Brasil, 23 de octubre: armaos los unos a los otros

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

(ALAI-AMLATINA, octubre 2005, Sao Paulo). ¿Usted ya entró en una tienda para comprar un arma? Experimente. Van a exigirle una serie de documentos. Eso significa que un delincuente no compra la suya en el comercio legal. De hecho, muchas armas usadas por los delincuentes son privativas de las fuerzas armadas. No están a la venta. Por lo tanto, al comprar un arma en una tienda, legalmente, el consumidor está, primero,
entregando ganancias a la industria bélica. Y guardando lo que podrá ser, mañana, el arma del delincuente.

Estuve preso cuatro años durante la dictadura militar, los dos últimos en compañía de delincuentes, en penitenciarias de São Paulo como el Carandiru. Les pregunté como obtenían las armas. Me dieron tres respuestas: comprando a policías y militares; tomando de las víctimas de asaltos; y –créanlo o no– en el mercado negro de Aparecida (SP).

FE Y BALAS

¿Entonces, hay un mercado negro al pie del principal santuario del país? Explicaron que muchos peregrinos van Aparecida a pagar promesas, lo que muchas veces implica «entregar el arma a la santa». Son personas que escaparon de un enfrentamiento armado, tuvieron un pariente asesinado por arma de fuego o agradecen así una gracia recibida. Como la patrona de Brasil
no desciende del altar para recibir la ofrenda, entonces el peregrino la vende allí, a precio barato.

El mes pasado unos ladrones entraron en la casa de mi hermano. A pesar de los perros y sistemas de control y alarma, los delincuentes simplemente estacionaron el Renault con vidrios oscuros atrás del coche de mi hermano cuando este salía del garaje. Hicieron una limpia.

La mayor insistencia fue que la víctima les entregara el arma. No había. Sólo creyeron cuando mi hermano les dijo: «Revisen todo. Si encuentran, pueden darme un tiro con ella».

Es eso. Quien compra armas y municiones en el comercio legal aprovisiona el comercio ilegal. Y a los delincuentes. ¿Y cuántas personas conoce usted que, al ser asaltadas, reaccionaron ante los delincuentes? Conozco al menos media docena. Ninguna de ellas enfrentó armada al asaltante. O porque la arma estaba escondida en un lugar de difícil acceso (y, como dice el Evangelio, el ladrón no marca hora), o porque verificaron que el poder de fuego de los agresores era mayor.

Todos, enseguida, se libraron para siempre de sus armas.

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EL REFERENDO

Votar «no» a la prohibición del comercio de armas es favorecer la industria de la muerte, esa que fabrica armas y municiones. Capital que debería ser invertido en la vida, como en productos agrícolas o a favor de la salud y la educación.

Con la prohibición del comercio, habrá menos adquisiciones legales de armas. Eso no reducirá el número de asaltos. Pero disminuirá el número de armas robadas para que sean utilizadas por delincuentes. Los que entraron en la casa de mi hermano salieron con las armas que trajeron, sin aumentar su arsenal particular.

Incluso con la prohibición, armas continuarán llegando a Brasil vía contrabando y vía corrupción policial-militar. Como la droga. Es prohibida, pero no por eso deja de ser encontrada por quien la busca.

Estoy de acuerdo que la cuestión está más abajo: ¿cómo reducir la violencia? ¿El número de delincuentes? Veo dos caminos: la escolaridad y la educación.

SIN EMBARGO, NO CONFUNDIR

Aparentemente se trata de la misma cosa. Dulce engaño. Hay en estas dos capitales, Río y São Paulo, 2.3 millones de jóvenes, de entre 14 y 24 años, que no terminaron la educación básica. Cerca de un 80% de los asesinos provienen de ese contingente. Y también un 80% de los asesinados.

La escolaridad, sin embargo, no es suficiente. Hay quienes poseen título de doctorado y carecen de educación. Como los científicos que fabrican bombas, minas de guerra, armas bacteriológicas y gases letales, instrumentos de tortura y sillas eléctricas.

El país más violento del mundo es el más rico y más avanzado técnica y científicamente: Estados Unidos. Sus prisiones guardan a 2 millones de personas. Varios estados adoptan la pena de muerte. Y nada de eso hace
disminuir la violencia.

