DOSSIER|La Constituyente chilena en su laberinto

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La cincuentenaria revista Punto Final incluye en su última edición un excelente informe sobre la Asamblea Constituyente chilena, donde Álvaro Ramis habla obre el Laberinto constituyente, Ricardo Candia Cares sobre las «cachañas y carretas», Alejandro Lavquen entrevista al historiador Sergio Grez Toso, promotor del Foro por la Asamblea Constituyente, y Paul Walder sostiene que no hay Constituyente sin movilización popular

 

El laberinto constituyente

ALVARO RAMIS| El anuncio de la presidenta Bachelet del itinerario político y legislativo hacia una Nueva Constitución recuerda los versos de Constantino Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”. Para los amantes de los caminos difíciles, llenos de trampas y dificultades que superar, ésta es su ruta. Porque desde ahora, y por varios años, vamos a estar pendientes de un proceso que está abierto en su desenlace, pero plagado de enormes obstáculos en su recorrido.
El camino se asemeja a un laberinto con varias puertas. Cada una nos conduce a un recinto diferente. Todas las llaves que abren estos pórticos están en manos de la derecha, que puede entregarlas o no, dependiendo de una serie de factores. A la primera puerta se llegará luego de recorrer una etapa de educación cívica y constitucional, que tendrá dos fases: la primera, de carácter más informativo, durará hasta marzo de 2016. La segunda, más deliberativa, funcionará entre marzo y octubre de 2016. Esta fase deliberante consistirá en “proceso ordenado de diálogos ciudadanos”, que desde el nivel comunal y regional, llegarán a un nivel nacional hasta desembocar en las Bases Ciudadanas para la Nueva Constitución, entendidas como un programa de cambios que deberían reflejar los anhelos sociales expresados en esta etapa.chile constituyente dibujo
En esta parte el riesgo está claro: ¿Cómo asegurar que todos los temas, incluyendo el de la propiedad privada, que la presidenta aseguró en el CEP que se iba a “respetar”, puedan ser incorporados al debate? ¿En qué medida se garantizará la inclusividad y representatividad de esta “agregación” de opiniones? ¿Cómo se incorporará la voz de los que siempre se quedan debajo de la mesa: mujeres, indígenas, pobladores, etc., desde su propia voz y no desde la de un representante? Y lo más difícil, ¿cómo se traducirán las bases ciudadanas en un proyecto de nueva Constitución? ¿Cómo evitar que los especialistas y jurisconsultos no traicionen la letra y el espíritu de los diálogos ciudadanos? Se anunció un Consejo Ciudadano de Observadores para acompañar el proceso. ¿Quiénes conformarán ese Consejo? ¿Cómo se les designará? ¿Por designio presidencial o por una vía que respete la representatividad social? ¿Con qué atribuciones efectivas?

