EL RESPETO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Creo que el ser humano respeta no tanto por ser considerado con terceros sino porque así se lo han inculcado. No es algo que la persona aprenda con el ejemplo de terceros, sino con la enseñanza desde niño –por lo general, con la de sus padres–. Es obvio que el individuo que no ha sido educado en el respeto le cuesta ser respetuoso, pero resulta una segunda naturaleza al que ha sido formado en él.

Hablar de respeto es hablar de los demás. Es establecer hasta dónde llegan mis posibilidades de hacer o no hacer, y donde comienzan las de los otros. Es la base de toda convivencia en sociedad. Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar.

El respeto no es solo hacia los códigos o hacia la actuación de las personas. Tiene que ver con la autoridad –como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros–. Asimismo, es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como individuos.

El respeto también tiene que ver con las doctrinas religiosas. Ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida hemos ido desarrollando una creencia, todos tenemos una posición acerca de la devoción y la espiritualidad. Es tan personal la fe religiosa, que constituye también una de las fuentes de problemas más comunes en la historia de la humanidad.

El respeto no se impone por la fuerza, por presiones o amenazas. Se conquista con ética, eficiencia y buen ejemplo. No se puede respetar a quienes por sus intrigas, ambiciones personales y su rastrero servilismo, se rebajan ante el poder o el dinero.

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Se valora a quienes –por su conducta recta– no permiten ni la más leve sombra de suspicacia por sus juicios y actuaciones. No se puede honrar a quienes bailan al son que le toquen, ni a quienes abusan de su poder, olvidándose que dentro de poco volverán a la nada. Jamás podrán merecer ni obtener la estimación deseada quienes han hecho de la soberbia y del irrespeto hacia los demás las normas de su vida.

Hoy existe en algunos sectores algo tan perjudicial como el irrespeto: que es el falso respeto; la gente aparenta respetar pero no lo hace y, al actuar así, nos mentimos a nosotros mismos y a los demás.

El irrespeto es mucho más que el clásico insulto. La sutil ironía puede ser más cruel y dañina que la agresión física. El sarcasmo ha cobrado tantas o más víctimas que el asesinato a mansalva. La descalificación, el engaño, el despotismo, la burla, la desatención –entre otros– reflejan la gran batería de que disponemos los humanos para herir y lastimar a nuestro prójimo.

Una forma muy común de irrespeto, que pasa inadvertida, es la desconfianza.

En una sociedad tan abierta y descaradamente hipócrita, el fin justifica cualquier cosa, por lo menos nos hemos acostumbrado a ver la repartición de privilegios como algo natural y aceptado por todo el mundo. Violar los derechos de las otras personas llega incluso a ser motivo de admiración. No importa cuántas cabezas se desplomen; cuando se tiene la meta en la mira, todo es justificable; el respeto pareciera hacerse acomodaticio y la capacidad destructora se premia.

El respeto se manifiesta en uno mismo, en los semejantes, en nuestra relación con el ambiente, se vive en toda la estructura social. Comienza con la comprensión fundamental de la no intervención y el reconocimiento de los derechos ajenos, defendiendo los propios.

Desafortunadamente, estamos viviendo una época en que la superficialidad, la banalidad y venalidad y el cultivo de lo material son acicates de la ambición personal. En ella se confunden los logros -que a veces se pretende exhibir como éxitos- con el desarrollo individual. Es de lamentar, pero este sentir ha ido ganando espacio a la formación y consolidación de auténticos valores humanos y ha hecho que cualquier medio sea bueno en pos del fin o del resultado material.

El oportunismo, el facilismo, la deslealtad a los principios, la falta de constancia en los propósitos auténticos, en general son la norma en las relaciones que impone la sociedad contemporánea. Liderazgos fundamentados en la nada o sobre traiciones visibles. La pérdida de la ética y de la espiritualidad ha logrado que el materialismo llegue a su más grosera expresión a manera de antivalores que se acrecientan en nuestros días.

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* Periodista.
giselaoo@cantv.net.

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