COSTA RICA, ¿PAÍS DE POETAS O NARRADORES?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Independientemente de los juicios de don Roberto acerca de la literatura de su país, me gustaría, a guisa de proponer elementos para una mayor comprensión, y tal vez –quién quita– insumos para una discusión, comentar lo afirmado con respecto al caso costarricese de cara al espacio centro y latinoamericano.

Comienzo por lo último, mejor dicho, lo penúltimo.

Probablemente el hecho de haber tenido una generación de narradores muy fuerte a mediados del siglo XX, conocida como la Generación del 40 («integrada», entre otras/os, por José Marín Cañas, Carlos Luis Fallas –citado por don Roberto–, Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles, Carlos Salazar Herrera, Yolanda Oreamuno, Luisa González, etc.), la cual produjo una narrativa no solamente comprometida con su entorno y su devenir histórico, sino de gran calidad literaria, haya generado, de alguna manera, el mito de una Costa Rica como país de narradores.

Obvia esa creencia que Joaquín Gutiérrez y Fabián Dobles eran también poetas, y de los buenos. Y de paso invisibiliza a grandes poetas de la época, y ligeramente anteriores y posteriores a ella, como Roberto Brenes Mesén, Max Jiménz, Eunice Odio, Isaac Felipe Azofeifa, Virginia Grütter, Jorge Debravo, Carlos Rafael Duverrán, entre otros.

(Hay que recordar que tal mito fue reforzado, inicialmente, por la aseveración de Rubén Darío cuando convivió con nuestros antepasados, en el sentido de que la poesía no se daba bien en Costa Rica, aunque admirara al poeta Aquileo Echeverría. En aquél entonces el maestro tenía razón, hoy –como veremos– se equivocaría).

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Lleva razón don Roberto Sosa (der.) al insinuar que la poesía costarricense no ha tenido la recepción que desearíamos. Ciertamente Eunice Odio y Max Jiménez –para citar dos de los casos más trágicos– debieron buscar promoción y difusión más allá de las fronteras patrias, e incluso centroamericanas. Claro, les tocó vivir un período poco propicio para la poesía y para su modus vivendi de adelantados y por tanto cuestionadores y «escandalizadores», es decir, no aptos para la gazmoñería burguesa tica.

Pero, a pesar de ello, o además de ello –y esto lo escribo a manera de hipótesis provisional–, pienso que la poesía costarricense no ha tenido la resonancia que han tenido otras producciones centroamericanas, y no porque carezca de mérito, si no por el ostracismo a que han sido relegados esos poetas, debido a la ausencia de coyunturas políticas y, fundamentalmente, por la obstaculización oficial y la «serruchada de piso» nacional, como denominaba al asesinato simbólico criollo la narradora y ensayista Yolanda Oreamuno, precisamente una víctima más de esa situación.

Es el caso de Eunice Odio, para hablar de la mejor poeta que posiblemente hemos tenido hasta ahora, reconocida por muchos críticos latinoamericanos como una voz sui generis y de alto vuelo metafísico, pero invisibilizada por la crítica centroamericaana –sobre todo tica–, salvo serias excepciones.

Esa es parte de nuestra historia. Ahora bien, creo que el «mercado de la poesía» –para usar el concepto de don Roberto– costarricense contemporáneo ha crecido de manera inusitada, si atendemos a la proliferación de editoriales dedicadas al género en los últimos diez años.

Además de la estatal Editorial Costa Rica, que permanentenmente mantiene dos certámenes de poesía, y las universitarias –EUCR, EUNA, EUNED, fundamentalmente– que publican mucho de ella, han aparecido y se han desarrollado («posicionado» para segur usando términos del mercado) las siguientes editoriales independientes: Líneas grises, Andrómeda, Alambique, Perro Azul, Guayacán, Lunes, Casa de la poesía, y otras que se me escapan, sobre todo provinciales. Eso indica que el «mercado de poesía nacional» es saludable. Pero, además, me consta, como profesor universitario y «tallerista», que el «consumo» de poesía internacional es abundante, especialmente entre nuestros jóvenes.

