Entrevista con Virginia Vidal – DELIA DEL CARRIL Y LA CULTURA EN CHILE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El pretexto de nuestra charla con Virginia Vidal es su próximo libro sobre la pintora argentina Delia del Carril, de quien fuera amiga cuando joven. Vidal fungió como secretaria general de la Sociedad de Escritores de Chile y es autora de las novelas: Oro, Veneno, Puñal (2002); Javiera Carrera, Madre de la Patria (2000); Balmaceda varón de una sola agua (1991); Cadáveres del incendio hermoso (1990) y Rumbo a Ítaca (1987).

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En México ha publicado relatos en las revistas La pluma del ganso y Archipiélago –editada por la UNAM–. Asimismo, Virginia Vidal fue la única periodista de América acreditada cuando la entrega del Nobel a Neruda en 1971. Es coautora del libro Los rostros de Neruda (Editorial Planeta, Santiago, 1998). Su ensayo Neruda o la captura de un cóndor con cazamariposas se extendió al punto de escribir el libro Neruda, memoria crepitante– (Ediciones Tilde, España, 2003).

La metodología de la presente entrevista fue un cuestionario vía correo electrónico, pero en realidad hay miles de cartas cruzadas entre nosotros. Hace poco hablé con Sergio Pitol –durante la Feria del Libro de Minería– y lo único que me preguntó de mi viaje a Santiago fue por su amiga Virginia Vidal. Ella dirige la revista de crítica y poesía Iberoamericana Anaquel Austral online.

–Eres un referente por tu trayectoria como periodista. ¿Podrías compartir tu mejor historia, la cobertura de la que te sientas más orgullosa?

–Confieso que creo no ser «referente» de nada ni de nadie, salvo que privilegié el frente cultural por sobre los otros, y es así como con este objetivo fundé en el diario El Siglo la primera sección cultural cotidiana del periodismo nacional llamada No sólo de pan…

Con los años creció la importancia de haber estado en Estocolmo cuando la entrega del Nobel a Neruda… fotoEn este oficio son muchas las experiencias que se van acumulando y que te llenan de un secreto orgullo, como haber entrevistado a García Márquez y preguntarle si él le rendía un homenaje tácito a Darío con el comienzo de Cien años de soledad. O haber ido en la primera gira de Salvador Allende como candidato en la cuarta campaña que lo llevaría a la presidencia, a la muerte y a la gloria –lo acompañábamos sólo dos periodistas: Eugenio Lira Massi y yo–.

–¿Cuál fue tu trabajo al interior del Museo de la Solidaridad Salvador Allende en el contexto de la Unidad Popular?

—En ese tiempo no llevaba el nombre del presidente, sino simplemente Museo de la Solidaridad y se puede decir que su cuna fue el Instituto de Arte Latinoamericano de la Universidad de Chile donde yo trabajaba como encargada de prensa y relaciones públicas.

Tan importante instituto era dirigido por Miguel Rojas-Mix. Allí estaba el profesor brasileño Mario Pedrosa que fue uno de los pilares de la iniciativa. Otra trabajadora destacada era Carmen Waugh, también gran colaboradora de Delia del Carril en la venta de sus cuadros, que, con el fin de la dictadura de Pinochet, fue designada directora del Museo de la Solidaridad al que se le dio el nombre de Salvador Allende, una entidad del pueblo de Chile, ajena a la Fundación Salvador Allende, enriquecida por la labor de nosotros, los exiliados, que trabajamos en diversos países impulsando los museos de la Resistencia.

En rigor, este museo debe depender de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, pues todo su patrimonio artístico fue donado por artitas vivos de todo el mundo para el pueblo de Chile. Personalmente, me correspondió estar con la Payita, Miriam Contreras Bell, en Belgrado cuando se contactó con los artistas plásticos yugoslavos. La Payita fue el alma de los museos de la Resistencia. Todas esas obras de arte que constituyen el más importante museo de arte del siglo XX fueron donadas en vida de Salvador Allende por los propios artistas, como Joan Miró y Roberto Matta, al pueblo chileno y él mismo como presidente inauguró dicho museo en la sede del edificio de la Unctad, luego llamado Palacio de la Cultura Gabriela Mistral.

