Chile. – PARO SOCIAL POR LA EDUCACIÓN PÚBLICA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Mientras esperábamos en la salida principal de la estación Metro Baquedano a que se iniciara la marcha, decidimos dar una vuelta para ver quiénes estaban. Eran las 9.30 y en todo ese sector, donde uno mirara veía estudiantes secundarios ¿Y los profes? De pronto le digo a mi amiga «mira, hay varios con tu pañuelo» (el clásico palestino).

Sí, me dice ella. Lo usamos algunos anarcas.

Seguí preguntando por los profes y una señora bajita con cara de «tía» –apelativo con que en el Chile se llaman a las maestras de educación básica– exclama riéndose: «¡Acá! Hubo un problema de comunicación, como el gobierno cambió a última hora el recorrido…»

Antes de que se agotaran, compré a un vendedor ambulante un silbato de plástico azul. De salida, por el corredor policial dispuesto para vigilar el orden público en resguardo de lo que es privado, un adolescente con dotes histriónicos comentó a un carabinero: «Oiga tío, puchas que les ha tocado duro este año; que los estudiantes, que la molotov en La Moneda, los de la salud y ahora esto».

Hasta el paco se rió.

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Como los profes, que nunca supe cuándo ni por dónde llegaron, encabezaban la marcha, me adelanté varios metros para alcanzarlos. Mi compañera, que no lo podía creer, porque ella quería ir con sus «partners», me siguió, aunque supongo que sintiéndose muy «nerd» la pobre.

A la altura del Mercado Central una cuadrilla de obreros que reparaba el asfalto entró en pánico cuando algunos jóvenes intentaron recoger del material con el que trabajan: piedras. Jorge Pavéz, presidente del magisterio, y un obrero de la cuadrilla con mejor ánimo, amagaron rápidamente el foco.

Todavía en el sector del mercado, un móvil de TVN transmitía en directo el comportamiento de los manifestantes. ¡Digan la verdad, pí, pí, pí! Recuperado el respeto de mi compañera.

Por calle San Martín, pero allá abajo, donde habita uno de los sectores más pobres de Santiago Centro, algunas personas, en su mayoría mujeres de la tercera edad asomadas por las ventanas y albañiles en faena, saludaban con aplausos, medio incrédulos, pero aplausos al fin, el paso de los marchantes.

La entrada a la Alameda fue tranquila. Hasta ahí, presencia de carabineros en cantidad moderada. Pero frente al Ministerio de Educación, a sólo media cuadra de La Moneda, el dispositivo de seguridad multiplicó efectivos y exhibió todo el arsenal con el que estaban dispuestos, porque esa fue la orden, a reprimir cualquier intento de acercarse a menos de 100 metros del «palacio» de gobierno. Léase guanacos, zorrillos, lumas XL, pistolas, buses para transportar detenidos, etc.

Lo que no pudieron hacer, porque éramos muchos, demasiados –¡miles!– fue evitar que ocupáramos la zona de la pista norte de la Alameda que enfrenta al edificio del ministerio. Fue en ese desorden cuando salté la barrera que me impedía caminar libremente por la acera de ese mismo tramo, para verificar la entrada al edificio del presidente del Consejo Metropolitano de Profesores, Jorge Abedrapo, portador del documento con las demandas expresadas por el magisterio al gobierno: reajuste salarial del 5%; indemnización permanente por jubilación; creación de una Superintendencia de Educación; y evaluación del actual sistema de financiamiento y administración de la educación pública.

Carabineros los dejó pasar, pero por un costado del Ministerio. «Ah, ¿no vamos a entrar por el frontis?».

«No, por acá caballeros».

Eran cuatro, y uno de ellos, emocionado, porque ahí estaban, habían llegado, comentó a sus compañeros: «Se portaron bien los cabros».

Post data. Un «amigo de mi amiga», también anarca, me dijo que el pañuelo palestino se llama hata, y que, a propósito de eso, un paco, que al inicio de la marcha revisó la mochila de él y de su hermano, decidió requisar el pañuelo, porque se trataba de un «elemento subversivo». Y por poco, «hasta el polerón que traigo puesto me quitan».

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* Periodista. Editora de Por la Libre (www.porlalibre.org).

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