Conmoción en Uruguay por la inocencia perdida

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Quien conozca o haya recorrido Uruguay (particularmente Montevideo y excluyendo a Punta del Este) habrá podido comprobar que, a pesar de su cercanía con Buenos Aires, allí se respira un aire totalmente distinto. La tranquilidad y bonhomía de su gente, simbolizada con el mate en la mano y el termo bajo el sobaco, nos hablan de un pueblo que aun conserva elementos de otros tiempos y de otra cultura. Esos rasgos de inocencia, complementados con la profundidad de algunos pensadores, políticos y poetas (Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Raúl Sendic, Wilson Ferreyra Aldunate, Liber Seregni, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa), han recibido un duro golpe. Es posible, desearía que no, que esa conmoción sea el inicio de una inocencia perdida. Evidentemente los sucesos que están tomando estado público sobre la actividad de un par de enfermeros calará muy hondo en ese pueblo. Aquí no escribiremos una línea sobre los hechos morbosos, que rodean a ese número todavía indefinido de crímenes, que alimentan toneladas de papel y tinta, millones de imágenes televisivas. Solo queremos traer a la superficie que ese tipo de hechos no son gratuitos. Los pagan, además de las víctimas y el dolor de sus familiares, toda la sociedad. Esa degradación tiene su primera y más grave expresión en esos enfermeros. Pero ella se alimenta de la realidad de un mundo donde enfermos y ancianos no tienen su lugar.
Tamaño signo de descomposición afecta a toda la comunidad que lo alberga.
Es por eso que, tal vez, a Uruguay –en general- y Montevideo -en particular- aunque no cambien sus formas y actitudes externas, mucho les costará volver a ser lo que fueron.

Juan Guahán

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