La doble puerta del proceso
Una vez que atravesamos esa primera ruta, y provistos del nuevo proyecto constitucional, tendremos que cruzar la primera puerta. Se trata de un proyecto de reforma de la Constitución para que el actual Congreso habilite al próximo para que esa instancia decida el mecanismo de elaboración y discusión del proyecto de Constitución. Se agregaría un nuevo capítulo 16 que habilitaría el proceso. Esta puerta se abrirá con dos tercios de los miembros en ejercicio de este Parlamento. Una cifra imposible de alcanzar sin una negociación con la UDI, que parece monolíticamente cerrada a todo.
Si esta puerta no se logra abrir, la ruta vuelve a cero, y nuevamente el camino a Itaca deberá acumular fuerza política y social para plantearse políticamente de una nueva manera: por medio de otras fuerzas políticas emergentes, por medio de otra vía de presión social, etc. Las elecciones de 2017 deberían empujar la cerca para arrinconar a la UDI.
Pero si por la gracia de los dioses y de las transacciones esta puerta se logra abrir, se entraría en una nueva sala intermedia. En esta etapa el nuevo Congreso, electo en 2017, deberá escoger entre cuatro alternativas para elaborar la nueva Constitución, desde la base del borrador enviado por el gobierno de Bachelet:
1. Una comisión bicameral de senadores y diputados;
2. Una convención constituyente mixta, de parlamentarios y ciudadanos;
3. Una Asamblea Constituyente;
4. Y de forma complementaria a la AC, el Parlamento podría delegar en el pueblo esta decisión sobre las tres alternativas, convocando a un plebiscito.
Esta disyuntiva, a diferencia de la primera puerta, no se decidirá por 2/3, sino por “un “razonable 3/5”. Este matiz es importante, ya que media hora antes del anuncio televisivo el discurso presidencial todavía decía en este párrafo 2/3(1). En algún momento, pocos instantes antes de la cadena nacional, en la redacción cambió esta cifra. Es muy probable que la presidenta misma bajó el quórum a última hora, torciendo las presiones de parte de su propio círculo de asesores.
Es evidente que la Constitución resultante será diferente dependiendo del mecanismo escogido. Mientras más elitista, más probabilidades de que las “bases ciudadanas” del borrador original se vean desdibujadas y recortadas. En cambio una AC podría garantizar una mayor fidelidad a ese documento.
Como la derecha es la dueña de la llave, la única palanca política que se podría utilizar en este camino son las elecciones municipales de 2016, y especialmente las presidenciales y parlamentarias de 2017. Si esas elecciones “constitucionalizadas” marcan un giro y dan una mayoría a los partidarios de la Asamblea Constituyente, sería posible apremiarla para que suelte la puerta, para no perderlo todo. En caso contrario hay que volver a la casilla uno del tablero. Pero la doble negociación, en el mejor de los casos, va a permitir a la derecha controlar el alcance y profundidad de cualquier cambio. Si suelta la primera llave, de entrada, se reservará la segunda, para obligar a un acuerdo cupular parlamentario, que despeje la agenda constitucional por otros quince años, tal como ocurrió en 2005.

Las oportunidades perdidas
¿Había otra alternativa? Descartando una ruptura institucional, claramente existía otra ruta posible dentro de la actual Constitución. En vez de agregar un capítulo 16 a la Constitución, por 2/3, se podría haber reformado el capítulo 15 para permitir la convocatoria a plebiscito desde la Presidencia que permitiera partir al proceso con otra legitimidad. Ese cambio sólo exigía 3/5 del quórum. Descartada esta vía institucional-plebiscitaria, entramos ahora a un laberinto lleno de minotauros que acechan a nuestro Odiseo, que desarmado mediáticamente, políticamente confundido, y socialmente fragmentado, deberá buscar la puerta de salida a la cárcel constitucional de Jaime Guzmán.
Las probabilidades de que esta ruta nos lleve a una verdadera Asamblea Constituyente, que redacte una Constitución que refleje de forma diáfana y prístina la voluntad soberana del pueblo, son pocas. Estadísticamente deben ser similares a las probabilidades de la selección chilena para ganar el Mundial de 2018. No son cero, porque ganamos la Copa América, pero todos coincidiríamos en que son bastante bajas. Lo más probable es que el diseño del camino nos llevará a un resultado intermedio, todavía por definir.
La pregunta que cada cual deberá responder es la siguiente: restarse a entrar en esta ruta, para construir una vía alternativa y viable. O sumarse a esta vía, sabiendo que el resultado es incierto y probablemente frustrante. Ambas opciones tienen desventajas, que cada cual deberá ponderar. Lo que la Izquierda debe tener claro es que sea cual sea la actitud ante ese laberinto, si se ingresa en él o se permanece fuera, es que sin una amplia unidad política y social del pueblo no se logrará quebrar las barreras que nos aprisionan. Esa tarea es la verdaderamente impostergable.

Nota

(1)    La primera versión del discurso y las infografías que el gobierno publicó todavía incluían ese dato.


