El cambio climático hace que el Ártico que resiste helado en verano sea un 35% más pequeño que hace 40 años

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La extensión de hielo del océano Ártico acaba de marcar su mínimo anual en septiembre: 4,59 millones de km2, según las mediciones del Centro Nacional de Datos de la Nieve y el Hielo de EEUU. El ritmo al que se derrite, exacerbado por el cambio climático, hace que la parte del Ártico que resiste congelada en los meses cálidos sea un 35% más pequeña que hace cuatro décadas. Cuando comenzó a medirse, en 1979, el hielo estival llegó a siete millones de km2.

El calentamiento global se deja sentir más en el Ártico. Una especie de chivato sobre los impactos del cambio climático. La causa es que allí se da un círculo vicioso que amplifica el calentamiento de origen humano: hasta el 80% la radiación solar rebota en la superficie blanca del hielo. Pero si no hay hielo, esa radiación es absorbida por el agua marina, lo que redunda en mayor calentamiento. El mínimo de extensión de 2018 es el sexto peor de la historia. Los 12 mínimos estivales más exiguos corresponden a los 12 últimos años de este siglo.

Mark Drinkwater @kryosat

Polarstern enters uncharted #Arctic waters in what once was thick perennial sea ice. Follow progress at meereisportal.de/en/seaiceexped @AWI_Media

La rotura de esta parte del océano con hielo antiguo –y más resistente– es otra alerta añadida. El hielo joven, con menos de un año, que no ha sobrevivido ni una campaña de fundición y más fácil de derretir, es el que domina el Ártico actualmente, explica la Agencia Oceanográfica y Atmosférica de EEUU (NOAA). En 1986 el hielo que tenía al menos cuatro años ocupaba el 16% de la superficie congelada del océano. En 2016, era el 1,2%, según constató la NASA.

«El cambio climático es la causa más probable» de este fenómeno, han explicado los observatorios científicos. El círculo polar Ártico ha soportado en 2018 una ola de calor estival con temperaturas por encima de los 30ºC, según la Organización Meteorológica Mundial: la ciudad noruega de Bardufoss registró 33ºC cuando su temperatura media de la década en julio es de 17. En la zona de Kevo (en la Laponia finlandesa) llegaron a los 33,4ºC. Su media es de 13.

Aunque a partir de este momento el hielo comenzará a crecer en el Ártico, sus máximos también se quedan mucho más cortos. Hace 40 años los satélites midieron 16,5 millones de km2 de corteza helada. En 2018, en su apogeo, se quedó en 14,48 millones. Llega menos lejos Se funde más.

Ruta para el transporte comercial

Pero, contrapuestas a las voces de alarma, las evidencias físicas del cambio climático son celebradas por algunos sectores. El mismo 22 de agosto, el carguero Venta Maersk zarpaba de Vladivostok (Rusia) para transportar fruta y equipo electrónico siguiendo la ruta del Norte que atraviesa el Ártico. Llegó a San Petesburgo el 28 de septiembre.

La naviera danesa, el grupo más grande del mundo de transporte de contenedores, ha especificado que se trataba de una prueba. «Actualmente no vemos la ruta del Norte como una alternativa comercial viable», ha dicho el jefe técnico de Maersk Palle Laursen. Un viaje, ha explicado, para ganar «una excepcional experiencia operativa, probar los sistemas del buque y la funcionalidad del apoyo desde la costa». Posicionamiento de cara a una generalización del transporte por el Ártico que ahorra hasta 7.000 kilómetros de navegación respecto a la ruta por el canal de Suez.

De hecho, el buque Eduard Toll de la naviera Teekay , ya completó en enero de 2018, cargado de gas natural licuado, la primera travesía de esta ruta no ya en verano, cuando los pasos son navegables, sino en invierno y sin necesidad de la escolta de rompehielos.

El transporte marítimo codicia la apertura de esta ruta comercial del Norte. Y uno de los más interesados por convertir el Ártico en una autopista marítima es Rusia. El presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, publicó un decreto en mayo pasado en el que requería que el transporte por esta ruta alcance los 80 millones de toneladas al año en 2024. Actualmente está en 10 millones de toneladas anuales. Buques con petróleo, gas o carbón, entre otras cosas.

El tránsito generalizado de cargueros y tanques por aguas árticas es la siguiente frontera de la amenaza ambiental en la región. El océano boreal será totalmente navegable en verano antes o después a este ritmo de deshielo y, a muchos barcos, mucho impacto, como ha explicado el investigador del IFsic, Víctor Martínez Eguíluz: «Consecuencias en cuanto a contaminación, ruido o introducción de especies en los ecosistemas.»

En este sentido, la Organización Marítima Internacional (dependiente de la ONU) tiene encima de la mesa la prohibición del transporte a base de gasóleo pesado (HFO). «Muy parecido al que tenía el Prestige», explica Miriam Zaitegui, del área de Política y Cambio Climático en la organización Ecodes.

Este combustible está prohibido en aguas de la Antártida desde 2014 por su peligrosidad, pero conseguir la misma medida (ante un escenario de tráfico generalizado por estas aguas facilitado por el calentamiento global) se está mostrando difícil. En la última sesión del Comité de Protección Ambiental de la OMI, en abril pasado, hubo un grupo de bloqueo. ¿Quién lo lidera? Rusia, cuyas delegaciones proponen medidas de mitigación y ven la prohibición como un último recurso. China apoya esta postura. Canadá tampoco contempla aun con buenos ojos una prohibición de este combustible. La próxima reunión del comité se celebra entre el 22 y 26 de este mes.

«La mayoría de los buques pueden dejar los HFO –cuyas emisiones son más dañinas en esas latitudes– y utilizar combustibles destilados compatibles con la misma, o muy similar, tecnología y maquinaria. El futuro del transporte marítimo pasa por alejarse de los combustibles fósiles», comenta Zaitegui, quien vaticina: «Si fue imposible limpiar nuestras costas gallegas [cuando naufragó el Prestige], no es difícil imaginar la magnitud del desastre en el Ártico».

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