El escritor, a 10 años. – PLAZOLETA OSVALDO SORIANO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Se diría que el único que falta es Soriano. Pero cinco minutos antes de empezar el acto en la Chacarita queda bien claro que eso no es verdad. También él, su sonrisa y su ironía dan el presente en el cementerio, donde desde ayer lo re cuerda un flamante sepulcro con plazoleta incluida.

Osvaldo Soriano está presente en Manuel Soriano, un muchacho de casi 17 años que habla español como puede. Hace ocho años que vive con su madre Catherine –la viuda de Soriano– en un pueblo al lado de París: «Yo no conocía a este personaje Soriano», le dice Manuel a Clarín. «Aprovecho estos días para discutir con sus amigos, para descubrir cómo era mi padre. Jugaba con él, nos peleábamos, pero no me acuerdo mucho porque murió cuando yo tenía 6 años».

Junto a él, Catherine dice que los diálogos que intenta tener con su hijo en castellano todavía no resultan. «No estudia suficiente español porque cree saberlo todo. Es muy conmovedor estar acá. ¿Recuerdos de él? Me preguntan eso y es medio difícil. Está siempre presente».

De la inauguración de la plazoleta participa hasta una delegación de la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo, del que Soriano era más que conocido seguidor. Su gran amigo, el periodista Francisco «Negro» Juárez, toma la palabra: «Le encargué una nota sobre el Vía Crucis de Tandil. De ahí –abril de 1969– fuimos amigos».

Al hablar del traslado de los restos, Juárez se quiebra: «El último acto, muy privado, bajo la lluvia, fue el viernes, para la exhumación. En el peor momento me encontré de nuevo con Soriano». Pausa. El hombre toma aire. «Pero rescato la imagen de ese primer día en Primera Plana cuando apareció desconocido pero dispuesto a triunfar».

Otros amigos hablan. Héctor Olivera, quien filmó No habrá más penas ni olvido y Una sombra ya pronto serás: «En mi vida, la amistad con Soriano fue un hito». Y Tito Cossa, acongojado, lamenta: «Nunca más voy a poder tomar café con el Gordo».

Finalmente, el Jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman recuerda el trámite para la nueva sepultura: «Para el asombro de Catherine (pronuncia la erre afrancesadamente) decidimos una firma en cinco minutos. Estoy seguro de que este sitio se convertirá en un lugar de recorrido donde el recuerdo y la palabra de Osvaldo seguirán circulando».

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Telerman, Catherine y Manuel descubren una placa donde se lee: «‘Basta de muertes’. Y empezó a cerrar la tumba», una cita de Triste Solitario y Final. En el aire resuena un texto que envió Osvaldo Bayer y que Juárez lee:

«Tu estilo es tan profundo que no necesito de academicismos para describirlo. Es tan profundo como las preguntas que se hacen los muchachos de barrio, las mujeres viejas, los viejos jubilados y los perros de la calle (los gatos no, ellos no preguntan, esos lo saben todo). Nos supiste dibujar a todos pero sin poder ocultar tu tierna bondad. Hasta la vida siempre».

Manuel comprende. Y Soriano seguro que lo observa. Seguro.

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Crónica publicada en el diario argentino Clarín.
www.clarin.com.ar.

Addenda

EDUCACIÓN SENTIMENTAL*

(…)El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en brazos; Borges lo acaricia como a un amigo.

A mi un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente , muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Veni, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un Ieón. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos.

En París, mientras trabajaba en El ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mi mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás.

Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas. Soy uno de ellos perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie. Ahora mismo, una de mis gatas se lava la manos acostada sobre el teclado y tengo que apartarla con suavidad para seguir escribiendo. Hace cinco meses que no prendemos un cigarrillo. Juntos sufrimos el vejamen de la abstinencia y !a vida limpia. Hace unos meses esta habitación era un quemadero de fragancias maravillosas. Tabacos de la Argentina, de Cuba y de Holanda, ya no; resignamos algo de la utilería que compone a los duros: cigarrillos, sombrero, impermeable, el revolver de juguete.