Asamblea Constituyente, cachañas y carretasch constituyente

RICARDO CANDIDA CARES| Debe haber quedado claro que las ofertas de la campaña electoral presidencial no pasaron de ser mentiras envueltas en papel de regalo. Salvo los recalcitrantes que por un cupo electoral son capaces de escupir sus principios, la gente honesta debe haber tomado en cuenta que nada de lo ofrecido ha sido respetado.
De nueva Constitución ni hablar. Ni mucho menos de una Asamblea Constituyente para su redacción, aun cuando la misma presidenta haya asumido, sin vergüenza, que esta Carta Fundamental, la que le da existencia a su propia investidura y permite todo lo que hay, es ilegítima en su origen y requiere por lo tanto de superación.
Muchas voces han venido repitiendo la necesidad ética de sacudirse de la indecencia que significa ser ordenado por una Constitución que reproduce, protege y eterniza los principios fundadores de la dictadura. Pero desde el primer día, la casta política que se hizo con el poder se sintió de lo más cómoda en sus articulados y disposiciones. Desde el día uno hasta este que vivimos hoy.
La trenza feroz que lo ata todo, la ultraderecha más feroz y los ávidos y acomodados partidos de la Nueva Mayoría, generan un sistema en el cual ambos polos son tan necesarios que no se conciben cada uno de manera aislada. Ya es difícil saber quién es quién en una primera mirada. Y en una segunda.
El sistema necesita actualizar sus usos y mecanismos. Tanto por el desgaste propio de un cuarto de siglo de funcionamiento, como por las presiones del populacho que a veces se tornan algo más que molestas. Y entonces se hacen esas fintas llamadas reformas. Y se promete un alambicado diseño constitucional que más bien parece una cachaña que no tiene otra función que volver a engañar a la gente.
El advenimiento de un país verdaderamente democrático pasa por sacudirse de esa rémora criminal, sin embargo en lo referido a la idea de una Asamblea Constituyente hay una trampa peligrosa. Una Asamblea Constituyente, dado el estado del movimiento popular, la inexistencia de una Izquierda que haga de contrapoder efectivo, las necesidades del statu quo y de una ultraderecha viva, poderosa y peligrosa, jamás arrojaría una nueva Constitución como la que se exige. Imposible.
Cualquier iniciativa en las actuales condiciones de los trabajadores, los estudiantes y los movimientos sociales -dispersos, debilitados, cooptados, infiltrados, sin estrategia-, lo único que haría sería legitimar un cambio cosmético en un sistema que ya no se la puede. E hipotecar un cambio real para los siguientes cincuenta años.
La convocatoria a una Asamblea Constituyente que emane del poder neoliberal no sería sino para afianzar ese mismo poder, quizás con alguna concesión, pero resguardando lo esencial del modelo y de la cultura neoliberal. Con todo -¡todo!- el poder en sus manos, es imposible de pensar.
Tampoco es posible la instalación de una Asamblea Constituyente con efectos reales por fuera de la institucionalidad, desde la base. El Estado tiene armas suficientes como para disolver un conato que se proponga suplantar al gobierno o a las instituciones. El neoliberalismo y sus mecanismos contrainsurgentes han aprendido que sus crisis son estupendas oportunidades y saben cuidarlas.
Movilización no es sinónimo de marchas o desfiles. Un pueblo movilizado es el que asume el desafío histórico de dejar de ser simples testigos cuando no víctimas de un estado de cosas. Movilización significa recuperar la enorme tradición de lucha del pueblo, que fue, sin ir más lejos, capaz de derrotar a la dictadura. Que su triunfo fue secuestrado, es otro cantar. Pero fue el pueblo el que puso el mayor esfuerzo para terminar con la tiranía. Un pueblo movilizado es un pueblo seducido por una idea por la que se dispone a luchar.
Solo luego de disputar y ganar espacios que desplacen a los actuales administradores del sistema, luego de ocuparles importantes plazas del poder político, de metérseles dentro de sus espacios, estaremos en condiciones de impulsar la batalla no solo por demostrar la necesidad de un cambio constitucional, sino por hacer que de verdad emane de la voluntad de la mayoría.
Hasta donde se sabe, la carreta va siempre después que los bueyes.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015

