Egipto: tan lejos, tan cerca

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Álvaro Cuadra.*

Esto se traduce en un desconocimiento de una importante región del mundo que, esta semana, saltó a las primeras páginas del mundo entero. Análisis desde América Latina.

A pesar de la distancia y las diferencias que nos separan de dichas sociedades, lo cierto es que la actual crisis política en Egipto posee ciertas características que nos resultan absolutamente reconocibles en nuestro vecindario, hay un cierto “aire de familia” con nuestra realidad. La explosiva combinación entre una élite corrupta y autocrática que ha mantenido al gobierno de Mubarak por tres décadas, con el apoyo de Estados Unidos y las potencias Europeas y una población sumida en la pobreza, la falta de educación y de oportunidades es algo que nos resulta más que familiar en América Latina.

La  situación egipcia es compartida por muchas naciones árabes, lo que explica en parte el llamado efecto dominó que, por estos días, tiene atemorizado a las potencias hegemónicas. El norte de África no sólo guarda inmensas reservas de petróleo sino que es el emplazamiento del estratégico canal de Suez y un cliente preferencial en la compra de armamentos. En este escenario, la actual crisis política desestabiliza toda la región y abre un horizonte incierto.

Lo que sucede actualmente en Egipto trae algunas lecciones dignas de tenerse en cuenta. En un mundo globalizado que nos tiene acostumbrados a la cerveza sin alcohol, al café sin cafeína y a las políticas sin política; la presencia popular en las calles de El Cairo nos viene a recordar que la movilización de un pueblo sigue siendo un factor de cambio histórico protagónico y decisivo. A esto habría que agregar la importancia que han adquirido las nuevas tecnologías en la articulación de grandes movimientos sociales, al punto de que el gobierno de Mubarak suspendió los servicios de internet en las horas más cruciales de la protesta.

Por último, resulta interesante advertir cómo los medios de comunicación logran contagiar las demandas populares en diversos países en cuestión de semanas.

Con todas sus singularidades, lo acontecido en Egipto está tan lejos y, sin embargo, tan cerca de la realidad de muchos países latinoamericanos que, de un modo u otro, comparten  aquella condición que en tiempos pretéritos se conoció como las miserias del Tercer Mundo. Una realidad que ya fue denunciada por Gamal Abdel Nasser  aquel patriota egipcio que se enfrentó a las potencias europeas de la época y nacionalizó el canal de Suez. Una vez más, el mundo globalizado nos viene a mostrar que la vieja historia, aquella de pueblos ricos y desarrollados versus la de los pueblos pobres y subdesarrollados no ha perdido su vigencia hasta el presente.

En el ojo del huracán

El actual reclamo norteamericano por una transición pacífica a la crisis egipcia está lejos de ser un gesto democrático y se inscribe en una nueva estrategia geopolítica para la región. Por de pronto, se ha neutralizado a las fuerzas armadas en dicho país, para evitar incendiar todo el Magreb. La salida será política o no será.  Convengamos en que el presidente Mubarak es un cadáver político, pero que todavía puede ser un instrumento útil a los intereses occidentales.

La prestigiosa revista británica The Economist, plantea una interesante idea en torno a los acontecimientos en Egipto, en cuanto la actual crisis en Egipto ofrece una excelente oportunidad para promover reformas en la región, estancada por décadas en regímenes autocráticos.

La verdad sea dicha, los niveles de pobreza extrema y la falta de libertades ciudadanas en Egipto y otras naciones de la región, resultarían inaceptables en cualquier país europeo y, ciertamente, en los Estados Unidos. No obstante, digámoslo con ruda franqueza, las grandes potencias occidentales que han enarbolado la bandera de los Derechos Humanos y las reformas políticas en cada oportunidad que les favorece directa o indirectamente, silencian esta protesta si existen intereses económicos o militares de por medio.

Tal ha sido el caso con varios regímenes del Oriente Medio, desde Sadam Hussein a Hosni Mubarak. Mientras un mandatario o reyezuelo sea el “hombre fuerte” al servicio de las inversiones extranjeras y dócil a las estrategias de los imperios político-financieros, a nadie parece importar el coste político y humano para pueblos enteros.

Para la Casa Blanca, la cuestión es clara: Se trata de crear las condiciones para una apertura democrática controlada que garantice su presencia hegemónica en la región y muchos de los equilibrios geoestratégicos alcanzados. Así, cualquier transición democrática debe contemplar la ratificación de los tratados de paz con Israel, el libre flujo de mercancías por el canal de Suez y garantías explícitas a las inversiones extranjeras de las grandes corporaciones en dicho territorio. La peor pesadilla sería la irrupción de un nuevo Irán en la región. 

Los Estados Unidos promoverían, de este modo, elecciones libres en el más breve plazo, mantendrían la cuantiosa ayuda militar y ampliarían el apoyo político a la naciente democracia, convirtiendo a Egipto, como lo ha sido el Chile post dictatorial, en una nación modelo para todo el Magreb.

Tal como ha señalado Hillary Clinton, asistimos a una tormenta perfecta en todo el Oriente Medio. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir sumidas en la exclusión y la pobreza que alcanza niveles que bordean el 40% en país de alrededor de 80 millones de habitantes. Es claro que se requieren urgentes reformas, pero al mismo tiempo, la ecuación geopolítica es tan compleja que el camino se augura difícil y no todo lo rápido que se espera. Ante una oposición dividida, las elites y el ejército, con el apoyo estadounidense, apuestan a una transición programada, lo cual significa ganar tiempo y calmar a las masas con placebos, preparando el terreno para un eventual recambio democrático en septiembre del año en curso.