–¿Qué me puedes contar del legendario periodismo chileno? Por ejemplo los primeros 40 años de la revista Punto Final (y su rescate del Diario del Che Guevara en Bolivia), o las condiciones en que salía la revista Araucaria durante su exilio y sus extraordinarios colaboradores internacionalistas, Julio Cortazar, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Ariel Dorfman y otros.

—Yo respeto y admiro al periodismo que tiene sus raíces en la prensa obrera, fundada por Luis Emilio Recabarren en el Norte Grande con los trabajadores del salitre. Araucaria, de cuyo consejo de redacción fui miembro, después de 12 años de existencia, dejó de publicarse por orden del Partido Comunista, a pesar de que habíamos hecho una gran tarea para que siguiera publicándose en Chile y contábamos con el apoyo de prácticamente toda la intelectualidad chilena, con personajes tan importantes como doña Elena Caffarena, Nemesio Antúnez, Carmen Waugh, entonces directora de La Casa Larga, centro cultural que desafió a la dictadura.

Ya en «democracia», durante los gobiernos de la Concertación se ha producido en Chile algo que no logró la dictadura: la eliminación de todos los medios de prensa alternativos laicos, sucumbieron todos los que lucharon contra la dictadura, por ejemplo: Análisis, de la que fui colaboradora, Apsi, Cauce, Fortín Mapocho, como también los fundados después y que eran promisorios medios de la vida cultural: Rocinante y el diario La Época con su valioso suplemento Literatura & Libros.

Queda en pie y resiste heroicamente los embates la revista Punto Final dirigida por Manuel Cabieses, brillante periodista que puede contar mucho de esos cuarenta años, comprendidas la censura, la clausura, la persecución. En cuanto reapareció Punto Final, aún en plena dictadura, empecé a colaborar en ella, bajo el nombre de María Micaela Tobar, mi homenaje secreto a Roque Dalton.

–¿Cuándo comenzaste a viajar?

–Creo que el inicio de los viajes se debió a la Revolución Cubana. Algo que nunca se ha discutido en profundidad es el aporte de Cuba al ecúmenos del castellano.

El triunfo de esta revolución provoca el interés por nuestra lengua en todo el planeta y cátedras de lenguas romances de las universidades del mundo empiezan a invitar a profesores latinoamericanos y también traductores para divulgar en nuestro continente sus libros y revistas. Nosotros fuimos a China. Allí llegaron ese joven brillante que era Sergio Pitol, Poli Délano y sus padres Lola Falcón y Luis Enrique Délano, también entrañable amigo de México.

–Hablemos de México, alguna vez me contaste que conociste a Juan José Arreola en la Feria del Libro de Guadalajara. ¿Qué confabulaste con nuestro Arreola?

–Cuando me encontré con Arreola yo andaba en el Congreso de los escritores insurgentes, organizado por Arturo Azuela. Fue un encuentro inolvidable en Guadalajara, en la Capilla Clementina del Hospicio Cabañas, mientras se cernía sobre nosotros el aura del Hombre de Fuego, de José Clemente Orozco…

foto¿Cómo olvidar a Arreola, su figura jacarandosa, su capa, su gracejo? Me recitó un poema que sabía de memoria, dedicado a él por Pablo Neruda. Le dije que yo tenía una duda, porque había regañado por perezoso a uno de mis hijos cuando escribió una composición sobre El Guardagujas y se había limitado a decir que el autor criticaba el mal funcionamiento de los trenes. ¿Acaso él no había pretendido una grandiosa metáfora sobre la existencia humana, etc., etc.?

Y Arreola me dice con picardía: «Virginia, yo sólo pretendía reprender a los encargados del infame servicio de los ferrocarriles mexicanos…»

–A propósito del Premio Cervantes 2005, entregado a Sergio Pitol, un escritor autobiográfico por antonomasia, ayúdanos a complementar sus pasajes en China y Rusia, puesto que sé que eres su amiga personal. ¿Qué compartieron en aquellos países?

