EDIFICIO DIEGO PORTALES: RECUERDOS – DE LA INFANCIA Y UN ELEFANTE BLANCO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

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Los recuerdos comenzaron a tropezar entre sí: la última véz que estuve en el gran salón de convenciones, fue representando a Chile (qué honor) con una ponencia que había escrito sobre el estado de la educación en el marco de la Conferencia Hispanoamericana sobre Juventud, Pobreza y Desarrollo Social en diciembre de 1994. Fue un encuentro de esperanza y alegría, junto a las delegaciones de invitados, con los que compartíamos juventud, solidaridad y sueños por un mundo más justo.

Sin embargo, las imágenes del elefante blanco –del edificio Diego Portales–, me hacen viajar mucho más atrás. Cuando la mística de los trabajadores –durante el gobierno de la Unidad Popular– dieron todo para llevar a buen término la construcción de este centro de convenciones en un tiempo record de nueve meses. Así nacía al mundo el voluntarismo de un país que caminaba con esperanza en la construcción del nuevo socialismo, la revolución del vino tinto y las empanadas, entregaba una demostración de esfuerzo, de trabajadores voluntarios que día y noche se turnaron para construir el (por esos años) más grande edificio de Chile.

fotoEl presidente Allende lo inauguraría sólo unas horas antes de la llegada de las delegaciones que participarían en la UNTACT III, la tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Comercio Mundial.

Corría el año 1972, claro yo era una niña pero, el impacto mediático y social que producía la construcción del edificio de la UNTACT, era el comentario de los vendedores de verduras de la feria libre de cada sábado, donde acompañaba a mi abuela materna; alguno de ellos se jactaba de ser parte de los voluntarios, o conocer a alguien que trabajaba en la obra. Alguno que otro colega de mi padre, profesor normalista, también se enorgullecía de su participación en esta importante empresa para el país y para la historia.

Meses más tarde, la UNTACT ya había finalizado y el edificio era entregado al Ministerio de Educación quién lo bautizaba con el nombre de Gabriela Mistral.

Mi padre me llevó –al menos unas cinco veces– a almorzar al casino y recuerdo que yo me quedaba extasiada frente a un mural que representaba unos elefantes blancos. Desde ahí para mi sería el edificio del elefante blanco.

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El martes 11 de septiembre, el ruido de los aviones que bombardeaban el palacio presidencial, estremecía las casas de la zona norte de Santiago. Las imágenes en el televisor Motorola situado en el líving de mi casa, mostraban un film de guerra: era La Moneda bombardeada y en llamas. El dictador junto a sus secuaces daba lectura a su autoimpuesto poder absoluto y mi querido elefante blanco, se transformaría en el nido de las víboras que mantendrían la oscuridad y el terror durante 17 años.

Septiembre de 1988, semanas antes del plebiscito los corresponsales extranjeros debíamos obtener la acreditación en la DINACOS, la Dirección de Comunicaciones del gobierno militar, cuyas oficinas estaba en la torre del edificio Diego Portales. No sé por qué absurda razón fui sola. El edificio era custodiado por militares, administrado por militares, invadido de militares.

Me registraron dos veces antes de dejarme entrar a la torre. Estaba nerviosa, asustada, sentía que me estaba metiendo en el corazón mismo de lo que más detestaba. Nunca entendí, como después de tanto registro, verificación de identificación y demás, me dejaran subir sola en el ascensor, creo que al piso 11. Cuando estaba dentro del ascensor mil pensamientos me golpeaban, la adrenalina estaba en su máximo nivel, pensé que debían haber cámaras ocultas que me espiaban. Al fin la puerta se abría y calmaba mi claustrofibia.

Un recibidor alfombrado, lúgubre; aparece una mujer –la única que ví en toda la estructura– con camisa gris y falda larga y recta. Me indica que debo esperar y que me anunciará cuando sea recibida por el responsable, un tipo de apellido Vergara. Nuevamente sola. Los minutos parecían horas, ni un solo ruido, la puerta del ascensor se abre y ¡gracias al cielo! un reportero gráfico conocido…

Nos abrazamos temerosos y hablamos casi en clave, sospechosos de algún micrófono oculto. Hoy miro hacia atrás y creo que puede parecer paranoia, sin embargo sabíamos de historias terribles y estábamos en el lugar donde –probablemente– esas historias habían sido maquinadas.

Vuelve a aparecer la mujer para avisarme que puedo pasar. Abre una puerta y me introduce en la oficina del responsable. Una oficina enorme, con un gran escritorio y veo a un tipo de terno oscuro, delgado e insignificante pero con el poder que le daba encontrarse al otro lado del escritorio, su trono. Me interroga respecto del medio para el que escribo, qué edad tengo, mis viajes fuera de Chile, mi padre, mi hermano…

Ahí lo interrumpo bruscamente, la adrenalina y mi testigo –el reportero gráfico que estaba fuera– me daban fuerza de levantar la voz pese al miedo. fotoLe espeté que estaba ahí para que me diera una credencial, no para hacer una confesión y que si tenía algun problema podía llamar a mi diario en Suecia, para decirles que rechazaba a su corresponsal. Con la respiración contenida, tomé mi bolso y me aprestaba a salir, cuando el tipo me extendió un oficio timbrado y firmado que debía entregarle a su secretaria para que me diera la famosa acreditación. Lo recibí y en ese momento la puerta se abrió y la mujer me indicaba que debía salir. El funcionario estiro su mano para despedirse y yo sólo le dije: Hasta luego y gracias. Mi corazón palpitaba a una velócidad desconocida, la mano del funcionario se posó sobre la mesa y yo salí con un aire triunfante de su oficina.

Afuera, mi amigo el fotógrafo me miraba con cara de pregunta, la secretaria me dice que puedo bajar y que en recepción me entregarán la credencial, pero le digo que bajaré con el reportero y que voy a esperarle. Un poco molesta, la mujer lo hace entrar de inmediato a la oficina de Vergara. Cuando salimos de ahí, nos fuimos al Bierstube, a tomar una cerveza para pasar los nervios y comentar al detalle la experiencia vivida en el elefante blanco.

Hoy, en la capital de la Europa comunitaria, observo atónita el incendio que destruye una parte de la historia de nuestro país –días antes de que la hija de un general, asesinado por la dictadura, juré como la primera mujer presidenta–, y pienso que quizás se trate de un fuego purificador, y que sea el signo de los tiempos de esperanza que volverán a construir un elefante blanco con la mística de los trabajadores, los indígenas, las mujeres, los jóvenes; todos aquellos que creemos que : otro Chile es posible.

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* Periodista.

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