Chile. – EL DÍA DESPUÉS DE LA TORMENTA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En la mitad de la década de 1981/90, cuando el desgaste de las dictaduras latinoamericanas abría paso a un nuevo periodo de remedos democráticos tan típicos de nuestro continente, Chile representaba para EEUU un problema aparte que requería también una solución especial.

La dictadura de Pinochet, impuesta desde el norte, había recurrido a toda ferocidad posible para cumplir su principal misión, que fue desmantelar la conciencia política progresista del pueblo chileno. Pero el auge de las protestas de carácter insurreccional –que caracterizaron los comienzos de esa década– mostraron el gran fracaso de la dictadura en ese terreno, creciendo cada vez más la amenaza de un bogotazo de consecuencias impredecibles, entre las cuales no se descartaba para Chile una solución a la nicaragüense.

La mano mora del imperio

Fracasado el camino de la represión para frenar la insurrección, vino entonces la maniobra exitosa urdida por Wáshington de forzar la salida del dictador a cambio de una democracia protegida de la cual se excluyera al Partido Comunista, en esos años todavía el principal enemigo de Estados Unidos; hay que recordar que al momento de la maquinación, entre 1985 y 1987, existía aún el sistema socialista de naciones.

El logro obtenido por la estrategia norteamericana se nutrió de la debilidad de un Partido Socialista carcomido por las divisiones y un Partido Comunista sin capacidad de maniobrabilidad política y obnubilado por la ilusión de las armas. Surgió entonces la Concertación de Partidos por la Democracia que aceptó el trato abriendo paso a una democracia tutelada por el militarismo, que reemplazó a la dictadura de la manera que todos conocen.

Quienes se atreven a analizar ese momento se dividen entre los que justifican la aceptación concertacionista del fardo cerrado que heredaron de la dictadura como mal menor, y los que piensan –por las consecuencias posteriores de las cuales la última ha sido este levantamiento estudiantil– que la Concertación se apresuró demasiado en poner las muñecas para ser esposada pues el “zeitgeists”, el espíritu del tiempo llamado así por los alemanes, empujaba inexorablemente el mango de la sartén a manos de los demócratas en casi todo el continente latinoamericano.

Pero a pesar de haber aceptado las condiciones impuestas desde el norte, el destino de la democracia chilena pudo haber cambiado si la Concertación hubiera optado por una maniobra audaz, por ejemplo llamando a un plebiscito, mismo si éste no estaba contemplado en una Constitución que tenía claramente marcado el signo de la dictadura. Incluso desde el punto de vista internacional, al derrumbarse la estantería del socialismo real en el mundo, se contaría con el apoyo de Estados Unidos convertido ahora en un hipócrita defensor de la democracia que quitaba el piso a todas las satrapías que en Latinoamérica le sirvieran antes sin condiciones.

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El precio de los cobardes

No ocurrió, sin embargo, así. El gran error de la Concertación fue su actitud pusilánime, timorata, disfrazada de prudencia que ahora empieza a pagarse al más alto precio que significa el desprestigio de su gestión a manos de una derecha que cosecha las ganancias del fraude que significó la «transición chilena a la democracia».

¿Fue verdaderamente por cobardía? Analicemos uno de los fantasmones inesperados que emergió de pronto ante los ojos del país levantado por la lucha estudiantil: la educación. Para nadie es un secreto que la educación en Chile se convirtió con Pinochet en uno de los negocios más lucrativos del mercado.

La planificación para derrumbar el modelo estatista de la enseñanza que, con altibajos, había funcionado como un derecho fundamental de los jóvenes, se realizó concienzudamente para favorecer a los especuladores de la enseñanza. Es así como dueños de colegios de alta alcurnia, de universidades, preuniversitarios e institutos, muchos de los cuales son también militantes de la Concertación, se lucran hoy a manos llenas como ha ocurrido también con la venta de la salud en el mercado y la entrega de la previsión a la voracidad agiotista de las AFP.

Visto en el marco de los grandes negocios que hoy se hacen bajo el alero de la LOCE –último «regalo griego» de la dictadura– es comprensible que el problema se soslayara incluso por los que tenían el deber político de corregirlo. Hasta antes del terremoto de los “pingüinos” casi nadie, salvo los favorecidos, había oído hablar de la LOCE, la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza. Menos se sabía que ella había sido planificada por la derecha y promulgada por Pinochet 24 horas antes de entregar el mando en 1990.

El tema era ignorado hasta el punto que ni el candidato de la Derecha más demagógica, Piñera, ni la propia Bachelet, incorporaron en su programa la única solución de fondo al problema educacional en Chile: la derogación de la LOCE y su reemplazo por una normativa de auténtico retorno a la educación como un derecho para todo el pueblo.

Se hace camino al andar

Es tan sorprendente esta comedia de equivocaciones que los propios estudiantes, desde los dirigentes de base que se foguearon al calor del paro hasta la gran masa estudiantil en Santiago y en provincia, no sólo no conocían ni siquiera la sigla del mamotreto educacional inventado por la derecha pinochetista, sino que comenzaron su movimiento enarbolando otros argumentos como los más significativos entre sus reivindicaciones.

