Chile: La patria insospechada

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Rodrigo Lara Serrano, en su libro La patria insospechada (Catalonia), nos conduce por “episodios ignorados de la historia de Chile” de manera amena y sintética. En el volumen circulan personajes como José Miguel Carrera, Vicente Pérez Rosales y Bernardo O’Higgins. Incluso se narra una curiosa historia sobre las sopaipillas. El autor es periodista de la Universidad de Chile, escritor y dibujante. Participó en el taller del escritor José Donoso y en 2014 fue uno de los ganadores del Concurso de Cuentos Revista Paula. Ha publicado Antes de la ventura (Editorial Beatriz Viterbo, Argentina) y Diario íntimo del correcaminos (Ediciones B, Chile). Es editor ejecutivo de la revista América Economía y fue corresponsal de El Mercurio en Argentina en las áreas de política, economía y sociedad. Vive actualmente entre Buenos Aires y Santiago.

-¿Cómo surge la selección de estos episodios “insospechados” de nuestra historia?

-El primer impulso es la sensación, desde cabro chico, de que aquí hubo antes otra civilización. Los nombres de cerros, plantas, animales, algunas calles venían de otra lengua. Era como estar en los cuentos de Crónicas marcianas de Ray Bradbury: acá existió otro mundo y ha desaparecido, que nuestros antepasados, los invasores, destruyeron. Es cierto que genéticamente somos mayoritariamente, de la clase media hacia abajo, herederos de los ‘marcianos’ sobrevivientes, pero en la práctica se vivía el desprecio automático por lo indio: el ‘no seai indio’. La negación de que algo importante viniera de ahí.Resultado de imagen para Rodrigo Lara Serrano historiador

Supongo que a los últimos treinta años del siglo XX, cuando se los mire de lejos, se los va a ver como una época muy loca: reinaba esta mirada paranoica de que el mal venía de afuera, de ‘las ideas foráneas’ y, a la vez, que el mundo físico y el pasado indígena ‘valían callampa’. Y ¿qué era lo que estaba en medio de ese sándwich? Cosas muy pobres: que la Patria sería el orden en las calles y la libertad de comprar y vender.

Pero por las grietas de esa mirada se colaban cosas raras: me acuerdo de una nota de la Revista del Domingo que hablaba de un tipo que recorría Chile ‘ordenando’ baldíos. Salía una foto de un hoyo pelado en la tierra que el gallo había bautizado como El peso chileno. Entonces alguien se acordaba de la gran caminata de miles y miles de desempleados del salitre desde las salitreras a Santiago. Que ese gallo tal vez era uno de los últimos de esos andarines que por cientos se quedaron para siempre deambulando por el país, haciendo de temporeros o enceradores de pisos. O, de repente, alguien nos sorprendía con que la mitología chilote estaba calcada en gran parte de la catalana del siglo XV. También con que Allen Ginsberg y Evgueni Evtushenko, habían paseado por un Chile cercano, pero que ya comenzaba a parecer otro mundo.

Después me fui de Chile y cierta conexión de una parte de la familia de mi padre con el sur-sur, no siempre feliz, me mantenía pensando en el pasado. Empecé a comprar libros de cronistas y viajeros: El naufragio de la fragata Wager, por ejemplo. O a leer a Barros Arana y resultó que estaban llenos de historias fascinantes. Y no necesariamente menores: que la Capitanía del Reyno de Chile había sido espantosamente corrupta, con asesinatos, robos, envenenamientos, que eran más los soldados que morían ahogados o como desertores que por guerrear con los mapuches. Así empezó la sorpresa.

Finalmente, pasó que una revista quería hacer unas columnas y me encargaron que se las ofreciera a varias personas, pero todos se excusaron y me dijeron: ‘Si no te conseguiste a nadie, las vas a tener que hacer tú’. Y ahí decidí que podía contar estas historias. Después la cosa se agrandó y terminé reescribiéndolas y agregando otras para el libro”.

Historiadores vs. periodistas y otros

Resultado de imagen para Rodrigo Lara Serrano-Hay capítulos curiosos en el libro. Por ejemplo, “El enigma de las sopaipillas” o “Las manzanas sísmicas de Darwin”. ¿Cómo llega a enterarse de estas historias?

-Lo de Darwin está en un libro de la Editorial Universitaria que cuenta el paso de él por Chiloé, Valdivia y Concepción. Cuando fue el terremoto de 2010 de pronto se me ocurrió que, al menos que yo supiera, nadie había conectado la función de los terremotos en la política chilena. Y justo había releído la parte de Recuerdos del pasado en que Vicente Pérez Rosales cuenta cómo el terremoto de noviembre de 1822 fue usado por la Iglesia Católica y los grupos anti o’higginistas para impulsar la caída de su gobierno.

