Cultura chilena. – RECUPERAR LA DEMOCRACIA EN LA VIDA INTELECTUAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Las heridas infringidas por la dictadura al cuerpo social de Chile son muchas y todavía sangran. Los gobiernos que sucedieron al del actual procesado –por deshonestidades varias y crímenes muchos– ex dictador parecen haberse ocupado más por establecer mecanismos de acción para estructurar sus fuentes de poder y consolidación del modelo económico que de recuperar verdaderamente al país de los daños sufridos.

La democracia tutelada –como la denomina el historiador Felipe Portales– que surge tras el plebiscito de 1988 y los acuerdos y pactos que permiten el llamado a elecciones de 1989

en las que fue elegido presidente Patricio Alwyn, uno de los más importantes «operadores» políticos de la democracia-cristiana cuya actuación, en el período de la Unidad Popular, fue uno de los factores que contribuyeron al golpe de Estado –con su cadena de crímenes y persecuciones–,

y luego los gobiernos encabezados por Eduardo Frei, hijo, y Ricardo Lagos mantienen en lo esencial el esquema y lineamientos políticos fijados por los 17 años de Pinochet.

No se trata, desde luego –sería injusto afirmarlo– de que esos tres gobiernos fueran prolongación mecánica del dictatorial; hubo cambios durante la (mal)llamada transición a la democracia y se airearon muchos aspectos de la convivencia social. En especial bajo el mandato conferido a Ricardo Lagos se dio comienzo a un intento de alborada en el terreno de la cultura y al «rejuvenecimiento» de los cuadros de la burocracia estatal.

Lo que, obviamente, no basta. La administración del Estado continúa ejerciéndose bajo parámetros de secretismo y las razones de las autoridades para tomar las decisiones que se toman no suelen transparentarse a la opinión pública; prueba de ello son las acciones emprendidas por personas y grupos ciudadanos ante la Corte Interamericana de Justicia en demanda de acceso real a la información
(ver en esta revista artículo aquí).

El reclamo de los deudos de aquellos asesinados por la dictadura cuyos restos fueron encontrados en un área del Cementerio General de Santiago reservada a «NN» e indigentes y que fueron erróneamente identificados por científicos de gobierno –errores avalados por la judicatura de entonces–
(ver en esta revista Desaparecidos vueltos a desaparecer)
marcan un hito –doloroso, cierto, pero no el único– de la ineficiencia tolerada o del desinterés de quienes se consideran –al modo de Mosca y Pareto– la elite de reemplazo que cierra el siglo XX y abrió el XXI en la política chilena.

Desprovista de una ideología real –no es un juego de palabras– la Concertación (grupo de partidos que administra el poder y cuenta en la actualidad con mayoría parlamentaria) se enfrenta a la dura tarea de dar contenido histórico a su paso por el gobierno. El desafío significa delinear una política social coherente que de una vez por todas distribuya el producto nacional de una manera razonable, se ponga fin a la sangría mapuche, se otorgue a la educación pública el lugar que le corresponde, en fin, y comience a escuchar a los sectores organizados de la ciudadanía, estimulando los roles, por ejemplo, de la sindicalización, cooperativismo, agrupaciones culturales, colegios profesionales, deportivismo local, etc…, etc…

De lo contrario, si la Concertación de partidos por la democracia no asume el reto, la actividad política del país será de lo que en estos días se aprecia… la estéril lucha al interior de los partidos por posiciones de poder que muelen en el vacío mientras, de verdad, el incierto horizonte del destino nacional es fijado por los grupos corporativos.

Mientras se despacha este comentario cuatro personas están en huelga final de hambre, probablemente en dos de ellas los daños físicos y neurológicos sean irrecuperables. ¿Dónde está el gobierno, qué ha dicho, que hace? ¿Es necesario decir que esas cuatro personas son mapuche, que–como otras– han sido condenadas por la aplicación ilegítima de una ley aberrante en procesos plagados de inexactitudes jurídicas y presididos por una sicología y práctica discriminatoria?

Es en este marco que se inscribe el artículo de Virginia Vidal. Es en este marco, el de un estado ineficiente, entregado a la rapacidad y voracidad de grupos económicos y a la ambición de poder de sectores políticos –que buscan el poder por el poder mismo, no porque tengan un proyecto nacional inclusivo y democrático– que debe encontrarse la raíz de la petición de los escritores, el aturdimiento de los colegios profesionales y la indefensión de los sindicatos.

