Bolsonaro y las izquierdas/ Derrota del PT y la izquierda sin proyecto

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Más allá de su contundente victoria electoral, es evidente que Jair Bolsonaro no representa un proyecto político claramente definido ni un movimiento o partido de raigambre popular con objetivos políticos o programáticos definidos públicamente. Como su misma campaña lo advirtió, votar por él era hacerlo contra del Partido de los Trabajadores, la corrupción generalizada de las autoridades y los altos e inquietantes índices de criminalidad. Tampoco en lo personal al ahora presidente Electo se le reconoce cualidades de conductor o líder espiritual, cuando el mismo ha dicho que va a invitar a algunos conocidos economistas para que le hagan la tarea que, dice, no sabe hacer.

Quizás por su antepasado militar se sienta seguro de poder afrontar problemas como el de la delincuencia, pero lo más seguro es que se proponga encararla con más represión policial y violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, cuando alguna vez se lamentara de que las dictaduras militares no hubiesen eliminado a más opositores. Cuando todas las sospechas apunten a que se trata, además, de un personaje racista, misógino y homofóbico que, de poner en práctica formas de discriminación como las que se temen, en muy poco tiempo perdería su credibilidad y apoyo popular en un país en que los afroamericanos, por ejemplo, son muy numerosos.

No es la derecha, ciertamente, la que ha ganado con él. Es mucho peor: podría ser el fascismo, el desdén por la democracia y su deseo de sumar a las Fuerzas Armadas a la conducción del país. De allí que haya políticos y partidos que, si bien hoy celebran su victoria, lo más probable es que a poco andar se deslinden de éste, para no desbaratar tantos esfuerzos por acreditarse como republicanos especialmente en las naciones que sufrimos largos regímenes dictatoriales.

Lo que pase con Bolsonaro dependerá mucho de la actitud que asuman las izquierdas tanto en Brasil, la región y el mundo. Si el derrotado partido de Lula se propone trabajar solamente para la recuperación del Gobierno, sin hacerse la debida autocrítica, desplazar a los corruptos y cederle espacio a las nuevas generaciones como al mundo social, lo más probable es que Bolsonaro se quede por mucho tiempo en el poder y obtenga las excusas suficientes para concretar sus amenazas o despropósitos.

Los resultados electorales hablan de un país dividido, sobre todo iracundo con la clase política, aunque una amplia mayoría terminara apoyando a un viejo diputado integrante también de la cúpula dirigente, cuyo único acierto fue interpretar “oportunamente” el malestar popular, pero incapaz de ofrecerle un camino. Por lo mismo es que la situación política podría revertirse en un tiempo razonable si la llamada izquierda brasilera demostrara capacidad de reformularse y demostrar un auténtico propósito de enmienda. Conjurando, por supuesto, el divisionismo, el capillismo y otras malas prácticas que tienen al progresismo latinoamericano tan a maltraer, salvo las pocas excepciones conocidas. Lamentablemente, los aliados que el vencido Fernando Haddad encontró en Chile son figuras de suyo desprestigiadas, ávidas nada más de mantener sus relaciones con un gobierno poderoso como el de Brasil y, sobre todo, muy febles ideológicamente, después de haber protagonizado la sacralización en nuestro país el sistema neoliberal, sorteado las demandas más sentidas de la población y, para colmo, ejecutado varios gobiernos bajo la Constitución Política legada por Pinochet.

No vemos cómo una izquierda brasilera podría renacer de las cenizas alentada por los expresidentes de la Concertación y otros políticos que en nuestro propio país son también tan responsables del primer y segundo gobierno de Sebastián Piñera. Provocando los mismos sentimientos de frustración en un electorado que observó cómo sus aspiraciones fueron burladas por los sucesivos gobiernos de la posdictadura , como para llegar a pensar que de un gobierno de derecha podría demostrar mayor sensibilidad social que los de centro izquierda. Una ilusión que recién empieza a disiparse en Chile con las débiles y demagógicas iniciativas de La Moneda, aunque el izquierdismo criollo siga sumido en su atomización, caudillismos, falta de propuesta y prácticas de corrupción.

