Extremos. – LA SOCIEDAD PARA ELIMINAR A LOS VARONES (I)

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En Barcelona, España, Ediciones de Feminismo publicó en 1997 la obra de Valerie Solanas Manifiesto Scum traducida por Ana Becciu y presentada por Carmen Alcalde. Como los grandes textos «malditos» de todos los tiempos, el Manifiesto circula aquí y allá. Todavía, quién sabe, acaso no ha logrado que lo tomen universalmente en serio. He aquí una aproximación.

Prólogo de la traductora
del Manifiesto de la Organización
para el Exterminio del Hombre,
Ana Becciu

Nuestra sociedad es la carcasa que desvela, a medida que el germen de la corrosión avanza, el núcleo opaco donde Nada y Nadie crían sus huevos. Esta sociedad genera a sus parias y a sus excéntricos, los encargados de mostrar la otra cara, maldita, del paraíso occidental. Desgraciadamente, estos elementos muchas veces sólo sirven para que el paraíso, en su forma más aterradora, subsista y se eternice.

Los ex-céntricos son aquellos que, como la palabra lo indica, han sido apartados del centro, están afuera, no se les permite entrar, pero tampoco desean entrar. El centro es el kibutz encarnación del bien, la deliciosa sociedad de consumo inventada para que todo sea posible, todo lo menos peligroso, es decir, todo lo carente de imaginación y de creatividad; así, no seria falso asociar esta imagen del centro con el recuadro del televisor que adorna cada hogar respetable y amante del bien.

Larga es ya la trayectoria de las mujeres que han levantado su voz contra el orden imperante (entendámonos, el desorden imperante) en el cual ellas han sido, desde los comienzos de nuestra civilización, las excéntricas por definición.

En los últimos veinte años hemos visto al gran país del Norte producir las manifestaciones de muchos y de muchas que reclamaron para sí la condición de ex-céntricos. Los más no hicieron sino asimilarse oportunamente al sistema (la mayoría de los artistas pop) y otros, pocos, desaparecieron del sistema, quedaron afuera, suicidados, o, en el mejor de los casos, reventados (Janis Joplin, Valérie Solanas).

Cada día, con mayor claridad, sabemos que hablamos solos (pero, a pesar de ellos, al hablar solos hablamos con todos –me refiero a los que utilizan la expresión y hacen de ella una obligación de manifestarse– ) Nadie nos escucha, somos un ruido sordo que cruza la historia hasta convertirse en carne abierta, vibrante. Nadie dice nada. Lo que decimos es nada. Esta nada brilla. Nombra la ausencia en la historia: la ausencia del hombre.

El hombre, dijo una vez Michel Foucault, es un invento de hace sólo doscientos años, pero un invento ya viejo puesto que no hace más que señalar nuestra finitud, somos esta finitud, y lo que llamamos las ciencias humanas no hacen más que demostrar esta nada prematura que somos. ¿Para qué hablar entonces? El sembrador, el hablador, planta las oquedades de un futuro sin forma, un futuro que es un presente de carencia.

Las palabras de Valérie Solanas sirven en la medida en que están ahí, revolviendo el estómago de todos con su verbo exagerado.

Su Manifiesto es el grito de una ex-céntrica. Y algo más. La metáfora, fundada en los términos del horror, del grito general alojado en la garganta de la humanidad. Su voz no podía provenir de otra parte que de la América del Norte. Porque los Estados Unidos sostienen como un bastión la excrementicia medida que oscila entre el tiempo (el reloj y el calendario) y el dinero (la mierda abstracta). Protagonizan el macabro espectáculo que condena a todos los hombres y mujeres del planeta a vivir en libertad provisional, temerosos de su erotismo intrínseco, de su deseo, que no es otro que el deseo de vida, de vida presente, porque la futura, ya se sabe, no es nuestra, ni nos interesa.

El horror ha sido y es una de las características persistentes en las manifestaciones underground provenientes de los Estados Unidos. Este horror aparece aquí, en el texto de Valérie Solanas, enfatizado con la agresividad verbal, la vulgaridad deliberada; todo ello sin duda corresponde a la voluntad de la autora de producir un impacto de choque en el lector, de agravio.

