Chile, su gobierno: ni balance ni recuento, cosas nomás

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Lagos Nilsson.

Hace cuarenta años Chile, pais pobre —o potencialmente rico, pero de población pobre—, fue un laboratorio social con ventana abierta a un paisaje político en cierta forma inédito; era también un país pacífico. Dejó de ser pacífico cuando bandas de corte fascistoide descubrieron en las bombas, sabotajes y asesinatos una política de efectiva defensa de ciertos intereses amenazados. La ventana se cerró y el país se volvió más pobre.

Más pobre, pero no más sabios sus dirigentes, son los mismos que desde entonces conforman —salvo alguna excepción aquí y allá— la envejecida y a veces risible pléyade de los VIP que opinan, deciden y actúan en o desde los salones y cátedras del poder.  Hay algunos políticos de menor edad (asunto de mera cronología), pero tan engolillados como sus mayores —y a menudo más vacuos.

Todos usan a mansalva una palabra: líder. Fue sin duda durante la atroz nocturnidad de la dictadura que se impuso el término, en reemplazo del más correcto dirigente, para individualizar sin nombrar a quienes cumplen tareas de mando y organización en los distintos grupos sociales (siempre conviene desindividualizar a los que serán muertos).

En otra parte, y para comprender el probable desarrollo de la personalidad política de Sebastián Piñera entonces recién investido Presidente de la República, procuramos distinguir al líder del dirigente. En cierto modo esta nota es continuación de aquella, cuya tesis —si se nos perdona semejante calificación para un artículo periodístico— es que se trataría de convertir al presidente Piñera en un líder desde el poder, en circunstancias que la mecánica política suele funcionar al revés: se es un líder o un dirigente antes de llegar al poder como requisito para alcanzarlo.

Piñera: hacia la excepción

En todos los planos de la administración y el mando —desde la jefatura de un Estado hasta la conducción de un club deportivo— se produce en una ocasión u otra que un parvenu (en términos políticos) accede a primeros lugares; la experiencia histórica señala que en la mayoría de los casos el "aparato" termina por "desinflarlo" y lo derroca si no logra modelarlo a gusto.

La forma como se desenvuelve Sebastián Piñera en el océano social desde que se arrellana smbólicamente en el sillón —también simbólico— de O’Higgins hasta estos días es sencillamente notable; decimos océano social porque Piñera no puede nadar en un inexistente océano político: la dictadura, primero, y la Concertación, después, lo dragaron (o tal vez esté sencillamente drogado).

La primera comenzó la tarea con la picana eléctrica entre otros terrores; los concertacionistas porque fueron incapaces de ver más allá de sus ombligos y pequeños negocios. Los que administran obra ajena carecen de mirada política. Y lo que natura no da, el pueblo no lo puede prestar.

Así que la Concertación partió, como los elefantes de los cuentos, a buscar el sitio donde excavar su tumba. O buscar el rastro improbable del Ave Fénix, solo que el phoenicopterus, en caso de que lo encuentre, no simpatiza con cualquiera; por último por una razón de mera estética: imaginan a la loada presidenta del PPD con el pájaro de marras descansando en uno de sus hombros, al inefable presidente radical ofreciéndole galletitas, al mandamás DC conminándolo a que se aleje de alguna imagen votiva, al jefe del PS preguntándose qué diablos será eso… Y a todos tratando de alquilarlo a un circo. El Ave Fénix es serio.

Piñera, así las cosas, navega con viento en popa, su mayor riesgo en lo inmediato es que esos vientecillos que inflan la vela de su barca —los de la Alianza— pierdan el control de la competencia que mantienen y alguno llame a Boreas, que observa, o a tifones, huracanes, ciclones y otros,   los delicados céfiros se vayan al diablo y la barca zozobre una tarde despacio, "como queriendo esperar". Lo que no es muy probable.

La derecha comienza a tomarle el gusto a la cosa tras haber despedido a los mayordomos de palacio; la prueba es el entusiasmo con el que limpia, perfuma y asea (léase despide, investiga, acusa) por todas partes, desde el más pequeño municipio al más empingorotado ascensor —sobre todo los ascensores—, en tanto el presidente, para distraer las tribunas, toma a ratos los remos y saluda a la afición.

Para que nada se pierda, y como demostración de unidad, un ministro guarda el kipá en el bolsillo para que la pequeña Panzer-Divisionen de las pautas a la prensa. Tarea fácil: la prensa es parte del equipo y los periodistas se escabullen entre compartir, cobrar un bono (eventual) o hacer de todos sus días domingo con pocas posibilidades de llegar al lunes de trabajo. O eso parece.

Los meses son pocos y los días parcos

Seamos justos: no es todavía tiempo de juzgar el trabajo del gobierno, no termina de instalarse. Los casos de los embajadores, el en Buenos Aires que debió regresar de apuro o aquel que ni llegó a China, son ejemplos válidos; algunos intendentes ídem; que el silencio tribunalicio en la vecina Mendoza permita la ancha sonrisa del sub del Interior es la atajada de un penal; lo que pueda ocurrir con el ministro de Justicia todavía un enigma, como es un enigma el medicamento Nutricomp-ADN a cuyos fabricantes su estudio jurídico representaba (o representa) para solucionar el qué hacer después de las muertes y daños causados.

Reconozcamos, sí, que no se ha sabido de ningún integrante de la coalición actual de gobierno capaz de hacer reír a tanto a tantos como ese diputadillo del PPD al que encontraron jugando al emboque con dama en un vehículo por los rumbos de Coyhaique (¡y con el frío que hace allí!).

Pero si es demasiado pronto para juzgar las tareas del hiperkinético señor presidente, no lo es para echar una mirada a su estilo en La Moneda. Un estilo peculiar. En principio combina a la perfección la llaneza (de estado llano) con la seguridad del predestinado; en segundo lugar es de aplauidir el modo en que se apodera de ciertos conceptos norteños claves a la hora de pensar en la televisión; un ejemplo es la palabra terror y sus derivados: terrorismo, terrorista. No se puede, eso sí, aplaudir el uso de las casacas rojas: están —dicen los que saben de costura— mal cortadas. O acaso quienes las visten no tienen cuerpos adecuados para lucirlas.

En el estilo de gobierno lo que más destaca es el modo de usar los medios periodísticos y los turnos policiales. Todo acto público de gobierno parece una mise-en-scène ensayada hasta la manía; todo acto público ciudadano esun llamado para que la policía ensaye nuevas formas de perseguir, mojar, pegar y gasear incautos.

No es maldad, pero ese gusto por armar escenarios y movilizar la represión recuerda los primeros años del recordado Führer; no ha surgido algo semejante a la Sturmabteilung, pero algunos ya ponen barbas en remojo. Tampoco parece el titular de gobierno aficionado al cine, lo que impedirá el surgimiento de una Leni Riefenstahl al latino modo y aunque no haya olimpíadas. Sin embargo… ¡qué buenos son esos muchachos de Comunicaciones con la cámara y en la edición!

¡Así se hace un líder!

Esto recién comienza, señoras y señores.
 

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