EEUU en el pantano iraquí

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«Cualquier apariencia de una ocupación permanente de Iraq por Estados Unidos socavará el apoyo interno y obrará directamente en favor de quienes en Oriente Medio -por errados que estén- sospechan que tenemos un designio imperial.» Dijo hace pocos días el ex secretario de Estado de EEUU, James Baker, en la Universidad Rice, de Houston.

En el país de Bush hay tipos mucho más duros que Baker -arquitecto de la elección robada por Bush hijo en 2000- ,que ocupaba la secretaría de Estado cuando Bush padre fue a la guerra en Iraq en 1991. Poco antes, Brent Scowcroft, otro veterano del gobierno de Bush padre, planteó una vez más, como lo hizo en 2002, dudas sobre la estrategia de Bush hijo en Iraq.

Hay muchas conversaciones en las alturas en EEUU acerca a una posible salida estadunidense después de las elecciones iraquíes. Un general retirado está en el país árabe para evaluar la situación. Aun así, apostar a que Wáshington corte por lo sano y deje el asunto iraquí como está es, desde una perspectiva histórica, una opción arriesgada.

El proceso tradicional de las aventuras -e incluso desventuras- imperiales no incluye muchas retiradas en desorden. ¿En qué sitios EEUU ha abandonado sus bases militares? En Irán, Filipinas, Vietnam -sus soldadoss no han salido de Cuba, Alemania, Japón, Sudcorea, Guam, las islas Marshall y demás-.

La retirada más rápida fue probablemente aquella decidida por ex presidente Reagan, en febrero de 1984, de retirar un destacamento de marines del Líbano después de 16 meses desastrosos, durante el cual un camión bomba voló a 241 soldados en su cuartel. Pero luego tuvimos el ataque a Granada como premio de consuelo.

La realidad en el frente

Tras casi dos años ocho divisiones estadunidenses apenas pueden resguardar sus propias líneas de comunicación interna y el camino al aeropuerto de Bagdad. Se habla de organizar escuadrones de la muerte -según el viejo modelo salvadoreño organizado por la CIA- pero es demasiado tarde para esa opción. Y la lista de bajas crece a diario: más de 10 mil soldados estadunidenses han sido muertos o heridos.

Los escándalos por las torturas han sido tan devastadores para el prestigio internacional del país como la carnicería de Mai Lai, en Vietnam. Nadie espera que la situación mejore en lo militar, y la perspectiva de la guerra civil se cierne sobre Iraq. Además la guerra es políticamente impopular en Estados Unidos, porque los noticieros de televisión y los periódicos locales llevan semana tras semana noticias de jóvenes muertos o mutilados.

El ejército estadunidense se derrumba bajo la presión: no menos de 40 por ciento de las fuerzas estacionadas en Iraq están formadas por miembros de la Guardia Nacional y reservistas, la mayor parte con el amargo resentimiento de haber haber sido acorralados durante largo tiempo en Iraq sin visos de ser relevados. El mes pasado, el general que encabeza a los reservistas hizo una sombría advertencia en un memorando a sus superiores: que sus unidades «degeneran con rapidez en una fuerza ‘destrozada'».

El reclutamiento de nuevos reservistas y para el ejército se ha desplomado por razones obvias. Los generales quieren salir antes de que la guerra destruya al ejército.

El costo de la guerra ya es enorme: 200 mil millones de dólares a finales de este año fiscal, según la predicción de Chuck Spinney, ex analista del Pentágono. Wáshington intenta financiarse con su dólar barato, pero eso crea otros problemas políticos.
En lo político, no habrá jamás una ocasión más oportuna para comenzar la retirada.

La realidad interna en EEUU

Bush fue relecto con una sólida mayoría. A diferencia de Kerry, no tiene que establecer sus credenciales de belicosidad. Los republicanos dominan ambas cámaras del Congreso, y faltan casi dos años para las elecciones parlamentarias.

La clase política está dividida. James Baker obviamente habla por la industria petrolera y la mayoría de las grandes corporaciones cree que el país tiene problemas mucho más acuciantes que Iraq. El ala libertaria de viejos conservadores del Partido Republicano jamás ha estado en favor de esta guerra.

Sin embargo, el «lobby» israelí, que le vendió la guerra a Bush y metió al país en ella, está aún profundamente comprometido y conserva considerable poder tanto en el gobierno como en el Congreso -y el «paragobierno» formado por institutos, centros y grupos ideologistas que asfixian a Wáshington.

El gran temor del «lobby» pro israelí en la primera mitad de la década 1971/80 era que una retirada de Vietnam condujera al fin del apoyo a Israel. Ese mismo sector vería una retirada de Iraq como una gran derrota; el gobierno de Sharon sin duda evalúa escenarios -tal vez un incidente como el del golfo de Tonkin en el que se involucre a Irán, quizá un ataque a su reactor nuclear- para asegurar que la salida se posponga.

Todas las filtraciones y consiguientes nuevos artículos -es notable una de Seymour Hersh en el New Yorker– sobre incursiones de inteligencia de unidades estadunidenses o israelíes en el oeste de Iraq, y un posible ataque a Irán hacia finales de este año, reflejan el feroz debate que se libra dentro del gobierno de Bush.

Al igual que en 2002, la estrategia de los partidarios de la guerra es mantener tensión y avivar el fuego.

El mismo Bush tiene mucho en juego al apostar por algún éxito en Iraq, así que todo depende de qué resulte de las elecciones en el país árabe. Si de cualquier modo la Casa Blanca puede sostener que Iraq ha sido encauzado en el camino de la democracia, puede concebirse una retirada decorosa. Pero si la resistencia hace nuevos avances, si los chiítas se vuelven contra Estados Unidos, la retirada será entonces inevitable, pues la única alternativa sería implantar el reclutamiento forzoso para cuadruplicar el tamaño actual del ejército. La guerra se volvería el tema dominante en el segundo periodo del presidente.

Lo razonable sería que Estados Unidos comenzara el retiro de tropas en uno o dos meses. Pero aquí no se trata de razones. Gabriel Kolko, el mayor historiador de la guerra del país, lo señaló acertadamente en esta reflexión sobre la evaluación del espionaje y Vietnam: «Los mecanismos de inteligencia del Estado se ven constreñidos por un ambiente estructural e ideológico que condena de antemano a ser una quimera a cualquier esfuerzo por basar la acción en información de fondo. Existen innumerables motivos por las que debemos llegar a esta conclusión. Esperar que Estados Unidos se conduzca de otra forma es cultivar ilusiones y engañarse a sí mismo. El sistema, en una palabra, es irracional. Lo vimos en Vietnam, y lo estamos viendo en Iraq».

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* Alexander Cockburn es coeditor del boletín o gacetilla de periodismo de investigación CounterPunch (Counterpunch.org) y columnista del periódico estadounidense The Nation.

Este artículo se publicó en el diario Jornada de México, traducido por Jorge Anaya.

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