Continuidad en Cuba: – UN ENFOQUE REALISTA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

“Desde que Fidel Castro ganó el poder en 1959, Washington y la comunidad de exiliados cubanos han esperado ansiosamente el momento en que Castro lo perdería –cuando entonces, según pensaron, tendrían carta blanca para rehacer a Cuba en su propia imagen”, escribe Sweig. Sin Fidel, “la isla estallaría en una demanda colectiva para un cambio rápido. La población, oprimida por tanto tiempo, derrocaría a los compinches revolucionarios de Fidel y clamaría por el capital, la pericia y el liderazgo del país del norte, para así transformar a Cuba en una democracia de mercado con fuertes lazos con Estados Unidos.

“Pero ese momento vino y se fue – y nada de lo que Washington y los exiliados esperaban sucedió. […] La transición post-Fidel ya está en camino. El poder ha sido exitosamente transferido a un nuevo equipo de líderes cuya prioridad es preservar el sistema mientras permiten una reforma muy gradual. Los cubanos no se han sublevado y su identidad nacional permanece ligada a la defensa de su patria contra ataques norteamericanos a su soberanía. A medida que el régimen post-Castro responda al cúmulo de demandas de mayor participación democrática y oportunidad económica, Cuba sin duda cambiará –pero el ritmo y la naturaleza de ese cambio serán mayormente imperceptibles a los ojos de los norteamericanos. […]

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Despierten a la realidad

“El traspaso de autoridad de Fidel a su hermano menor, Raúl, y a media docena de partidarios leales –que han estado guiando al país desde hace años, vigilados por Fidel– ha sido notablemente tranquilo y estable. No ha ocurrido ningún episodio violento en las calles de Cuba. No se ha desencadenado ningún éxodo masivo de refugiados. Y a pesar de una ola inicial de euforia en Miami, ni un solo bote salió de La Florida a efectuar el viaje de 90 millas. Dentro de Cuba, el hecho de que Fidel sobreviva por semanas, meses o años realmente no importa, en varios sentidos.

“Sin embargo, en Washington la política hacia Cuba –dirigida esencialmente hacia el cambio de régimen– ha sido dominada desde hace tiempo por ilusiones que están cada vez más desconectadas de la realidad en la isla. Gracias a los votos y las contribuciones de campaña del millón y medio de «cubanoamericanos» que viven en La Florida y Nueva Jersey, la política doméstica ha impulsado a la política exterior. Esa tendencia ha sido alentada por una comunidad de inteligencia maniatada por su autoimpuesta y pasmosa aislación de Cuba y reforzada por un ambiente político que premia a los que le dicen a la Casa Blanca lo que la Casa Blanca quiere oír. ¿Para qué alterar el status quo cuando éste es tan conocido, tan bien pagado y tan agradable en su aspecto retórico para los políticos de ambos partidos?

“Washington debe despertar de una vez por todas a la realidad de cómo y por qué el régimen castrista ha sido tan duradero –y reconocer que, como resultado de su intencionada ignorancia, tiene pocas herramientas para influenciar a Cuba con efectividad después de que desaparezca Fidel. En momentos en que la credibilidad de Estados Unidos en Latinoamérica y el resto del mundo está al nivel más bajo de su historia, es hora de poner fin a una política que ha sido claramente expuesta como un fracaso total, gracias al traspaso de poder efectuado por Fidel.

Un país que funciona

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Después de recontar los sucesos desde que Fidel Castro fuera operado el mes de julio y traspasara el poder a Raúl Castro y otros altos funcionarios, Sweig comienza su análisis de la situación actual, diciendo que Cuba, aunque “lejos de ser una democracia multipartidista […] es un país que funciona, con ciudadanos de profunda convicción, en el que funcionarios locales electos […] se preocupan de temas como la recolección de la basura, el transporte público, el trabajo, la educación, la sanidad y la seguridad. Aunque plagadas por la corrupción, las instituciones cubanas son operadas por empleados civiles educados, oficiales militares avezados en la lucha, un cuerpo diplomático capaz y una fuerza laboral experta. Los cubanos son sumamente bien educados, cosmopolitas, incansablemente empresariales y, a juzgar por los estándares mundiales, de bastante buena salud”.

Entre los críticos de Castro, dice Sweig, “no existe el interés en entender las fuentes de la legitimidad de Castro o los aspectos del status quo que mantendrán en su lugar a Raúl y al liderazgo colectivo. […] Los funcionarios en todos los niveles del gobierno cubano y del Partido Comunista tienen una enorme confianza en la capacidad del régimen para sobrevivir la ausencia de Fidel. Dentro y fuera de los círculos del gobierno, tanto los críticos como los partidarios –incluyendo la prensa oficial– admiten sin reparo que hay serios problemas con la productividad y la entrega de bienes y servicios. Pero los programas de ayuda social (que permanecen viables) y un sentido generalizado de que Raúl es el hombre adecuado para lidiar con la corrupción y guiar un gobierno responsable le dan al liderazgo actual más legitimidad que la que tendría mediante la represión –que es lo que los extranjeros frecuentemente aducen para explicar por qué el régimen permanece en el poder”.