A lo anterior debe agregarse el hecho de la creación y superviviencia de varios espacios para lecturas y tertulias poéticas en la capital tales como las «Lunadas Poéticas» en la Casa de la Cultura Popular José Figueres Ferrer, en Barrio Escalante; los «Miércoles de Poesía» en la Casa Cultual Amón del ITCR; los «Jueves de Poesía» en el Taller del Artista de Tres Ríos, así como otros encuentros en librerías, bares, colegios y universidades y en diversas ciudades provinciales.

Si a ello agregamos los festivales internacionales como los que organizan Casa de la Poesía o el Festival Internacional de las Artes, además del Simposio Libertad y Palabra que organiza el Grupo Baco, y los encuentros centroamericanos realizados por la revista Fronteras, pues tenemos un movimiento poético amplio, vigoroso y en crecimiento.

Y si además citamos la gran cantidad de grupos, talleres y revistas que aparecen constantemente en todo el país, podemos afirmar que la poesía en Tiquicia, ciertamente, goza de buena salud.

Por último, me interesa destacar que también hay un movimiento de narrativa suficientemente importante en el país. Además de las mujeres como Carmen Naranjo (quien también es poeta) Tatiana Lobo, Anacristina Rossi, Dorelia Barahona, Julieta Pinto, Linda Berrón, entre otras; podemos citar a los siguientes narradores nuevos –para no hablar de los viejos como Alberto Cañas, Samuel Rovinsky, Daniel Gallegos, José León Sánchez, Fernando Durán Ayanegui, Quince Duncan, Alfonso Chase – que también es poeta- Alfonso Peña, Rafael Ángel Herra, entre otros–: Virgilio «Polo» Mora, Carlos Cortés, Rodolfo Arias, Oscar Nuñez, Mario Zaldívar, Rodrigo Soto, Fernando Contreras, Alexánder Obando, Uriel Quesada, Ernesto Rivera, entre muchos más.

Como vemos, el panorama narrativo tico también goza de buena salud, y, lastimosamente –desde el punto de vista del maestro Sosa–, todavía no es un matriarcado; pero lo peor, no se conoce bien fuera de sus fronteras.

Lo último, obviamente, es una debilidad del «mercado del libro» y del movimiento literario costarricenses. Tal vez por ello la información del notable momento que vive la literatura tica no alcance siquiera a Honduras.

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* Escritor costarricense.
Dirigió la revista
Fronteras, una de las más importantes publicaciones culturales centroamericanas.

Addenda

Roberto Sosa nació en abril de 1930, en Yoro, Honduras, una de las localidades originarias del realismo mágico de la literatura iberoamericana, como que es fama ahí llueven peces.
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Sosa es reconocido como uno de los grandes poetas de América Central a partir 1968, cuando obtiene en su país el Premio Adonais. Su trabajo como articulista y ensayista ha contribuido asimismo a su proyección internacional. En 1971 obtuvo el Premio Casa de las Américas con Un mundo para todos dividido.

Algunos otros libros publicados: Los pobres (1969), Secreto militar (1984) y El llanto de las cosas (1984).

En 1995, la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) publicó una Antología personal de sus poemas predilectos. El poeta vive en Tegucigalpa y participa activamente en la vida literaria y cultural de Honduras.

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Edward Waters Hood (1954), estadounidense, profesor de la Universidad de Arizona del Norte, doctorado en 1990 en Literatura hispanoamericana en la Universidad de California, se ha especializado en la literatura de Centroamérica. Autor de varios libros y ensayos y traduccciones de escritores centro y suramericanos.

La entrevista a que alude Corrales Arias se tuvo lugar en abril de 1997 en la casa del autor y revisada con él en Panamá en marzo de 1998, durante el VI Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, y en abril de 1999, en Flagstaff, Arizona, durante una visita que hizo el poeta a la Universidad de Arizona.

Se la puede encontrar en Banda Hispánica
(www.secrel.com.br/Jpo

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