Chile: Sin partidos, no hay paraíso

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Una cantinela recurrente de los que se reparten históricamente el botín que corresponde a la riqueza de todos los chilenos es que sin partidos, no hay democracia. Y una porfiada realidad se encarga de repetirnos que precisamente los partidos políticos, transformados en maquinarias hechas para la administración del poder que se reparte entre algunos pocos, han perfeccionado un sistema que de democrático tiene el barniz de las elecciones.

De la democracia interna de estas instituciones tan caras para la democracia, mejor ni qué decir. La derecha con su increíble capacidad para adaptarse a todas las condiciones, no tuvo complicaciones para trasladar al formato partido el aparataje siniestro que formó durante los diecisiete años de dictadura, en donde formó en las lides del poder a sus principales líderes.

Y a partir de la Concertación, los partidos que heredaron el modelo ajustaron sus cuadros y estructuras para administrar el legado del tirano, de lo más cómodos, con los antiguos funcionarios y sostenedores.

De ideas, utopías, sueños y alegrías, ni hablar. Sin prisa pero sin pausa, hemos asistido a la debacle del sistema de partidos políticos y como nunca antes han emergido a la superficie fraudes monumentales, estafas imaginativas, financiamientos inmorales, arreglines, cuchufletas, malabares y un sinfín de maniobras de las cuales solo queda el hedor propio de la putrefacción. Un alto porcentaje de los parlamentarios en ejercicio, militantes con carné al día, están afectos a algún proceso judicial.

Ante la emergencia, la presidenta Bachelet comisionó, era que no, a un grupo de notables para que entregara propuestas para mejorar el clima corrupto que cruza de lado a lado. Una de ellas es actualizar los padrones de los partidos ante la sospecha generalizada de que el existente es pura fantasía. Presionados por la cercanía de las elecciones, los partidos del sistema han salido desbocados a juntar las firmas mientras el Servel le ha puesto limitantes al proceso tanto por las condiciones que les impone, como por los datos que entrega según los cuales casi todos están muy complicados.

Y así, compitiendo con los coleros de las ferias libres, se despliegan carpitas que invitan a los transeúntes a firmar por unos y por otros.

Como se sabe, los partidos de derecha, con mucho más sentido del poder que los de la Izquierda, jamás han tenido problemas en evolucionar según se lo exijan las circunstancias y son, del espectro, quienes con mayor frecuencia cambian de nombres, dirigentes y voceros.

Está claro que para ellos el poder, el real no el formal, que queda cada cuatro años en manos de los irresponsables con derecho a voto, está en el gran capital, en el púlpito y en la calle Zenteno Nº 45. Es posible que los partidos de la Nueva Mayoría sientan el apretón y concluyan en la necesidad de modificar sus estructuras para conjurar el peligro de la extinción. Siempre habrá un camino. El poder tiene la extraña propiedad de aguzar la imaginación.

Y para aquellos partidos que nacieron al alero de las necesidades históricas de los desposeídos de luchar por mejores condiciones de vida que impone el criminal capitalismo, ya nos les es necesaria la militancia aguerrida, sufrida, perseguida, dura y mística. Ni la consigna que invita a subvertir el orden burgués, ni los himnos que prometían la peor muerte al cruel burgués hacen fortalecer las organizaciones en las que cada partido afincado en los trabajadores, campesinos, mineros y pobladores se guarecía.

¿De dónde salían antes los militantes de Izquierda sino de la lucha social? Los que alguna vez fueron partido obreros y que se nutrían de la inextinguible cantera del proletariado, hoy hacen esfuerzos por fichar camaradas entre los transeúntes que van a la feria o caminan por el paseo peatonal.

¿Qué se puede esperar de alguien que se inscribe en un partido de extirpe revolucionaria como un trámite, aprovechando que fue a pagar el agua? Fichar en un partido de los que están en el poder es una especie de ponerse a la cola de una agencia de empleos.

Cierto. La ley les está haciendo difícil la reinscripción a los partidos políticos y muchos estarán con pavura ante la posibilidad de quedar fuera del corso.

Tranquilos. Sin partidos, no hay paraíso.

*Publicado en “Punto Final”, edición Nº 871, 17 de marzo 2017.

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