Hay en Estados Unidos una cultura de muerte, desde el uso infantil de videojuegos de guerras virtuales a la banalización de las armas de fuego, sumada al individualismo exacerbado y al espíritu belicista del gobierno. Una educación para la paz supone abrazar los valores evangélicos del perdón, de la compasión, de la solidaridad y, sobre todo, de la justicia.

Tal vez usted, que piensa en votar «no», continúe decidido a no poseer jamás un arma. Pero, la industria bélica agradece su voto. Inclusive los delincuentes que, a través de personas «legales» (novias, parientes o amigos bajo amenaza), continuarán adquiriendo armas. Lo que se volverá más difícil en caso de que triunfe el «sí», prohibiendo en Brasil el comercio legal
de armas y municiones.

PONERSE EN MARCHA CIUDADANA

El referendo del 23 de octubre es una conquista de la sociedad. Pero no es suficiente. Ahora deberíamos movilizarnos para decidir si el gobierno debe o no invertir no menos del 15% del PIB en educación. Los países asiáticos, como demostró el Jornal Nacional este mes, salieron destrozados de la guerra y se convirtieron en potencias invirtiendo del 12% al 19%.

Brasil invierte sólo un 4,4%. Una bobada. Es preciso, como mínimo, duplicar el tiempo del alumno en la escuela, el salario de los profesores, el número de escuelas y bibliotecas públicas, y la calidad de la enseñanza.

Me quedo con Jesús: «Amaos los unos a los otros». Y no con la industria bélica: «Armaos los unos a los otros».

Opinión publicada gracias al Servicio Informativo Alai-amlatina. Agencia Latinoamericana de Informacion (ALAI: http://alainet.org).
Imagen de Frei Betto corresponde, en el cuerpo de nota, a una fotografía de Carlo Gubitosa obtenida en el portal italiano: www.peacelink.it).

CARTA AL CHE GUEVARA

Nuevo Diario de Managua)

Querido Che:
Ya pasaron muchos años desde que la CIA te asesinó en las selvas de Bolivia el 8 de octubre de 1967. Tenías 39 años de edad. Tus verdugos pensaban que, al acribillarte a balazos, pues te capturaron vivo, condenarían tu memoria al olvido. Ignoraban que, al contrario de los egoístas, los altruistas nunca mueren.

Los sueños libertarios no se confinan en jaulas como pájaros domesticados. La estrella de tu boina brilla más intensa, la fuerza de tus ojos guía a generaciones por los caminos de la justicia, tu semblante sereno y firme inspira confianza a quienes combaten por la libertad. Tu espíritu trasciende las fronteras de Argentina, Cuba y Bolivia y, cual llama ardiente, inflama todavía hoy el corazón de muchos.

En estos treinta y seis años ha habido cambios radicales. Cayó el muro de Berlín, sepultando el socialismo europeo. Muchos de nosotros sólo hasta ahora comprendemos tu osadía al señalar, en Argelia en 1962, las hendiduras de los muros del Kremlin, que nos parecían tan sólidos.

La historia es un río veloz que no respeta obstáculos. El socialismo europeo intentó congelar las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo, la incapacidad de extender a la vida diaria el avance tecnológico propiciado por la carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista que no hundía sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos: los trabajadores.

Quién sabe si fuera otra la historia del socialismo si hubiesen prestado atención a tus palabras: «El Estado a veces se equivoca. Cuando sucede uno de esos errores, se nota una disminución del entusiasmo colectivo debido a una reducción cuantitativa de cada uno de los elementos que lo forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el momento de rectificar».

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Che, muchos de tus recelos se confirmaron a lo largo de estos años y han contribuido al fracaso de nuestros movimientos de liberación. No te escuchamos lo suficiente. Desde Africa escribiste en 1965 a Carlos Quijano, del periódico Marcha de Montevideo: «Déjeme decirle, a costa de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario es guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un auténtico revolucionario sin esta cualidad».

Algunos de nosotros, Che, abandonaron el amor a los pobres que, hoy, se multiplican en la Patria Grande latinoamericana y en todo el mundo. Dejaron de guiarse por grandes sentimientos de amor para ser absorbidos por estériles peleas partidarias y, a veces, hacen enemigos de los amigos, y de los auténticos enemigos aliados. Minados por la vanidad y por la disputa de espacios políticos, ya no tienen el corazón inflamado por los ideales de justicia.

Se mantienen sordos a los clamores del pueblo, perdieron la humildad del trabajo de base y ahora trocan utopías por votos.