Lo de las sopaipillas viene de que soy goloso, y por haber vivido de chico en Chillán me quedó esto de las comidas previas al mundo MacDonalds/completo como base de la dieta. Luego, en Pineda y Bascuñán apareció un fragmento con la existencia de sopaipillas con más ingredientes y fue un eureka: ‘Pero claro, seguro que las sopaipillas tenían más cosas y eso se perdió’. Al respecto hay una anécdota linda a raíz de la salida del libro: fui a una radio, y se habló de esa crónica. Lamenté ahí que se hubieran perdido estas opciones y apenas salgo, la radio controladora me dice que su abuelita hace humitas con porotos. Plato que si uno lo piensa bien ya en sí es una maravilla, y con una salsa de algo encima te lo venderían como un plato exótico mexicano sin problemas”.

¿Cree que el estilo coloquial -y con bastante humor en algunos pasajes- que utiliza, es un plus con respecto a los libros de historia “oficiales”?

-“El estilo coloquial y el humor siempre ayudan, pero pueden hacer que un texto envejezca si la cultura de la época cambia. Ahora, no sé si habrá mucho ‘humor’ en la Historia con ‘H’ mayúscula, pero de lo que sí estoy seguro es de que hay mucha ironía. Por un lado hay cosas muy sólidas que duran siglos y siglos: las ‘Economías-Mundo’ como diría Ferdinand Braudel (si no, miremos a Chile mismo: hoy, como en el siglo XVI, subordinado a ‘centros’ civilizatorios lejanos). Y por otro, las peripecias de la lucha por el poder, los tipos humanos, las codicias se repiten y también la complejidad: nadie sabe para quién trabaja, a nivel más sencillito, siempre hay carambolas inesperadas”.

-Ultimamente han surgido polémicas por libros como el suyo, con críticas de historiadores que han cuestionado que periodistas, sociólogos, filósofos, etc., incursión en el campo de la historia. ¿Qué opinión le merece?

-“Ellos se confunden. Los historiadores andan en un Fórmula 1 o en un Tesla y nosotros en un triciclo: pero un triciclo puede ser, y es, muy bueno para aprender nociones de equilibrio, aceleración y frenada. O para que alguien pueda tener una imagen en movimiento de la historia de su comunidad, especialmente si no se va a subir nunca a un Fórmula 1. Muchos de los historiadores se quedan en una cosa nominalista: como el marketing de la tapa dice ‘Historia’ piensan que corremos en la misma carrera, pero son carreras distintas. De todas formas, el interés en la idea de historias ‘secretas’ o ‘insospechadas’, más allá de la picaresca algo inocentona a estas alturas de los editores que presionan por esos nombres para vender más, agarra vuelo por el desencanto sobre el estado de las cosas en Chile. El sueldo promedio en Chile hoy es de 340 mil pesos y la integración social se da por el consumo. Entonces, sí, compadre, ‘soy lo que puedo consumir’, es inevitable que surja una sensación de estafa, por mucho que sea cierto que nunca hubo tanta gente vacunada, alfabetizada, con auto propio y consumiendo carne de vacuno, porque en la lógica del individualismo posesivo la gente quiere más: especialmente acceder a parte del bienestar de las elites, que sí viven a un nivel de país desarrollado.

Un problema del que tenemos que hacernos cargo los que escribimos a partir de la Historia pero no hacemos Historia académica, es el riesgo de querer caricaturizar las cosas y decir hay diez familias dueñas del país y son las mismas desde 1810 y que desde esa época conspiran para seguirlo siendo. No son las mismas y el problema no son tales o cuales familias, el problema es la cultura hecha carne en todos nosotros, la que nos dice que la raza es la mala, que el chileno es bueno para el trago y no hay nada que hacerle, que para qué vamos a fabricar nada si con el campo y la minería alcanza, que el chileno es flojo y saca la vuelta… El problema es que ésta es una sociedad extractivista, su manera de integrarse al mundo es la misma desde el siglo XVII: saco cosas de la naturaleza y las vendo crudas o casi crudas. Nos mentimos diciéndonos que los berries envueltos en no sé qué plástico que los deja respirar es high tech, y entonces es un producto agroindustrial, pero no hay tal. La economía como está organizada no genera alzas de productividad aceleradas para arribar al desarrollo, y eso no tiene nada que ver con la reforma impositiva o los permisos medioambientales. Vamos a tener problemas por baja productividad y alta desigualdad de ingresos: es muy ‘colonial’. Todavía vivimos bajo el hechizo de Felipe II, como titulé una de las crónicas”.