ch constituyente2Sigue la pelea por la Asamblea Constituyente

ALEJANDRO LAVQUEN| La casta política vive, sin duda, el mayor descrédito de su historia. Salen a luz prácticas que por años fueron encubiertas por la prensa en manos del empresariado. La corrupción, el monopolio de los medios de comunicación, y la posibilidad de realizar cambios políticos estructurales y democráticos, mediante una Asamblea Constituyente, son temas latentes en la sociedad chilena. Sobre ellos conversamos con el historiador Sergio Grez Toso, promotor del Foro por la Asamblea Constituyente.
-¿Qué opinión le merece el proceso constituyente anunciado por la presidenta Bachelet? ¿Es otra trampa más?
-“La propuesta de Bachelet no apunta a permitir el pleno ejercicio de la soberanía popular sino, por el contrario, a impedir que ésta se exprese sin restricciones, entregando la conducción y el rol decisivo a las mismas fuerzas sociales y políticas que han administrado y se han beneficiado del modelo neoliberal durante décadas. Aunque aún no sabemos, por ejemplo, en qué consistirán los ‘diálogos ciudadanos’, quiénes los convocarán ni quiénes serán convocados, tampoco quiénes harán la síntesis de estos coloquios, el nombramiento ‘a dedo’ del Consejo Ciudadano de Observadores ya es un indicio del carácter controlado y poco transparente de este proceso. No obstante, lo más grave son los altísimos quórums parlamentarios supramayoritarios que la presidenta ha impuesto, entregando las decisiones fundamentales al actual Congreso Nacional elegido en base al sistema binominal de elecciones y a su sucesor, supuestamente menos desprestigiado que el que tenemos hasta ahora.
Todo ha sido diseñado para impedir cambios sustantivos y para que, finalmente, esto se traduzca en nuevas componendas con la derecha tradicional que, a lo sumo, redundarán en nuevas reformitas constitucionales. No habrá nueva Constitución durante este segundo gobierno de Bachelet. La Nueva Mayoría se escudará, tal como lo hizo su alma mater, la Concertación, en no contar con las mayorías parlamentarias necesarias y llamará a la ciudadanía a votar por sus candidatos a diputados y senadores en las elecciones de 2017 para alcanzar quórums que sabe, de antemano, no logrará.
Como hemos sostenido desde el Foro por la Asamblea Constituyente las cuatro alternativas propuestas por la presidenta no son tales puesto que la Asamblea Constituyente ha sido, en realidad, descartada. La inclusión puramente figurativa de la Asamblea Constituyente, además de ayudar a administrar las tensiones en el seno de la Nueva Mayoría (con las cuatro alternativas todos quedan más o menos conformes), aparece como un elemento meramente ornamental destinado a seducir a ingenuos y permitir que el ala ‘izquierda’ de la coalición gobernante pueda seguir manteniendo cierta legitimidad ante sus seguidores. Hay que desechar ilusiones infundadas y estar dispuestos a dar una lucha prolongada apoyándonos principalmente en nuestras propias fuerzas. Se necesita desarrollar fuerza constituyente, de raigambre esencialmente popular, que obligue a la casta política parlamentaria a ceder y entregar la cuota de legitimidad institucional para la convocatoria a elecciones de una Asamblea Constituyente”.
-Una de las armas del neoliberalismo es el dominio de los medios de comunicación. ¿Cómo ve el rol de los medios de Izquierda?
-“El escenario mediático chileno (prensa escrita y audiovisual) está controlado por un pequeño grupo de empresas que ejercen una influencia casi sin contrapeso en el ‘mercado noticioso’ y cultural de masas. La TV, el más influyente de estos medios, es propiedad de tres o cuatro grupos, perteneciendo uno de ellos a la principal fortuna del país (Luksic). La prensa escrita, tanto de tiraje nacional como regional y local, está concentrada en más de un 80% en dos grupos: El Mercurio y Copesa. Incluso la radio, cuya propiedad estaba más repartida y por lo mismo era más diversa y creíble, ha sufrido un proceso de creciente concentración en manos de grandes cadenas, tanto nacionales como extranjeras. Todo ello ha generado un mercado noticioso y cultural de masas caracterizado por el imperio del ‘pensamiento único’, de una forma de ver, entender y proyectar la realidad nacional e internacional de acuerdo con los parámetros del modelo de economía y sociedad neoliberales y del sistema político de democracia tutelada y de baja intensidad existentes en Chile.
En este contexto, el rol de los medios de comunicación de Izquierda que no ‘botaron el agua sucia de la bañera junto con el bebé’, que continúan en posiciones críticas (con las imprescindibles modificaciones dictadas por la experiencia histórica internacional), es casi heroico pues deben luchar no solo contra la falta de recursos sino también contra el ‘sentido común’ dominante, reflejo de la hegemonía cultural, política e ideológica del modelo y sus defensores. Afortunadamente, el despertar de los movimientos sociales, el descrédito de la casta política de ambos bandos y la crisis del sistema institucional en que se ha afirmado este modelo, están abriendo nuevos espacios y, probablemente, un futuro más venturoso para los medios de Izquierda y alternativos en general”.

