EL MARTIRIO POLÍTICO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Una de las imágenes más deprimentes del islamismo militante es aquella que celebra el culto al suicidio. Los occidentales, cuando ven estas imágenes, concluyen con cierto horror que el suicidio político se ha transformado en la norma en ciertos sectores disfuncionales del mundo islámico. Una historia reciente, proveniente de Afganistán, invita a cuestionar el fenómeno.

De acuerdo con informes policiales, en la provincia de Uruzgan un muchacho de 22 años se había puesto su chaleco suicida y estaba en camino para ejecutar el ataque cuado su madre intervino. Ella agarro la chaqueta con explosivos diciéndole “No queremos que vayas al paraíso en esta forma”. En el momento en que trato de sacar los explosivos del cuerpo de su hijo la chaqueta explotó. La mujer, su hijo y varios miembros de la familia murieron instantáneamente.

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¿Quién dicta quien puede vivir y quien debe morir? Matar o permitir vivir es lo que define el límite de la soberanía. El control de la mortalidad y la definición de la vida son el despliegue y manifestación del poder. La guerra, después de todo, es la consecución de la soberanía, el ejercicio del derecho a matar. Si la política es la continuación de la guerra por otros medios… ¿Qué lugar se le da a la vida, a la muerte y al cuerpo, especialmente, al cuerpo torturado? ¿Como estos se inscriben en el orden del poder?

¿Cuál es la diferencia entre matar con un tanque o matar con el propio cuerpo? El candidato a suicida elige su blanco y prepara cuidadosamente su trampa. El café, el mercado, el bus, la discoteca, el cine. Es decir, la vida diaria. El cuerpo se transforma, no solo en la máscara que esconde el arma que la hace invisible, a diferencia del helicóptero y el tanque, sino que, el cuerpo mismo se transforma en un arma en el verdadero sentido balístico. Homicidio y suicidio se logran con el mismo acto. Uno y otro reducidos al estado de pedazos de carne inerte esparcidos por todos lados. El derrame mutuo de sangre.

La lógica del martirio fusiona la propia muerte con la del enemigo, cerrando la puerta a la posibilidad de vida para todos. Que lejos estamos aquí de la lógica del heroísmo que reclama la muerte del enemigo preservando la propia, en donde la sobrevivencia es el momento de poder y el triunfo es la posibilidad de estar ahí cuando el enemigo ya no está. Es mantener a la muerte a distancia.

En la lógica del martirio un nuevo sentido de la muerte pareciera surgir. El cuerpo en sí mismo no tiene poder ni valor. Estos provienen de un proceso de abstracción basado en el deseo de eternidad. La mortalidad opera bajo el signo del futuro. Aquí el poder deriva de la creencia de que la destrucción del propio cuerpo no afecta la continuidad del ser. La muerte adquiere carácter transgresivo y se inscribe en un orden diferente al del prestigio o el reconocimiento. Su fin no es transformar el mundo. La lucha revolucionaria da paso a una lucha espiritual heterogénea en donde el martirio y la muerte son el fin. Una violencia nihilista que carece de objetivos estratégicos o sentido político concreto.

Vivir bajo ocupación es vivir en una condición de dolor permanente. Fortalezas militares por todos lados, lugares que traen recuerdos dolorosos, vejaciones, interrogaciones, torturas, estado de sitio frecuente en las noche, padres humillados frente a sus familias, soldados golpeando puertas para aterrorizar a sus ocupantes, disparos a los depósitos de agua por pura diversión… Un cierto estado de locura.

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En estas circunstancias la muerte en el presente, lejos de ser un encuentro con un límite o barrera, es experimentada como la liberación del terror y la sujeción. Es aquello sobre lo cual tengo poder. Pero, también es el espacio en donde libertad y negación operan.

En el mundo contemporáneo de la necro-política las armas se despliegan con el interés de la máxima destrucción de personas y de la creación de nuevas formas de existencia social en la que vastos sectores de la población son sometidos a la muerte en vida. En ella, las líneas entre resistencia y suicidio, sacrificio y redención, martirio y libertad se tornan borrosas.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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