El calvario de los migrantes en Chile

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“Mucho de lo que pasa en torno a la migración es que vamos haciendo fe en mitos, nos da miedo, y creamos prejuicios a partir de esos mitos”, dice Pablo Valenzuela, director regional del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), cuya oficina en Santiago funciona en Lord Cochrane 104, a pasos de La Moneda. “Nacimos al alero del Hogar de Cristo, con la migración peruana y la discriminación que sufrían. Actualmente, la población haitiana nos enternece: son buena onda, alegres… Pero nos hemos olvidado cuánto tiempo discriminamos a nuestros hermanos peruanos y bolivianos”, agrega.

El SJM nació como Pastoral de Inmigrantes Pedro Arrupe en 2000. Jesuitas y laicos crearon una oficina de atención de migrantes cuando la migración peruana crecía. Sus condiciones laborales, de vivienda y acceso a derechos sociales eran muy precarias. En las dependencias de la Parroquia Jesús Obrero, al costado del Santuario del Padre Hurtado y del Hogar de Cristo, se instaló la primera oficina.

El SJM tiene oficinas en Arica, Antofagasta y Santiago, con programas de educación e interculturalidad, donde el foco es cómo asegurar acceso a educación para los migrantes, que las escuelas se transformen en comunidades interculturales, que las comunidades escolares sean protagonistas de ese cambio, y que los funcionarios públicos tengan un proceso de información y reflexión para terminar con los prejuicios hacia la migración. Tiene un área social que atiende a cuatro mil migrantes al año”.

-¿Cuál es la situación de la migración a nivel mundial?

-“Nunca se habían desplazado tantas personas en el mundo: cerca de 300 millones. La OCDE acaba de sacar un reporte: 267 millones, moviéndose desde sus países de origen para desarrollar un proyecto de vida. Los movimientos migratorios se han acelerado. Es de público conocimiento la crisis de refugiados, conflictos armados y fenómenos climáticos profundos, dramáticos, de un día para otro. Un estudio de la Universidad de Chile evalúa el cambio climático y nuestro país será afectado gravemente. Eso acelera los procesos migratorios y los hace más impredecibles. A nivel mundial aún las políticas públicas se debaten entre el respeto a los derechos humanos, el enfoque de seguridad y el instrumental -que pretende que la migración es mano de obra barata, el ‘bienvenidos, pero a trabajar por menos salario y con menos derechos’-. Un ejemplo del enfoque de seguridad es el muro que anuncia Donald Trump. México y Estados Unidos ya tienen un muro de seis metros de altura pero hay catorce millones de migrantes irregulares viviendo en Estados Unidos. No hubo muro que los detuviera pues la migración es natural y seguirá produciéndose. El enfoque de derechos humanos es el que nos gustaría que imperara, pero en Chile tampoco impera”.

Foto de la migración

-¿Y las cifras de migración en Chile?

-“Hay que esperar el Censo que establecerá estadísticas más precisas. Pero se calculan en torno a 600 mil los migrantes residiendo en Chile. La migración sigue siendo por lejos laboral: ocho de cada diez migrantes vienen con ánimo de residir para encontrar una oportunidad de trabajo que en su país de origen no encuentran. Es una migración joven: entre 18 y 40 años. Y es feminizada, aunque cambia según los colectivos. Por ejemplo, en los haitianos es masculinizada: 60%. Se concentra en Santiago, porque Chile es un país centralizado, y las oportunidades de trabajo no están en cualquier región, sino en la Metropolitana, que concentra el 62% de los migrantes. Es latinoamericana: 74% viene de nuestro continente.

Han cambiado últimamente algunos países de origen. Se han triplicado en dos o tres años haitianos y venezolanos. No deja de llamar la atención. Venezuela, obviamente: hay problemas allá, y Haití porque se les cierran las puertas en los países del norte. Aunque existe precarización de derechos sociales y laborales, Chile les muestra más posibilidades de prosperar, lo que no significa que se cumpla el proyecto migratorio de quienes llegan a nuestro país. Muchas veces no hay sintonía entre ese proyecto y la vida que realizan. Sin embargo, sigue pesando más el lado bueno que el malo. Un estudio de Nicolás Rojas, señala que el migrante no se saca la foto en la pieza que comparte con cinco o más migrantes en Estación Central, sino en el Costanera Center.

La encuesta Casen demostró que tienen un par de años más de escolarización que los chilenos, y eso derriba el mito de ‘son todos ignorantes’ o ‘no saben nada’. Como SJM nos preocupa la educación e interculturalidad, intentamos derribar las barreras que pueden llevar a respuestas xenófobas, a prejuicios. Un grave problema es la validación de estudios. Hemos visto la polémica que desata el Eunacom en salud, y así hay un montón de trabas”.

