CABECITA NEGRA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El tema se me vino a la cabeza por tres acontecimientos casi simultáneos. La molestia del gobierno chileno con su congénere de España por el mal trato que están recibiendo compatriotas que viajan a Madrid, fue el primero. Después, en la televisión vi la agresión de que sufrió una inmigrante ecuatoriana en el metro de Barcelona. Y, finalmente, me enteré de las medidas de control de inmigración que está impulsando Nicolás Sarkozy, en Francia. Son tres asuntos unidos por un mismo cordón: la intolerancia, el racismo.

No es nuevo el rechazo al distinto. Nos acompaña desde el momento mismo en que las relaciones de poder marcaron el entendimiento entre los seres humanos. No está en nuestra naturaleza, porque no es natural el manejo que se hace del poder, ni la pleitesía que se le rinde. Pero lo que más llama la atención es que este tipo e manifestaciones surjan cuando a nivel mundial se propalan las ventajas de la globalización, de la apertura, de la facilidad de movimiento para los capitales.

Las dificultades de los chilenos en España son bastante más serias de lo que los españoles quieren que creamos. Se habla de 645 deportados, contra los 46 mil que ingresaron sin problemas este año. Pero lo que no se dice es que son miles los compatriotas que han debido soportar malos tratos de una policía irrespetuosa y arrogante. (Muy parecida, entre paréntesis, a la que tienen que soportar peruanos, bolivianos o ecuatorianos cuando llegan a nuestras fronteras).

El canciller español, Miguel Ángel Moratinos, puede dar todas las explicaciones que estime convenientes, pero no hay que olvidar que tienen el dejo de la diplomacia. O sea, de la frase suave y políticamente correcta, pero no necesariamente verdadera.

Para los españoles somos “cabecitas negras”, personajes de segunda categoría, cuando los visitamos. Allá, en su país, no nos quieren tal vez por el “peligro” de que deseemos quedarnos y aparezcan más cabecitas negras en un futuro cercano. El problema no se presenta, en cambio, cuando los españoles vienen a Chile a hacer negocios. Ahí nos transformamos en personajes muy respetables. En estos tiempos globalizados, el cliente es más importante que un ser humano a secas.

Sin embargo, cuando los latinoamericanos están allá son maltratados, como la joven ecuatoriana golpeada por un muchacho catalán en el subterráneo barcelonés. Su falta fue ser inmigrante y encontrarse en el mismo vagón con un racista español. Cierto, no todos los españoles son racistas, pero nosotros somos todos cabecitas negras.

El gobierno ecuatoriano del presidente Rafael Correa no dejó pasar la afrenta. Protestó de inmediato, y su canciller, María Fernanda Espinosa, viajó a Barcelona para hacer ver su malestar a las autoridades y darle apoyo a su connacional. Es la actitud que corresponde. Porque en España se producen alrededor de 4 mil agresiones al año contra extranjeros. Un alto porcentaje de éstos son latinoamericanos.

Frente al racismo, lo que se impone es la reciprocidad. No del golpe brutal, porque eso rebaja al mismo nivel del racista. Pero sí mandar mensajes inconfundibles. ¿Qué pasaría si a los mercaderes españoles no les compráramos los servicios que nos venden? Los clientes chilenos de la Telefónica o de las autopistas concesionadas ¿no somos cabecitas negras?

Pos otra parte, pareciera que el signo ideológico es descartado cuando se trata de racismo. El conservador Nicolás Sarkozy impulsa en Francia medidas claramente discriminatorias para dificultar la inmigración. Su propuesta es rechazada por socialistas y comunistas galos. Pero los malos tratos en España provienen del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, líder del Partido Socialista Obrero Español.

El racismo, la discriminación, la exclusión, el fundamentalismo, son manifestaciones que nos ha devuelto la posmodernidad. Vienen de la mano de la economía de mercado y parecen ser un desmentido frente a un mundo globalizado. Pero no lo son. Forman parte del mismo paquete en que el ser humano es tratado como un objeto al que hay que exacerbar el consumismo.

Los cabecitas negras deberíamos sacar de esto algunas lecciones. Porque tenemos a nuestros propios cabecitas negras. Son algunos de los vecinos. A los chilenos y chilenas de clase media que retuvieron durante horas en Barajas, París o Nueva York ¿les seguirá molestando ver tanto peruano en la Plaza de Armas? ¿Todavía dirán, en tono despectivo, que «los indios se tomaron el centro de Santiago»?
Si el racismo en carne propia no los hace reflexionar, es que la tintura de sus cabelleras se les filtró a la materia gris.

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foto

* Periodista

wtapiav@vtr.net.

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