Control social. – SOBRE LAS BASES MÍSTICAS DE LA NEUTRALIDAD DE LA TECNOLOGÍA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Lo que estos apologistas de la tecnología reclaman, es que las críticas promueven el «determinismo tecnológico», haciendo de ella el factor determinante central en el desarrollo social, y de esa manera perdiendo la visión sobre el factor social. Terminan proclamando que los problemas no proceden del sistema tecnológico como tal, sino de quienes lo manejen y de como sea utilizado.

Indudablemente, también están aquellos que han atribuido poderes determinantes inherentes a la tecnología. Uno de los mayores defensores de este punto de vista fue Marx, cuyo economismo fue decididamente un economismo tecnológico. Desde su perspectiva, la necesidad ecónomica creo el desarrollo tecnológico (tal como el antiguo sistema fabril) que posteriormente creó las bases para la sustitución del sistema económico dominante. De tal manera, el economismo de Marx incorpora también un tipo de determinismo tecnológico.

El error de Marx yace precisamente en su determinismo (una consecuencia inevitable del hecho de que su crítica a Hegel se limitó a dar vueltas sobre potenciar lo acertado de la idea de Hegel –determinismo histórico– más que en rechazar sus construcciones básicas).

Una aproximación verdaderamente histórica, y opuesta a la mística de la lucha social y de
todos los factores involucrados en ella, tiene que rechazar cualquier forma de determinismo, y partir de la idea de historia como una actividad humana, en lugar de hacerlo desde la idea de que la historia es una expresión de cualquier valor o concepción metafísica global. Así, cualquier producto de la historia tiene que ser visto como un producto de su contexto, en términos de las relaciones sociales concretas en las cuales se desarrolla.

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Desde esta perspectiva, no puede existir la tecnología como algo neutral. La tecnología siempre se desarrolla dentro de un contexto social, con el objetivo explícito de reproducir ese contexto. Su forma, su propósito y sus posibilidades están determinadas por este contexto, y esto es precisamente lo que provoca que la tecnología no sea neutra. Si entendemos la tecnología como un sistema de técnicas a gran escala –tales como
industrialismo, cibernética, etc.– entonces no conocemos sistema tecnológico que no haya sido desarrollado dentro de un contexto de dominación, clase dominante y explotación.

Si Marx, en su miope visión hegeliana, pudo de algún modo ver comunismo en el sistema industrial, es únicamente porque su visión de comunismo era la negación de la libertad
individual, la absorción del individuo en species being (ser vivo) que se manifestó en el proceso obligatorio de producción colectiva de la fábrica.

De hecho, el sistema industrial se desarrolló con un propósito: maximizar la cantidad de beneficio que puede ser obtenido de cada momento de trabajo, aumentando el nivel de control sobre todos y cada uno de los movimientos de los trabajadores y trabajadoras en su centro productivo. Cada nuevo desarrollo tecnológico dentro del sistema industrial capitalista simplemente aumenta el nivel de control sobre los procesos, hasta el punto
de que actualmente todos están prácticamente automatizados, y la nanotecnología y la biotecnología están creando las bases para introducir ese control directamente en nuestros cuerpos, control a un nivel molecular.

Exactamente como las ideologías de cualquier época son la expresión del sistema dominante de ese periodo de tiempo, así la tecnología de cada época también refleja el sistema dominante. La concepción de que las tecnologías son neutrales, y de que podemos reapropiarnos del sistema tecnológico y utilizarlo para nuestros fines, es una concepción mística que le concede una inocencia no histórica a la tecnología.

Como la ideología, aquellos sistemas de transformación de las ideas en algo concreto a través de los cuales el orden dominante impone su dominación, la tecnología es un producto del orden dominante, creado para reforzar su dominio. La destrucción del orden dominante implica la destrucción de su tecnología, del sistema de técnicas que es desarrollado para imponer su poder.

Llegados a este punto los sistemas tecnológicos desarrollados por el orden dominante son tan intrusivos y dañinos, que pretender que puedan ser utilizados para cualquier propósito de liberación es un absurdo. Si Marx, siguiendo a Hegel, quiso que la historia tuviera un final determinado, nosotros ahora sabemos que este punto de vista está tan lejos del cristiano como de haber sido alguna vez verdaderamente revolucionario.

La Revolución es una apuesta, y esta apuesta se basa precisamente en que el desconocimiento –que ofrece la posibilidad del fin de la dominación y la explotación- es un riesgo que merece la pena, y que asumir ese riesgo implica la destrucción de la totalidad de esta civilización de dominación y explotación, incluyendo su sistema tecnológico, que ha sido todo lo que siempre hemos conocido.

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*Volumen 4, númeo 3/4, Otoño-invierno 2003.
Traducción del colectivo Palabras de Guerra (pdg).

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