Dichos y provocaciones: psicoanálisis y religión

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoLa hermandad de psicoanálisis y religión -mas que de forma- es de fondo; no es cuestión táctica sino estructural: ambas doctrinas comulgan con los mismos principios operacionales. Psicoanálisis y religión son teorías omniexplicativas e irrefutables.

Solo que para la metodología científica una teoría que explica absolutamente todo, y que no se presta la posibilidad de ser refutada, no es una teoría científica sino un dogmas religioso o un mito primitivo.

En efecto, el psicoanálisis puede explicar todo: lo mismo por qué se hace un gesto que por qué deja de hacerse. Por qué una persona es tímida unas veces y agresiva otras; por qué hace el amor en vez de hacer guerra, o por qué se pelea en vez de hacer el amor.

Todo: nada escapa a su capacidad explicativa; ni siquiera la negativa a aceptar esa tremenda capacidad. Negarse al psicoanálisis y a sus explicaciones totales también será explicado como síntoma de resistencia, esto es, como señal de grave neurosis.

De modo que si se acepta la verdad del psicoanálisis, todo se ve a la luz de las explicaciones freudianas (o adlerianas, jungianas, lacanianas, etc.). Y si no se acepta, por el mismo hecho de no aceptarlo, también se esta confirmando la inamovible verdad del psicoanálisis.

Lo mismo sucede con la religión. Nada escapa a su fabuloso poder explicativo.

La tarea de ambos es mostrar cómo todo debe suceder necesariamente así, y si tal cosa no sucede mostrar porqué por qué no podía suceder así. Eso es lo malo de las teorías que lo explican todo: que lo mismo explica una cosa que su contrario; explican igualmente A y No-A, lo positivo y lo negativo, su afirmación y su negación.

Lo de menos es la contradicción que ello entraña sino la inanidad creada: a fuerza de explicar todo, nada se explica. Para que una teoría sea científica solo tiene que explicar algo determinado y aislado, no una totalidad; explicar la totalidad es incluir en la explicación la propia negación de esa explicación, esto es: anular la explicación, dejar en definitiva sin explicación alguna.

No hay refutaciones

Tampoco el psicoanálisis y la religión ofrecen asidero contrastable y crítico de su posible refutación; no son doctrinas que puedan ser sometidas a prueba, que puedan ser verificadas, corroboradas o refutadas mediante alguna contrastación con los hechos. Son la realidad.

Un psicoanalista diagnostica que alguien intentó suicidarse porque su impulso tanático, unido a un sentimiento de culpabilidad residual de un Edipo no sublimado, le llevó a semejante acto desesperado; el sujeto es tratado en el diván, oficialmente curado y vuelve a suicidarse, esta vez con pleno éxito.

El mismo psicoanalista volverá a explicarlo por su rechazo o por la pulsión del Superego que ejercía de censor de la curación. Jamás aceptará que su teoría ha sido refutada o pudo serlo. No existen refutaciones ni fracasos en el psicoanálisis ni en la religión: son teorías impenetrables. De ahí su poder de persistencia; mientras los hombres crean en ellas, serán teorías vigentes.

También se sigue creyendo en la astrología como en la época de Babilonia. Para creer en los dogmas cristianos no hace falta vivir en el mundo actual. Para aceptar el marxismo o el psicoanálisis, igual da tener la mentalidad del obrero de Manchester de 1870, de la burguesa Viena de 1905 o del hombre de fines del siglo XX. Basta con aceptar, como artículo de fe, los postulados de esas doctrinas y al instante se abrirán los ojos y se entenderá todo con deslumbrante claridad.

Llave para una puerta cerrada

foto…Porque ambas son doctrinas que proporcionan una clave, la llave para abrir una puerta hasta entonces cerrada. La llave de los sueños o la clave de la historia.

Esa clave puede ser la libido o la lucha de clases o el pecado original, la sexualidad reprimida o las leyes de la dialéctica o la salvación eterna.

Da lo mismo.

Lo importante es no aceptar el mundo como un conjunto de hechos, sino como un tejido de signos a ser descifrados. El psicoanálisis ofrece una interpretación total de esos signos; el marxismo y la religión también. La realidad, para estas doctrinas, se reduce a un lenguaje secreto; la ciencia (si por «ciencia» se entiende las teorías omniexplicativas e irrefutables) pasa a ser una misteriosa lectura. Moisés, Marx y Freud -cada uno con su clave- proponen otra «lectura» del mundo; no lo inmediatamente dado sino lo escondido, lo que necesita de una especial revelación. De esa clave.

Por algo Hannah Arendt ha visto en Freud el último de los cabalistas judíos, alguien que descifra un libro de extraños caracteres. Sólo que creer que el mundo encierra un arcano es rasgo de mentalidades primitivas, de pensamiento mágico. Por supuesto que son rivales: en la medida que estas doctrinas pretendan explicar todo, tienen que excluir cualquier intento de explicación no menos totalitaria. Esto marca una separación de fondo: cada doctrina aspira a ser la única explicación posible; cada doctrina explica a la otra.

Otro rasgo común a estas doctrinas es su fragmentación inmediata y permanente en sectas enfrentadas, así como los sucesivos intentos por recuperar la prístina pureza de la doctrina primigenia (Jung, Klein, Lacan y sus respectivas «lecturas» de la «doctrina»). Ahora el psicoanálisis ha logrado aliarse con la gran religión de Occidente, el judeo-cristianismo. A los creyentes en los dogmas del judeo-cristianismo el psicoanálisis les ha venido de perlas. Con el disfraz de una doctrina «científica», siguen hablando un lenguaje espiritualista que privilegia al ser humano sobre el resto del mundo.

El darwinismo así como el desarrollo de la biología y la cibernética ponen en peligro el gran tabú judeo-cristiano, según el cual el hombre es el rey de la divina creación. Este tabú queda a salvo con la teoría psicoanalítica: el hombre no se reduce a condicionamientos y neuronas, sino que sigue siendo algo aparte, dotado de inconsciente -nombre contemporáneo del espíritu-.

De momento son los psicoanalistas los favorecidos por las miradas tiernas de las distintas iglesias: aseguran, a la vez, misterio y espiritualidad. Con su larga astucia y la innegable ayuda de Dios, las religiones positivas triunfan sobre el odiado racionalismo crítico. No importa que el precio a pagar pase por un diván, hoy, o por las tres leyes del psicoanálisis: tres es un número familiar a los creyentes corazones.

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Artículo anterior del autor: Erotismo y pornografía en www.pieldeleopardo.com/modules.php?name=News&file=article&sid=409.

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