GUATEMALA: HABLEMOS DE VIDA Y ALIMENTACIÓN

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

LOS TENTÁCULOS DE LA INDUSTRIA ALIMENTICIA

Dicen que Guatemala produce suficientes alimentos naturales para abastecer las necesidades de su población; también es parte de América Latina, región que genera al menos el 35 por ciento de los alimentos del mundo.

A pesar de esas cualidades, es evidente el consumo de productos industrializados, transgénicos o importados, empujado por la industria alimenticia de capital nacional y extranjero.

Jacqui Torres*

Detrás de la estrategia económica de apertura comercial de las últimas décadas hubo y sigue habiendo una intención política por reordenar las actividades productivas de cada país. Así se renueva la idea de la agroexportación, la concentración del latifundio para los monocultivos y el uso de nuevas tecnologías en el marco de la Revolución Verde, en detrimento de la seguridad alimentaria y la biodiversidad de vastos territorios.

El mercado alimentario fue reconocido como un campo para explotar, generar y acumular riqueza. El trajín de la vida moderna encaminada a la productividad, eficiencia, tecnificación y ahorro de tiempo se convirtió en el aliado perfecto para la industria alimenticia. Ésta ha sabido controlar la producción agrícola del mundo, produce comida menos nutritiva y, con ayuda de la publicidad, ha modificado los hábitos alimentarios de mucha gente, que a cambio ha heredado hambre y enfermedades crónicas no transmisibles.

En esta industria los distribuidores mejor conocidos como supermercados juegan un papel crucial, ya que se encargan de la diversidad y disponibilidad de productos que venden diciendo que son de mejor calidad. Isabel Solís, lideresa indígena, indica que ahora consumimos, incluso en muchos productos criollos, más químicos que la energía que en otros tiempos proporcionaba sólo la tierra.

Según Verónika Molina, nutricionista del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (INCAP), la selección de los alimentos es un hecho que responde a estímulos sociales y culturales. Se les elige, entre otras cosas, al tener información de ellos, por su fácil manejo y preparación, disponibilidad y costo.

Así, en muchos hogares guatemaltecos los desayunos con huevos, frijoles criollos y café del bueno se sustituyeron por cereales y café instantáneo; los almuerzos caseros de recados con pollo de patio, acompañados de jugos naturales de tamarindo u horchata, las tortillas de maíz blanco o negro y las salsas de puro tomate son casi recuerdos reemplazados por combos de comida rápida agrandados a su máxima capacidad.

Estos cambios alimenticios son más perceptibles en centros urbanos y estratos sociales con ingresos medios y capacidad para consumir productos –que incluso pueden proveerles estatus– y son comercializados por transnacionales o grandes negocios locales.

En menor grado existe un impacto en el campo, donde se percibe más la escasez de comida (desnutrición y hambre), en parte por el modelo agrícola que prioriza la producción para abastecer al mercado internacional. Cierto es que la capacidad de distribución de estas empresas les ha permitido llegar hasta donde los gobiernos no llegan. ¿Quién ha visto que una cerveza, gaseosa o golosina falte en el campo?

El resultado de esta dinámica hace que hoy día gobiernos y empresas privadas busquen erradicar el hambre con planes que contemplan donaciones de sus mismos productos y no trastocan las estructuras que propician el acaparamiento de alimentos, mucho menos toman en cuenta la soberanía alimentaria de los territorios.

Estos cambios, que permiten convivir al hambre y la obesidad en la misma casa, han provocado que se pierdan el sentido y el gusto por el buen comer, pues poco a poco ha dejado de ser un acto social y cultural de la cotidianidad y para algunos ya ni es parte de su vida diaria.

* Periodista guatemalteca.

UN PLACER QUE DA MÁS VIDA A LA VIDA

Nada se asocia más a la vida que la comida: vida física, vida emocional, afectiva, sexual… siempre juntas, inseparables en nuestra imaginación como el sol y el fuego, como las caricias y el amor, como la luna y nuestras abuelas brujas.

Luisa María Charnaud Cruz*

Todo ser vivo necesita comer. Somos depredadores sin otra posibilidad de sobrevivencia; alimentarnos es una necesidad para mantener la vida. Sin embargo, comer es mucho más que ingerir lo suficiente, lo conveniente o lo deseado. Es un acto social, una «relacionalidad de relacionalidades» que nos hace humanas y humanos.

