Escribir a Erasmo y describir al héroe

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Si algo define la poesía de Benítez, es la universalidad, el culteranismo y el cuidado extremo en el trabajo del verso. Su narrativa, en cambio, se debate entre la oscuridad y la luz –la desaparición y el reconocimiento–, pero sin despertar las bestias que duermen un sueño inquieto en las profundidades –a la espera–.

Su trabajo es como el del criador de brandy: Benítez también destila. No vino blanco, sino experiencias, ocupaciones, preocupaciones, inquietudes, temores que parecen desvaídos a bordo de la contemporaneidad. A ratos semeja al bárbaro que no comprende la riqueza del botín obtenido, a veces se constituye en defensor de la última muralla asediada.

Poco es un poema en cinco partes y un relato breve –en cuatro– para conocer a un escritor. En la biblioteca virtual Wordtheque pueden encontrarse otros textos suyos para “bajarlos” al disco o leerlos gratuitamente con sólo activar el enlace (www.wordtheque.com/owa wt/new_wordtheque.w6_home_author.home?code_author=10793&lang=ES).

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CINCO CONTRAPUNTOS

PARA ERASMO DE ROTTERDAM


I

Gira en el espacio esta pelota de crímenes,
cruza tu inmenso cuerpo negro, Jack Frost,
en el centro del siglo XX el Minotauro:
contra la peluda noche de Calibán
la constelación de Ariel recortada y solitaria
¿O en la noche de Ariel
el brillo aún de Calibán?
solo entre tus holografías
mudo y desnudo como una figura de tapiz
escucha Erasmo lo que dice para tus oídos de gobelino
el televisor, bestia parlante, sibila, dios hermafrodita de mi época:

Un hombre de 1956

el perro desciende del lobo
y aún el hombre tiene del ángel
sino la espalda un poco cada tanto
de brillo entre las sienes, un gran minuto
que compensa el plomo de diez años;
idéntico el hindú desnudo (que no es
el pensante payaso de sus imágenes,
sino el antiguo ario que habita el Ramayana)
dice grave que al oro del tiempo
siguió el hierro, como el metal del día
se funde y se desangra en el hueco inevitable de la noche:
la alta luna que da al olvido.
Veo girar la rueda; gira siempre.
Ya ha devorado a Ovidio y a la liviana
caricia de Lucano; suya y no del día
va siendo un poco más cada hora la gracia de tu Albatros,
tenebroso Carlos, clarividente. Antes lo fue
la gaviota del Viejo Marinero.
El tiempo se alimenta del tiempo:
a mi alrededor todas las cosas dicen
que Ahab cazará su ballena, finalmente.
Ya se inclina sobre sus libros aquella
que con ser apenas un Gran Recuerdo
era el Recuerdo. Como su lector
ella tiene la cabeza blanca”.

Allí, en las sincronías, esto sin suceder
no detiene tu caballo en medio de la Aquitania,
taciturno Erasmo, como la pluma sin pausa
tampoco deja de apoyarse en la sacudida montura;
pero Erasmo, ¿acaso tú, de la misma manera,
no haces ningún caso de las ruinas romanas que salen al paisaje,
como ellas desdeñaron a los profusos menhires de Bretaña
surgiendo de sus cimientos?

Y sin embargo, ya no es fácil separar a los bárbaros de los helenos.

No me digas que la Gran Madre Biológica
quiere raptar a su niña, porque eso es fácil
y no digno de tu rictus permanente:
allá en la meta Tomás no es todavía San Moro
y ya tiene en la garganta una gran tiara roja:
el hombre es el único animal que muere por ética
y ese es el más provechoso elogio de su locura,
esto es cierto como todo lo que dice la radio;
Pero… ¿seguirán muriendo, Erasmo?
¿o volverán en acto, después de la palabra, a la Gran Madre,
que arrime el cuidadoso alimento,
el cuidadoso cultivo de los cuerpos donados,
el cuidadoso pensamiento, en fin,
para no lastimar ninguna de las delicadas partes mientras vivan?

Una vez más, ¿Ariel es la noche
o lo oscuro es Calibán?