-A pesar de tener más estudios que los trabajadores chilenos, tienen que optar a empleos que no se corresponden con su preparación y capacidades…

-“En un programa proempleo del SJM capacitábamos en oficios y teníamos a un doctor venezolano que no podía desempeñarse en lo suyo… No hay sintonía entre la preparación técnica, capacidad profesional y el oficio que aquí desempeñan. Es un problema porque no estamos aprovechando el potencial de los migrantes. Podrían entregar mucho más a nuestra comunidad pero no lo están haciendo. Una de las herencias de la dictadura es nuestra regulación migratoria, el enfoque de seguridad del Estado, que hay que decirlo con todas sus letras: se mantiene. En muchas resoluciones administrativas de este gobierno se mantiene. Siguen las expulsiones de migrantes. La Corte Suprema las revoca, porque no están bien hechas, no tienen siquiera respeto al debido proceso.

Y una vez que son revocadas, en la regularización del ingreso, el Ministerio del Interior no enmienda el error porque ‘pudieran ser un riesgo para la sociedad’. Todavía impera esa mentalidad policiaca que no piensa en los derechos humanos, en la reciprocidad. Tenemos alrededor de un millón de chilenos en el extranjero: entonces, ¿qué trato queremos que les den? Los derechos humanos se basan en una ética: ‘Trata al otro como quieres que te traten a ti’. Y vemos un gobierno que a pesar de tener un diagnóstico correcto, porque en la página 155 del programa de la Nueva Mayoría había un párrafo destinado a la regulación migratoria y decía la verdad, señalaba que tenemos una regulación que no respeta los derechos humanos, un enfoque de seguridad que dificulta su formalización, y se propone y promete que se van a evaluar esas políticas públicas… Pero estamos llegando a final de año, la presidenta Bachelet lo dijo de nuevo en un discurso, que habrá una ley migratoria, pero aún estamos esperando”.

Violaciones a sus derechos  

-¿El proyecto se conversó con las organizaciones de migrantes y se les prometió para 2015?

-Así es, todavía no se presenta. Supimos que el Ministerio de Hacienda está evaluando su costo… Nos parece que esa es una mirada miope. ¿Sabemos todo lo que los migrantes pueden generar? Basta ver, aunque suene nimio, la revolución gastronómica que han significado los restaurantes peruanos. Significan empleos de micro y mediana empresa. Deberíamos abrir las puertas a quienes vienen con la idea de armar un proyecto de vida y con ganas de aportar. No vienen a delinquir. Ese es otro mito, muy usual lamentablemente en ciertos candidatos: culpan a los de afuera de nuestros propios dramas”.

-¿Qué problemas enfrentan los migrantes?

-“Podemos hacer una ruta: llegan con ánimo de trabajar, pero en la frontera hay mucha discrecionalidad. A veces, dependiendo de la pigmentación de su piel, se le piden papeles y efectos que a otros no: una cámara fotográfica, carta de invitación, cierta cantidad de dinero. Si logran entrar, se ubican en Arica, Iquique o Antofagasta en un primer momento. Luego, en Santiago o alguna ciudad del sur. Tienen de inmediato dos problemas: vivienda y trabajo. Por un desregulado mercado del arriendo, abusan de ellos arrendándoles espacios pequeñísimos, que no reúnen condiciones de habitabilidad. Les arriendan a varias personas una pieza de tres por dos metros o menos, deben compartir baño con otros veinte o más migrantes, y les cobran 150 mil pesos ¡por persona! No hay viviendas adecuadas para este tipo de migración. Otro problema es regularizar su estadía. Quien entra con ánimo de trabajar tiene que conseguir un contrato de trabajo, pero no puede trabajar si no está regularizado. Incluso si consigue un contrato, tiene que presentar los papeles y pedir un permiso provisorio para trabajar, que en Santiago puede demorar 90 días. ¿Quién contrata migrantes que solo podrán trabajar en noventa días más? Se aprovechan de eso: ‘te contrato pero como no tienes papeles, te pago menos, te exploto más’.