-“Punto Final”, cumplió 50 años. ¿De qué modo evalúa su sobrevivencia?
-“La porfiada supervivencia de Punto Final durante medio siglo -a pesar de su pobreza franciscana, persecuciones y distintas campañas de aniquilamiento- es prácticamente milagrosa. Sin duda, su resiliencia responde a una necesidad objetiva de la sociedad chilena de contar con una prensa crítica y alternativa al modelo, pero también es el resultado de la labor abnegada, persistente y eficiente de muchas personas -sus redactores y numerosos amigos en Chile y el mundo-, entre ellas, en primer lugar, su director Manuel Cabieses quien debe ser, probablemente, uno de los artesanos de la prensa de Izquierda más duraderos y fructíferos de nuestra historia”.
-Se dice que en el gobierno de la Nueva Mayoría la derecha ha ganado la batalla comunicacional al gobierno…
-“Quienes pretendan hacer reformas a medias terminarán entrampados y ahogados en sus propias indefiniciones, ambigüedades y medias tintas. Quienes empleen los mismos códigos, formas de hacer las cosas y hasta los valores de sus adversarios, terminarán, impajaritablemente, superados por ellos, puesto que éstos se mueven en su propio terreno, que conocen a la perfección. Si a ello se agrega la muerte lenta -por asfixia económica- que la vieja Concertación -actualmente travestida grotescamente en Nueva Mayoría- aplicó a los medios que le sirvieron de base para oponerse a la dictadura y proyectarse al gobierno, tenemos la ‘crónica de una muerte anunciada’. Esa es la razón por la cual la derecha clásica gana reiteradamente las batallas comunicacionales a los gobiernos concertacionistas y neomayoristas que, siguiendo los consejos de uno de sus ideólogos decidieron hace un cuarto de siglo que ‘la mejor política comunicacional consiste en no tener política comunicacional’ (Tironi dixit)”.
-¿Por qué cree que los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría han insistido en repartir el avisaje estatal en “El Mercurio” y Copesa?
-“Porque de esa manera hacen imposible o muy difícil la existencia de medios de comunicación críticos que puedan cuestionar con gran eco social las opciones neoliberales que los partidos y gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría han asumido desde hace un cuarto de siglo. Aun a costa de eliminar los medios que le permitieron acceder a la gestión del Estado, dicho conglomerado quemó sus propias naves mediáticas para fortalecer las de la derecha económica y política con la esperanza de que su adscripción al modelo económico impuesto por la dictadura le abriría las puertas de los medios conservadores tradicionales. Los resultados están a la vista”.

