Dibujos de Disney: animados y poco inocentes

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YKVE Mundial*

  
Marcela Croce refleja en su libro ‘El cine infantil de Hollywood’ cómo la industria cinematográfica incluye en las películas mensajes que refuerzan la ideología imperialista de los Estados Unidos. El libro analiza casi escena a escena 27 películas producidas entre 1992 ( Aladdin) y 2007 (Bee Movie), en su mayoría de las factorías Disney.
  
Las colinas en las que se despliega la “gran fábrica de sueños” de Hollywood incluyen otras unidades de producción más contaminantes. La revista Tobacco Control aportó recientemente un buen ejemplo con la publicación del estudio El gran tabaquismo en Hollywood, 1927-1951 , que desnudaba la complicidad entre las industrias del cine y el cigarrillo con la creación interesada de paradigmas de audacia viril (Humphrey Bogart, Gary Cooper, John Wayne) o de sofisticación femenina (Lauren Bacall) siempre envueltos en la sensual humareda de sus pitillos.
 
Ahora, el cine infantil de Hollywood. Una pedagogía fílmica del sistema metropolitano (Alfama), de la profesora de Literatura Latinoamericana de Buenos Aires (Argentina) Marcela Croce, ofrece una nueva visión desmitificadora de Hollywood , con una gravedad agregada: su producto dirige la doctrina imperialista yanqui a un consumidor inerme, el niño.
 
El libro analiza casi escena a escena 27 películas producidas entre 1992 ( Aladdin) y 2007 (Bee Movie), en su mayoría de las factorías Disney (en solitario o en coproducción con Pixar) y Dreamworks. Objetivo: constatar cómo las tesis subyacentes en el grueso de las películas de animación para niños producidas en Hollywood en los últimos quince años concuerdan con los intereses de Estados Unidos en materia de política de defensa (y ataque).
 
, la apología del mercado es desfachatada”, ilustra Croce, recordando que en la cinta los juguetes tienen un valor u otro “según qué empresa los fabrique”. El tema de la oposición civilización-barbarie es constante. Valgan los ejemplos de Pocahontas (Disney, 1995), Tarzán (Disney, 1999).
 
¿Pero no se pueden entender también estas películas como historias que mitifican la tierra ignota, regándola de atractivo aventurero frente al anquilosamiento occidental? Ello es secundario, según Croce. Más allá del mito fácil del buen salvaje, los sustancial es que “el problema se plantea en términos de oposición y nunca se piensa en una síntesis superadora”, afirma la autora. Al final, siempre “son mundos excluyentes. Nunca se ve a un personaje que sufra una transculturización”, añade.
 
Esta tesis recibe herencias de Para leer al pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo (1972) , un hito en el análisis del subtexto en la cultura de masas. Croce, no obstante, matiza que sus autores, Armand Mattelart y Ariel Dorfman, pretendían evitar que los niños leyeran esos cómics y procuraban suplantarlos por otros, lo que para ella no es muy útil: “El cine infantil de Hollywood existe y es absurdo ignorarlo”. Se trata de tener herramientas críticas.
 
Croce exprime para ello las interpretaciones. En el caso de Shrek (Dreamworks, 2001), la autora considera que ese “vivieron feos para siempre” del final supone una variación mínima del clásico happy end de Disney que, en teoría, se pretende parodiar. “Un final hollywoodiense puede admitir a los raros, siempre que su presentación sea un negocio próspero”, escribe sobre la saga del ogro verde, ejemplo de que la autora encuentra siempre argumentos para no pasar una.
 
Asimismo, según ella, la defensa de la estructura de poder es común a todas estas películas, que al tiempo narran y legitiman la evolución de la sociedad. Los mensajes son variados, pero complementarios: la supervivencia conseguida a través de la audacia individual de Buscando a Nemo (Disney-Pixar, 2003), la imposibilidad de ser aceptado de quien no incorpora todas las innovaciones de Robots (Fox, 2005), el darwinismo social de Dinosaurio (Disney, 2001) y Madagascar (Dreamworks, 2005).
 
No tanta incorrección
 
Otras producciones como Bichos (Disney-Pixar, 1998) y su hermana corrosiva, Antz (Dreamworks, 1998), han llevado colgado desde su estreno el cartel de apologistas de la “liberación” o, al menos, el de la incorrección política. Croce discrepa: “Ambas tienden a un ideal comunitario, pero este sólo es posible cuando hay que combatir a un enemigo”.
 
Los argumentos de la investigadora se emparentan con los de David L. Roob, que en Operacion Hollywood: La censura del Pentágono (2006) desvela los lazos entre la industria del cine y el ejército. De entrar en la lógica de ambos, habrá que estar atentos a qué simpáticos personajes animados crean la cosmovisión de los niños del mundo en la apertura cinematográfica de la supuestamente renovadora era Obama.

 

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