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SECH: RESTITUCIÓN DE UN DERECHO

La restitución de su calidad de premio anual al Premio Nacional de Literatura, junto con el reintegro de la representación de la Sociedad de Escritores de Chile en el jurado de dicho premio, demandamos los escritores a la Presidenta de la República y al Parlamento

Virginia Vidal*

Bajo el gobierno de don Juan Antonio Ríos se promulgó la ley Nº 7.368 que creó el Premio Nacional de Literatura, con fecha 9 de noviembre de 1942 (publicada en el Diario Oficial Nº 19.414, el 20.11.42). Dicha ley llevaba las firmas del primer mandatario, de Guillermo del Pedregal, ministro del Interior, y de Benjamín Claro Velasco, ministro de Educación Pública.

Según el texto oficial, el Premio Nacional de Literatura, de ahí en adelante, sería otorgado “cada año” “por una vida entera entregada al ejercicio de las letras”. Esto se cumplió y siempre hubo dos representantes de la SECh como miembros del jurado.

La Sociedad de Escritores de Chile, fundada diez años antes, en 1932, había iniciado las gestiones proponiendo un proyecto de ley ya se había conversado durante el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda, pero su muerte lo interrumpió. Pero don Juan Antonio Ríos, su sucesor, promulgó la ley, como hemos dicho.

Restituir el Premio Nacional de Literatura a los escritores

Hoy se otorga dicho premio dejando al margen a la Sociedad de Escritores por cuya iniciativa fue creado. Se eterniza el sistema que dejó a los escritores sin su derecho, recalcando la marginalidad a la que los aherrojó la dictadura. Hasta hoy, para conferir el Premio Nacional de Literatura, se ha estado reuniendo un jurado de catedráticos y no de escritores, a menos que lo sea el último premiado. Esta situación inclina a pensar que el sistema que impide modificar la ley modificante de la ley fundacional del premio (no es un trabalenguas) tiende a condenar a la literatura chilena a manejos ajenos al hacer literario.

Reiteramos: este premio fue fruto de una larga aspiración de los escritores de nuestro país y la promulgación de la ley en 1942, año de su creación, corresponde a una fecha de hondo significado histórico, pues pretendìa coronar con ese suceso la celebración del centenario del Movimiento Literario de 1842.

En 1842, se consolidó en Chile el primer movimiento literario de la vida republicana nacido en la tertulia de don Jacinto Chacón, donde no faltaron los intelectuales más importantes de ese tiempo: Jotabeche, Salvador Sanfuentes, y nutrido por la presencia de ilustres exiliados como el venezolano Andrés Bello y el argentino Domingo Faustino Sarmiento.

A este movimiento se le puede atribuir el carácter de efectivo despertar de los escritores a la creación literaria, erigiéndolos al mismo tiempo en la verdadera conciencia crítica de la vida nacional, lo cual quedó demostrado cuando se incorporò don José Victorino Lastarria.

Discurso de Lastarria

En la sesión del 3 de mayo de 1842, José Victorino Lastarria pronunció su Discurso de Incorporación a una sociedad literaria de Santiago, el cual se constituyó en el acta fundacional del movimiento literario de nuestra república independiente.

De este discurso sigue vigente y suscitando la polémica el precepto:

«La literatura debe pues dirigirse a todo un pueblo, representarlo todo entero, así como los gobiernos deben ser el resumen de todas las fuerzas sociales, la expresión de todas las necesidades, el representante de todas las superioridades: con estas condiciones sólo puede ser una literatura verdaderamente nacional” (el subrayado es de Lastarria).

Por esto, se comprende mejor que la proximidad del centenario de la llamada generación de 1842 hubiera provocado entusiasmo en el ámbito cultural. Movidos por el espíritu impreso por Lastarria a la Sociedad Literaria de Santiago en 1842, los escritores y la entidad que los agrupaba, la Sociedad de Escritores, comenzaron a plasmar con antelación al centenario de tan importante movimiento la iniciativa de crear el Premio Nacional de Literatura.

El poeta Jerónimo Lagos Lisboa, ya fallecido, era presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (fundada en 1932), Cuando se promulgó la ley y sus directores: Rubén Azócar, Nicanor Parra, Manuel Rojas y Francisco Coloane. El jurado encargado de discernirlo estaba compuesto por tres miembros: el rector de la Universidad de Chile, un representante del ministro de Educación –quien designaba a un escritor– y un representante de la Sociedad de Escritores.