II
Cayo Suetonio Tranquilo iba del archivo a la orgía
murmurando entre dientes “todo esplendor perecerá”;
él contaba los césares con los dedos de la mano
“la historia siempre juega a los naipes” repetía
siempre lejos del oído poderoso de Adriano.
“Sólo yo veo la mugre de sus manos
dejar sobre el verde de la época lo gastado de la carta”,
se consolaba en el bullicio de los baños públicos,
entre las apuestas y los pactos para levantar el precio del trigo en Aquitania.
“Ella tiene los dedos sucios”, insistía en el circo
y “¿Cuántas Romas vendrán después de ésta?”, suspiraba
sin atender a las ofertas galas del mercado de gente.
“Sólo lamento que no voy a estar allí para llevar las sucesivas estadísticas”,
se persuadía en la cena:
rellenas lenguas de flamenco, alondras en hojaldre,
tibios entremeses de carpa, lampreas en salsa de jengibre,
jamón de oso, truchas. Peones de ajedrez
antes del gran jabalí sabino, espléndido como un imperio
cruzado por ríos de foscum de Falerno.
“Mientras ésta y no otra sea mi única preocupación,
estaré a salvo de esos dedos sucios”, concluía
antes de dormirse… al día siguiente era otra historia.
“Ah, Lucano, tú viniste al mundo a divertirte.
Ah, Virgilio, tú pasaste por el mundo seguro de una ruta más feliz.
Ah, Horacio, tu nombre está hecho de incienso y de mareas.
Todos juntos me dejaron la alternativa única de esta noche.
La otra no es menos temible:

Andrew Marvell:
Arduo y astuto, por caminos invisibles
(a la usanza de Dios)
voy llevando al corazón de los hombres
el apasionado amor por la palabra:
así como dice la rama inclinada en el estanque
muda y sin un eco pero alada
y se repite. Que la Sociedad de Poetas de Londres
brame aullidos al Rey y su perrera;
mío y de John Donne es el fruto amargo de la rama.
Ni los dialectos que vienen de más allá del mar
ni las candideces labradas a la usanza del día
pueden con la fuerza que indica
que todo perecerá; mi poesía es del hueso
que dejan tras de sí los papeles y las épocas.
Cuanto es del día no dura más que el día.
Pero no está desnuda la Pobre,
que siempre es la Obligada y la Rota, Invicta Abandonada;
yo venceré. No yo, sino la rama”.

III
A fin de cuentas no hemos logrado nada.
Estos bocetos, fintas sobre el papel inconcluso,
el rollo enorme que se devana y devana
cayendo sobre el piso como los pliegues de grasa
del cuello de una ballena.
¿No fue todo, acaso, de Gilgamesh
a lo último, el Profuso Testamento?
Erasmo, no tenemos la dicha de ser Enkidu.
¿O tu Santo Moro es acaso, en el fondo,
más allá de las formas la forma del Enkidu?
¿Si la Palabra es la hierba mágica,
por qué no puede encontrarla Enkidu?
¿Acaso tú no eres la forma, Erasmo,
que tuvo Enkidu de encontrar la forma?
En Babilonia la gente no quiere hacer nada,
sólo Erasmo dispara contra el Reloj, como un antiguo duelista,
mientras el Reloj susurra:

“no temas la depresión nerviosa
mi mires la calle pero mucho menos dentro de tu casa
si alguien dice para animarte
cada amanecer inventa una sonrisa
no busques la barreta de hierro
ni le pongas pentotal sódico en el vermouth
(lo primero es mera envidia
lo segundo el eterno y simple anhelo de compañía)
cae la sombra pero tú no le temas a la depresión nerviosa

pero cae la sombra
no conozco a ningún hombre inteligente
que no sueñe con ser el idiota
cuando sus dos se quedan a solas
pero cae la sombra”.

Y si viene el Mantuano
no va a decirte ya que estás en medio de la vida
ni que eres responsable de la construcción ni de la conservación de nada
todo esto sucedió hace largo tiempo me acuerdo
no te preocupes: ya entonces era todo poco amistoso
y por todos lados corrían activísimos

aunque las escaleras estaban mucho menos polvorientas
subieron y bajaron innumerables libros

nadie puede soñar de nuevo con la isla legendaria
aunque si entras allí o te das cuenta de que estás allí
hazme caso y conserva la esperanza
hay cosas que se dicen pero que nadie hace.

Por ejemplo: Jesús estaba siempre de buen humor.

IV

No, decididamente no se escucha tan diminuta vocecita,
tan mínima, casi, casi inexistente,
que dice desde los intersticios del piso de madera,
desde el cemento arrasado por miles de pasos,
desde una mota de polvo que tal vez sea el sol
de otro universo recluido:
Oye, todo saber es imaginario.

