CUT chilena: triste, solitaria y final

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La Central Unitaria de Trabajadores (CUT) ha entrado en la espiral final de su decadencia. Si se mira desde el punto de vista de los patrones y poderosos de toda laya, ha sido una fructífera vida. Si se mira desde el punto de vista de los trabajadores, casi no ha existido.

Esta CUT nació con nombre cambiado. Y del pasado glorioso de esa que fue arrasada por las bayonetas, solo mantuvo su sigla. La Central Unica de Trabajadores fue un baluarte de los trabajadores que se la jugó por el proceso de los tres años más relevantes de la historia de Chile. La otra, la que vino de la mano de la alegría que nunca llegó, fue una organización necesaria para la instalación de la cultura neoliberal.

Esta CUT hizo lo posible por amaestrar a los trabajadores y restarle maulosamente su contenido esencialmente revolucionario a sus luchas. La CUT actual no fue domesticada producto de una casualidad ni por dirigentes remolones. Desmovilizar a los trabajadores fue una condición esencial para asentar lo que vendría: esa cultura que hoy muestra sus primeras fisuras en medio de un hedor a corrupción que lo penetra todo.

Esa crisis del sistema no ha dejado inmune a la CUT que vive su propio desmoronamiento, en medio de un olor parecido. La posdictadura requería pacificar el ímpetu de la militancia de los partidos de Izquierda que jugaron un rol no despreciable en diecisiete años, necesitaba desmovilizar su fuerza militar que enfrentó al tirano, y por cierto, aguachentar la organización de los trabajadores.

Solo bajo esas condiciones, junto con la extinción de casi toda la prensa democrática, fue posible que la Concertación se abocara con espíritu de colonos a “humanizar” lo hecho por la dictadura.

Contrariando las exigencias populares por democratizar derechos y condiciones de vida, la CUT se ha dado maña para reproducirse mediante un cuoteo político que ha repartido cargos y prebendas entre amigos, comparsas y camaradas. Jamás ha habido una elección en la que los trabajadores hayan ejercido su derecho a decir su opinión. Tampoco lo serán las “elecciones” del próximo 20 de abril.

Las últimas votaciones de la Central fueron seguidas por un escándalo sin precedentes. A los históricos sindicatos fantasmas que solo aparecen en temporada de elecciones, se sumaron acusaciones de fraudes, padrones inflados, votos fuleros, intervención de la Subsecretaría del Interior, entre otras linduras. El escándalo dio paso a una “guerra civil” entre comunistas, socialistas y democratacristianos, que duró lo que dura una flor.

Abuenados en breve, la dirigencia acusada de fraude convocó a un congreso, pero las cosas fueron de mal en peor: solo se permitirá a los trabajadores elegir a sus dirigentes a partir del año 2020.

Entonces comenzó la caída final.

La asamblea nacional del Colegio de Profesores, el miembro más numeroso de la Central, determinó congelar su participación. Lo mismo hizo la Federación de Trabajadores del Cobre. Y la Confusam congeló su participación a la espera de resolver si continúa o no en la CUT. Como se mire, la Central ha tomado el inevitable rumbo de la debacle triste, solitaria y final.

El escenario en que suceden estas cosas está marcado por la profunda crisis del sistema, véase no más el increíble fraude en Carabineros, que por cierto no va a llegar a mucho, y por otra parte, la inexistencia de una opción que ofrezca algo más que reclamos y desfiles.

Hay un malestar generalizado que no puede soslayarse y que no logra expresarse como una amenaza el sistema. Por todos lados palpita la necesidad de impulsar un cambio ante el agotamiento de una posdictadura que no ha sido una real transición democrática.

Es ahí donde la CUT ha jugado un rol estratégico para los fines de los dueños y sostenedores del modelo. Ha entibiado el rol de los trabajadores como sujetos necesarios e inevitables en cualquier proceso que se proponga superar el neoliberalismo, despojándolos de su sentido de clase y el rasgo insurgente de sus exigencias y peleas. El rol de los trabajadores y sus organizaciones ha ido de lo modesto a lo nulo. Quienes han “jaqueado” al régimen han sido los estudiantes, aunque en el último tiempo hayan perdido el oriente, demostrando de paso que los poderosos también sufren y sienten temor.

Resulta increíble que luego de la irrupción del Movimiento No+AFP, quizás la más importante de las movilizaciones de los últimos años, la CUT brillara por su ausencia hasta la marcha del 26 de marzo. Aunque tampoco estuvo en las movilizaciones de los profesores, de los trabajadores del cobre, de los forestales, pescadores, etc.

A pesar de los efectos nocivos del sistema en toda la sociedad, del costo que ha tenido en términos de calidad de vida la aplicación inmisericorde de una economía inhumana, y a pesar de las innumerables experiencias de luchas sectoriales, el mundo social no ha sido capaz de proponer un camino.

Aún no ha sido posible enhebrar una estrategia que sea capaz de administrar la tremenda fuerza del pueblo. Y entre otros factores, ha sido por la ausencia notable de los trabajadores en la lucha política. Lo que, inevitablemente, nos remite a las irresponsabilidades de la Izquierda, cualquiera sea el envase en que esta repose por estos días. Solo se ha conocido de la experiencia electoral que empuja el Frente Amplio, el que tampoco los ha tomado en cuenta.

Lo cierto es que, como pocas veces en la historia, se extraña el rol subversivo de los explotados en un escenario descompuesto que requiere de una opción capaz de catalizar la roña acumulada. Y si se considera la abdicación de los partidos de la Izquierda histórica, hace falta un instrumento de la lucha social que sea capaz de impulsar un proceso en el que la rabia y la impotencia se expresen políticamente.

No parece razonable que un proceso de cambios pueda obviar el rol de los trabajadores. Es falso que la lucha reivindicativa excluya avanzar en propuestas y acciones políticas capaces de interpretar eso que anda en la gente. La organización de los trabajadores en este momento crucial de la historia debe asumir ser sujeto de las transformaciones necesarias. La contradicción entre el duopolio que intenta mantener el modelo, y quienes quieren superarlo, requiere de una ruptura. Y en ese enfrentamiento un gran movimiento popular capaz de aunar las peleas aisladas en una sola, debe capitalizar el valor subversivo que subyace en la movilización de la gente, entendida como algo más que marchas y desfiles.

Pocas consignas tan peligrosas como la propuesta de un país decente que trate bien a su gente, que recupere sus riquezas y jamás olvide que las personas tienen derechos. Y que no castigue sino al malvado. En cualquier proyecto que considere esas consignas revolucionarias, los trabajadores tienen un papel central. Y quizás se haga más necesario que nunca fundar una Central de Trabajadores que, esta vez sí, sea una herramienta de lucha de los explotados.

*Publicado en “Punto Final”, edición Nº 872, 31 de marzo 2017.

 

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