No describe al hombre/macho: lo diseca, con rabia y con espanto ante la realidad que supone la mujer actual. Señala, recargando las líneas de sus rasgos, incluso generalizando hasta extremos intolerables, su inútil situación en el mundo actual (y en el anterior) cuando ya no es posible seguir sosteniendo una guerra de oposiciones, de postergaciones, y de anulaciones entre los sexos. Y el hombre/macho parece no haberse dado cuenta del peligro que lo acecha y de la necesidad imperiosa que tiene de ser persona antes que macho.

Las palabras agrias y vehementes de Valérie Solanas intentan resaltar la historia de una perdición. Al leer la descripción de la situación de la mujer con respecto a la del hombre, la inferioridad con respecto a la superioridad, el lector quedará perplejo al descubrir que la víctima real, propiciatoria del horror de la automatización, según la autora, es el hombre. La mujer, a pesar de los siglos de marginación y escarnio, ha conservado la fuerza de la restauración, la fuerza que le permitirá crecer y protagonizar (en el futuro, para Valérie Solanas, existe un futuro con mujeres a la cabeza). De ahí que al final de este Manifiesto, el hombre (visto siempre como lo inacabado y lo sin recursos) deje paso a la mujer.

La dicotomía planteada aquí entre pasividad y actividad debe ser bien entendida, si bien, tal como la expresa la autora, corre el riesgo de ser generalizada y hasta ingenua. La actividad y la pasividad son parte constitutiva de cada una de las criaturas del universo; dentro de la especie humana esta actividad y esta pasividad se resuelve en la androginia (mental) que nos mueve a cada uno, hombres y mujeres, a dar, en cuanto personas, libre curso a nuestra obra, es decir, a nuestro inalienable tender hacia, vector emergente que no es más ni menos que la pulsión del deseo.

La conclusión que el lector extrae de este Manifiesto es la siguiente: no es a la mujer a quien hoy tenemos que compadecer, sino al hombre, pues ha sido él quien ha montado las estructuras de su propia perdición; y la mujer, siempre mantenida al margen, en su calidad de ex-céntrica, está hoy mejor condicionada para defenderse del horror circundante y participar en la reconstitución de una sociedad más viva, creativa y lúcida.

Ana Becciu (Buenos Aires, 1948) es escritora, traductora y licenciada en Letras por la Universidad Católica Argentina y la Universidad Central de Barcelona.

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La introducción –resumida– de Vivian Gornik
a la edición estadounidense

El Movimiento por los Derechos de la Mujer no es, en modo alguno, una novedad.

Hace un siglo conmovió a esta nación y a casi todo Occidente para finalizar, tristemente, con aquella insignificante concesión del sufragio. El feminismo ha seguido alzando su cabeza espectral en casi todas las revoluciones, en casi todos los períodos reformistas, en cada cuerpo del pensamiento social que ha dejado huellas en los últimos tiempos. En cada lucha generacional, las formas de expresión del feminismo surgen de acuerdo con el contexto social inmediato. Sin embargo, siempre, en sus diferentes encarnaciones es fundamentalmente universal e intemporal.

Así, el Manifiesto de Valérie Solanas corresponde a su tiempo y, a la vez, lo trasciende. La visión fundamental de SCUM es la del feminismo eterno; la forma corresponde a la del siglo XX, decadente y emocionalmente inconexa. El SCUM Manifiesto es la voz de un niño, de un niño del mundo occidental, un niño de nuestra época, perdido y herido. Voz salvaje y desalentadoramente glacial, cruel, sin indulgencia para con el mundo que ha querido privarle de vida, es una voz situada más allá de la razón, más allá de la decencia burguesa. Es la voz de alguien a quien han empujado a llegar más allá del límite, de alguien que ha perdido sus cargas psicológicas, que nunca más podrá satisfacerse con otra cosa que no sea sangre.

Desde este estado de ánimo, Solanas revela los auténticos sentimientos de la feminista, su quintaesencia; y tales sentimientos están regidos por una rabia atroz. Rabia hasta la muerte. La rabia que habita el inconsciente racial, acumulación de experiencias de siglos, y con la que nace cada mujer. Una rabia que no todas las mujeres se han atrevido a descubrir en su interior, a aprender y a aceptar.