Aunque Sweig admite los problemas creados por el fin del apoyo soviético y el bloqueo estadounidense, la autora también admite los logros de Cuba en la ciencia y la educación. “La inversión hecha por la Revolución en el capital humano ha puesto a Cuba en una excelente posición para aprovecharse de la economía global”, escribe ella. “De hecho, la isla goza de un exceso de talento profesional y científico, ya que no tiene la base industrial y la inversión extranjera necesaria para crear un gran número de empleos especializados productivos. Con 10,000 estudiantes en su universidad de ciencia y tecnología y actuando en conjunto con firmas farmacéuticas en China y Malasia, Cuba está lista para competir con las principales naciones desarrolladas”.


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Washington no tiene palanca

Sweig entonces describe los esfuerzos de la administración Bush para asfixiar a Cuba mediante toda clase de restricciones. “Estados Unidos hoy gasta aproximadamente US$ 35 millones al año en iniciativas descritas por algunos como ‘para promover la democracia’ y por otros como ‘desestabilización’”, escribe ella. Una de esas iniciativas es la ayuda monetaria para los llamados “disidentes”. Sin embargo, “solamente una fracción de ese apoyo les llega a los cubanos en la isla. La mayor parte es distribuida por medio de contratos no subastados, que van a parar a las manos de la industria anticastrista que ha surgido en Miami, Madrid y algunas capitales de América Latina y Europa oriental. Los beneficiarios de tal generosidad federal –así como los agentes de la inteligencia cubana que en forma rutinaria infiltran a esos grupos– se han convertido en los principales accionistas de la política de Washington hacia Cuba, una política bien financiada pero obviamente inefectiva.

“El resultado de medio siglo de hostilidad […] es que Washington virtualmente no tiene palanca para influenciar los sucesos en Cuba. Sin otra manera de satisfacer sus promesas electorales a los «cubanoamericanos» (como que no fuera una invasión de la isla), la administración Bush estableció en el 2003 la Comisión Para la Ayuda a una Cuba Libre y nombró en el 2004 a un ‘coordinador para la transición en Cuba’”.

Pero las premisas de la comisión son incorrectas, apunta Sweig. Aun suponiendo que Estados Unidos pudiera apoderarse del gobierno cubano y limpiar al Partido Comunista, “una purga de los miembros del partido dejaría al país sin los individuos expertos que serán necesarios en una era post-Fidel, no importa cuál sea el ritmo del cambio. Y si Estados Unidos, o un gobierno de transición impuesto por Washington, pudiera orquestar tal purga, se enfrentaría a una insurgencia de milicias sumamente diestras, enardecidas por el nacionalismo antinorteamericano”. Washington “debe aceptar que no existe una alternativa a los funcionarios que ya administran la Cuba post-Fidel”.

Un cambio en el pensar de los «cubanoamericanos»

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“Un cambio alentador es que la comunidad «cubanoamericana» ya no tiene una sola actitud con respecto al futuro de Cuba y su papel en ese futuro”, dice Sweig. “Durante décadas, una minoría vociferante de exiliados de línea dura […] se apoderó de la política de Washington hacia Cuba. Pero los «cubanoamericanos» que vinieron a Estados Unidos cuando eran niños son menos apasionados y empecinados que sus padres y sus abuelos. Y los casi 300,000 immigrantes que han llegado desde 1994 generalmente están más interesados en pagar sus cuentas y ayudar a sus familias en la isla.

Hoy en día, la mayoría de los «cubanoamericanos», aunque son anticastristas, reconocen que el embargo ha fracasado y quieren mantener lazos familiares y humanitarios sin eliminar del todo las sanciones. En general, muchos prefieren la reconciliación, no la venganza”.

Las conclusiones de Sweig son directas y específicas:

“Después del funeral de Fidel, un gobierno ‘de transición’ como el que desea Washington no va a ocupar el palacio presidencial en La Habana”, predice. “Esto significa que la Casa Blanca no puede aguardar el feliz día en que pueda poner a prueba las recomendaciones de su comisión.

En su lugar, la actual administración debe comenzar inmediatamente a hablar con la cúpula del gobierno de Cuba. Reconociendo que Cuba y Estados Unidos comparten un interés en la estabilidad en ambas orillas del Estrecho de la Florida, la más alta prioridad es coordinar los esfuerzos para impedir una crisis de refugiados o provocaciones sorpresivas causadas por grupos de exiliados en EEUU ansiosos de aprovecharse del cambio en la isla.