También es parte de la convivencia laboral. Compartir un café y una champurrada rompe corazas y deshace malos entendidos, da a las relaciones de trabajo el toque de amistad y a veces de complicidad que toda relación humana necesita para buscar la creatividad y hacer circular la energía.

La comida se comparte con amor solidario o se reparte de acuerdo a jerarquías patriarcales. Cada miembro de una familia tiene su ración establecida, la calidad de alimentos que le corresponden y el orden en que habrá de recibirlos; las mujeres de último mientras lo avalemos.

En la abundancia, la sofisticación y la variedad de las comidas se convierten en una señal de estatus. En la pobreza es un compartir de lo que se tiene para sí mismo. La miseria se evidencia cuando no se puede compartir por no poseer lo mínimo que permita sobrevivir.

Dar de comer es, para las mujeres, un acto de amor, de cercanía. Amamantar aun a costa de la salud y el bienestar propio se ha idealizado hasta convertir en culpa no poder o no querer hacerlo, pero cuando se tienen la disposición y capacidad, es un placer compartido, integrador y solidario.

A través de la vida seguimos escuchando los consejos maternales de la hora de la mesa. Son consejos clásicos que la ciencia no ha hecho más que validar:

desayuna como rey, almuerza como príncipe y cena como mendigo

– mastica diez veces cada bocado, come de todo y comparte la comida para que sepa mejor
.

Hoy comer se ha vuelto una ciencia y un arte; hay que saber qué comer y qué no por ningún motivo, cómo combinar los alimentos y conocer el contenido de calorías de cada uno para mantener una cintura menor de 90 centímetros.

La socialización del concepto de alimentos funcionales ha hecho complejo el acto de llevarnos la comida a la boca. No son alimentos que curan, sino que previenen contra enfermedades, especialmente las degenerativas; nos protegen contra los radicales libres1 y la elevación del colesterol. Proporcionan las hormonas perdidas por la edad y elevan los anticuerpos o mejoran la funcionalidad del sistema nervioso.

Hemos de comer como pájaros por la mañana, como ardillas en la refacción, en el almuerzo como conejos sin pensar en alimentos para leones (para no «pecar») y en la cena algo ligero, mejor si agua pura o pura agua.

Retomemos la sabiduría ancestral: compartamos alegremente con alguien la mitad de la ración, démosle alimento al cuerpo y alma al mismo tiempo y la salud será cómplice y testigo de una larga vida.

1 Moléculas –por lo general de oxígeno– inestables y altamente reactivas que, al haber perdido un electrón, intentan reponerlo tomándolo de otros átomos. Así desatan una reacción en cadena que daña muchas células y puede ser indefinida si los antioxidantes no intervienen.
Ese daño se manifiesta en envejecimiento y diversas enfermedades.

* Médica y feminista guatemalteca.

EL LADO SOMBRÍO DE LA COMIDA

María Dolores Marroquín

La deliciosa comida ¿cómo puede ser motivo de frustración y adicciones, utilizada como droga para mitigar los dolores más profundos del corazón?

La comida -sustento, vida y energía- es asumida por muchas personas como algo que nos llena vacíos internos, generándonos sensación de llenura, placer y satisfacción frente al hambre. Y no sólo el hambre física, sino el hambre de ansiedad, nervios, insatisfacciones y sueños no logrados.

Al mismo tiempo que esa llenura, a algunas personas la comida nos hace sentir culpa por hartarnos pese a que muchas veces nos prometimos no hacerlo más por nuestra salud, por el sobrepeso, porque nos queremos ver mejor para nosotras mismas y los demás.

Creo que el uso de la comida como droga se fundamenta en que ésta es socialmente aceptada, pues se supone que las personas gordas están sanas, porque la comida se utiliza para premiar, quedar bien con alguien y expresar afecto.

Quienes somos adictas a la comida la usamos como tabla de salvavidas para acallar esos sentimientos más profundos; tenemos comportamientos irracionales frente a ella. Somos capaces de comer congelado o hirviendo, cosas a punto de descomponerse o sin la cocción requerida. Comemos por felicidad, tristeza, enojo, soledad, ansiedad o por cualquier cosa; comemos porque no podemos manejar nuestros sentimientos.

