Estados Unidos: la debacle de Vietestán

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Saul Landau.*

La debacle Obama-McChrystal del mes pasado dramatizó la manera en que el pensamiento militar domina la política estadounidense. Obama le pasó la cuchilla a un general en ascenso y lo reemplazó con el general David Petraeus (alias “La Oleada”). ¿Escandaloso? El Pentágono manda en Afganistán a pesar del hecho de que ningún  militar o civil ha explicado cuál es el resultado positivo que la continua guerra allí podría tener.

La guerra de Viet Nam, que debiera habernos enseñado, como decía Yogi Berra es “déjà vu otra vez”. El presidente Obama promete la retirada el próximo año. Después de que las fuerzas de EE.UU. abandonaron Viet Nam a principios de 1974, el ejército sur vietnamita, mucho mayor y mejor equipado, no peleó.

El 30 de abril de 1975, “el último infante de Marina abordó un helicóptero CH-46 en el techo de la embajada norteamericana en Saigón que despegó hacia el este… 21 años después de que los primeros asesores llegaran al país…” (www.globalsecurity.org/military/ops/vietnam.htm). El masivo esfuerzo militar de casi una década no fue capaz de superar la masiva corrupción política.

Al igual que en Viet Nam, Wáshington escogió a "su"presidente de Afganistán. Hamid Karzai; éste, después de servir un período y amado por pocos compatriotas, ha proclamado públicamente su falta de confianza en la capacidad de EEUU para derrotar al enigmático talibán. Karzai dijo a los medios que ya no confía en el compromiso de su benefactor –su capacidad para ganar la guerra y su poder de permanencia.

Más, ha comenzado a hablar –quizás hasta a negociar— con la misma entidad a la que se han enfrentado las fuerzas militares de EEUU durante una década, sufriendo más de 1.000 muertos y muchos más heridos. Simultáneamente, para cubrirse, Karzai da muestras de gratitud por la generosidad de Wáshington.

Nuestro Karzai en Viet Nam

Después de los Acuerdos de Ginebra de la década de 1951/60 Dwight Eisenhower confesó en sus Memorias que el líder comunista Ho Chi Minh hubieraa ganado con el 80 por ciento de los votos en unas elecciones presidenciales programadas. Para evitar este resultado Estados Unidos creó la República de Vietnam del Sur y escogió a Ngo Din Diem como presidente. Entre los promotores de Diem se encontraban el Cardenal Joseph Spellman y la familia Kennedy.

Diem, un presidente católico en un país budista recién creado, vigilaba cuidadosamente a sus generales (casi todos no católicos). Mientras los asesores militares norteamericanos presionaban a favor de agresivas campañas contra las guerrillas comunistas Viet Cong en el Sur, Diem exhortaba a los generales a que limitaran las campañas agresivas.

A principios de noviembre de 1963, los generales vietnamitas realizaron un golpe de estado –con la aprobación tácita de EEUU— y asesinaron a Diem. Madame Nhu, la cuñada de Diem, culpó a Wáshington del asesinato. “Quien tenga a los norteamericanos de aliados no necesita enemigos”, dijo.

¿Habrá leído Karzai la declaración de Madame Nhu? En su primer período le dio mala fama a la corrupción. En 2009, para asegurar un segundo período, Karzai dependió del fraude. Al igual que Diem, cuya familia ocupó puestos claves, Karzai apoyó a su hermano Ahmed Wali, un narcotraficante. The New York Times reportó que Ahmed también recibe “pagos regulares de la Agencia Central de Inteligencia, y los ha recibido durante casi ocho años, según ex y actuales funcionarios norteamericanos”.

El informe continuaba: “La agencia paga al señor Karzai por una variedad de servicios, incluyendo la ayuda al reclutamiento de una fuerza paramilitar afgana que opera bajo la dirección de la CIA en la ciudad de Kandahar y sus alrededores, donde reside el señor Karzai”. (30 de marzo de 2010.)

Karzai alaba a su patrón norteamericano ($6.300 millones al mes sostienen la guerra) y luego provoca a Wáshington al abrazar al supremo objetivo de la Casa Blanca, el presidente iraní Majmud Ahmadinejad.

Durante la guerra de Viet Nam, las corporaciones erstadounidenses ganaron mucho suministrando a las fuerzas armadas. En Afganistán, los imperios de BP y Halliburton han ganado miles de millones satisfaciendo las necesidades de la OTAN. Algunos talibán también comprenden la guerra: reciben sobornos para que no ataquen a los convoyes de la OTAN que traen materiales desde Pakistán.

Mientras tanto la muy anunciada oleada de McChrystal falló en las batallas por Marja. Los aliados de la OTAN están cansados y se marchan; hasta el adulador gobierno de  Canadá anunció que se marcharía en 13 meses. Obama dijo que las fuerzas de EEUU también comenzarán a retirarse a mediados de 2011 –bueno, quizás.

Un artículo en The New York Times (20 de febrero de 2010) señaló que las fuerzas afganas mostraron actitudes similares a las de las fuerzas sud vietnamitas antes de la retirada de EE.UU. (Oigan, ¿combatir o fumar hachís?)

En 1975 el Congreso eliminó los fondos para la guerra de Viet Nam. ¿Logros? Cincuenta y ocho mil norteamericanos muertos, cientos de miles heridos, cuatro millones de bajas vietnamitas y una tierra destruida. Hagan las mismas preguntas acerca de Afganistán y se comprenderá el cansancio del público con la guerra. A diferencia de Viet Nam, relativamente pocos estadounidenses se han visto implicados con Afganistán. Y muchos se han cansado de escuchar y leer acerca de la guerra.

El elusivo talibán –en la cama con la inteligencia paquistaní y en el sofá con Karzai— ha aprendido, al igual que el Viet Cong, a desaparecer cuando se acercan las tropas norteamericanas. Eluden la muy anunciada “batalla decisiva”. Resuena el viejo dicho afgano y vietnamita: “Puede que los invasores extranjeros tengan el reloj, pero nosotros tenemos tiempo”.

Estados Unidos no ha tenido mucho éxito en la exportación de su ordenamiento a Viet Nam, Iraq o Afganistán. Pero las viejas cicatrices permanecen; algunas como heridos que deambulan (sin casa) o sin miembros o sin cerebro; otros se niegan a perdonar u olvidar.

Los vietnamitas ganaron y ahora comercian con nosotros. Pero aquí se detiene la analogía con Viet Nam. No es probable que los iraquíes y afganos (y muchos paquistaníes) canten victoria. Pero aquellos cuyos familiares han sido muertos por tropas y aviones sin piloto norteamericanos puede que cultiven el odio hacia Estados Unidos durante muchas décadas.

* Cineasta, miembro del Instituto para Estudios de Política, Estados Unidos.
En http://progreso-semanal.com

 

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