peces. Las fotos de homenaje al asesinado líder de las falanges libanesas Gemayel son casi omnipresentes en este sector.

Las suaves colinas que forman parte del relieve urbano de Beirut son salvadas aquí por largas escalinatas. Por momentos este orden urbano guarda una discreta semejanza en su disposición con otras ciudades mediterráneas cristianas y, en especial, con Atenas. Las escalinatas que salvan las numerosas colinas aparecen limpias, en ocasiones cubiertas por parras o higueras.

Los iluminados iconos que presiden sus descansos traen a la memoria el recuerdo de la cultura ortodoxa. No se estilan en esta zona los pequeños y tradicionales cafetines árabes llenos a rebosar de hombres jugando al backgammon y cargado su ambiente del aroma acre del tabaco. Los pequeños negocios no se extienden por la acera al aire libre, sino que sus propietarios los gestionan detrás de un mostrador con el amparo de un café y en numerosas ocasiones con el sustento de una conversación amigable con un parroquiano cualquiera. La vida parece aquí más reglamentada al estilo de la cercana europa meridional. Abundan en esta zona numerosos bares y cervecerías de ambiente nocturno y de sofisticado diseño y la forma de vestir y comportarse de sus jóvenes clientes no parece diferir en apariencia del patrón occidental de conducta. La residencia de los jesuitas así como su museo etnográfico y su biblioteca de estudios orientales se encuentran en esta zona.

Beirut musulmán y Hamra

La ciudad musulmana es comparativamente más extensa y populosa. Sus calles tienen un trazado más sinuoso y su aspecto no difiere demasiado de otras urbes musulmanas ribereñas del Mediterráneo. Los oficios se agrupan en las mismas zonas y es posible ver manzanas enteras de casas cuyos bajos son todos carpinterías o bien hojalaterías o tiendas de confección y venta de tejidos.

El ambiente parece aquí más anárquico y vitalista. Junto al omnipresente tráfico y aprovechando cualquier sombra entre edificios o el relativo frescor de un patio en el que la maleza ocupa tanto o más espacio que las especies ornamentales se encuentran casi siempre un par de sillas ocupadas por ancianos que escrutan su parcela con ojos escépticos.

Otras estampas típicas de los países árabes pueden admirarse en este sector sin dificultad: el vendedor de fruta pregonando su mercancía a voz en cuello mientras su burro arrastra la carreta que los contiene a ambos o el orondo propietario de un negocio que descalzo y sentado fuera de su local fuma con visible satisfacción una pipa de agua. El pavimento levantado, las zanjas, las eternas obras o la inmensa maraña de cables que a cielo abierto van uniendo las esquinas forman parte del paisaje urbano que define a esta zona de Beirut.

No es extraño encontrar aquí a mujeres ataviadas de negro de la cabeza a los pies u hombres de poblada barba y cubiertos con el característico tocado que certifica que su obligatoria peregrinación a La Meca ya ha sido cumplida. En esta zona la llamada a la oración parcela las horas del día y su aviso suena claro y potente entre los edificios.

Por su parte Hamra es el distrito más comercial y cosmopolita de la ciudad. Está situado hacia el oeste del centro urbano y delimitado por el paseo marítimo. Es aquí donde se encuentran la mayoría de los grandes hoteles, locales comerciales, los bancos y las más surtidas librerías de Beirut. Tiendas diversas, oficinas de cambio de divisas y restaurantes tradicionales o de comida rápida se suceden sin apenas interrupción en sus calles.

Hamra tiene una frenética actividad durante el día pero en cuanto cae la noche sus aceras se van despejando hasta quedar sus calles prácticamente desiertas. Pocos beirutíes tienen su hogar en este distrito aunque son muchos los que aquí trabajan o los que tienen que desplazarse hasta sus calles para realizar las más diversas gestiones. En sus inmediaciones se encuentran establecidas prestigiosas escuelas y colegios internacionales. La muy publicitada Universidad Americana de Beirut así como la Universidad Libanesa-Americana se encuentran también en esta zona de la ciudad.

Callejeando por Hamra y alejándose de las principales calles que atraviesan el distrito es posible encontrar zonas más tranquilas con formas de convivencia que se asemejan a un barrio de cualquier gran ciudad. Presidiendo desde su altura toda esta zona un abandonado rascacielos de hormigón gris desgarrado por la metralla y agujereado por los obuses sirve de lúgubre recordatorio a los habitantes de toda la ciudad de la rapacidad de la guerra y del peligro concreto de que las desgraciadas circunstancias que la ocasionaron puedan volver a repetirse.

