Chile: ¿mera rebeldía o cambio cualitativo?

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Cristián Joel Sánchez.*

Dicen que las grandes pasiones, vividas “ a concho” como se define en el vocabulario popular, cuando se terminan dejan tras de sí un extraño paréntesis de deflación, de quietud contemplativa, como si el espíritu necesitara retomar aliento, recargar las baterías del alma, antes de la nueva aventura.  “Amor que quiere liberarse para volver a amar”, como lo dijo Neruda de manera mucho más bella. Ocurre, sin duda, en las cosas del corazón —usted lo sabe tanto como el poeta—; pero, ¿es posible extrapolar este sentimiento indefinible a la… política y creer que también un pueblo pueda contraerse luego de una gran pasión?

Durante algunos años Chile vivió un intenso proceso social que no sólo estremeció a Latinoamérica, casi tanto como lo hiciera la Revolución Cubana, sino que proyectó a este país del fin del mundo a un lugar de privilegio en el ámbito planetario por lo inédito de su experiencia.

El pueblo chileno construyó y luego plasmó en la realidad, el gran sueño de la revolución popular y que Allende bautizara como “el socialismo a la chilena”, un poco el adelanto de lo que es hoy la revolución bolivariana que avanza por el continente.  Esta pasión se vivió, efectivamente, “a concho” en uno y otro lado de la trinchera y desembocó, estremeciendo también al mundo, en una de las dictaduras más feroces y repudiadas del planeta.

Luego vino la deflación casi al unísono con la llegada de la democracia en 1990. La más afectada, sin duda, fue la izquierda chilena que se pulverizó de diferentes formas, no tanto por la represión de la dictadura como por el peso del derrumbe del socialismo mundial. De su pasado glorioso sólo subsistió con cierta influencia el Partido Socialista, que se convirtió en una masa informe liderada por supuestos “renovados” que rápidamente comprendieron —y en estos hay que sacarles el sombrero por el ojo oportunista— que apegarse a los tiempos del libre mercado y el neoliberalismo a ultranza, era mucho más rentable que tratar de reconstruir los viejos principios.

Los años del letargo

Sin partidos populares realmente gravitantes, se impuso la táctica adormecedora de la Concertación que duró 20 años, con una fachada de izquierda a cargo del partido socialista, y una base económica complaciente con el modelo mundial de dominio capitalista, lo que convirtió a Chile en un extraño relicto de seudoizquierdistas gobernando en un país que, para EE.UU y el capital mundial, era el mejor ejemplo de neoliberalismo y globalización.

Sin embargo, este letargo social, un statu quo que las leyes que mueven a las sociedades permiten de manera excepcional en cortos tramos de su historia, iba a tener obligadamente un precio para sus gestores, un desgaste del contubernio gobernante que no podía seguir sosteniéndose en la práctica y en el tiempo. Ese precio, traído por el desprestigio de la Concertación, fue  el triunfo político de la derecha que el año pasado ganara el gobierno luego de más de medio siglo sin acceder al poder por la vía democrática.

La táctica de los nuevos gobernantes fue formar, al menos en un comienzo, un equipo ministerial que quiso imitar al “gobierno de los gerentes” como se bautizó a la administración de Jorge Alessandri, el último presidente derechista elegido en 1958. Los ministerios se plagaron de ejecutivos empresariales de vinosos y enrevesados apellidos, desconocidos en el ámbito político, pero muy exitosos en el arte gerencial de profitar de las riquezas nacionales. Empero, a poco andar, comenzaron a demostrar su ineficiencia y su disconformidad con el plan trazado por Piñera basado en un populismo de reformas engañosas destinadas a asegurar la continuidad de la derecha política en el poder.

El derrumbe estrepitoso de la escasa mayoría obtenida en las elecciones, comenzó a ser demostrado en las encuestas que para este mes auguran un porcentaje de apoyo al gobierno de menos del 40%. Este fracaso ha apresurado la caída de la careta populista imponiéndose paulatinamente un accionar de fondo que fortalezca el dominio de los grandes capitales en la economía chilena.

