El libreto de la derecha en Latinoamérica: Posverdad, blindaje y el arte de ganar

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En Nuestramérica, la derecha juega en equipo, por más que uno de sus principales postulados sea el individualismo y aparente que cada proyecto nacional marcha por carriles separados. Sus intelectuales orgánicos se cuentan de a cientos. Y, entre ellos se encuentran Olavo de Carvalho de Brasil, asesor de Jair Bolsonaro; Axel Kaiser en Chile como asesor de Sebastián Piñera; Maximiliano Aguiar y Hernando Soto en Perú.

En el rubro de las campañas y asesorías políticas se destacan Juan José Rendón, más conocido como J.J. o el mago negro de la política.

JJ Rendón

Es estratega político, activista, psicólogo, publicista y profesor. Sus asesorías han sido exitosas en Colombia, Honduras, República Dominicana, México y Venezuela donde es el responsable del comité de estrategia del autroproclamado pesidente interino Juan Guaidó, hoy en franca decadencia.

Asimismo, ha reconocido haber firmado un contrato en octubre del 2019 con la contratista militar estadounidense Silvercorp. Los vínculos de Rendón se extienden hasta Uruguay donde asesoró al actual senador por el Partido Nacional Juan Sartori, un empresario completamente desconocido para la opinión pública, que nunca había votado en el país y que apenas sabía el himno nacional.

Otro de los destacados es el ecuatoriano Jaime Durán Barba. Formó la empresa de asesoramiento político Informe Confidencial a fines de la década del 70. Durante los 90 fue asesor en Colombia del partido Alternativa Liberal de Pablo Escobar, debiendo abandonar el país tras el arresto de éste. Trabajó en la campaña del empresario Álvaro Noboa en Ecuador y la de Mauricio Macri en Argentina.

Durán Barba junto a Rendón integran el Salón de la Fama de la revista Campaigns and Elections. Sería los premios Oscar de los estrategas políticos. Cierran la nómina de los primeros cinco: Ralf Murphine de Estados Unidos, Carlos Manhanelli de Brasil y José Luis Sanchis de España.

Durán Barba y Macri

Estos asesores han dado un giro a las formas de hacer política con muy buenos resultados e innovadoras tácticas, han sido acusados de hacer “campañas sucias”. Las fake news y la posverdad son cartas predilectas de su arsenal para imponer imaginarios colectivos y sus acciones políticas muchas veces rozan la ilegalidad.

En Uruguay gobierna una coalición de derechas compuesta por cinco partidos. El grupo líder es el Partido Nacional, del hoy presidente Luis Lacalle, y se pueden trazar ciertos paralelismos de este gobierno con la propaganda macrista made in Durán Barba.

Los sindicalistas son blancos predilectos de estas campañas y los califican como mafiosos, a los docentes como corporativos, los jubilados son una carga, el sueldo de los trabajadores un costo y así con cualquier colectivo que se organice y dispute sentido con esta plana neoliberal.

La estrategia duranbarbista desembarcó en Uruguay. La inseguridad fue el caballito de batalla de la derecha. Lograron en noviembre de 2019 la victoria electoral y apenas asumieron en marzo de 2020, varios ministros y parlamentarios declaraban a voz en cuello que habían encontrado un país en ruinas. La pesada herencia.

Además vociferaban que el déficit fiscal les dejaba poco margen de flexibilidad, que había mucha inflación, que Uruguay se iba a convertir en Venezuela (porque Cuba ya había pasado de moda), que los sindicatos dominaban el país. Así se fue poblando el discurso del ciudadano de a pie que repetía como versos las portadas y columnas de los diarios y canales de televisión afines al gobierno.

Así se fue perfilando el sentir de los uruguayos. La tónica duranbarbista marida muy bien con la subjetividad neoliberal. La lógica es simple, enfrentar a trabajadores contra trabajadores, a los penúltimos contra los últimos de la fila.

Durán Barba divide el mundo en dos: el de la ideología y el de los sentimientos. El primero pasó de moda, según él, y ahora sólo importa el segundo. Por eso el presidente Lacalle, en medio de un escándalo por un audio filtrado de la Vicepresidenta, donde al menos comete el delito de tráfico de influencias, sale en todos los canales jugando al “piedra, papel o tijera” con un niño.

Cuando visita un cuartel militar se lo filma comiendo con los soldados, cuando visita el campo se lo ve trepar un alambrado y en cada acto toma los celulares de las personas que le piden fotos y él mismo toma la selfie.

Es un intento de humanizar al hoy presidente, candidato de un partido conservador de larga data en Uruguay y conjugarlo con las estrategias mediáticas del siglo XXI. Hoy la campaña política (que nunca descansa) es un reality show 24/7, donde los debates se dan a través de declaraciones en caliente en reportajes, los discursos se condensan en un tweet y el programa político de un candidato se resume en un vídeo de instagram de un minuto.

En Uruguay se vive un deja-vu macrista. La economía se deteriora cada vez más con la excusa del coronavirus. Los desempleados se cuentan de a miles, los que están en seguro de paro también. El salario real de los trabajadores ha disminuido. Por primera vez en 15 años no se convocará a los consejos de salario (ámbito de negociación tripartita entre empresarios, el Estado y los trabajadores) y el aumento de los jubilados será por debajo de la inflación.

Los homicidios no han dejado de aumentar, los femicidios son una tragedia nacional a la que nadie le pone coto ni se hace cargo. Los discursos de la impunidad leudan cada vez más bajo la complicidad de los liberales y republicanos que miran para un costado, a la vez que se destapa la mayor red de trata de personas y explotación de menores en la historia del Uruguay.

Con todo este panorama la imagen del presidente se mantiene por encima del 50% de aprobación como había arrojado la encuesta sobre el primer mes de su gestión. La pandemia ha sido utilizada por el gobierno de manera certera para sus intereses, el blindaje mediático ha sido eficaz y la difusa y confusa oposición frenteamplista le ha hecho gran favor también.

Este blindaje no hubiera sido tal de tener en vigencia, por ejemplo, la ley de servicios de comunicación audiovisual más conocida como Ley de Medios, que en los gobiernos frenteamplistas, durmió el sueño de los justos en algún cajón del Parlamento. Esta ley no era la panacea, pero al menos hubiera hecho contrapeso al poder mediático que reposa en solo tres grupos empresariales (Scheck, Cardoso y Romay), todos ellos panegiristas, por abhora, del gobierno derechista.

Reflexiones finales 

La derecha pretende correr los ejes que estructuran los debates, pretende negar la existencia de las derechas y las izquierdas, aunque todo el tiempo haga caza de brujas y califique de “zurdo” a todo lo que cuestione al statu quo. Se niega a sí misma, pero reconoce a su contrapartida. Tamaña contradicción.

La vieja política de los grandes actos masivos y de líderes preclaros colisiona con las campañas 2.0 en un mundo que avanza hacia el 5G y el internet de las cosas, en un mundo pospandémico que obliga a  repensar y reinventar casi todas las estrategias y tácticas que antes eran efectivas.

Para la izquierda es momento de resistencia, pero con eso no alcanza. Pasar a la ofensiva con novedosas propuestas lo demanda la coyuntura en la que transitamos.

 

* Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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