-En otro aspecto, ¿cómo marcha la campaña por la Asamblea Constituyente?
-“El proceso constituyente ciudadano y popular no ha cesado de avanzar desde 2011. Si bien aún no logra una base suficientemente amplia y sólida como para imponerle a la casta política la Asamblea Constituyente, es innegable que esta reivindicación ha ido ganando terreno. Cada día que pasa más sectores se suman a esta demanda democrática y, paralelamente, se desarrolla la autoeducación ciudadana para enfrentar el proceso constituyente de manera informada y reflexiva. Las ‘escuelas constituyentes’ -una de las expresiones de este fenómeno- que estamos impulsando desde el Foro por la Asamblea Constituyente junto a variados colectivos y organizaciones sociales y políticas- comienzan a extenderse. Ya han funcionado -o están funcionando- escuelas o iniciativas puntuales de este tipo en Santiago, Valparaíso, Rancagua, Curicó, Temuco y Coyhaique. Prontamente se inaugurará una en Chiloé y luego otras en el norte del país. Se trata de iniciativas autónomas, independientes, pero que se articulan en torno a un mismo ethos de protagonismo ciudadano y popular en el proceso de definiciones constitucionales. Aunque la Asamblea Constituyente no está a la vuelta de la esquina, es justo afirmar que se están sentando las bases para la constitución de la fuerza social y política necesaria para imponerla mediante una ruptura democrática ante el actual orden de cosas”.
-¿Es posible a través de una Asamblea Constituyente desbancar a la casta política y crear un Parlamento ajeno a prácticas del pasado?
“-Una Asamblea Constituyente efectivamente democrática, elegida mediante sufragio universal (incluyendo a los chilenos que viven en el extranjero) en base a un sistema proporcional que asegure una efectiva representación de las minorías y con nuevos distritos electorales (que podrían ser los actuales Cores), a razón de un delegado por cada 50.000 habitantes o fracción superior a 25.000, con severas y efectivas limitaciones al gasto electoral, con igualdad de acceso de todos los candidatos a los medios de comunicación y otros resguardos democráticos, tal como la imposición de la norma de quórum supramayoritarios de 2/3 de los delegados constituyentes para aprobar cualquier moción y recurriendo a plebiscitos donde sea la ciudadanía quien dirima las cuestiones que no logren dicho nivel de acuerdo, además de un plebiscito final para pronunciarse sobre el nuevo proyecto de Constitución en su conjunto elaborado en la Asamblea Constituyente, ofrecería, sin duda, grandes posibilidades de desbancar o, al menos, neutralizar gran parte de la capacidad de maniobra de la casta política.
De un proceso constituyente con estas características emergería una nueva institucionalidad que, sin ser la panacea universal o el paraíso en la tierra, ofrecería mejores posibilidades a los trabajadores, a los sectores populares y a las fuerzas de Izquierda para desarrollar las luchas sociales y políticas del futuro. Una refundación política de este tipo podría incluir nuevas normas electorales -similares a las que proponemos para la elección de la propia Constituyente-, un sistema político altamente descentralizado -¿por qué no federal?- y un nuevo tipo de Parlamento que, a mi juicio, debería ser unicameral. Tendría que contemplar la posibilidad de que los ciudadanos revoquen el mandato de los parlamentarios mediante votaciones para ese efecto, además de procedimientos tales como proyectos de ley y plebiscitos de iniciativa popular”.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015