Con posterioridad, el jurado se aumentó a cinco miembros: el rector de la Universidad de Chile; un representante del Ministerio de Educación; un representante de la Academia Chilena de la Lengua y dos representantes de la Sociedad de Escritores de Chile.

En 1973, no fue discernido. El ministro Mario Astorga había considerado el otorgamiento bienal, lo cual no fue rebatido por la directiva de entonces de la Sociedad de Escrtores.
La junta militar le consolidó la categoría de premio bienal y eliminó la presencia de los representantes de la Sociedad de Escritores de Chile en el jurado.

Actualmente, éste es integrado por cuatro jurados: el rector de la Universidad de Chile, el último galardonado con el Premio Nacional, un académico designado por el Consejo de Rectores y un representante de la Academia de la Lengua, confiriéndosele al ministro de Educación el derecho a dirimir el empate, si lo hubiere, según las normas de discernimiento de los premios nacionales, estipuladas por la ley Nº 19.169, del 28.09.92. Como se puede advertir, los escritores poco o nada tienen que ver en la concesión de este premio creado por ellos.

Exclusión de mujeres y pueblos originarios

En el curso de los cincuenta y seis años que se ha estado confiriendo el Premio Nacional de Literatura, han sido reconocidos valores de nuestras letras que representan toda la vasta y compleja geografía: dos tercios de los premiados nacieron en diversas localidades de todas las regiones. Por cierto, se han cometido notorias injusticias: no se concedió a Vicente Huidobro, a María Luisa Bombal, a Marta Jara, a Luis Durand, a Enrique Lihn, a Jorge Teillier.

Apenas ha sido otorgado a tres mujeres, una de las cuales es Gabriela Mistral, quien ya había recibido mucho antes el Premio Nobel. Jamás se le ha concedido a un escritor mapuche, en circunstancias que son muchos y muy importantes los poetas de ese pueblo originario, baste con mencionar a Elicura Chihuailaf, Graciela Huinao, Rosendo Huenumán, Leonel Lienlaf, todos más conocidos y apreciados fuera d enuestras fronteras más que en el propio Chile.

Para hacer más ostentosa la deliberada marginalidad de quienes forjaron “una vida entera entregada al ejercicio de las letras”, durante el prolongado lapso de la dictadura, le fue otorgado a un historiador, a un divulgador científico, a un lingüista, a algunos que en rigor no han cultivado los géneros literarios propiamente tales.

Si se analiza la calidad y el aporte de las mujeres a las letras chilenas, se pueden considerar a varias como dignas de este premio y esperamos en adelante se las tenga en cuenta para reparar la iniquidad. Un sedicente premiado por el jurado de la dictadura llegó al extremo de injuriar a María Luisa Bombal cuando afirmó que ella no podía ser digna de ese premio por “borracha y asesina”.

El que el Premio Nacional de Literatura se haya comenzado a otorgar bienalmente, a partir de 1974, por errónea decisión del ministro de educación Mario Astorga, con anuencia de la propia SECH, constituye un menoscabo en el incentivo para la creación de los escritores, a la vez que una aminoración del reconocimiento nacional por una vida dedicada a la literatura.

El interés juvenil por los escritores acreedores de este premio es el mejor ejemplo educativo; los niños y jóvenes se adentran en el conocimiento de las vidas y obras de estos creadores que han exaltado los más diversos aspectos de la aventura humana, de los vínculos entre hombres y mujeres, entre seres humanos y naturaleza, del desafío cotidiano de los hombres de este suelo por mejorar la existencia y dar vuelo y abono a los sueños.

Es de justicia restituirle al Premio Nacional de Literatura su condición de premio anual y de retornar a la SECh su derecho a tener dos representantes en el jurado.

* Periodista y escritora.

Nota

El nuevo directorio de la SECH.

Presidente: Reynaldo Lacámara

Directores

Cecilia Palma
Magdalena Fuentes
Aristóteles España
Victor Sáez
Eduardo Robledo
Oscar Aguilera
Virginia Vidal
Edmundo Herrera
Estela Socias
Hernán Miranda

Sociedad de Escritores De Chile

Casilla de correo electrónico:
sociedaddeescritoresdechile@yahoo.es

Addenda

El artículo que transcribimos parcialmente –publicado en Anaquel Austral– permite identificar sin lugar a dudas la calidad intelectual y moral de Virginia Vidal.

