Grecia, Panamá: espejos e imágenes

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Héctor Endara Hill.*

La arena de playas enteras, concentradas en enormes torres de cemento, piedra, metales, vidrio y aluminio no son ni se puede llamar “desarrollo”. Nada justifica la eliminación de bosque primarios, la contaminación de aguas superficiales y freáticas, la destrucción de flora y fauna, la violencia y el desplazamiento de poblaciones.

La crisis del neoliberalismo internacional es inocultable e imparable. No importa si se trata de la zona euro, dólar o yen, lo que es común a estas zonas-monedas es la concepción de un sistema económico internacional en donde el valor supremo sigue siendo la acumulación y la concentración de capitales.

En dos palabras, lucro y ganancia, espíritu y cerebro de las micro y macro operaciones financieras. Todos los demás componentes de la compleja relación dentro de las naciones, y entre ellas, están subordinados al desenfrenado afán de lucro y ganancia.

El desarrollo de verdad, el que respeta a las poblaciones y al medio ambiente; el que se puede ver y palpar en la salud, la educación, la vivienda, la alimentación, la solidaridad y la felicidad de la gente, ha sido sustituido por uno falso “desarrollo” destructor de comunidades y ecosistemas.

Hay que ser cínicos y caraduras para llamar “desarrollo” o “progreso” a la disminución y destrucción de una amplia variedad de recursos naturales. La atrofia y monstruosidad cometida en la ciudad de Panamá no se pueden catalogar de “desarrollo” o “progreso”.

La arena de playas enteras, concentradas en enormes torres de cemento, piedra, metales, vidrio y aluminio no son ni se puede llamar “desarrollo”. Este desordenando y confuso conglomerado de edificios y torres apiñadas en el centro de la ciudad está dejando a su paso una estela de daños irreparables en playas, bosques y comunidades.

Nada justifica la eliminación de bosque primarios, la contaminación de aguas superficiales y freáticas, la destrucción de flora y fauna, la violencia y el desplazamiento de poblaciones. Sin embargo, en nombre del “desarrollo” y en nombre del “progreso”, autoridades y empresarios, abren paso a la auténtica industria de la muerte que representan la minería a cielo abierto y la construcción de represas.

El daño irreversible en las comunidades costeras y a los ecosistemas causado por la extracción de arena, se repite y multiplica en las comunidades donde se extrae piedra, se produce cemento y asfalto para satisfacer la demanda de un sistema que, literalmente, está construyendo su propia destrucción.

Mientras se realiza esta labor contaminante las comunidades sufren un viacrucis interminable que los somete a enfermedades físicas y psíquicas. Un auténtico infierno en la tierra con demonios incluidos: los dueños de canteras, areneras y cementeras protegidos por todas las autoridades.

Toda esta violencia y agresividad desatada en contra de las poblaciones, sobre todo de las poblaciones más empobrecidas, tanto en Grecia como en Panamá, tienen como denominador común el afán de lucro y ganancia fácil; la concentración de capitales y la apropiación de recursos naturales que pertenecen a toda la humanidad son propósitos y objetivos de los poderes que controlan las políticas nacionales e internacionales.

Todo se mide en función de un crecimiento económico artificial que margina a las poblaciones humanas (y no humanas) y a las riquezas contenidas en la naturaleza. Como chorizos, nos embuten de desinformación para hacernos creer que nuestro sacrificio y el de la naturaleza son males necesarios por los que tenemos que transitar para poder seguir funcionando.

La crisis está en el sistema, no en las poblaciones

La crisis está en la estúpida actitud de acaparar y concentrar. Con esta misión y visión, como normas de vida, o de muerte, no podemos esperar otra cosa más que la destrucción y la catástrofe.

No queda otra alternativa que, arrancar, de raíz, de nuestra mente y de nuestro corazón, los absurdos y egoístas principios que —desde antes de nacer— nos inyecta el sistema.

La solidaridad, el compartir, el poder como servicio a los demás, la humildad, la coherencia de vida, la participación ciudadana, el respeto profundo por la gente y los ecosistemas, y el rechazo a todo tipo de humillación, autoritarismo y prepotencia deben ser los valores que alimente la conciencia ciudadana que nos permita enfrentar y transformar las actuales estructuras de injusticia que mantienen oprimida y explotada a las poblaciones de Grecia y Panamá.

* Periodista, Colectivo Panamá Profundo.
www.panamaprofundo.org

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