Más allá del control de esa crisis, Washington y La Habana pueden cooperar en un número de problemas en la Cuenca del Caribe, entre ellos el tráfico de drogas, la inmigración, la seguridad en las aduanas y los puertos, el terrorismo y las consecuencias ambientales de la búsqueda de petróleo en el Golfo de México. […]

Un cambio de régimen es inútil

“Un fin a las prohibiciones de viaje impuestas por Washington, que ya es apoyado por mayorías bipartidistas en la Cámara de Representantes, abriría aún más el camino a una nueva dinámica entre Estados Unidos y Cuba. Tal como la Casa Blanca de Bush padre formalmente prohibió las operaciones secretas contra la isla, la administración de Bush hijo (o de su sucesor) también debe abandonar el ‘cambio de régimen’, un objetivo que durante años ha sido el centro de la política de Washington hacia Cuba.

“Si continúa en su rumbo actual y sigue profiriendo amenazas sobre cuales cambios aceptará o no después de la desaparición de Fidel, Washington no hará más que retardar el ritmo de la liberalización y la reforma política en Cuba y garantizar muchos años más de hostilidad entre ambos países.

«Al proponer un manejo bilateral de la crisis, así como medidas que profundicen la confianza mutua; al eliminar las sanciones económicas, cesar de interferir con los «cubanoamericanos» y otros norteamericanos que deseen viajar libremente a Cuba, y al dar a Cuba el espacio necesario para que defina su propio rumbo en una era post-Fidel, Wáshington ayudaría a acabar con la mentalidad de sitio que ha permeado la política cubana y –con el aplauso de los aliados de EEUU– quizás hasta pueda acelerar las reformas. […] Para evitar que los próximos 50 años traigan más [trastornos], la mejor movida de Washington es salir del paso y retirarse de la política doméstica de Cuba de una vez por todas.

“Los sucesores de Fidel ya están trabajando. Tras Raúl se perfilan otras figuras con la capacidad y la autoridad para tomar las riendas y continuar la transición, aun después de que desaparezca Raúl. Afortunadamente para ellos, Fidel les enseñó bien: trabajan para consolidar el nuevo gobierno, cumplir con los asuntos de interés cotidiano, crear un modelo de reforma con características cubanas, sostener la posición de Cuba en América Latina y el resto del mundo, y bregar con las políticas predecibles de Estados Unidos. El mero hecho de que estos logros duren más allá de la muerte de Fidel es una victoria final para el supremo sobreviviente latinoamericano”.

(El texto completo del artículo de Sweig aparece en la revista Foreign Affairs.

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* www.progresosemanal.com.

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LA BRILLANTE RESPUESTA DE LA CASA BLANCA

El sábado 13 de enero por boca de Raúl Castro el gobierno cubano planteó una vez más la necesidad de implementar una forma de entendimiento con el morador de la Avenida Pennsylvania de Wáshignton. Un vocero del Departamento de Estado manifestó la opinión, intelectualmente superior y políticamente realista de EEUU:

«El diálogo que debe producirse debe ser entre el régimen y el pueblo cubano», dijo Sean McCormack.

Considerándolo un «dictador en ciernes», el Gobierno de EE.UU. rechazó la idea de un diálogo con el presidente interino cubano, Raúl Castro. «El diálogo que tiene que producirse no es entre Raúl Castro y un grupo o país del exterior de Cuba», sino que debe ser entre el régimen y el pueblo cubano, dijo en rueda de prensa el vocero del Departamento de Estado, Sean McCormack.

Y el diálogo entre el régimen y la ciudadanía cubana deberá centrarse «en la transición a una forma de gobierno democrático» para el país. Mientras ello no ocurra, para el gobierno estadounidense no conviene olvidar que Raúl Castro no es más que «un dictador en ciernes que quiere mantener la forma de gobierno que ha oprimido al pueblo cubano durante todas estas décadas».

Las declaraciones de McCormack se producen en respuesta al discurso conciliador pronunciado el sábado <3 de enero de 2007 por el presidente interino de Cuba y ministro de Defensa, Raúl Castro, quien expresó su voluntad de "resolver en la mesa de negociaciones el prolongado diferendo entre Estados Unidos y Cuba". En la primera quincena de enero el conspicuo número dos del Departamento de Estado y jefe de la «inteligencia» estadounidense, John Negroponte, esclareció a los integrantes de la Comisión de Inteligencia (sic) del senado de EEUU al advertirles que Fidel y Raúl Castro intentan realizar una transferencia «de aterrizaje suave». Demostrando la acuciosidad de los servicios de espionaje de su país, agregó que era un hecho que Fidel Castro tenía «los días o meses contados» y que sólo la «astucia» de Raúl podría impedir que «fermente» un movimiento social y político en la isla, auqnue reconoció que no se lo advierte por ahora. (L.N).

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