Costa Rica y la crisis: no hay trabajo

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Luis Paulino Vargas Solís.*

El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos dio a conocer esta semana algunos de los datos y resultados más relevantes derivados de la Encuesta de Hogares aplicada en julio pasado. Las cifras, publicadas con un rezago de tres meses, son insuficientes y limitadas. Pero ejan en claro que se trata de los peores índices de desempleo de los útimos 30 años.


1. El desempleo: rostro femenino y juvenil

Es obvio que entre julio de 2008 y julio de 2009 el país experimentó un agudo deterioro en materia laboral. El número de personas desempleadas aumentó de 102 mil a 166 mil (un 63% de aumento). El retroceso es más fuerte en el caso de las mujeres. Ello se refleja en los respectivos índices o porcentajes de desempleo: mientras el dato general pasa del 4,9% al 7,8%, el de los hombres aumentó de 4,2% a 6,6% y el de las mujeres de 6,2% a 9,9%.

El desempleo aumentó de forma especialmente aguda entre la gente joven. La tasa correspondiente pasa del 17,7% al 26,0% para las personas trabajadoras entre 12 y 17 años y de 10,0 a 16,7% para los 18 a 24 años. Por sexo, el deterioro resulta mucho más pronunciado para las jóvenes trabajadoras.

Se trata de los peores índices de desempleo desde la crisis de inicios de los ochentas. Con toda claridad observamos que la crisis principalmente asume un rostro femenino y juvenil.

Por cierto, el aumento en el empleo público (29 mil plazas nuevas) permitió atenuar el incremento del desempleo. Así, de haberse mantenido inalterado el número de empleados del sector público, la tasa de desempleo fácilmente habría superado el 9% con cerca de 200 mil personas trabajadoras sin trabajo.

Los datos sugieren que en el caso de los hombres el desempleo se origina principalmente en la construcción y, en segundo lugar, las actividades agropecuarias. En el caso de las mujeres el impacto provino principalmente de la industria manufacturera.

2. Un deterioro laboral generalizado

Sin embargo, estos datos sobre desempleo a lo sumo nos entregan una visión parcial del verdadero impacto que la crisis ha tenido en lo laboral.

Primero, es llamativo el aumento registrado por quienes se sitúan en “inactividad laboral”. Ello es especialmente claro en el caso de los hombres (fuerte aumento de casi 8% respecto del año anterior) ¿Significa esto que hay trabajadores que, cansados de andar infructuosamente en busca de trabajo, han desistido de seguir haciéndolo y se “salen” del mercado laboral? Es posible que así sea.

Segundo, lamentablemente no se dieron a conocer los datos acerca del número de personas en situación de “subempleo” (una más entre las muchas omisiones en la información publicada). El concepto de subempleo hace referencia a situaciones laborales anómalas; son personas empleadas pero cuyo ingreso o jornada laboral son consideradas inadecuadas o anormales.

Sin embargo, viendo los limitados datos dados a conocer, me atrevo a estimar que el número total de personas desempleadas y subempleadas probablemente habrá aumentado en alrededor de 100 mil trabajadoras y trabajadores (hasta un total de más de 650 mil). Ello implica que más del 30% de nuestra fuerza de trabajo estaría en esa insatisfactoria situación, frente a un 26% un año atrás.

Tercero, en términos geográfico, el deterioro del empleo es generalizado y se registra en todas las regiones del país. Con la excepción de la región Huetar Atlántica, el golpe es más fuerte en las regiones fronterizas y costeras –históricamente más pobres y rezagadas- que en la zona central.

Un ejemplo: la región Chorotega –epicentro del demencial desarrollo inmobiliario de los años previos a la crisis- registra un salto espectacular en su tasa de desempleo del 5,5% al 10,1%, con aumentos también muy pronunciados en el subempleo. Es decir, además de asumir un rostro juvenil y de mujer, la crisis también ha impactado de forma especialmente cruda sobre las regiones más desfavorecidas. Ello ratifica la enorme estafa del maldesarrollo –expoliador e insostenible– que los gobiernos de signo neoliberal, y en especial el de Arias, han promovido en esas regiones.