Cuando el amor se enfría, el entusiasmo disminuye y la dedicación se apaga. La causa como pasión desaparece, igual que sucede con el romance en una pareja que ya no se ama. Lo que era «nuestro» resuena como «mío» y las seducciones del capitalismo ablandan los principios, cambian los valores y, si todavía proseguimos en la lucha, es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética del servicio.

Tu corazón, Che, latía al ritmo de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste de Argentina a Guatemala, de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo, del Congo a Bolivia. Saliste todo el tiempo de ti mismo, ardiente de amor que, en tu vida, se traducía en liberación. Por eso podías afirmar con autoridad que «es preciso tener una gran dosis de humanidad, de sentido de justicia y de verdad para no caer en extremismos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Es necesario luchar todos los días para que ese amor a la humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan de ejemplo, de movilización».

¡Cuántas veces, Che, se resecó nuestra dosis de humanidad, calcinada por dogmatismos que nos hincharon de certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad hacia los dramas de los condenados de la tierra! ¡Cuántas veces nuestro sentido de verdad cristalizó en ejercicio de autoridad, sin que correspondiésemos a los anhelos de quienes sueñan con un pedazo de pan, de tierra y de alegría!

Tú nos enseñaste un día que el ser humano es el «autor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y de miembro de la comunidad». Y que éste no es «un producto acabado. Los vicios del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que estar haciendo un permanente trabajo para erradicarlos».

Quizá nos ha faltado destacar con mayor énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, las ansias espirituales. Con tu agudo sentido crítico tuviste cuidado de advertirnos que «el socialismo es joven y contiene errores.

Los revolucionarios carecen muchas veces de conocimientos y de la audacia intelectual necesarios para encarar la tarea del desarrollo del hombre nuevo por métodos distintos de los convencionales, pues los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad en que nacieron».

A pesar de tantas derrotas y errores logramos conquistas importantes a lo largo de estos treinta años. Los movimientos populares irrumpieron en todo el continente. Hoy en muchos países están mejor organizadas las mujeres, los campesinos, los obreros, los indios y los negros. Entre los cristianos, una parte significativa optó por los pobres y creó la Teología de la Liberación.

Sacamos importantes lecciones de las guerrillas urbanas de los años 60, de la breve gestión popular de Salvador Allende, del gobierno democrático de Maurice Bishop en Granada, masacrado por las tropas norteamericanas, de la ascensión y la caída de la revolución sandinista, de la lucha del pueblo de El Salvador. En Brasil llegó al gobierno el Partido de los Trabajadores, con la elección de Lula, en Guatemala las presiones de los indígenas van conquistando espacios significativos, en México los zapatistas de Chiapas ponen al desnudo la política neoliberal.

Hay mucho que hacer aún, querido Che. Conservamos con cariño tus mayores herencias: el espíritu internacionalista y la revolución cubana. Ambas se intercalan hoy como un solo símbolo.

Comandada por Fidel, la revolución cubana resiste al bloqueo imperialista, la caída de la Unión Soviética, la carencia de petróleo y los medios que tratan de satanizarla. Resiste con toda su riqueza de amor y de humor, salsa y merengue, defensa de la patria y valorización de la vida. Atenta a tu voz, ella desencadena el proceso de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada, a pesar de todas las dificultades actuales, en hacer realidad el sueño de una sociedad en la que la libertad de uno sea la condición de justicia del otro.

Desde donde estás, Che, bendice a todos cuantos comulgamos en tus ideales y tus esperanzas. Bendice también a los que se cansaron, se aburguesaron o convirtieron la lucha en una profesión en beneficio propio. Bendice a quienes tienen vergüenza de confesarse de izquierda y de declararse socialistas.

Bendice a los dirigentes políticos que, una vez destituidos de sus cargos, nunca más visitaron una favela ni apoyaron una movilización. Bendice a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que aparentaban fuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo que los domina.

Bendícenos a todos nosotros que, ante tanta miseria como queda por erradicar de las vidas humanas, sabemos que no nos queda otra vocación, sino la de convertir los corazones y las mentes, revolucionar la sociedad y los continentes. Bendícenos especialmente para que todos los días seamos motivados por grandes sentimientos de amor, de forma que podamos recoger el fruto del hombre y de la mujer nuevos.

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Escritor, teólogo, autor de Alfabetto- Autobiografía Escolar» (Ática), entre otros libros.

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