Hace algunos años, cuando el Movimiento de Liberación de la Mujer comenzó a ganar fuerza, sus componentes, sintiendo el aguijón de la mala conciencia burguesa, y de su miedo al ridículo, se apresuraron a desautorizar a Valérie Solanas y a todas las demás extremistas que blandían un lenguaje parecido al suyo. Solanas fue, para los círculos reformistas, una de esas locas, de esas anormales con quienes, por desgracia, identificaban al Movimiento. Sus feroces invectivas y odio devastador no casaba precisamente con los deseos de las liberacionistas, es decir, salario igual a trabajo igual, guarderías diurnas, derecho a una educación igual a la del hombre y un montón de medidas terriblemente respetables. «No odiamos a los hombres», afirmaron con vehemencia las mujeres de N.O.W.

«No les detestamos», corearon, exactamente un año después, las señoras respetables cuyo nivel de conciencia se había elevado considerablemente desde hacía tiempo.

La furia de Solanas era profética. Apartada del decorado burgués, habló rápida y directamente al centro de la conciencia feminista, donde encontró un terreno favorable, un mar de resentimientos que constituía una amenaza diaria (a medida que el Movimiento crecía y sus filas se duplicaban, triplicaban, cuadruplicaban) capaz de encresparse y romper contra la sociedad. Solanas comprendió desde el principio, en los términos salvajes, crudos, y agresivos de su generación –la ira más allá de la razón– que los desposeídos de este mundo empiezan a barrer ghettos y se esparcen por los cimientos de la civilización; comprendió que, después de tanto tiempo confinadas, después de tanto tiempo sufriendo humillación tras humillación, confundidas y engañadas, y hábilmente privadas de su energía moral y psíquica, las mujeres, como los negros, enloquecerían ahora, verdaderamente, de cólera; de esta cólera que surge como un arma afilada, punzante, de las entrañas del oprimido que empieza a tomar conciencia de cuanto se le ha arrebatado y estafado.

El SCUM Manifiesto recuerda los primeros escritos de Malcom X. ¿Y por qué no?, nos preguntamos en cuanto dicha comparación se nos formula en la mente. ¿A qué otro lenguaje, en efecto, podría equipararse el de Solanas? Al fin, y al cabo, son las mujeres y los negros los verdaderos marginados de esta sociedad. Y Malcom X y Valérie Solanas son la quintaesencia de la marginación negra y femenina respectivamente.

La verdad del Manifiesto, con la glacial visión del genuino marginado, como todos los escritos del líder negro (de trágico destino), parece a primera vista fácil de rechazar (Lo cierto es que se trata, dicen, de la obra de una perfecta demente, ¿no?). A causa del lenguaje obsesivo y delirante, la mayoría se detiene en los demonios blancos de Malcom X sin reconocer la brillantez, el dolor y la justicia que subyace en sus consideraciones y juicios acerca de la clase media blanca y sus actos y medidas contra los negros. De la misma manera, en el caso de Valérie Solanas casi nadie puede salvar la barrera que supone la frase los hombres son un aborto biológico y proseguir para ver y comprender la deslumbrante exactitud de la descripción de las estructuras del poder masculino en la vida supersocializada de la mitad del siglo XX, en América (Estados Unidos), ni tampoco puede reconocer la lucidez de sus especulaciones acerca de las causas que la originaron, y el rigor emotivo de su profecía acerca de dónde y con quiénes tendrá lugar la última batalla.

Los elementos básicos y más importantes del Manifiesto son la descripción, con un lenguaje ácido, del macho de clase media americana y del universo social-político-económico y cultural que él preside. El propósito de las palabras de Solanas es demoler al macho, reducir su obra a nada, sus emociones a infantilismo, sus ideales y motivaciones para el trabajo a miopía intelectual, la concepción que tiene de sí mismo a fantasmas propios de un maníaco depresivo. Por supuesto, el Manifiesto logra sus objetivos.

Con un lenguaje casi desorbitado rayano en el sarcasmo, en el desprecio y la rabia angustiosa, el Manifiesto se ocupa de los hombres con ojo y lengua aniquiladores. Imposible dudarlo: son cerdos. Sin embargo, al finalizar la lectura, lo que nos embarga es una profunda tristeza por todos nosotros –hombres y mujeres– atrapados como estamos en el laberinto del sexismo. Pues, evidentemente, los hombres que el lenguaje de fuego y hielo de Solanas describe, son prisioneros y carceleros, víctimas y verdugos, engañados por el sistema, y beneficiarios de éste. Como dijo Abraham Lincoln una vez: Si se quiere hundir a un hombre, hay que acostarse con él en el barro…