Si bien Egipto es, por estos días, el ojo del huracán, lo cierto es que el reclamo del pueblo egipcio expresa un estado anímico compartido por la mayoría de los pueblos de la zona. Por tanto, no es impensable un efecto de contagio que ponga en jaque a varias autocracias de la región. Por ello, el desenlace de la actual crisis es crucial, en la medida que de ella surja un modelo de sociedad tal que conjugue las justas aspiraciones de los pueblos a una vida digna y los intereses estratégicos de las potencias involucradas.

Las autoridades iraníes insisten en que estamos ante una nueva “conciencia islámica”, no obstante, pareciera que el reclamo se aproxima más a fundamentos sociales y económicos. Lo que se está reclamando es más la frustración de una mayoría tan indignada como menesterosa frente los beneficios de una modernidad globalizada que un retorno teocrático al estilo de Irán. En este sentido, el “peligro islámico” parece más una coartada de las elites gobernantes que una realidad política tangible.

Cualquiera sea el curso de los acontecimientos, es indudable que este corresponde, en rigor, al pueblo soberano de Egipto, más allá de los poderosos intereses en juego y del poder mediático, diplomático y político de las potencias occidentales. La situación actual puede ser descrita como la de un mandatario aferrándose al poder contra la voluntad mayoritaria de su pueblo, pero también, como la voluntad de las potencias occidentales, Estados Unidos en primer lugar, de aferrarse al poder que han detentado en la región por décadas. Wáshington sabe perfectamente que cualquier desequilibrio derivado de la actual crisis en las tierras del Nilo puede tener consecuencias catastróficas en su mapa geopolítico, o como suelen decir en Wáshington, un riesgo inaceptable para su seguridad nacional.

"Game over"

Por estos días, asistimos a la más profunda mutación del escenario político mundial en el norte de África. El epicentro es el Egipto de Hosni Mubarak. Una ola de protestas recorre el Magreb, alterando los cuidadosos equilibrios construidos por décadas. Quizás por ello muchos analistas de temas internacionales de atreven a comparar estos acontecimientos con la caída del muro de Berlín en la década de los ochenta.

Cientos de míles de ciudadanos egipcios siguen el ejemplo de sus hermanos tunecinos y han salido a las calles a protestar contra un régimen autoritario y corrupto encabezado por Mubarak. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir marginadas en su propio país. La globalización de la información, de la mano de las redes sociales creadas gracias a las nuevas tecnologías han ido sedimentando una nueva percepción de sí mismos y del mundo que les toca vivir.

El clamor en las calles de El Cairo es fuerte y claro: Game over. El reclamo debe ser entendido literalmente, por una parte significa poner término de manera inmediata al régimen de Mubarak, quien torpemente se aferra al poder utilizando formas de violencia callejera y artimañas de última hora. Lo cierto es que en una semana de protestas, el desprestigiado líder ha perdido la credibilidad y el apoyo de sus protectores: La Casa Blanca y las potencias europeas.

Pero hay más. Game Over significa, además dar vuelta la página a décadas de autoritarismo y avanzar hacia una sociedad más pluralista y democrática, con todos los riesgos que ello pudiera implicar. Esto cambia totalmente el panorama en el mundo árabe, un mundo políticamente fosilizado, regentado por dinastías o elites corruptas enriquecidas por petrodólares. En fin, un mundo que daba garantías a las potencias occidentales para asegurar los buenos negocios petroleros, el flujo de mercancías a través del canal de Suez y una paz permisiva hacia el estado de Israel. Game Over significa, ni más ni menos, reabrir el expediente de la “Pax Americana” en la región.

Es prematuro, todavía, delinear el nuevo mundo que está naciendo en el Magreb, pero no cabe duda de que cualquiera sea el alcance y la profundidad de los cambios que se anuncian, éstos serán determinantes en la política mundial de los próximos decenios. Por ahora sólo se pueden plantear inquietantes interrogantes sobre el tipo de gobierno que prevalecerá en una zona tan sensible del planeta y cómo van a reaccionar los Estados Unidos, Israel y la Unión Europea. Cabe preguntarse sobre el papel del Islam —en todos sus matices— en la nueva configuración política de dichas naciones y, más concretamente, cual será el decurso de la cuestión Palestina.

Lo que sí parece inevitable en el corto plazo es el ocaso de muchos regímenes mimados por intereses occidentales, que abusaron del poder de espaldas a sus propios pueblos. La frustración de muchos años se manifiesta hoy en las calles de muchas ciudades del mundo árabe con inusitada violencia. Aunque, por el momento, nadie sabe a ciencia cierta hacia donde conduce esta ola de protestas, no cabe duda alguna que se trata del fin de una época y el comienzo de otra muy distinta. Una época en que ya no es concebible gobernar de espaldas a las mayorías marginadas.

Como en un vídeojuego: Game Over significa, precisamente, poner fin al injusto juego que se estaba desarrollando hasta el presente  y reiniciar una nueva partida en el siglo XXI.

* Semiólogo, investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

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