El cloro y otros asesinos sueltos en el ambiente

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sin mayores declaraciones de acción por parte del gobierno uruguayo, diversas organizaciones ambientalistas de todo el mundo plantearon en la capital de Uruguay la necesidad urgente de cumplir con el Convenio Internacional de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP) y la ampliación de la lista de los compuestos prohibidos, la mayoría originados en la química del cloro.

Se trata de una dura batalla por la eliminación –o al menos en una primera etapa reducir a niveles aceptables– en el agua potable y actividad agroindustrial en general de nueve plaguicidas (DDT, aldrina, dieldrina, endrina, clordano, heptacloro, hexaclorobenceno, toxafeno y mirex), dos subproductos de procesos industriales y de combustión (dioxinas y furanos), y un grupo de contaminantes industriales conocidos como bifenilos policlorados (PCB).

El lunes dos de mayo se instalará en la ciudad vacacional de Punta del Este, en el sur uruguayo, la primera conferencia de los países que firmaron el Convenio de Estocolmo, con el objeto de analizar una investigación planetaria sobre la presencia y el riesgo de estos venenos.

A dicha reunión se permitirá la asistencia, en calidad de observadores, de muy pocos grupos y asociaciones ciudadanas. Los observadores no tienen derecho a voto en las resoluciones que se adopten, y serán escuchados sólo si la asamblea los invita a plantear sus observaciones.

fotoEL RICO VENENO

La mayor parte de estos compuestos tóxicos son organoclorados o subproductos de su producción y uso. La exposición de los organismos vivos a estos 12 contaminantes aumenta el riesgo de contraer cáncer, altera el equilibrio hormonal, provoca trastornos neurológicos, infertilidad, diabetes y debilita el sistema inmunológico.

Todas ellas son sustancias muy peligrosas; volátiles, pero de “vida” prolongada en el ambiente y poseen la particularidad de que se fijan acumulativamente e en los tejidos animales grasos y transmitirse a través de la cadena alimentaria y ponen en peligro la descendencia.

El Convenio internacional logrado en mayo de 2002 en la capital sueca, patrocinado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, fue firmado en principio por 151 países, pero hasta la fecha ratificado sólo por 97. Entró en vigor en mayo de 2004.

Para las asociaciones de protección y defensa del ambiente es necesaria una mayor y más seria actividad por parte de los gobiernos, puesto que en todo este tirempo no se ha hecho, en la práctica, más que inventariar metodológicamente los venenos. No se ha investigado en profundidad dónde y cómo se produce su emisión.

Es decir: mucha reunión, cocteles, viajes y declaraciones, pero muy poco de lo que en realidad interesa a cientíicos y ciudadanos. Para las asociaciones preocupadas –como la Red Amigos de la Tierra– deben incluirse otros tóxicos, como fipronil, sulfuramida, lindano, endosulfán y el 24D, también considerados contaminantes persistentes, utilizados en la fabricación de plaguicidas para uso en cultivos con destino a la alimentación animal y humana.

La instalación de plantas productoras y la importación y uso de estas sustancias deben ser autorizadas por los distintos gobiernos, y un problema gave es que éstos prohiben algunos venenos, pero autorzan otros que no figuran en los listados.

LOS QUE SON Y ESTÁN

Los países de América Latina que ratificaron el Convenio de Estocolmo son Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Panamá, Paraguay y Uruguay, lo que no significa que otros estén libres de peligro.

fotoEn Bolivia, el uso de agrovenenos atemoriza a la población. No es para menos: se constató en diciembre de 2004 el deceso de niños en La Paz, intoxicados por un insecticida y –en enero de 2005– siete campesinos fallecieron por consumir alimentos contaminados.

Global Egg Project –organización no gubernamental dedicada al estudio en todo el mundo de las características del huevo de gallina –un alimento universal como pocos– tomó examinó huevos de gallinas en varios países en un laboratorio europeo. Los resultados son preocupantes.

En Uruguay las organizaciones ambientalistas constataron la presencia de PCB y dioxinas en la ciudad de Minas que doblan los parámetros aceptados por la Unión Europea. Los científicos analizaron huevos de gallinas de campo recogidos en la vecindad de dos cementeras. Se eligió esa región debido a la detección de hipertiroidismo.