AQUÍ, RADIO MOSCÚ: ¡ESCUCHA, CHILE!

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El 2 de abril de 2006 en el Centro Cultural de Rusia, en el centro de Santiago, los periodistas que, en el exilio, montaron en Radio Moscú los programas “Escucha Chile” y “Radio Magallanes” –una de las emisoras destruidas por las fuerzas armadas en el transcurso del golpe de Estado de 1973– recibieron del jefe de las emisiones en castellano de la emisora estatal rusa La Voz de Rusia, Leonard Kósichev, y su colaboradora Valentina Zlóbina medallas y diplomas en reconocinmiento a sus tareas.

José Miguel Varas dirigió durante quince años el equipo de periodistas chilenos que trabajó para Chile en la Radio Moscú en los programas “Escucha Chile” y “Radio Magallanes”. Él inició esta tarea junto con Eduardo Labarca.

Escribió Vidal:

Las transmisiones de Radio Moscú a Chile se iniciaron una semana después del golpe: el 18 de septiembre de 1973, por iniciativa del gran periodista soviético Babkén Serapioniánts, y fueron oídas en Isla Dawson, en cada lugar que tenía recluidos a los “prisioneros de guerra” de Pinochet y en la mayoría de los hogares chilenos, donde se tomaban medidas extremas para estas audiciones clandestinas.

En los pasillos y ascensores de la radio vi desplazarse a chilenos de todas las tiendas políticas que acudían ahí como a un centro de esperanza. Vi a Máximo Pacheco, a Enrique Correa, a unos cuantos personajes que hoy pertenecen a la Concertación.

Pese a que durante todos estos años en democracia se ha querido rebajar la importancia de esa inmensa labor solidaria que contribuyó en alto grado a organizar la lucha contra la dictadura, aun han pretendido olvidarla, ahora surge desde la misma Rusia el reconocimiento que Chile le ha negado a los periodistas dedicados en alma y vida a la lucha contra la dictadura de Pinochet.

Yo trabajé en la Radio Moscú en 1979. Los meses transcurridos en la radio como redactora y locutora, bajo el nombre de Minaya Díaz fueron una experiencia de riqueza incalculable..

Entraba en la sala de redacción y me ponía en órbita al ver el reloj de pared con la hora de Chile. En un pedestal estaba abierto el Diccionario de la RAE; a un lado, un montón de diarios y revistas chilenas que se leían de modo tan minucioso que no se escapaban ni los avisos económicos.

Integraban el equipo Ligeia Balladares, Marcel Garcés, Miguel Gómez, Eduardo Labarca, René Largo Farías, Guillermo Ravest, José Secall. En las reuniones de pauta participaba Orlando Millas. Imposible olvidar a ese gran amigo que fue Hernán Rodríguez Molina. El poeta ruso Guennadi Spersky colaboraba en el equipo. Locutora admirable era Katia Olevskaia, la mejor y más solidaria de las amigas, considerada por millares de compatriotas que oían de modo clandestimo la “Mosca”, como la novia de Chile.

Para mí, fue un honor ser invitada a hablar con el jefe de la Redacción Latinoamericana de la Radio, Babkén Serapioniánts, quien me dijo que unos trabajos mío quedarían grabados en el archivo de oro de la Radio –creo que fue un reportaje dedicado a Víctor Jara y otro, a la vida de Lenin–. Chile le debe a este hombre su iniciativa solidaria de poner varios programas radiales cotidianos al servicio de la causa patriótica chilena. Por desgracia, Babkén falleció en 1987 y no pudo saber del fin de la tiranía ni de la detención de Pinochet en Inglaterra, no por iniciativa del gobierno de Chile.

Desde todas partes del mundo mandábamos libros para esa sección estupenda que se llamó «Crónicas de los libros y la cultura», a cargo de Varas y Labarca, que permitió estar al día en el acontecer cultural, en la actividad creadora, en el trabajo literario de los chilenos dentro y fuera de Chile. Toda esa labor contribuyó en el mundo entero a la presencia permanente de nuestros artistas, escritores, intelectuales e impulsó en alto grado a la solidaridad con nuestro pueblo.

(El artículo completo puede leerse en http://virginia-vidal.com/anaquel/article_307.shtml

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