Enseñanzas trágicas

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Wilson Tapia Villalobos*

América Latina es un territorio desconocido, especialmente para los latinoamericanos. Hoy estamos mirando conmovidos y aterrados hacia Colombia por la liberación de Ingrid Betancourt. Un caso dramático en que el horror y la política se mezclan.

 Aunque tal vez lo único novedoso es la cobertura mediática apabullante. Y, por cierto, la personalidad de Betancourt. El resto es tema que nosotros debiéramos conocer y, sin embargo, ignoramos. No es falta de interés. Los filtros mediáticos son los que fijan las cuotas de información que podemos manejar.

Lo que ocurre hoy en Colombia comenzó en 1948, con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Desde ese momento la violencia no se ha detenido. Y los vicios de ayer siguen siendo los mismos de hoy. Aunque en estos últimos sesenta años las cosas han cambiado, el mundo ha cambiado. Pero eso no parecen advertirlo quienes manejan el poder en Colombia, ni quienes intentan combatir al sistema desde afuera del mismo.

Hasta ahora, el poder político lo siguen compartiendo los Partidos Liberal (PL) y Conservador (PC). El resto, comparsas que, cada vez que pueden transformarse en desafíos serios, pierden trágicamente a su líder. Los métodos de eliminación se han ido sofisticando, pero los cambios tecnológicos sólo sirven para aumentar la eficiencia.

En los sesenta años transcurridos se han hecho esfuerzos. Todos terminaron en cambios cosméticos. Y con una pléyade de personajes nacidos al alero de conservadores y liberales, intentando nuevas fórmulas con distinta fortuna. Como el actual presidente Alvaro Uribe, Ingrid Betancourt o Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda, Tiro Fijo). Los tres son hijos del liberalismo. Por razones diferentes, todos se alejaron. Marulanda fue el primero, porque nunca dejó las armas que tomó luego del asesinato de Gaitán. El mandatario, porque no tenía espacio para llegar a la Presidencia. Betancourt, electa miembro de la Cámara de Representantes, se va hastiada por la corrupción.

El tiempo ha pasado y pareciera que la única que entendió las exigencias de los cambios es Ingrid Betancourt. Marulanda, muerto a comienzos de este año, no asumió la nueva realidad. Fue incapaz de hacer el cambio, que por allá por los años 60 lo llevaron a transformar su Movimiento Agrario de Autodefensa, en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), con un contenido ideológico marxista. Allí se quedó. Y, lentamente, se fue alejando del contenido humanista –ecología humanista– que hoy la sociedad le exige a cualquiera que pretenda hacerse con el poder. Aunque sea para cambiar las condiciones de explotación en que vive la mayoría.

Las FARC no aprendieron la lección. Y acabaron perdiendo la guerra mediática, que hoy se debe ganar antes que el horror de la guerra real termine –finalmente, esto último es ocultado por la virtualidad comunicacional que manejan los vencedores–. Siguieron viviendo en el pasado y creyendo que sus métodos brutales tendrían que ser aceptados, porque desde el otro bando se cometen atrocidades similares.

Hoy ya no es posible mantener la diferencia tartufesca entre crímenes derechistas y ajusticiamiento revolucionarios. Ambos son asesinatos atroces que no ayudan a construir una sociedad sana. Informes de agencias no gubernamentales sostienen que entre 15 y 25% de los asesinatos políticos atribuibles al conflicto es de autoría de las FARC. El resto corresponde a los otros actores, ejército colombiano y militares estadounidenses, entre otros.

La liberación de Ingrid Betancourt es un capítulo más de una historia trágica que todavía no termina. Sin embargo, todos los días, gracias al impacto mediático generado, van apareciendo nuevos rayos de luz. En Francia, Betancourt comienza a mostrar una mirada distinta a la que parecía tener recién liberada. Al presidente Uribe le pide que sea capaz de dialogar, que deje de lado el lenguaje confrontacional. Eso no lleva a ninguna solución y hace que la sociedad siga debatiéndose entre la violencia de dos polos irreconciliables. Condena la actuación de las FARC con un certero plumazo de humanidad. Reconoce en el presidente venezolano, Hugo Chávez, una voz que sale del corsé en que está América Latina, aunque a veces no coincida con su pensamiento.

Enseñanzas trágicas que deben aprenderse. Betancourt tiene razón. Un mundo mejor no se construye con una coraza de rehenes. Ni se camina hacia una sociedad justa cuando el derecho de propiedad es más importante que los Derechos Humanos.


* Periodista.

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