Es probable que con la victoria de Bolsonaro, en la derecha chilena se despierte el jolgorio y el ánimo de asociase rápidamente con el nuevo mandatario brasilero. Ya hemos observado el entusiasmo que su campaña produjo en los sectores más ultras del oficialismo, pero es probable que el propio Piñera y su entorno político más cercano actúen con más cautela, salvo que unos y otros también busquen perpetuarse en La Moneda recurriendo al apoyo castrense, la represión y el aliento personal del presidente de los Estados Unidos, quien día a día manifiesta más desprecio por la voluntad popular y las prácticas democráticas. Al grado de alentar el terrorismo de estado para combatir la inmigración y mantener en el poder a los gobiernos títeres de Arabia Saudita e Israel, cualquiera sean sus despropósitos. Llamando abiertamente, como consta, a derrocar a los gobiernos de Venezuela y aquellos “países de mierda” que el mismo identificó en Centro América y otras regiones del mundo.

Más razón habría, entonces, para superar el lloriqueo de estos últimos días en la izquierda chilena y latinoamericana impulsando acciones que lleven a la autodisolución de un sinnúmero de referentes que nada aportan a la construcción de una izquierda capaz de ofrecer alternativa ideológica, consolidar alianza con aquellos movimientos sociales hoy tan distantes de los partidos y levantar líderes nuevos que se impongan frente a los añosos y revenidos dirigentes aún aferrados a sus fantasmales estructuras. Varias de las cuales solo subsisten gracias a los sospechosos aportes de algunos empresarios de derecha, a la par de las contribuciones oblicuas de algunos gobiernos y partidos vanguardistas del continente, entre los que se cuentan los de Lula da Silva y su heredera Dilma Rousseff. Haciéndose cómplices, con ellos, de los escándalos que todavía se ventilan en los Tribunales de nuestro país, aunque la impunidad ya se haya impuesto en algunas causas por el expediente de la prescripción legal de los delitos y la lenidad de algunos jueces y fiscales.

Por otro lado, es preciso que nuestras izquierdas se demuestren impermeables a las ideas y “encantos” de la derecha. A la pretensión tan contradicha por los hechos de que el bienestar social puede fundarse en el capitalismo salvaje o neoliberal que asola a nuestros pueblos y solo ha logrado agudizar la inequidad y la brecha entre ricos y pobres. Dejando cada vez más a la intemperie a nuestros pueblos en materia de salud, vivienda digna, derechos sociales y culturales. Sacudiéndose del infundio de que son los gobiernos de izquierda los que alientan lacras tan severas como la del narcotráfico, la violencia y el crimen organizado, cuando éstas se nutren justamente en la injusticia social, la desigualdad y la codicia de los poderosos, siempre representados por las derechas, los poderosos empresarios y los militares. Y de un tiempo a esta parte, también, por los socialdemócratas y socialcristianos rendidos al sistema hegemónico mundial. Gobiernos de arenga progresista, incluso, pero que en el poder han sucumbido moral e ideológicamente.

En este sentido, la elección de Bolsonaro, puede ser una gran oportunidad para el resurgimiento de un auténtico progresismo y la esperanza de los pueblos oprimidos .Es cosa de no dejarse abatir por el pesimismo o el mismo oportunismo.

*Periodista, escritor, docente

Derrota del PT y la izquierda sin proyecto

Roberto Pizarro H *  El amplio triunfo electoral de Bolsonaro en Brasil pone al desnudo los errores de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Pero, más grave aún. El resurgimiento de la derecha en América Latina revela la incapacidad de la izquierda para ofrecer un proyecto económico, social y político de transformación que además convierta al sujeto popular en protagonista activo de su propio destino.