De verdades y monumentos

-Joaquín Edwards Bello -autor del libro “Mitópolis” (1973)- decía que “poseemos una enorme capacidad para demoler los hechos verídicos y cubrir el lugar con una pátina de leyenda, de magia, de ultratumba…”. ¿Concuerda con esta afirmación?Resultado de imagen para Rodrigo Lara Serrano

-“Bueno, está esa afirmación magnífica: están las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas económicas. Por supuesto que concuerdo. El tema es que la verdad de los hechos es muy difícil de mirar de frente, para las personas, los grupos, los países. Entonces buscamos escamotearla. En 1890 la elite chilena comentaba a los extranjeros que pronto parte de Bolivia y hasta alguna provincia argentina pasarían a ser parte de un Chile poderoso y magnífico. En 1908 en Chile se gastaba en educación pública menos que en la ciudad de Cincinnati o Boston. En 1930 el país estaba quebrado, pero en vez de aprender comenzamos a culpar al Komitern ruso o a Langley, Virginia. Y no es que Chile no fuera un peón sacrificable en el ascenso a la hegemonía de EE.UU. o, después, en la guerra fría; es que en nuestra cortedad mental como sociedad no pudimos maniobrar, como sí lo hicieron países que pasaron incluso peor, como Corea del Sur o Noruega, para obtener una vida mejor para las mayorías”.

-¿Cree que en nuestra historia existen muchos señores-estatuas sin méritos para serlo?

-“Creo que más habla de Chile la fealdad constante de la mayoría de los monumentos: sean de 1840 o de 2015. El mástil que dejó el ex presidente Piñera frente a la Moneda me da vergüenza ajena. Ahí existía una fuente en los 60. Da para hacer un resumen del cambio de sensibilidades: de una cosa horizontal, blanda y con chorros móviles, festiva, a un tubo metálico monstruoso y erecto, digno de país adolescente. Es como la torre de Paulmann: muestra un desprecio por el entorno muy decidor. Lo genial hubiera sido, aun buscando espectacularidad a lo macho, que fuera una torre-puente que cruzara el Mapocho. Como quedó, es una torre que coquetea con la distopía.

Paulmann, más allá de lo que sea como persona en su vida privada, es avaro con la grandeza del agradecimiento: la torre no le agradece al Chile que le permitió existir: se impone a él. Por eso los chistes que se hacen del parecido con la torre de Saurón (de El Señor de los Anillos). No son pura envidia o falta de conocimiento de la arquitectura moderna. La torre será una obra del gran César Pelli, pero es para un país que sólo existe unas pocas cuadras a su alrededor y hacia la cordillera”.

El futuro y la relatividad de los hechos

-De lo que ocurre en la actualidad en Chile, en el plano político, ¿sospecha de algunas “insospechadas” situaciones que podrían ser un futuro libro?

-Me gusta mucho una idea de ese ensayista, filósofo y marxista alemán Walter Benjamin, que dice que el Angel de la Historia le da la espalda al futuro y mira con horror cómo las ruinas de la Historia se acumulan a sus pies a una velocidad espectacular, propulsándolo hacia los cielos. Siempre me imagino a ese ángel dando aletazos para no irse cuesta abajo y sacarse la cresta. De la actualidad chilena es probable que el futuro destaque cosas que nosotros no advertimos. Quizá el desastre de las salmoneras y Chiloé sean vistos como una bisagra, una alarma, el canario que se muere en la mina de carbón alertando de la fuga de gas grisú, cuando el cambio climático nos pegue duro. Y la historia de las ‘cascadas’, en cambio, se olvide por completo.

O, por dar otro ejemplo, si el volcán de Laguna del Maule llega a hacer erupción de acá a diez, doce o quince años, eso va a ser como el terremoto del 60: un antes y un después en la historia de Chile. Es probable que el país se corte en dos, que no se pueda volar durante semanas o hasta meses: pondrá en una prueba de fuego al Estado chileno (¿está la Marina preparada para hacer un puente naval en serio?). Si no la pasa, habrá grandes convulsiones sociales. En ese contexto, hipotético, lo del hijo de la Bachelet quedará como vuelto chico frente al juicio histórico de los sobrevivientes respecto de la organización que este gobierno, y los dos o tres que le sigan, preparen o no para enfrentar un desastre potencial, pero anticipado ya por años”

 

*Publicado en  “Punto Final”, edición Nº 860, 16 de septiembre 2016.

 

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