Es decir:

Solanas escribe: Completamente egocéntrico, incapaz de comunicarse o identificarse, y avasallado por una sexualidad difusa, vasta y penetrante, el macho es psíquicamente pasivo. Como odia su pasividad, la proyecta en las mujeres. Define al macho como atractivo… Joder (fornicar) es entonces un intento desesperado y convulsivo de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer; pero de hecho es pasivo y desea profundamente ser una mujer. De inmediato podemos comprender la verdad que encierran estas palabras. Es preciso trasponer los términos, y leer el pasaje de esta forma:… la mujer es psíquicamente agresiva. Odia y teme su agresividad, de modo que la proyecta en los hombres, define a la mujer como pasiva… Joder, ser «tomada», define su pasividad…

En otras palabras, lo que Solanas ha logrado es poner en juego todos los horrores del sistema sexual. Al observar a los hombres como criaturas deformes, negándoles toda una parte de sus reacciones, por ejemplo, sus impulsos pasivos, Solanas ha descrito la falsedad de los papeles emotivos impuestos a todos nosotros –hombres y mujeres– por una cultura que está, y ha estado siempre, aterrada por los elementos complejos y ambiguos de la humanidad, sin aceptar la realidad tal cual es, y ha convertido la vida del hombre y de la mujer en una dicotomía antinatural. En esencia, todos somos arrogantes y dulces, fuertes y tímidos, luchadores e inertes.

Por supuesto, podemos serlo todo en proporciones diferentes, pero insistir, al referirse al hecho de ser hombres o mujeres, en que sólo podemos ser hombre o sólo mujer, es haber deslizado una horrorosa y venenosa mentira en la mente humana, es haber logrado que los hombres y las mujeres vivan con miedo, con la idea de padecer una secreta enfermedad en caso de que él experimente el deseo de ser pasivo, y ella la necesidad de afirmarse. Ahora, en la era espacial, esta mentira no puede seguir sosteniéndose, no puede seguir alimentándose en medio del desorden provocado por las necesidades primitivas. Intentar mantener un concepto de vida civilizada, que hace aguas por todas partes, resulta totalmente inútil.

No quiero decir con ello –nada más ajeno a mi intención– que el sistema de los roles sexuales ha dañado del mismo modo a los hombres que a las mujeres. Una posición que permite controlar abiertamente el mundo –cualquiera que sean los ataques del demonio de la inseguridad– no podrá nunca –nunca– compararse con la absoluta impotencia que ha caracterizado la vida de la mujer aunque también haya caracterizado gran parte de la sociedad dominada por los hombres. El retrato de la sociedad moderna que sigue después de los primeros enunciados de Solanas acerca del modo de ser masculino, nos muestra esta sociedad dominada por fuerzas negativas, agentes de reacciones y reacciones vengativas. En cuanto a su misantropía, su descripción de la sociedad recuerda la de Swift: terrible y con sentido del humor.

La mayor parte del Manifiesto se refiere a distorsiones debidas al sistema de roles sexuales. Casi toda la vida socializada de Occidente es consecuencia de los terrores infringidos al yo según el análisis de Freud. Lo que Freud no logró comprender a tiempo fue que el temor sexual y las necesidades creadas por la cultura estaban formando un fenómeno todavía irreconocible: el sexismo. El sexismo, al igual que el racismo, la práctica de la discriminación y de la opresión por el sexo o la raza: la práctica que ha negado a las mujeres y a los negros una plena existencia como adultos independientes; la práctica enraizada en el terror y alentada por la necesidad falsa y arrogante de la civilización; la práctica que busca convencer al hombre de que él manda en virtud de una soberanía natural, y a las mujeres de que se someten en virtud de una inferioridad también natural.

Moviéndose, como en trance, por un mundo que nunca hicieron, los hombres también son esencialmente perdedores en medio de esta situación, asquerosa más allá de todo lo creíble. La mayoría de los hombres saben que no son invulnerables amos, están dominados por debilidades, atemorizados sexualmente y emocionalmente confundidos. La mayoría de los hombres ya saben que no están designados, por naturaleza y superioridad intelectual, para ocupar, solos, los mandos del poder y gozar el privilegio de independencia. Pero están atrapados, como nosotras, en este sistema destructivo basado en la mentira institucionalizada, y para su eterna vergüenza, temen perderlo.

