El problema del libro es un problema de codicia comercial

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José Ahumada I.*

Si alguien le preguntase a Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) qué es lo que diferencia al hombre del resto de criaturas, probablemente diría que su capacidad de leer. En toda una vida vinculada al libro ha sido —es— escritor, traductor, editor, antólogo y, sobre todo, lector.

 

Reconocido con innumerables distinciones por su amplia y brillante obra, Manguel es, además, un sabio, poseedor de una fantástica biblioteca de 50.000 volúmenes. Sin duda, tuvo que marcarle la enriquecedora experiencia de trabajar, cuando contaba quince años, como lector para un Borges que ya había perdido la vista.

«No son las nuevas tecnologías las que amenazan la literatura, sino la búsqueda exclusiva de beneficio en un sector que debería fijarse otras metas», dice Alberto Manguel.

—¿Su visita a Santander tiene algo que ver con celebrar el aspecto más totémico del libro?

—No, yo pienso que hay lectores a quienes les interesa el objeto libro, pero aquí estamos hablando de lectores que creen en una lectura profunda, lectores que saben que un libro puede ser casi infinito y puede proporcionarles una visión del mundo que las lecturas superficiales no proporcionan.

—¿Está tan mal el libro que necesita defensores?

—No es el libro el que necesita defensores sino nosotros, porque nos están agobiando con productos de consumo que ocupan un lugar en nuestro mundo y no nos dejan acceder a cosas que son importantes para nosotros, sea en el arte o en cualquier actividad. Nos estamos convirtiendo en esclavos de un sistema de absoluta superficialidad.

«Hay una novelita de Wells, ‘La máquina del tiempo’, donde visitando el futuro se encuentra un mundo muy parecido al nuestro, donde una parte de la población esclaviza a los otros, y los otros están contentos porque les han convencido de que ése es su rol, ser felices con la nada, resignarse a recibir un entretenimiento totalmente inocuo.

—¿Tienen parte de culpa en la situación las nuevas tecnologías?

—No tienen ni dejan de tener culpa, como un lápiz no tiene culpa o un par de tijeras. Quienes tienen la culpa son los que promueven esa tecnología simplemente para venderla, y que nos convencen de que todos necesitamos seis tipos de ordenador distinto, un gadget para tener en la mano, un blackberry o un e-book… Miles de objetos que si nosotros nos preguntásemos si realmente los necesitamos, la respuesta es obviamente no.

«Puedo necesitar un ordenador, pero no quince, ni necesito tener uno 24 horas por día; no necesito poder acceder al mail o al teléfono continuamente. Ahora la justificación es que uno lo necesita para su trabajo, pero tu trabajo te dice que lo necesitas porque existe ese instrumento, porque se han convencido de que lo tienen que comprar, aunque antes funcionaban perfectamente bien. Antes teníamos literatura, política, comercio… Antes teníamos periodismo que ahora funciona con esa urgencia falsa. Yo no necesito saber ahora, en este minuto, que algo ha sucedido».

—En España hay una sospechosa insistencia en informes sobre el incremento continuo del número de lectores.

—Hay un incremento del número de lectores porque hay un incremento en el número de la población. Hay una superficialidad de lectura que permite leer un mensaje de mail o una publicidad, pero hay muy poco esfuerzo para enseñar una lectura profunda, porque para eso se necesita tiempo y, sobre todo, para eso se necesita un programa de educación que crea en la importancia del desarrollo de esas facultades.

«La educación hoy, sea primaria o secundaria, quiere entrenar a los chicos para que encuentren un empleo. No les interesa que sepan Lorca y entenderlo y recitarlo de memoria; ésa es otra cosa. Por supuesto, siempre hay maestros, bibliotecarios, padres, que luchan a contracorriente y que tratan de seguir insistiendo para que el chico tenga esa habilidad. Pero es una lucha más y más difícil, porque si bien en el siglo XIX poca gente leía más allá de la burguesía, el prestigio de la lectura era muy alto. Hoy no es así».

—¿Qué problema es mayor, no leer o leer cosas malas?

—Siempre hubo best sellers de alguna forma, pero ahora hay una producción de supermercado de best sellers, y una consecuencia lógica de esa superproducción es que haya entonces menos verdadera literatura en las librerías. En España el problema es menos grave que en el mundo anglosajón, porque todavía se produce mucho de la buena literatura, se traduce mucho.