V
La condición humana es como un pequeño cocodrilo, Erasmo,
hay quien lo lleva en su bolsillo y cuidadosamente
sólo mete la mano cuando es rigurosamente necesario:
hay quien cree que lo tira lejos

el animalito vuelve más grande el año entrante
y arrasa los edificios a su paso
con el imperativo de vengar la ingratitud

sobre esto:
alguno se quedó con la baraja
de uno u otro lado va a despedirse de sus días con un gruñido bajo

pero mientras tanto:
no hay por qué quejarse despierto
de las miradas que toleramos en sueños
aturdidos de jengibre como Amón el Profeta
como Amón el Profeta que ya en la edad adulta
corría desnudo detrás de las langostas
agradeciéndole al viento los dones de la Zarza

cuarenta años de desierto y sin bocado
no bastan para matar al pequeño cocodrilo

incluso:
si Existe y si lo Ves, Erasmo,
te pondrás muy nervioso y aunque no tengas ya bolsillos ni nervios
revolverás el aire de tu aire buscando cigarrillos.

fotoTEMA DEL HÉROE

I
Veo al héroe dormido a dos kilómetros de la redonda ciudadela. Dentro de ella las mujeres especulan sobre la belleza del héroe y los hombres, temerosos unos, los otros desdeñosos, están inquietos por la necesidad de salir al campo, antes de la tarde, a recoger el ganado.
El héroe apoya las anchas espaldas en una palmera flexible, contra un rígido algarrobo, reposa extendido sobre la hierba. Cada tanto espanta de sí los insectos, para él lo Feroz, con la mano infinita de los sonámbulos, que nada aferran y en la nada duermen. En el sueño, la mano tiene una clava mortífera; en ese mediodía, una cicatriz reciente.
Un hijo de la ciudadela por fin se anima y tuerce el camino hacia el río para no evitar la conocida planicie. Pero es apenas un valiente. No es un héroe. Este tiene una piel de pantera y desde hace seis meses un caballo prestado. El valiente cabras, techo, perros y pastores que empujan sus ovejas de sol a sol y una mujer de noche, preñada casi siempre. El valiente deja dátiles o trigo o maíz a diez metros del héroe. Traza un signo mágico en el aire. Al llegar a las puertas dirá que el otro es un gigante y que él le tocó la cara.
Allá en la ciudadela las viejas y los sacerdotes y los tontos habrán comenzado a hacer su trabajo con el héroe. Unos le habrán visto anunciado en unos nacimientos monstruosos o en un cometa que cayó más allá del horizonte. Otras, en la repentina distracción de la sangre, antes fluyente y exacta, de las jóvenes hijas. Para contrarrestar al héroe, un viajero dormido, tendrán que buscar lo Feroz, aterido de olvido en las imaginaciones turbias de cosechas y sequías, antes, urgentemente, de que se pronuncie el alba. Porque si está el héroe tiene que estar lo siniestro para que todo siga en orden.
Alguien por fin recuerda la sombra ambulante del pantano, inventa la maravilla saliendo de un campo de rastrojos, alza un equilibrio furioso para la siesta del héroe. Otro asevera que ha visto lo mismo. Un tercero afirma con mentón convencido.

II
El combate y el héroe se encuentran a la mañana siguiente. En la ciudadela rezan los que ahora saben de qué tenían que librarse desde la aparición del héroe. Y bendicen los aparentes truenos de ese valle vecino: son los golpes del héroe. Y la lluvia es la sangre de lo encontrado y siniestro, que brota de los cielos por el grande tamaño. Hay el momento siniestro de la calma. Es que ha aflojado el héroe la violenta defensa que sucedió al ataque. El universo peligra. Peligra el atardecer, la tarde, las mañanas, el claro mediodía. Alguien trae un cabrito y de su cuello sale con la sangre la victoria del héroe. Debe el héroe.
Debe esa hacienda que todos comen en la pira elevada al regocijo y secundariamente al dios padre del héroe, que inyectó a tiempo la sangre inmolada en el brazo vivo del héroe y dirigió la flecha, la maza, el cuchillazo. Donde se asigne el escenario de la lucha, uno verá surgir caballos alados de lo vertido abundante, otro flores rarísimas que, asegura, allí no estaban antes. Un tercero verá en la escena el nacimiento prodigioso del tabaco. Pero el héroe debe. Eso es lo cierto, lo real, comprometido.