En México se tomaron huevos en la localidad de Coatzacoalcos, donde funciona un complejo petroquímico: contenían proporciones de dioxinas seis veces más altas que el máximo permitido por la UE.

En Chile los estudios revelaron altos grados de dioxinas y furanos en huevos de regiones donde se detectaron casos de cáncer de hígado. Se hizo llegar a fines de marzo un documento al presidente Ricardo Lagos, suscrito por más de 50 organizaciones ciudadanas, pidiéndole cumplir con el acuerdo de Estocolmo. Se espera su respuesta.

LA CELULOSA ASESINA

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La mortal peligrosidad de los venenos producidos por la actividad industrial, desde luego no sólo convierte al huevo de gallina en una bomba de tiempo. Curtiembres, refinadoras de petróleo, la industria metalúrgica, laboratorios e incluso la industria de alimentos son focos nocivos.

Podrían no contaminar como lo hacen, pero el desmedido afán de ganancias con la menor inversión posible por parte del empresariado –una gigantesca red transnacional de intereses y prácticas– y el claro chantaje a que someten a los gobiernos de los países “subdesarrollados”, donde es frecuente, además, encontrar un amasijo de parentezcos, compadrazgos y lucro compartidos entre algunos de sus personeros y las empresas– consigue milagros.

Lo probó en la primera mitad del siglo XX el envenenamiento –que continúa– del Riachuelo, curso de agua que desemboca en el Río de la Plata en el barrio La Boca, a pocas calles del centro de Buenos Aires, que ya en 1930 constituía un peligro para la población, al extremo que el pintor Benito Quinquela Martín por esos años donara un policlínico barrial para la atención de la infancia afectada

Los ambientalistas chilenos lograron el cierre de una fábrica de celulosa, propiedad de una de las primeras fortunas nacionales, cercana a la ciuda de Valdivia, en el sur, cuya actividad se probó vinculada a una alarmante mortandad de cisnes y otra fauna en un santuario natural.

Con esa experiencia in mente argentinos y uruguayos se disponen a combatir la instación de dos plantas de celulosa, una española y la otra finlandesa, a un costado del río Uruguay, en la zona limítrofe de ambos países.

ABRAZAR AL RÍO

Entre ambas empresas la oferta es de 600 puestos de trabajo directo y unos siete a ocho mil indirectos; la inversión total será de US$ 1.600 millones. No obstante, y a modo de contrapartida, necesitarán tomar prestado al Uruguay un metro cúbico de agua por segundo, la que será devuelta a unos 80 grados centígrados y contaminada con dioxinas y furanos, componentes químicos altamente cancerígenos que se acumularán en la cadena alimenticia de los dos países.

La planta, a sólo 90 kms. del Río de la Plata, contaminará el agua potable del Conurbano bonaerense. Y de paso arruinará el área del delta del Tigre. A lo largo de su recorrido por Uruguay y Argentina el río es un atractivo turístico que contribuye a dinamizar la economía zonal.

Las plantas producirán, de ser instaladas, alrededor de un millón de toneladas de pulpa anual, para lo cual se deberá contar con aproximademente 3.5 millones de toneladas de madera (árboles talados), Y si bien aseguran que su tecnología no empleará cloro, sí librará dióxido de cloro, soda caústica, oxígeno, peróxido de hidrógeno y ácido sulfúrico.

No disminuye el riesgo el hecho de que el dióxido de cloro y el dióxido de azufre necesarios, serán producidos allí mismo.
Se esparcirá por el aire un agradable aroma a huevo podrido: unos dos kilos de súlfuro saldrán a la atmósfera por cada tonelada de pulpa que se produzca. Adiós a los grandes peces del río Uruguay.

La asamblea ambiental que coordinó el Abrazo en el puente San Martín, que une a los dos países, la integraron por quince grupos ambientalistas, ONGs y las autoridades de la Municipalidad de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, Argentina. Llegaron también columnas desde distintos puntos de Uruguay, incluyendo una caravana desde Montevideo. Nadie quiere ser cómplice del asesinato de uno de los ríos más hermosos y ricos en biodiversidad de América del Sur.

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