Los prejuicios positivos también operan: ‘Los haitianos son muy buenos trabajadores… Entonces carga dos sacos de cemento en vez de uno’. Se cae en abusos. Nuestra política pública al fomentar la irregularidad de los migrantes, promueve el abuso. Eso hay que cambiarlo. En educación se ha avanzado algo más, pero hasta hace poco sus hijos no tenían RUT, no podían acceder al registro social de hogares, a programas sociales. Pasan seis u ocho meses con niños en situación irregular. En salud también se han dado algunos pasos, pero todavía falta mucho en el trato persona a persona. Los migrantes se sienten discriminados en las salas de espera, donde incluso les dicen que ‘por qué están ocupando ese espacio’, ‘que el consultorio no es para ellos’, etc. El personal de salud los discrimina. Nos ha pasado con las madres haitianas, que quizás no tienen el tipo de apego que está de moda o es la usanza en Chile, y son calificadas como ‘malas madres’. No se entiende que son culturas distintas.

Necesitamos una nueva legislación. En este país, tan legalista, no hay una legislación sobre migración que tenga enfoque de derechos, que aplique los principios contenidos en las convenciones de las que somos parte. Que los procedimientos que se establezcan para las expulsiones respeten los derechos fundamentales. Que se establezca un visado multipropósito, similar a los que tenemos con los países del Mercosur, cuyos ciudadanos pueden quedarse un año en nuestro país. Es fundamental una visa acorde a nuestra realidad. No hay forma de regularla diciendo ‘queremos que venga gente de Finlandia’, y dándoles facilidades los finlandeses. No van a venir. Hay que establecer reglas para nuestra realidad migrante. Nosotros no promovemos la irregularidad, las evidencias nos demuestran que las barreras físicas, los muros o la burocracia y trámites desmedidos o absurdos, no detienen la migración.

Pasó en el caso de la República Dominicana, se les puso una visa consular de forma unilateral, y lo que sucedió es que se ha multiplicado el ingreso irregular. El Estado promueve el tráfico de migrantes y el ingreso irregular con medidas así. En el Congreso están pensando en una ‘visa para haitianos’. Con el fin de que no se vulneren más sus derechos, la ‘solución’ es que no entren más. El mundo al revés. Permitamos gestionar el ingreso de mejor manera, dar seguridad. Nuestra realidad económica finalmente a lo mejor no cumple con las expectativas de muchos migrantes; pero poner barreras físicas o muros administrativos no detendrá la migración”.

-¿Chile viola los derechos de los migrantes?

-“Hay violaciones todos los días. Hace poco se empezó a reconocer la nacionalidad a niños de migrantes que nacían en Chile. Se les calificaba como ‘hijos de extranjeros transeúntes’. Hemos detectado cobros ilegales por atender a migrantes: les cobran 600 mil pesos. Les dan mala información, hay aprovechamientos, abusos, violencia y xenofobia… Pero también hay que ser justos y destacar que Fonasa y el Ministerio de Salud han sido los más proclives en dar pasos de integración. Obviamente, se requiere un cambio mayor. No podemos decir que toda la responsabilidad sea del Estado, hay una sociedad que también tiene que entender que nos vamos a volver interculturales, así es el desarrollo. Fuimos durante mucho tiempo un país arrinconado entre cordillera y mar, y nada indica ahora que vaya a decaer el flujo de migrantes. Puede que el crecimiento no sea tan acelerado pero tendremos cada vez más migrantes, entonces, como sociedad hay que cambiar y el Estado, como garante del respeto de los derechos humanos, tiene la primera responsabilidad.

El SJM tiene espacios de formación pues en nuestra sociedad hay mucha violencia xenófoba y paternalismo. Tenemos que cambiar como sociedad. Hay violaciones a los derechos humanos y no estamos garantizando el derecho a migrar, a salud, trabajo, vivienda, educación… Pero hay una verdad que pocos quieren ver: los migrantes comparten los problemas económico-sociales de la mayoría de los chilenos. Quizás nos llame a una reflexión sobre lo precario que son nuestros derechos en general, porque, ¿cuántas familias chilenas viven todavía hacinadas en campamentos? ¿Cuántos viven en la miseria? El problema no son los migrantes, aunque a algunos les guste señalarlos a ellos porque se quita el foco del lugar donde están las injusticias para todos”.

 

*Publicado en “Punto Final”, edición Nº 881, 4 de agosto 2017.

 

 

 

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1 comentario
  1. Antonio Casalduero Recuero dice

    Nada nuevo nace bajo el sol. La contratación de inmigrantes como mano de obra barata data de muy antiguo. La inmoralidad de algunos empresarios por ahorrarse algunos pesos resulta patética; reciben a haitianos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, hasta argentinos, con salarios miserables, los que difícilmente un chileno se lo aguantaría, pero… ¿Quién le pone el cascabel al gato ante tamaño despotismo? ¿Son los migrantes quienes deben oponerse o es el gobierno el que debe sentar normas más civilizadas para protegerlos?

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