No es el crecimiento sino el modelo de crecimiento

A diferencia de lo que sostiene Francisco Vidal (El Mercurio, 27-10-18), el “bajísimo” crecimiento del Brasil no ayuda a entender el triunfo de Bolsonaro. Lo que sí lo explica es un tipo de crecimiento con empleo precario e inestable, y que depende de los ciclos de la economía mundial. En realidad, el aumento del PIB fue muy elevado durante la administración de Lula y se deterioró en la presidencia de Dilma Rousseff, en correspondencia con la caída de los precios internacionales de las materias primas.

No es bueno comprarse el discurso neoliberal que el crecimiento resuelve todos los males. La preocupación debe apuntar al modelo productivo y no al crecimiento en abstracto. Cuando Lula llega al gobierno en 2002, en vez de impulsar una transformación económica, en línea con países de similar envergadura, como la India o China, decide profundizar el modelo exportador de materias primas y paralelamente favorece una apertura indiscriminada de Brasil a las transnacionales.

Por otra parte, Lula no enfrentó la hegemonía del capital financiero y, en cambio, dio continuidad a la política económica de F.H. Cardoso. Mantuvo elevadísimas tasas de interés lo que se tradujo en una atracción de inversiones especulativas internacionales las que circulaban libremente, y sin mayores gravámenes fiscales. Se comete el grave error de remunerar de la misma forma el capital especulativo que el capital productivo.

El elevado crecimiento durante el gobierno de Lula favoreció el derrame en el ámbito social. Se elevaron los salarios de los sectores de más bajos ingresos y paralelamente, con políticas sociales “focalizadas”, fue posible que más de 30 millones de brasileños salieran de la pobreza.

Pero, el gobierno de Lula no actuó sobre las desigualdades estructurales, y además no convirtió al mundo popular en protagonista de las políticas sociales. Al igual que en Chile, el crecimiento benefició principalmente al 1% más rico y no consiguió que se estrecharan las diferencias entre ricos y pobres. Durante el gobierno de Dilma, con la recesión aumentó el desempleo y nuevamente la pobreza se hizo preocupante, lo que revela que las políticas asistencialistas fundadas además en un crecimiento rentista son de corto aliento.

Frei Betto lo dice bien, “Ingresé al gobierno para trabajar en el programa Hambre Cero. Pero, el propio gobierno que lo creó, lo mató, poniendo en su lugar el programa Beca Familia. ¿Es bueno? Es bueno. Sacó a 40 millones de personas de la miseria. Pero Hambre Cero era mejor. La Beca Familia es un programa asistencialista, Hambre Cero emancipatorio. Pero Hambre Cero tocaba a los intereses de las capas poderosas, como la propuesta de reforma agraria. Así, ante los cambios en el programa, salí del gobierno.”

El crecimiento económico de Lula se sostuvo entonces en la producción primaria, principalmente en la soja y los biocombustibles. No diversificó la matriz productiva y tampoco cumplió con el compromiso de reforma agraria. Lula cambio su consiga de “tierra, trabajo y libertad” por el de “Lula, paz y amor”.

El PT, minoritario en el Parlamento y en el Senado, eligió aliarse con la derecha liberal y latifundista en vez de apoyarse en el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MTS). El Movimiento se distanció del gobierno de Lula y la propia ministra de Medio Ambiente, Marina Silva decidió renunciar a pocos meses de haber asumido. Sin política agraria la selva amazónica sufrió la violencia brutal de la deforestación, la tala ilegal y la ocupación ilegal de tierras.

En suma, Lula no cambio el modelo económico. Insistió en la exportación de recursos naturales, lo que se encuentra sujeto a los vaivenes del mercado mundial. Así no es posible garantizar un crecimiento a largo plazo y tampoco estabilidad en el empleo. Luego, con el deterioro de la economía mundial y la disminución de la demanda china se produce una fuerte caída de la actividad económica con aumento del desempleo.  Periodo difícil que debe sufrir la presidenta Dilma Rousseff.

La corrupción atrapó al PT

Otro factor de primera importancia en la derrota del PT y la emergencia de la derecha fascista es la corrupción.