III
Alguien ejerce el blindaje de un escudo. Otro recordó una cadena que iba cubriéndose pacientemente de orines en un galpón de cereales. Alguno, todavía, confió sus preces a la luna de agosto, a Hécate, a la Gran Diosa Triforme, a la Madre. El héroe, fláccido el músculo y la frente batida por la fiebre traída de otras tierras, malsanas, se deja llevar en un sueño hasta la hoguera prevista en el centro mismo de la plaza, que también lo es del mundo. Como lo es en cada pueblo del mundo. Tarda tres días en morir y no es por descuido, sino por la recitadas virtudes del héroe.
Un partido de la ciudadela se opuso tras la muerte del héroe y luego de la guerra campal, inmediata y legítima, hizo suyas las futuras cosechas, las ejecuciones consecuentes y el giro inmediato de la historia.
De las cenizas del héroe, mezcladas con boñigas y polvo, se alza un monumento que van a venerar los niños y los viejos con fervores distintos y en épocas distintas.

IV
El hijo del héroe nació un día perdurable. Moría aquel que juró en la ciudadela haber tocado la cara de su padre, la que resplandecía, una tarde olvidada. También el último jefe, cuyas manos cortadas referían la furia de una lucha difusa.
Tiene el hijo del héroe las facciones entrevistas por encima del fuego y los miembros potentes y una fiebre palúdica que verifica su origen. Su madre, la apedreada por una larga cadena de manos que se pasaron bodoques, proyectiles y piedras señaladas, apenas deja el mundo es puesta en una tumba al pie del monumento. El día es incluido entre las fiestas del año. La difunta ha engendrado al hijo del héroe treinta años, tres meses y tres días después de la muerte del padre. El número repetido, fasto, asegura lo que todos conocen y comparten.
El niño es arrojado fuera de la ciudadela. El camino lo espera y el cansancio y el sueño tras una marcha larga, cuando ya sea un hombre que continue la estirpe del miedo y de los héroes.

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Noticia de Luis Benítez

Nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, con sede en la Columbia University (EEUU). Ha recibido el título de Compagnon de la Poésie de la Association La Porte des Poétes, con sede en la Universidad de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores y de la Fundación Argentina para la Poesía.

Premios recibidos. Entre otros: Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poétes (París, 991); Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); 10eme. Concours International de Poésie, accesit (París, 2003).

OBRA PUBLICADA

Poesía

Poemas de la Tierra y la memoria (Ed. Stephen and Bloom, Bs. As., 1980).
Mitologías/La Balada de la Mujer Perdida (Ultimo Reino, Bs. As., 1983).
Behering y otros poemas (Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, Cuadernos del Zopilote, México D.F., 1993).
Guerras, Epitafios y Conversaciones (Ed. Satura, Bs. As., 1989)
Fractal (Ed. Correo Latino, Bs. As., 1992).
El Pasado y las Vísperas (Universidad de los Andes, Venezuela, 1995).
Selected Poems (Antología, selección y traducción de Verónica Miranda, Ed. Luz, Bilingual Publishing, Inc. Los Ángeles, EE.UU., 1996).
La Yegua de la Noche (Ediciones Del Castillo, Santiago de Chile, 2001).

Ensayo

Poesía Inédita de Hoy (Un panorama contemporáneo de la poesía inédita argentina) (introducción, notas y selección de 100 autores, Ed. NOUS, Bs. As., 1983).
Juan L. Ortiz: El Contra-Rimbaud (ensayo, Ed. Filofalsóa, Bs. As., 1985 –dos ediciones–)
El Horror en la Narrativa de Alberto Jiménez Ure (ensayo, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1996)
Borges, La Tiniebla y la Gloria –ensayo biográfico–. Ed. Lea, Bs. As., 2004).

Narrativa

Tango del Mudo (novela. Piel de Leopardo/Wordtheque, Bs. As., 2003).
Vivarna, el dinosaurio patagónico (Ed. Mondragón, Bs. As., 2004).

Sobre el autor

Sobre las poesías de Luis Benítez, Carlos Elliff (ensayo, Ed. Metáfora, Bs. As., 1991).
Conversaciones con el poeta Luis Benítez, Alejandro Elissagaray y Pamela Nader (Tomo I, 1995, Tomo II, 1997, Ed. Nueva Generación, Bs. As.).
Antología (selección y ensayo preliminar de Alejandro Elissagaray, 2001, Ed. Nueva Generación, Bs. As.).

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