No hay proceso constituyente sin presión ciudadanach constituyente1

PAUL WALDER| En Chile el realismo linda con el pesimismo, con el peso de la construcción histórica como percepción presente y orientación futura. El ambiguo y resbaladizo discurso público que circula en el país desde hace décadas vuelve a expresarse en toda su dimensión y pesadez. Así fue una vez más, cuando la presidenta Michelle Bachelet anunció el inicio del proceso constituyente que descansará, en los hechos finales, en la decisión de un despreciado e ilegítimo Congreso. La presidenta ha dicho una cosa con la certeza de querer otra, con la convicción de su falsedad o irrealidad. El anuncio, tan esperado por la ciudadanía, vuelve a reproducir el mismo guión de la transición, un terreno falaz que esconde no pocas trampas.
Hay suficientes antecedentes para un renovado despliegue de desconfianzas. No sólo el tránsito enrevesado y oculto de los gobiernos de la Concertación desde finales del siglo pasado, sino también el desempeño de la Nueva Mayoría. El derrotero que han seguido las reformas, desde el paso por la cocinería del Senado a comienzos del año pasado a sus remojos y enjuagues actuales, confirman una tendencia que se empalma con los hábitos característicos de la posdictadura para mantener intacta la institucionalidad neoliberal.
De forma inversa al sentido del anuncio de televisión, Bachelet y su gobierno no han suscrito un compromiso con su audiencia. Se han desligado del acuerdo electoral al entregarle la responsabilidad de elegir el mecanismo para la redacción de la Constitución al Congreso, instancia que ha servido durante los últimos 25 años los intereses empresariales y de otros sectores y agentes de poder. El caso del financiamiento de diputados y senadores por el sector privado es sólo un nudo más en una maraña de irregularidades y deslealtades con sus representados, que evalúan en niveles cercanos a cero la labor parlamentaria. Por tanto, dejar el cambio constitucional en esta instancia es, en el mejor de los casos, un nuevo evento de gatopardismo.
En el mejor de los casos. Porque es probable que sea mucho peor. Dejar el cambio constitucional en el Congreso, bajo una casi imposible votación por mayoría de dos tercios, es estimular y amplificar las tensiones que enfrenta la ciudadanía con la clase política. Es dejar la eventual nueva Constitución en manos de la derecha. Es darle de forma voluntaria, tal como sucedió numerosas veces con temas clave durante la transición, las llaves del candado a los antirreformistas. Con ello, la Nueva Mayoría vuelve a demostrar su escasa voluntad de cambio y su muy marcada tendencia al inmovilismo.
Sobre la actual Constitución descansa el modelo neoliberal, y sobre él, gran parte de los padecimientos de la sociedad chilena. El sistema económico y laboral basado en el lucro a todo evento, capaz de entregar ganancias inéditas a las grandes corporaciones, es tal vez el núcleo más duro y resistido de la espuria Constitución que nos rige. Gran parte de los parlamentarios han gozado de este modelo durante décadas, lo que condiciona su pensamiento y su acción. Nada, por cierto, nos puede llevar a creer que en el corto plazo esto será diferente.
Bachelet ha puesto este proceso al revés. Si bien es cierto que le ha dado el impulso inicial, lo suelta con las alas atadas en un gesto similar a todas las iniciativas reformistas observadas durante las últimas décadas. El acto es un simple gesto, un ejercicio comunicacional, retórico. En el fondo, nunca hubo una verdadera voluntad política de cambios profundos, de enfrentamiento real con los dueños del capital. La humillante visita al Centro de Estudios Públicos, el saludo y los chistes dirigidos al anfitrión Eliodoro Matte y los otros multimillonarios, auguraban que el anuncio constituyente era una humorada inofensiva más.
Pero nos queda una pequeña ventana. En alguna de las aristas guardadas bajo el candado del Congreso y de sus centinelas de la ultraderecha, aparece la posibilidad de una Asamblea Constituyente y la expresión ciudadana. Una pequeña abertura que sólo cederá con la presión ciudadana.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015

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