¿Cómo se cura la adicción? ¿Qué hacer para tener una sana relación con la comida? Para empezar quiero decirles que yo NO puedo sola. Esto significa que no debo culparme, sino asumirlo como mi responsabilidad en tanto que es mi vida la que está en juego, pero no con la misma perspectiva de quienes no tienen adicción por la comida.

Las personas que nos enganchamos con la comida no podemos hacer dietas; nos da angustia apenas pensarlo. Hemos intentado mil dietas y recetas, pero la sola idea de que nos restringiremos de algo nos da una ansiedad espantosa. Por eso el control de nuestra comida se hace a partir de contar con un plan balanceado de alimentos.

Existen grupos como el de Comedores Compulsivos Anónimos, que brinda apoyo a las personas que desean dejar de sufrir por tener esta compulsión. La cuestión es analizarse y darse el chance de vivir sin esa carga de que te digan siempre la gordita; simpática, pero gordita.

* Socióloga feminista guatemalteca.

La alimentación:
UN DERECHO EXIGIBLE Y JUSTICIABLE

La malnutrición se duplicó en Guatenala entre 1992 y 2002: de 1.4 a 2.8 millones. de personas son sus víctimas.

Wendy Santa Cruz

Unos 6.4 millones de personas en Guatemala viven en situación de pobreza, en su mayoría habitantes de áreas rurales e indígenas, quienes enfrentan serias limitaciones para alimentarse adecuadamente. Debido al orden patriarcal prevaleciente, las mujeres y niñas se encuentran en mayor desventaja.

Pese a que la alimentación es reconocida como un derecho por el Estado guatemalteco, éste no ha garantizado su ejercicio pleno. Aunque la reflexión y propuestas –desde una perspectiva de derechos humanos– son recientes, es importante destacar algunos esfuerzos que realizan organizaciones sociales para que dicha garantía se concrete.

Problema social persistente. La cantidad de personas subnutridas se duplicó entre 1992 y 2002: pasó de 1.4 a 2.8 millones. La malnutrición crónica infantil en Guatemala figura entre las más elevadas del mundo. Resulta dramático que siendo el campesinado el que produce la mayor parte de alimentos para consumo, se encuentre afectado por el hambre.

La inseguridad alimentaria no se explica por la falta de alimentos, sino se vincula a la desigual distribución de los recursos productivos y la riqueza, producto de cientos de años de exclusión y graves desigualdades sociales. Las inequidades han implicado para gran parte de la población un limitado acceso o inseguridad en la tenencia de la tierra; una escasa posibilidad de obtener créditos y semillas; condiciones difíciles de producción; explotación de las y los trabajadores, así como pocas posibilidades de ingresar a los mercados.

Además, se observa una fuerte presión causada por la producción agroexportadora, la concentración de la tierra y una creciente predominancia de las agroindustrias transnacionales. Todo ello restringe el derecho a una alimentación apropiada.

Una inequidad más para ellas. Las mujeres se enfrentan a mayores desventajas. En las declaraciones irresponsables
(como las del ministro de Agricultura, Álvaro Aguilar: a pesar de algunas deficiencias de hambre que aún persisten, no se puede hablar de hambruna)

demuestran la intención de ocultar la realidad e ineficacia de las acciones gubernamentales.

En las familias ocurre una distribución diferenciada de los recursos, pues se tiende a priorizar el acceso de los hombres a los alimentos, otorgar privilegios a los hijos mayores, favorecer a los niños con mejor alimentación y educación que a las niñas y relegar a las adultas mayores.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la deficiente nutrición de las mujeres es uno de los más perjudiciales síntomas de la desigualdad entre los sexos, al debilitar el estado de su salud, lo cual reduce sus oportunidades de educación y empleo.

El déficit nutricional de las madres produce un círculo vicioso que transmite el hambre de una generación a otra. Esto incide en la persistencia del bajo peso al nacer, con sus implicaciones para el desarrollo de las personas y el incremento de muertes maternas.