–Fíjate que le escribí un saludo a Sergio Pitol con motivo del Premio Cervantes, algo que a todos los latinoamericanos nos llena de orgullo, pero por timidez no me atreví a mandárselo para no importunarlo. Lo conocí en Beijing, un joven muy serio y estudioso. Aún conservo un papel recortado del Día de los muertos que me regaló. Pitol no se dejaba embelesar por la rica artesanía china y me decía: «no es desprecio, lo que pasa, es que todo lo que se hace en China, también se hace en México, así sean bordados, cerámicas, filigranas, tallados en piedras duras…»

Luego partió a Polonia. Nos solían llegar noticias de su actividad tan fecunda. Después del golpe de 1973, cuando yo ya estaba en la radio, en Moscú, y él era un diplomático, me invitó a su casa donde admiré obras espléndidas de la plástica mexicana. Me atreví a mostrarle mis cuentos incipientes. Pitol fue generoso, estimulante.

Después vino al homenaje a José Donoso, acá en Santiago. Me dio pena, pero le hallé razón cuando dijo que encontraba a los chilenos silenciosos y tristes, que hablaban en voz baja… Tenía razón: todavía seguíamos marcados por el terror de la dictadura.

Leer a Pitol es recorrer parte de mi propia geografía, Bujara, Samarkanda, Belgrado y admirar esa prosa única que suele sorprenderte con la insidia y el brillo de una cuchillada de roto malero.

–¿Te consideras una amante de la literatura mexicana?

–Por años fue mi pasión. Creo que nació con Los de abajo. No, antes, en mi infancia, con Manuel Acuña y su Nocturno a Rosario, que mi madre recitaba de memoria.

No puedo olvidar a ese personaje de El Águila y la Serpiente que pide ser fusilado en cuanto termine de fumar su habano, cuando caiga el copo de ceniza… Y Rosario Castellanos, esa dama pequeña, cuya elegancia, serenidad y seriedad conocí en el Congreso de Escritores de Viña del Mar, y Mercedes Garro, su sombra se cierne sobre alguna prócera, y La región más transparente y Juan Pérez Jolote y…

Debo a los libros de bolsillo del Fondo de Cultura Económica el conocimiento de este mundo inagotable.

–Ustedes tienen su propia mitología literaria, la Generación del 50: Enrique Lihn, Jorge Teillier, José Miguel Varas, Jorge Edwards y José Donoso, he leído tus ensayos en la revista Rocinante, octubre de 2000 y Araucaria, número 12, 1980.

Aquí son muy queridos los del 50, el Fondo de Cultura Económica sigue reeditando a Lihn y Teillier; a Varas lo leí en la revista El Cuento, fundada por Juan Rulfo y otros; Donoso y Edwards pertenecen al boom, pero ¿necesitan ser reivindicados en tu país? ¿Qué recuerdas de esos cinco escritores de los años cincuenta?

–Hablar de estos escritores sería largo. La llamada generación del 50 es de una importancia enorme, aún no valorada en toda su dimensión en nuestro país. No sólo comprende esos poetas extraordinarios que son, además de Lihn y Teilier, Uribe, Alberto Rubio, Efraín Barquero, Stella Díaz Varin, Cecilia Casanova, sino también sus cronistas, dramaturgos y narradores: Claudio Giaconi, Enrique Molletto, Lafourcade.

En el Anaquel Austral publiqué la última conversación que sostuve con Teillier, tres días antes de su muerte. A todos los respeto, pero Lihn concita mi mayor admiración por su intensidad, trascendencia y desgarramiento. Creo que José Miguel Varas merece con toda justicia y sin dilación el Premio Nacional de Literatura. La lista de poetas no acaba así, no más: están, entre tantos, Gonzalo Millán, Elvira Hernández, Eduardo Llanos, Armando Roa Vial.

–Ya tienes publicado un ensayo sobre Neruda, ahora estrenas tu memorial de la pintora Delia del Carril, segunda esposa del poeta. ¿Por qué es tan importante La Hormiga en la vida cultural de tu país y en la vida personal de Neruda?

Neruda Memoria Crepitante no es una biografía; uno de los aspectos de este ensayo consiste en valorar El habitante y su esperanza como una la novela surrealista premonitoria que transcurre en el territorio-ficción de Cantalao. Esta comarca de fronteras imaginarias de pasión, traiciones, complicidades, es un territorio del mal donde la fuga se torna indispensable para prevalecer.