Dirigentes políticos destacados y ministros del PT construyeron un mecanismo que, utilizando su poder político, favorecieron la firma de contratos de empresarios privados con la empresa estatal Petrobras a cambio de generosas coimas. Esos dineros se utilizaban para comprar legisladores y aprobar leyes en el Parlamento, financiar campañas electorales y para el funcionamiento del PT. Y, como suele suceder, los operadores también atendían su enriquecimiento personal.

El mecanismo de corrupción tiene hoy día en la cárcel a ejecutivos de empresas privadas, principalmente de Odebrech, y a los dirigentes políticos más importantes del PT, incluido Lula. El escándalo estremeció los cimientos políticos de Brasil y Bolsonaro lo ha convertido en tema central de su campaña.

Es cierto que Brasil es un país habituado a la corrupción. Pero el PT había nacido precisamente para diferenciarse de las prácticas nefastas de la política brasileña. Era el partido de la esperanza, comprometido con la transparencia. Por ello los hechos de corrupción han afectado tan duramente la confianza ciudadana. La izquierda ha perdido credibilidad. “Todo es igual”; “el mundo fue y será una porquería”. Y entonces da lo mismo votar por la derecha populista.

El PT pavimento el triunfo de la derecha con su comportamiento vergonzante.

A los gobernantes del PT no les importó que la empresa pública Petrobras se viera deteriorada con contratos anómalos. Una izquierda que desprestigia la actividad pública no es izquierda. Gracias a ese comportamiento se ha abierto camino para que Bolsonaro privatice la principal petrolera del mundo.

Los vasos comunicantes del gobierno PT y Odebrech han permitido que esta empresa privada extienda sus tentáculos por toda América Latina, corrompiendo autoridades de “gobiernos amigos” para favorecer negocios sucios. La política exterior de Brasil se ha visto profundamente dañada.

Finalmente, no hay que olvidar que la corrupción frena el crecimiento económico, genera ineficiencias y sobrecostos. La adjudicación de proyectos con licitaciones truchas da origen a obras mal diseñadas, mal construidas, sobredimensionadas, con un uso ineficiente de los recursos. Es un robo a la caja fiscal y en última instancia al pueblo trabajador. Vergüenza para los servidores públicos.

Por todas estas razones no fue muy lúcido que destacados políticos de la ex Nueva Mayoría y del Frente Amplio suscribieran una carta que apoyaba a Lula en su derecho a ser candidato presidencial.

El argumento de la existencia de una “tremenda operación” en Brasil de sectores empresariales, medios de comunicación y el Poder Judicial para impedir la candidatura de Lula y favorecer a la derecha es verdad. No cabe duda. Pero no sirve mucho.

No ahora, sino siempre, en Chile, en Brasil y en todo el mundo los poderes fácticos y también el Poder Judicial han intentado evitar el triunfo de los sectores progresistas. Eso no es novedad. Es un hecho de la causa. Precisamente por ello el comportamiento de las izquierdas no puede permitirse entregar municiones a los adversarios. Su ética debe ser intachable y nunca aceptar sobornos. Nunca rebajarse ante los poderosos por dineros vergonzantes.

La derrota del PT agrega un nuevo fracaso a los gobiernos progresistas en la región.

La izquierda y el progresismo en América Latina no cuentan con un proyecto propio. No han implementado un modelo alternativo al neoliberalismo: no hay impulsado iniciativas de transformación productiva ni tampoco políticas sociales universales. Y, lo que es más grave, han operado políticamente en las cúpulas, dejando de lado a los movimientos sociales. Sin un proyecto propio se termina en la corrupción.

La ultraderecha se impone en Sudamérica: Con 57 millones de votos, Bolsonaro llega al poder en Brasil

Perseguirá a organizaciones que luchan por el derecho a la vivienda, posicionará a militares en ministerios claves y cerrará la embajada de Palestina. Todo apunta a que Bolsonaro tendrá un liderazgo regional ante los constantes triunfos electorales del conservadurismo.

*Economista, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía. Fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación, embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).  

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