La alimentación como derecho. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) reconoce en su Artículo 11 el derecho a la alimentación nutritiva y culturalmente adecuada, que se efectúe en dignidad y sea sostenible.

Además de ese pacto, existen otros instrumentos nacionales e internacionales relacionados con este derecho. Entre sus contenidos destacan las obligaciones del Estado en cuanto a respetar, proteger y garantizar el ejercicio del mismo, sin discriminación.

El derecho a la alimentación incluye, entre otros, acceder a agua potable y para riego; a un salario suficiente, créditos y semillas; a recursos para comprar, canjear o producir alimentos, o bien a que les sean suministrados a quienes no puedan alimentarse por sus propios medios.

Acciones y violaciones. Jean Ziegler, Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación, recientemente reconoció como avances en Guatemala la creación del Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional, el Frente Nacional contra el Hambre, el Programa de Reducción de la Desnutrición Crónica y el Plan de Reactivación Económica y Social.

También señaló algunas debilidades, como ignorar medidas que atiendan las causas estructurales del hambre y la desigualdad, al igual que otros asuntos complejos (tierra, trabajo y reforma fiscal).

Organizaciones sociales y de derechos humanos han criticado el escaso significado que se da al concepto de soberanía alimentaria, la falta de evaluación de los programas gubernamentales, la desarticulación de las obligaciones del Estado frente al derecho a la alimentación y la ausencia de mecanismos judiciales de protección, entre otros señalamientos.

Los gobiernos en Guatemala, incluido el de Óscar Berger, no han garantizando el ejercicio ni la protección del derecho a la alimentación al no favorecer la equidad en el acceso a la propiedad de la tierra ni reconocer plenamente la labor de las campesinas y negarles sus derechos como trabajadoras.

Los desalojos de las fincas ocupadas conllevan, en muchos casos, violaciones a dicha garantía, así como cuando se infringen los derechos laborales de las y los trabajadores agrícolas. En 49 municipios hay casos de hambruna y en otros 135 las comunidades padecen desnutrición crónica.

Perspectivas. El movimiento social demanda con urgencia reorientar la política agraria. Propone estrategias para dotar a la población campesina de recursos, medios y capacidades a fin de que pueda producir sus propios alimentos y aplique formas alternativas a la lógica neoliberal de producción y comercialización, mediante una economía solidaria.

Una acción importante es la reciente creación de la Unidad de Seguridad Alimentaria en la Procuraduría de Derechos Humanos. El carácter jurídico político del derecho a la alimentación permite exigir de las autoridades el cumplimiento del mismo y promover juicios por violaciones a esta garantía. Tal es el caso de un juicio por despido laboral, en el que la jueza Clara Diria Esquivel emitió sentencia favorable a los trabajadores, fundamentando su fallo en el Artículo 102 de la Constitución Política, la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Decreto 32-2005) y el PIDESC.

Es fundamental que organizaciones campesinas y de mujeres hagan uso de dicha perspectiva a fin de evitar que se siga viendo a las personas afectadas por el hambre como objetos de caridad o asistencialismo, sino que éstas exijan el respeto a su derecho a alimentarse bien y de acuerdo a su cultura.

Nota

Este artículo fue elaborado con base en los siguientes documentos:
– Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (INE, 2000);
– La pobreza en Guatemala, Informe de la Dependencia de Reducción de la Pobreza y Gestión Económica (Banco Mundial, 2003);
– Informe del Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación (Naciones Unidas, 2006);
– El Derecho Humano a la Alimentación de Mujeres Rurales, Reto para la Cooperación al Desarrollo con América Latina (FIAN Internacional, 2005);
– Familia, Género y Pobreza (María de la Paz López y Vania Salles: México, 2000);
– El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo (FAO, 2005);
– Balance de la Aplicación de la Política Agraria del Banco Mundial en Guatemala 1996-2005 (Byron Garoz, Alberto Alonso y Susana Gauster: CONGCOOP, 2005);
– Varias ponencias presentadas en la conferencia internacional El derecho a la alimentación como reto para la política de cooperación con Guatemala (San Lucas Tolimán, Sololá, noviembre 2005) e información del Observatorio de Movimientos, Demandas y Acción Colectiva de FLACSO-Guatemala.

* Periodista guatemalteca.

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