Cantalao es un pueblo que no existe pero que es real, creado por Neruda como Juan Emar, el adelantado de las ciudades míticas, creó San Agustín de Tango y Juan Rulfo, a Comala; Onetti a Santa María; García Márquez a Macondo. Otro aspecto considera a Neruda como un animal político (zoon politikon) desde su temprana juventud, cuando era dirigente estudiantil de la enseñanza media de su ciudad, y luego en Santiago se incorpora a la juventud anarquista: no es casual que uno de sus primeros libros lo dedicara a Juan Gandulfo, líder anarquista. En la palabra inventada Cantalao, «lao» me suena como «lav» o «lov», palabra que significa poblado, lugar habitado, en mapudungún ¿Sería la aldea del canto? Un canto trágico.

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En cuanto a La Hormiga, ella tiene tanta importancia en nuestra vida cultural porque, además de ser una artista singular, fue una figura ajena a la isla y al gueto, de modo que contribuyó en alto grado a vincular no sólo a Neruda sino también a muchos creadores con lo más granado de la intelectualidad de su tiempo. Delia del Carril demostró que en el arte y la ciencia y todas las manifestaciones del espíritu humano, Chile puede ser un país sin fronteras.

A Hormiga pinta caballos, yo no la llamaría biografía. Tiene algo de actas y de memorial, porque no sólo incluye las conversaciones que tuvimos, las entrevistas que les hice a sus amigos y a sus compañeros del Taller 99; también abarca muchos aspectos de su época que fue tan intensa y renovadora en esa década de los años sesentas, un tiempo en que nuestro país se iba abriendo a la esperanza.

–El anterior libro sobre Neruda se puede comprar en México en librerías Gandhi. ¿Qué editorial publicará tu nuevo trabajo? ¿Qué posibilidades existe de que se pueda adquirir en México Hormiga pinta caballos?

—Espero que la Editorial RIL y su director, el poeta Daniel Calabrese respondan con entusiasmo estas preguntas tuyas.

–Soy un fiel lector de tu página en internet Anaquel Austral. ¿Qué significa para tí, la pérdida de la letra impresa por los medios electrónicos?

—Fíjate, Mario, que no creo se pierda la letra impresa con el uso de los medios electrónicos. Al contrario, creo que se potencia. Por de pronto, nos ha dado esta posibilidad formidable de estar en contacto directo, fluido, inmediato con nuestros colegas y lectores de todo el mundo.

Muchos trabajos que aparecen en Anaquel Austral son reproducidos en medios impresos y, al revés, muchos colaboradores me mandan trabajos que aparecieron en algún medio de escasa o muy circunscrita circulación para que lleguen a otro ámbitos. También se da el caso de que el Anaquel divulgue trabajos que fueron publicados en algún lado de modo parcial o francamente rechazados. El Anaquel Austral no censura.

–Me enteré que hacías un libro junto al Premio Nacional de Literatura Armado Uribe. ¿Me informaron bien? ¿Cómo es trabajar con Armando Uribe?

—El libro está listo, en poder de Arturo Infante y su casa editora Catalonia: sólo falta imprimirlo. Estos coloquios son sombra de nuestras conversaciones libradas a lo largo de muchos años. La amistad comenzó poco después que yo retorné del exilio, en un café de Providencia donde se reunían los escritores. Luego pude conocer su hogar, admirar los collages de Cecilia Echeverría, su esposa, ya fallecida. Armando Uribe Arce es anfitrión cordial, un dador de ideas, sabias reflexiones, crítica valiente.

Lo suelo visitar y también he ido a verlo con poetas venidos de otros países que sienten por él una gran admiración. Su conversación es ingeniosa y amena. Cuando participa en un acto público, el local se llena de juventud. Un día se me ocurrió ir tomando apuntes cuando hablábamos y le fui pasando los resultados. El fruto son estos coloquios en los que inclusive ha confiado aspectos que no aparecen en sus memorias.

–Oscar Hahn habla en su poesía de un Mal de amor, libro prohibido por la dictadura pinochetista. Durante tu exilio político ¿Cómo fue tu mal de ausencia?