 La hora de los hornos

En la mirada retrospectiva que en el futuro la historia tendrá que hacer de este periodo crucial de la sociedad chilena, se tendrá que considerar el retorno de la derecha al gobierno como el detonante que ha posibilitado un salto cualitativo, un despertar de la otrora potencialidad combativa del pueblo chileno, del sentimiento antiderechista que —lo dijimos alguna vez en otro artículo— en Chile tiene casi un condicionamiento genético.

Hay que tener, sin embargo, extremo cuidado al analizar este despertar que en las últimas semanas ha movilizado a decenas de miles de ciudadanos a las calles, enfrentándose valientemente al aparato represivo del gobierno, reviviendo los viejos tiempos de las protestas antidictatoriales. No se trata de ninguna manera de un sentimiento político claramente definido, ni hay tras ello una intención preconcebida de establecer un cambio social que demuela el edificio del nefasto neoliberalismo a ultranza impuesto por el oportunismo concertacionista y reforzado con la llegada de Piñera al poder.

Las movilizaciones populares de estos días han sorprendido no sólo a la derecha gobernante —que no esperaba un repudio de tal envergadura a sus planes hegemónicos a favor de los grandes consorcio nacionales y trasnacionales—, sino que ha sumido en la perplejidad también a la dirigencia de los partidos integrantes de la Concertación.

A la cabeza de esta gran protesta nacional en contra de las represas de HidroAysén, así como antes en la rebelión de Magallanes contra el alza del gas, aparecen líderes comunitarios de los más variados orígenes: pobladores, estudiantes, trabajadores de un amplio espectro de sindicatos, religiosos, profesionales y sobre todo ecologistas de fervientes principios que se han puesto en la primera línea de las protestas, pagando incluso con golpes y cárcel su espontánea condición de dirigentes.

¿Cuál será el cauce que tomará esta rebelión multitudinaria en la que los jóvenes son el elemento predominante? Es difícil y arriesgado predecirlo. Salvo honrosas excepciones como el diputado Sergio Aguiló, detenido por las fuerzas represivas en las manifestaciones, y el senador Alejandro Navarro que ha protagonizado las principales denuncias contra la corrupción del gobierno de Piñera, el resto de los anquilosados dirigentes de la Concertación mantienen una cobarde prudencia, conscientes de que muchos de los negociados que hoy intenta concretar la derecha desde el gobierno, fueron iniciados por los gobiernos que encabezaron estos dirigentes.

No es de extrañar entonces que de manera solapada —y en algunos casos abiertamente— connotados personajes de la centroizquierda se estén alineando al lado del consorcio propietario de HidroAysén y, por extensión, en flagrante complicidad con la oligarquía gobernante, a pesar de que la última encuesta reconoce que un 74% de la población chilena rechaza el proyecto. Uno de los últimos especímenes en mostrar la cola —aunque con cautela y en modo condicionjal— fue el ex presidente Ricardo Lagos, un “señorón” de la política que se ha considerado siempre como un iluminati que está por sobre la contingencia nacional.

La rebelión de las masas

Finalmente, cabe insistir en este cambio trascendental que sacude hoy a Chile. El día en que el proyecto de HidroAysén fue aprobado por los amanuenses de Piñera, minutos después, sin ningún apronte, de manera totalmente espontánea, diez mil personas se concentraron en el centro de Santiago impulsadas sólo por la indignación que produjo este abuso de poder. El viernes pasado, ahora obedeciendo al llamado de los dirigentes ecologistas, 50 mil manifestantes coparon las calles de la capital y otros tantos miles en 20 ciudades del resto del país.

Y el día antes, el jueves 12, treinta mil estudiantes habían marchado en contra de los negociados de la educación y la falta de recursos de los jóvenes para acceder a la universidad.

Como decimos en los campos chilenos cuando comienzan a agitarse las aguas, “¡agárrate, Catalina, que vamos a galopiar!”

* Escritor.
 

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