3. Pobreza

Este es un aspecto donde, sin duda, algo no anda bien con los datos. Veamos.

De acuerdo a las cifras publicitadas, el porcentaje de familias en situación de pobreza aumentó en 0,8 puntos porcentuales: de 17,7% a 18,5%. De acuerdo con esto, casi 26.000 hogares más cayeron en la pobreza. La población afectada aumentó en más de 100 mil personas, pasando de alrededor de 830 mil a unas 935 mil personas pobres; aproximadamente un 20,3% de la población total.

En casi todas las regiones el índice de pobreza aumenta. Las excepciones son Chorotega y Huetar Atlántico. En el primer caso el asunto resulta ciertamente contradictorio a la luz del pronunciado incremento del desempleo y subempleo. No obstante lo anterior, y si bien esa región registra un porcentaje menor de familias pobres, la parte correspondiente a la llamada pobreza extrema sí se incrementa de forma muy considerable.

En general, se percibe una discordancia entre el agudo deterioro del empleo y el relativamente atenuado retroceso registrado en los índices de pobreza. En parte ello podría ser atribuible a los índices de inflación relativamente bajos registrados en el último año, y en parte a los esquemas de subsidio asistencialista aplicados por la administración Arias. Pero esto también ratifica la tremenda insuficiencia de las metodologías en uso para la medición de la pobreza. Estas no logran dar cuenta satisfactoriamente de las situaciones de retroceso económico generalizado que hemos vivido durante el último año, ni de las raíces estructurales más profundas que inciden en la persistencia y el agravamiento de las situaciones estructurales de marginalidad y exclusión.

4. La cruel realidad de la desigualdad

Las estadísticas de que disponemos en Costa Rica no nos dan más que un pálido reflejo de la verdadera situación de la desigualdad social que vivimos. Aún así, los datos para este 2009 resultan suficientemente catastróficos para resultar alarmantes.

La relación entre el ingreso por habitante del quintil cinco (el 20% de la población de ingresos más altos) respecto del quintil uno (el 20% de ingresos más bajos) alcanza 14,80 (es decir, el ingreso promedio por persona de los hogares del quintil cinco es 14,80 veces más alto que el del quintil uno). Es la diferencia más alta que se registra en por lo menos el último cuarto de siglo, desde la crisis de principios de los ochenta. Sin entrar en detalles engorrosos, agregaré que el examen de los datos publicados muestra que la desigualdad se amplía no solo entre el quintil más alto y el más bajo, sino también entre los quintiles intermedios y de estos respecto del más alto como también en relación al quintil inferior.

O sea, observamos un proceso agudo de profundización de las diferencias sociales. Es decir, la crisis no solo tiene rostro femenino, juvenil y regionalmente desequilibrado, sino, además, tiene rostro de pobreza. Porque entre más pobre es usted, mayor es el impacto que sufre. Con lo cual tan solo venimos a confirmar que, en efecto, algo no anda bien con los índices de pobreza.

Sin embargo, debo reiterar que esta es tan solo una muy mala aproximación a los verdaderos problemas de desigualdad. Y ello por muchas razones. La más obvia es que el ingreso que las personas reportan al ser encuestadas, tiende sistemáticamente a subestimarse conforme más alto es ese ingreso. Pero, además, operar con categorías tan amplias como los quintiles, es decir, dividiendo a la población en porciones de un quinto del total, resulta un método realmente grosero. En cambio, mucho nos interesa conocer cuál es el ingreso del 5% y del 1% de la población de más altos ingresos. Más aún, necesitamos saber cuál es el ingreso del milésimo y, ojalá, del diezmilésimo de la población con ingresos más elevados. Solo así podremos tener una imagen fidedigna de la desigualdad social que hoy fractura nuestra sociedad. Al respecto, sin embargo, el INEC procura evitar la fatiga.

Y, en fin, con todas sus limitaciones, aquí encontramos material para entender –un poco más en serio– el por qué de los incrementados niveles de violencia social e inseguridad que estamos sufriendo. Lo cierto es que –junto a otras causas de similar complejidad– ello es fruto de la falta de oportunidades, la carencia de empleo decente y la aguda desigualdad social.

* Periodista.

En www.argenpress.info

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