Estos lodos… – EL VIENTO LO PONE EL SEÑOR CHENEY

928

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los periódicos y la televisión de América del Sur –preocupados sus editores, periodistas y fotógrafos o camarógrafos por las colas playeras– no prestaron mucha atención a la gira del señor Cheney y sus dichos en Australia, que trajeron cola.

Otras colas se ven –y se verán por un buen rato– en Venezuela: las colas de la compra de menestras y, pero ocultas éstas, las de cucarachas y ratones en las sombrías bodegas donde se esconde lo que se acapara. Colombia no tuvo colas ante la puerta de la cárcel donde honorables políticos esperan juicios y condenas.

Seguirá esperando la fila en Miami de los que hace meses quisieron festejar la muerte de Fidel Castro; descendiente de gallegos y empecinado, el hombre no muere nunca: la conocida retranca gallega, silenciosa y apretada. Y crece la cola ecuatoriana: un pueblo que no quiere lo que no quiere y serán, tal vez, más que pocos los harán a su debido tiempo la cola del pasaje para irse –no claro, como los pobres emigrantes que ayudaron a expulsar–. Colas, filas.

Crece la de Costa Rica: no, dice, a la venta o entrega del país. Y en Chile la cola es de otra laya: son los «usuarios» del Transantiago. «El gobierno no maneja micros», dijo con agudeza un funcionario –que sin duda tampoco usa el transporte público de pasajeros–.

En fin, en América crece la fila –o la cola– de esos pobres que tocan a la puerta de la casa del señor. Pobres blancos, oscuros, cobrizos. Pobres.

Declaraciones en Australia

Y con la cola entre las piernas, pero imitando otros tiempos –los de la soberbia– el señor Cheney se acaloró en Australia. Dijo que su país –Estados Unidos, del cual él es vicepresidente– mantenía todas «las opciones sobre la mesa» para frenar, detener, erradicar esa gana iraní por la energía nuclear. No debe haber tenido mucha audiencia (los canguros y koalas no miran TV), la ciudadanía discute el retiro de sus escasas tropas estacionadas en Iraq, unos 1.400 uniformados.

Será porque en el Hemisferio Norte es invierno y el invierno no es la mejor estación para el buen humor, que el señor Cheney –flor de estadista– las emprendió además contra la «militarización creciente» de la República Popular China y de paso advirtió a Pyonyang (Corea del norte) que no es «creíble».

No lo escuchó con muchas ganas el señor Howard, primer ministro de Australia, que desde luego promete no retirar a nadie del pantano seco iraquí, pero mira con poco optimismo su futuro político y –tal vez– de cara a las elecciones generales de fines de 2007 se encomienda a los dioses para que ningún bombazo le liquide un soldado.

Con esa oratoria digna de Julio César el señor Cheney dijo también (que no era posible que): «los países libres puedan desatenderse de lo que ocurre en lugares como Afganistán e Iraq o en cualquier otro refugio para los terroristas». O sea: más de lo mismo.

En la oscuridad se adelanta el reloj

El señor Blair, mientras tanto, en Londres quizo dejar un regalito antes de su despedida a los pobladores del Reino Unido de la Gran Bretaña e islas adyacentes: retiró algunos soldados de Iraq. Y porque en los países septentrionales –como en la Patagonia– el invierno es más oscuridad que luz, en un gesto de buen prestidigitador, anunció que mandaría otro para reforzar su contingente en Afganistán.

Las cosas no están bien en Afganistán. Esos horribles talibanes… ¿no habían sido derrotados? Parece que no. Y los invasores –Afganistán fue invadido, como Iraq, pero antes– temen la llegada de la primavera; no por el amor –emoción y sentimientos asociados al despertar de la vida tras el sueño invernal–, sino por la guerra. Acaso los talibanes emprendan una ofensiva.

Los enfermos de la cabeza que pretenden gobernar el mundo obligaron a adelantar el reloj del final. El reloj del final es un complejo sistema de cálculos creado después de la II Guerra Mundial que mide la eventualidad de una hecatombe mundial provocada por los seres humanos mediante una guerra. Se encuentra en la Universidad de Chicago. Marcaba 11.53. Desde hace unos días marca 11.55.

Cinco minutos para la medianoche. La medianoche es el acabóse total. El apocalipsis.

Existe, desde luego, el peligro nuclear, pero no porque Irán vaya a tener su bomba. El peligro nuclear acecha desde otra parte, se esconde en la locura de políticos como los señores Bush y Cheney, anida en la nueva guerra fría que parece desperezarse en Europa. Rusia podría ponerse a fabricar más misiles y más bombas y continuar con los experimentos para el «arma de todas las armas».

¿La razón? Los estrategas estadounidenses obtuvieron de Polonia y la República Checa autorización para instalar en sus territorios un sistema de radar y en Polonia una base misilística. Se trata de poner en práctica el «escudo anitimisilístico», heredero de la famosa teoría de la «guerra de las galaxias» que impulsó el señor Reagan cuando fue presidente de EEUU. El argumento es que Irán podría querer bombardear territorio americano.

La idiotez del argumento raya con el cinismo. La cohetería iraní –el Shebab– tiene un alcance promedio apenas sobre los 2.000 kilómetros, y aunque realiza experimentos e investigaciones con misiles de mayor alcance, Irán no dispone de bombas atómicas. En cuanto al otro «enemigo», Corea, su cohete estrella, el Teapodong, logra los 4.000 kilómetros, suficientes en teoría para llegar a Estados Unidos, pero no a través de Europa, sino a través del Pacífico.

El gobierno ruso, hechos los cálculos, montó en cólera. El reloj se adelantó. Pero no es el afán bélico la causa única del adelanto del reloj del juicio final. Es el tiempo, el clima.

El planeta no morirá, moriremos los humanos

Huracanes, maremotos, destrucción de los bosques, calentamiento, deshielo general, contaminación, inundaciones, el agujero de ozono, enfermedades infecciosas nuevas… La especie humana se balancea al borde de la catástrofe. Y con ella gran parte de los mamíferos y reptiles, las aves. En cuanto a los peces, las flotas pesqueras cumplen una brillante tarea en eso de «despoblar» los mares.

No importa el tamaño del desastre, probablemente el planeta genere nuevas formas de vida, sólo que los humanos no van a estar. Como escribiera C.S. Lewis, ningún abismo de la Tierra nos echará de menos. Habremos sido una plaga exitosa, tanto que nos comimos a nosotros mismos.

Es sólo cuestión de tiempo, medido en años –no en siglos.

—————————-

* De la redacción de Piel de Leopardo.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.