Los fantásticos vampiros de Matheson; entre los que estaban Laurel y Hardy y el realismo romántico de Chandler, sobreviven a las modas y las vanguardias porque el lector quiere verse ahí en sangre de papel. Necesita leer sus miedos. Con eso Stephen King escribe ahora una obra excesiva e inquietante. En uno de sus libros, un personaje acusa de plagiario al narrador, le mata el gato y se lo deja frente a la puerta. Es un momento insoportable en la literatura de terror. Algo cercano a los escalofriantes efectos de H.P. Lovecraft. Todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Tal vez el de Gibbins, cercado por el fuego, le haya pedido auxilio en nombre de los gatos inspiradores: el del Dante, el de Baudelaire, el de Lewis Carrol, el de Borges. Y ahí fue el director de pobres películas, a purificarse en el incendio y cumplir con el ritual de todos los demonios.

Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos. En La noche americana, Francois Truffaut aconseja a los realizadores de cine no meterse jamás con un gato en acción. También me lo dijo Hector Olivera a la hora de escribir el guión de Una sombra ya pronto serás. ¿Cómo hacer para que dos gatos de cine interpreten disciplinadamente a los que aparecen en la novela? Yo los puse en el libreto nada más que para aplacar mis miedos. Con una sonrisa; Olivera me dijo que estaba loco: un gato actor, el negro, tendría que seguir al personaje de Miguel Angel SoIá, lavarse a su lado comerse una laucha y echarse a dormir. El otro un colorado, aparece al final, poco después que Pepe Soriano, el Coluccini de la película, haya tenido una charla con Dios. Olivera decidió que no hubiera gatos, pero creo que estoy a tiempo de convencerlo de que ponga al menos una silueta.

Cuando hablábamos de eso, todavía Gibbins no se había arrojado al incendio. Yo creía, Dios me perdone, que Matheson se había muerto de viejo. Pero no: allí estaba, peleando frente al fuego, apartando maderas en llamas, abriendo un camino para que su gato pudiera escapar con él. En el revoltijo alcanzó a salvar una carpeta con su último manuscrito. Es que siempre cuando uno rescata un manuscrito, hay un gato adentro.
Cuando yo era chico mi gato Pulqui era mono, león, pirata y bandolero. Yo lo acechaba entre las plantas del jardín y me le tiraba encima con el cuchillo de madera entre los dientes. Ahora mi hijo combate contra la gata Virgula que le devuelve los golpes. Son arañazos de mentira, en un revoltijo de sillas volteadas y malvones floridos. Las suyas, como las mías antes, son fantasías de selvas y mares, de castillos y mosqueteros. Esos años felices e irrecuperables en los que uno aprende, si aprende algo, que los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación.

Chandler les atribuía toda la sabiduría y creía que provocaban la explosión creadora. Un día le pidieron que hablara de Philip Marlowe y prefirió que fuera Taki la que la hiciera por él. Pretendía que era la gata quien escribía sus novelas bien entrada la noche: A mí suele pasarme algo parecido.

Richard Matheson perdió todo; la casa los muebles y los premios, pero alcanzó a salvar lo esencial: esa mirada que lo sostiene por las noches, cuando la palabra no viene y la novela no avanza. Esa mirada que nos atornilla al sillón, ese ronroneo que precede a la llegada del diablo.

Poe, Lovecraft y Matheson asociaron los gatos al horror; en los dibujos animados Willam Hanna y Joe Barbera le dieron a Tom el papel de víctima y al ratón Jerry el de la picardía. El gato Félix fue un gran héroe yanqui de los año treinta, puritano y travieso. El Fritz the Cat, de Ralph Baskhi y Robert Crumb, sintetizó los eróticos y crueles años de mi juventud; apareciendo en 1968, Fritz es el primer gato de dibujo que vuelve de Vietnam, se droga, callejea de un prostíbulo a otro, fuma como un escuerzo, duerme con las mejores chicas, incluida su hermana, y termina asesinado por una gata vieja a la que había abandonado en tiempos mejores.
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En cambio, Walt Disney detestaba a los gatos. Recién en 1970 se decidió a crear un personaje que, por supuesto, no le dejó éxito ni . plata. Disney era uno de esos tipos que nunca se hacen querer por los gatos. Creo que fue Chandler quien lo dijo. No se si en la biografía del detective Marlowe o en la propia. Hace unos días, una investigadora que prepara un libro de reportajes a escritores argentinos nos pidió a sus entrevistados que trazáramos cada uno una breve autobiografía. ¿Como hacerlo? ¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quienes somos? Le dije que yo no tengo biografía.

Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna.

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* Fragmento. Publicado el último domingo de noviembre de 1993 en el diario Página 12 de Buenos Aires.

Las caricaturas que representan a Soriano pertenecen al dibujante argentino Daniel Paz.

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