–Mi mal de ausencia consistió en convertir a Chile en una presencia cotidiana y dedicarme cada día a escribir, a organizar, a armar algo contra la dictadura. Combatir el gueto. No negarme a amar la vida, los pueblos y tierras donde habité.

–El antipoeta Nicanor Parra es el eterno candidato chileno al Nobel de Literatura, ahora se suma el poeta Gonzalo Rojas. ¿Me regalas una anécdota con ambos poetas? A cambio no te voy a preguntar por cuál votarías.

–Fíjate que no soy chovinista para nada, pero me atrevo a afirmar que las frutas y los poetas de Chile son de lo mejor del mundo. Estos poetas son como la Cordillera de los Andes, a la que no le sobra ningún cerro. Creo que ambos son merecedores del Premio Nobel.

El aporte de Nicanor Parra a la poesía, no sólo de la lengua castellana, es indiscutible. Podríamos hablar horas al respecto. He estado en España y he visto cómo la pasión de Gonzalo Rojas cautiva a la juventud. Eso mismo he notado en Chile con Armando Uribe que hoy es el más admirado poeta de los jóvenes.

Pienso en Rafael Cansino-Assens, en su admirable y desconocido Movimiento V.P., protagonizado por Vicente Huidobro, que un día dijo: «nunca falta un americano que llegue a España con su cóndor o su quetzal». El quetzal único de Darío. Después Huidobro con su cóndor, y Borges, y Gabriela Mistral y Neruda. En las altas montañas andinas siguen los cóndores criando sus polluelos.

Bueno, fui con una amiga y sus hijas a ver a Nicanor antes de Navidad; ella le llevó un pan de pascua y no esperamos mucho para saborearlo. De pronto, Nicanor dice: «Pensar que no vamos a comer más pan de pascua». «¿Por qué?». «No va a haber huevos». «¿Por qué, Nicanor?». «Tampoco va a haber gallinas». «¿Acaso una peste?» «No. Apenas dentro de cinco mil millones de años, va a desaparecer todo lo viviente. Y lo no viviente. El universo se va a ir reduciendo a un puntito que va a ser tragado por un hoyo negro…»

Nos quedamos con la boca abierta, a medio tragar el pan. «Pero no se asusten demasiado, porque después, dentro de 20 mil millones de años, el puntito se va a ir expandiendo y en un big bang van a surgir las galaxias, las estrellas, los planetas, las lunas, los seres vivientes…» Respiramos aliviadas.

–En literatura, ¿qué se está haciendo de nuevo en Chile? Nosotros sabemos de Pedro Lemebel por el prólogo que le escribió Carlos Monsiváis. Háblame de Ana Vásquez, ella es muy leída en París, pero ¿qué otros autores están rompiendo paradigmas de la literatura chilena en el extranjero o al interior?

—Tratándose de la narrativa, tenemos que empezar por respetar a Roberto Bolaño y empaparnos del raudal de Los detectives salvajes… Admiro a Pedro Lemebel por su coraje y su prosa única, ebria de vida sin tapujos, por su consecuencia, porque no traiciona sus orígenes. Ana Vásquez es la mismísima Nicha Brofman que conocí en mis tiempos de liceana cuando juntas participamos en la fundación de la Federación de Estudiantes Secundarios y salimos a las manifestaciones callejeras a desafiar las balas. Es la autora no suficientemente valorada de Los mundos de Circe, novela ulisíaca.

Hay escritoras notables, diversas todas, como Pía Barros y Diamela Eltit, ésta última ha realizado un aporte notable a la narrativa escrita por mujeres. Es muy difícil saber sobre la marcha si algún autor rompe paradigmas dentro o fuera de su país. Hay que esperar que corran las aguas bajo los puentes o desborden las playas.

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* Periodista mexicano, profundo conocedor de los movimientos culturales y el quehacer literario en el Cono Sur.

La entrevista se publicó en en el diario La Jornada Morelos
www.lajornadamorelos.com
y simultáneamente en Clarín de Chile, por ahora sólo en versión digital
www.elclarin.cl
Y en Piel de Leopardo por deferencia del autor.

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