Eran asuntos de sensibilidad inmediata y al alcance de la comprensión de cualquiera, como el pase escolar sin costo y sin restricciones horarias para su uso, y la gratuidad de la PSU ojalá para todos los estudiantes, todo lo cual no representaba problema para el gobierno concederlo, salvo la tozudez proverbial del Ministerio respectivo, como quedó demostrado a poco andar del conflicto. La LOCE como objetivo central del movimiento, se fue perfilando a medida que éste avanzaba y se probaba como exitoso en la obtención de una solución para esos otros temas ya mencionados.

Esta incorporación paulatina de propuestas de mayor trascendencia tiene, sin duda, un inmenso valor si se toma cabal conocimientos de sus causas y se orienta, además, hacia un objetivo global de la sociedad chilena, que es desmantelar las secuelas de injusticias aberrantes dejadas por la dictadura y en lo que la Concertación continúa claudicando de manera vergonzosa. Y es aquí también donde, a nuestro juicio, la artillería estudiantil no puede equivocar el blanco pues sienta un precedente que, en un futuro que creemos muy cercano, puede traer serias consecuencias a la realidad sociopolítica del país.

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La lucha social y política de los estudiantes

El movimiento estudiantil en Chile, más que en ningún otro país de Latinoamérica, despertó tempranamente a la lucha social marcando momentos cruciales, entre los cuales se cuenta la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez que, el 26 de julio de 1931, fuera derribada por la acción mancomunada de trabajadores y estudiantes.

Incluso durante el periodo de la Unidad Popular, independientemente de la distancia de las posiciones de cada cual, el movimiento estudiantil secundario jugó un papel político preponderante a ambos lados de la trinchera, dividido en dos posiciones violentamente enfrentadas: la FESES de la Unidad Popular –encabezada por Camilo Escalona– y la fracción opositora que dirigía el democratacristiano Guillermo Yunque. Para no ir más lejos, baste revisar el papel jugado por los secundarios durante la dictadura, sobre todo en los últimos años, que les costara incluso la vida a algunos de ellos, muy bien documentado en el filme testimonial Actores Secundarios.

¿Cuál es el factor común de todos estos hitos de la lucha estudiantil, independiente, como dijéramos, de la posición que ellos representaran? Ese factor fue siempre una clara posición política frente a los grandes problemas que los aquejaban, y que no eran sino el reflejo, igual que ahora, de los grandes males que afligían a la sociedad entera en el momento histórico en que ocurrían.

La dirigencia estudiantil actual, en cambio, si bien en la forma enarbola problemas concretos de gran sensibilidad sobre todo para los estudiantes de bajos recursos, no visualiza la responsabilidad política que significa proyectar un movimiento de tanta envergadura hacia un objetivo equivocado, so pretexto de no politizar lo que en la forma aparece como un movimiento netamente gremial.

Una amnesia muy conveniente

A la luz de sus resultados veamos este supuesto “apoliticismo” de la rebelión de los pingüinos. La inmensa mayoría de los estudiantes secundarios del país, con su dirigencia a la cabeza, convirtieron al gobierno de Bachelet, y por lo tanto a su expresión política la Concertación, en el culpable absoluto de la realidad que vive la educación chilena.

En el otro extremo, para usar un término juvenil, la derecha pasaba “piolísima” manteniéndose en los extramuros del conflicto, dosificando sus intervenciones todas las cuales apuntaban a azuzar al estudiantado contra el gobierno, para lo cual contaban con dirigentes UDI que junto a otros de militancia comunista, oh, maravillosa democracia gremial “por abajo” como la bautizaron algunos, colaboraban en la amnesia colectiva que borraba de una plumada el tenebroso pasado de los verdaderos culpables del descalabro de la educación.

Ni un solo letrero colgado de los colegios o enarbolado en las marchas callejeras, ni una sola alusión en las declaraciones y discursos encendidos de la dirigencia ayudaba a esclarecer a esta juventud quinceañera los reales fundamentos del inmenso movimiento de masas que estaban protagonizando.

La derecha, en una de sus más claras demostraciones de impudicia, se da el lujo en estos días de “interpelar” ministros para que respondan –nótese el término– del por qué la educación se encuentra en el punto crítico en que hoy está. He ahí la “apolitización” de la simpática rebelión de los pingüinos.

Reconozco que a esta altura la gran mayoría de los que han soportado hasta aquí la lectura de este artículo estarán pidiendo la hoguera para el columnista. De una parte los concertacionistas reblandecidos, que fueron incapaces de desmantelar la entelequia que les endilgara la derecha y por la cual lloran hoy sus tribulaciones, y por la otra, la inefable izquierda extraparlamentaria que quiere a todo trance ver en el reciente movimiento estudiantil a “la Comuna de París”, al “mayo chileno” marchando por el Barrio Latino, o, lo que es peor, a la democracia “desde abajo”, aplaudiendo extrañamente también el apoliticismo que impide a los jóvenes nacidos apenas ayer, conocer los alcances de la tragedia heredada de la dictadura y que va mucho más allá del horror de los muertos, desaparecidos y exiliados.

Sólo la derecha, como el perro «Patán”, ríe sotto voce”contando las ganancias obtenidas del apoliticismo del movimiento estudiantil, que son mucho más valiosas que unos cuantos escaparates y fachadas bancarias rotas por estos “simpáticos pingüinos”.

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* Escritor y científico chileno.

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