«Si usted quiere leer un clásico inglés del siglo XVII en castellano, lo puede leer; si usted quiere leer un clásico castellano del siglo XVII en inglés, no. Pero yo creo que a la persona que se interesa por el best seller, no hay que decirle «¡nunca leas esto!». Si te ha gustado el ‘Código Da Vinci’ te va a gustar ‘Los novios’, de Manzoni; ‘El péndulo de Foucault’, de Eco…

«Quiero decir que hay una verdadera literatura sobre todos los temas, y es una cuestión de orientar al lector diciéndole bueno, te has comido un McDonalds y te ha gustado, pero vamos a ver si puedes probar ahora un verdadero solomillo».

—¿Se ha convertido el acto de leer en un ejercicio de resistencia?

—Sí. Es lo que yo les digo a los jóvenes, que para esa pasión de rebelarse que tienen los adolescentes, una de las formas más eficaces es leyendo, entrenando el músculo de reflexión para poder oponerse a estas brutalidades y poder reflexionar y formular preguntas difíciles.

—¿Ve algún sentido en las campañas institucionales de fomento de la lectura?

—No sirven para nada porque son campañas que creen que los chicos son idiotas. ¿Cómo los chicos le van a creer a este futbolista que está presentando libros? Sí, lea el ‘Ulises’ de Joyce. Está muy bien ser futbolista, como está muy bien ser lector; tengamos las dos cosas.

«¿Por qué hacer creer que la lectura pasa por un cantante de moda o un deportista? Son tonterías, y además esas campañas de un lado tienen un afiche ‘Lea libros’, y de otro tiene el de ‘Beba Coca Cola’. Vale lo mismo, sólo que la Coca Cola es más eficaz».

—¿En que situación se encuentra el mundo editorial?

—Se encuentra en una situación absolutamente desastrosa, mucho más desastrosa de lo que podemos sospechar los ciudadanos corrientes. Hace unos quince o veinte años, las grandes empresas se dieron cuenta de que los libros se vendían y se compraban, entonces empezaron a comprar editoriales, y comenzaron a transformar esas editoriales, muchas veces muy literarias, en fábricas de best sellers.

«Suceden dos cosas: primero, no dejan el lugar a la edición de la verdadera literatura, de la cual entonces se ocupan las pequeñas editoriales y ciertas editoriales universitarias; y, al mismo tiempo, como están viendo que esa literatura que antes se vendía ya no se vende, o no tanto como quieren ellos, ya no lo publican más. En el mundo anglosajón en este momento hay una falta de verdadera literatura porque las grandes editoriales no la publican y porque las pequeñas tienen una selección tan grande de esos autores que necesitan ser publicados que pueden elegir, y eligen a los grandes autores, y esos otros que tenían que surgir ya no tienen lugar.

«Creo que al final todo se va a arreglar porque los escritores van a seguir escribiendo, los lectores van a seguir queriendo descubrir libros, y quizás pase por la edición electrónica, que es algo que ya está sucediendo.

—Así que la amenaza sobre el libro no tiene que ver con el formato.

—Es puramente un problema comercial, un problema de codicia comercial. Además, de codicia idiota, porque si esta gente busca hacer plata es más fácil vendiendo pizzas que libros. Por ejemplo, Lagardère, que es un fabricante de armas francés, compró Hachette, la gran casa editorial. Hachette representa el 0,1% de los beneficios, entonces, ¿por qué meterse con Hachette? No vale la pena.

—¿Cómo se imagina la biblioteca del futuro?

—Será como han sido las bibliotecas siempre. Incorporarán las nuevas tecnologías; en la biblioteca de Alejandría no había sólo rollos de libros, había todo tipo de cosas. No sabemos cómo era en realidad, pero sabemos que estaba lo que se llamaba la casa de las musas, es decir, un museo, con todo tipo de objetos: mapas, tabletas de arcilla…

—Como experto conocedor de ellas, ¿cuál es la biblioteca que mayor impresión le ha causado?

—Son tantas, tantas… Quizás lo que más me ha emocionado fue descubrir que en el campo de concentración para chicos de Birkenau, los adultos también internados que tenían que cuidarlos habían logrado entrar ocho libros que los chicos tenían que esconder todas las noches en lugares distintos. Ésa para mí es una de las bibliotecas más importantes del mundo.

—Escritor, editor y lector. Aun sabiendo la respuesta, ¿cuál es el papel más gratificante?

—Siempre el lector. Borges decía: «El escritor escribe lo que puede, pero el lector lee lo que quiere».

* En el portal www.escritores.org —que cita como fuente al periódico español El Diario Montañés (www.eldiariomontanes.es)

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