Les aterra la posibilidad de una nueva mujer, les aterra lo desconocido, la visión de un futuro, desprovistos sin poder; les aterra la posibilidad de caer en manos del enemigo y sufrir el destino del colaborador; les aterra un futuro inimaginable en el que ya no serán ellos mismos, aterrados por todo lo dicho, saben también que el sistema bajo el cual vivimos ahora solamente puede ser descrito con exactitud hablando de un sistema en el cual las mujeres son las oprimidas y, como tales, las perdedoras. De modo que, para oprimir a las mujeres, los hombres deben actuar como los opresores.

Actuar como opresor es limitarse sólo a ciertas formas de comportamiento; limitarse a ciertas formas de comportamiento es necesariamente destruir y suprimir los impulsos que no puedan ser expresados dentro de los límites establecidos. Albergar posibilidades que no pueden liberarse, o alcanzar su plena madurez, es estar mutilado. Y el animal herido, como es bien sabido, se vuelve ruin. Ser fuerte, grande y ruin, es ser más ruin y más peligroso que otros también heridos, pero más pequeños y más débiles. Y así llegamos al universo masculino de la fábula de Valérie Solanas.

Creer que los gritos y protestas del Movimiento de Liberación de la Mujer bastarán para que los hombres acaben por comprender lo insoportable de esta existencia y capitulen, es sólo una esperanza y, por demás, muy débil. Nadie establecido en el poder entrega voluntariamente el poder. Nunca ha ocurrido, y las probabilidades de que ocurra en la actualidad son muy remotas.

Hay dos medios para arrebatar el poder a quienes lo detentan: declarando la guerra a las instituciones o bien ignorándolas y creando las anti-instituciones. La lucha que tiende a reducir el poder acaparado en manos masculinas y entregar parte de él a las mujeres. El quehacer del Movimiento de Liberación de la Mujer no es golpear con los puños a la puerta del mundo masculino, y llorar para que la abran. Hay que dejar este mundo a los hombres y concentrarse en la creación de la nueva mujer, una mujer que no aceptará ningún lugar en el mundo masculino, la mujer que provocará la caída de este mundo negándose a poblarlo, la mujer que se rehará a sí misma –y a sus hijas– según una imagen más sublime (al recuperar un rostro humano) que la que presenta actualmente.

En otras palabras, la batalla por la liberación de la mujer no se sitúa esencialmente en el ámbito de reformas económicas o jurídicas; es una batalla dirigida a crear mentes nuevas, nuevos sentimientos y nuevas psicologías. Se trata de una batalla en medio de una guerra indiscutiblemente política tras cuyo fin el territorio conquistado será un cambio psicológico y cultural.

Naturalmente, la concepción de este mundo futuro implica la destrucción de la familia tal como la conocemos; de la sociedad competitiva y la de la sexualidad que hoy practicamos. EI mundo nuevo probablemente estará compuesto, sobre todo, por familias amplias en una sociedad cooperativizada cuya característica sexual será básicamente la bisexualidad.

La mujer SCUM es, claro está, la misma Valérie Solanas. La experiencia femenina a que se refiere en este libro es la suya propia. Cuando escribe: La mujer SCUM ha visto de todo; el coito y la chupada, la del pito (pene) y la del coño… El lector puede verla entre múltiples cuerpos y la extensión de su dolorosa penetración en el destrozado corazón de esta vida nos resulta, por momentos, difícil de soportar.

La grandeza del Manifiesto, y de Valérie Solanas, se basa en el hecho de que su experiencia trasciende y se convierte en arquetípica. El abandono, la desenvoltura, el coraje y la audacia de los sentimientos que revela la experiencia de SCUM, la experiencia de la mujer, nos permite confiar en su intuición interpretativa y en su inteligencia. Sus conclusiones son las de una mujer que ha conocido verdaderamente todas las facetas de la experiencia femenina en un mundo que desprecia esencialmente la feminidad. Sumergiéndose hondo, muy muy hondo, hasta los bajos fondos, la mujer SCUM ha llegado al centro del problema y ha puesto el dedo en la dolorosa llaga.

Vivian Gornik es una distinguida escritora, crítica y conferencista estadounidense.

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El Manifiesto se publicará en la edición del viernes 27 de julio de 2007 de esta revista. Aquellas y aquellos que no quieran esperar, pueden encontrarlo aquí.

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