Una población individualista

El legendario individualismo de los pueblos que se bañan en el Mediterráneo parece tener visos de ser cierto en esta zona del mundo. Esta preponderancia del individuo ajeno a los problemas que lo rodean se comprueba, entre otras manifestaciones, en la enfermiza y fetichista relación del beirutí con su automóvil. Cuanto más grande, lujoso y metalizado sea el auto más prestigio posee su propietario. Lo de menos es que el colapso circulatorio condene a los automovilistas a la desesperación. El rey del asfalto es el coche con más caballos y el conductor más osado. La cortesía con el peatón se reduce a poner algún empeño en no atropellarlo.

En los luminosos atardeceres mediterráneos son muy numerosos los beirutíes que aprovechan las últimas horas de luz solar para pasear por el paseo marítimo conocido con el nombre de La Corniche. Es aquí donde, de nuevo, sale a relucir en toda su complejidad el individualista carácter mediterráneo. La moda del culto al cuerpo se traduce en docenas de personas exhibiendo perfilados brazos y piernas y embutidos en sofisticados atuendos deportivos.

Tanta armonía aparente casa mal con las toneladas de basura que, ante la indiferencia general, se acumulan en los acantilados que circundan el paseo. En ocasiones se extiende ante le visitante la sensación de que el destino colectivo de la ciudad es algo que sus habitantes contemplan con indiferencia, incluso con la más o menos abierta esperanza de que al vecino le vaya peor que a uno mismo.

Veinte años de conflicto ininterrumpido sólo han dejado claro la imposibilidad física de exterminar al vecino. La paz llegó más como un hartazgo generalizado ante la muerte y la destrucción que como un compromiso por respetar las diferencias y mejorar la vida de los sufridos ciudadanos de Beirut.

La herencia fenicia

No debe de ser casualidad que el novelista Alvaro Mutis decidiera en sus novelas sobre Maqroll el gaviero, que la sensual compañera del protagonista, Illona, y su socio Abdul Bashur, fueran libaneses. Mutis quiso reflejar en la personalidad de los dos hermanos las características atribuidas desde el comienzo de la historia a los fenicios y más tarde a sus sucesores territoriales, los libaneses.

Es por eso que tanto Illona como Abdul Mansur son vividores, cultos, maliciosos y astutos, políglotas y comerciantes. Siguiendo, aunque sea de lejos, este patrón de conducta los ciudadanos de Beirut, son, en líneas generales gente abierta y dispuesta al diálogo con el visitante.

Buena parte de los beirutíes son políglotas y además de los idiomas oficiales, el francés y el árabe, es corriente que se defiendan en inglés. Su interés por otras culturas y su facilidad para asimilar otras formas de entender la vida es legendaria. Los fenicios, antecesores de los actuales libaneses, hicieron del viaje, el intercambio y la astucia mercantil sus señas de identidad más acusadas.

La existencia de una tradición migratoria, acentuada durante la última guerra, ha hecho que buena parte de los hijos del país se encuentren instalados a lo largo del ancho mundo. En todos las países de acogida los libaneses han logrado sobresalir económicamente y puesto en marcha los más variopintos negocios. Así por ejemplo en los caóticos estados del África subsahariana occidental la mayor parte de los taxis en las ciudades o de los autobuses y camiones que transportan mercancías y personas se encuentran en manos de libaneses.

Los que por una u otra razón han decidido permanecer en su patria no han hecho de la desidia su norma para disfrutar el tiempo libre. El instituto Cervantes de la capital es, comparativamente, el que cuenta con más alumnos matriculados en todo el Oriente Próximo. Sus responsables explican este dato teniendo en cuenta que buena parte de las jóvenes generaciones dominan perfectamente el inglés, el francés y el árabe, con lo que la demanda de estudiantes en castellano se ha disparado en los últimos años.

En definitiva, es fácil, útil y placentero trabar conversación con muchos de estos libaneses, dueños en ocasiones de una cultura sorprendente y de una experiencia vital tan amplia y variada como las circunstancias que han determinado la historia y el presente de este pequeño país.

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* Periodista.

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