Hay más comida, pero mil 20 millones sufren de hambre crónica: ONU

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Roberto González Amador*
 
El mundo nunca produjo tantos alimentos como en el último año. Y, paradójicamente, el número de seres humanos que padece “hambre crónica” es más elevado que nunca: mil 20 millones de personas, una sexta parte de la población mundial. De ellos, 115 millones, poco más que la población de México, se sumaron en el último año. “El error que hemos cometido en el pasado es creer que produciendo más alimentos conseguiríamos necesariamente victorias decisivas en la batalla contra el hambre”, reflexiona Olivier de Schutter, relator especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación.

De Schutter, quien inicia este lunes una visita a México, comenta a La Jornada: “La crisis provocada por el alza en el precio de los alimentos no ha terminado”. Plantea la necesidad de acciones globales para “limitar los riesgos derivados de la especulación financiera” con granos, una de las causas del disparo en la factura alimentaria.

La magnitud de la crisis financiera distrajo sobre los efectos derivados del alza en el precio de los alimentos. En el primer semestre de 2008, los precios internacionales de los cereales fueron los más altos en 30 años, según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Han bajado desde entonces, pero se mantienen arriba de los niveles observados en años recientes y la FAO prevé que sigan así. Ese organismo considera que una persona padece hambre crónica si consume menos de 2 mil 100 calorías por día.

Hablar del derecho a la alimentación, explica Olivier de Schutter, es hacerlo sobre la justicia social. Porque es la pobreza y no un desajuste entre oferta y demanda, la que explica que haya hambre en un mundo de abundancia, dice, al responder por escrito un cuestionario de este diario.

–¿Cómo explica la contradicción entre el hecho de que la producción de alimentos es más alta que nunca y el aumento en el número de personas que padecen hambre?

–Cometimos el error de creer que produciendo más alimento conseguiríamos victorias decisivas en la batalla contra el hambre. Pero se produce de un modo que aumenta las desigualdades. Hemos marginado a los pequeños agricultores, propiciado la migración rural y la formación de zonas marginadas en las grandes ciudades del mundo en desarrollo. Las cosechas del otoño de 2008 fueron históricamente las más altas, pero el número de personas con hambre rebasó los mil millones. No debemos preguntar sólo cómo producir más, sino también cómo producir de manera incluyente y de forma que aumenten los ingresos de los más pobres.

–La crisis financiera surgió cuando ya había una crisis alimentaria. ¿Cómo evoluciona la situación?

–La crisis de precios en los alimentos no ha terminado. Una situación de emergencia persiste en 32 países. En 58 países en desarrollo, alrededor de 80 por ciento de los precios son más altos que 12 meses antes y 40 por ciento mayores que en enero de 2009. En África Subsahariana el arroz cuesta hoy más que hace un año. Y en nueve de cada 10 países el maíz, mijo y sorgo es hoy más alto que hace un año.

Los persistentemente altos precios en varios países afectan el acceso suficiente y adecuado de alimentos a grupos vulnerables, porque los pobres gastan la mayor parte de su ingreso en comida, a costa de otras necesidades”. El hecho, abunda, de que los precios domésticos sigan altos o aumenten, a pesar de la disminución de las cotizaciones internacionales, “muestra que el verdadero desafío tiene que ver con preguntas de economía política: quién produce, quién comercia, quién tiene el poder adquisitivo para consumir. Esos son los temas, no si el suministro empareja la demanda”.

–¿Cuál ha sido la respuesta política a la crisis alimentaria?

–¿Cuál es la consecuencia de este reciente fenómeno de arrendamiento de tierras por parte de algunos gobiernos, que buscan asegurarse extensiones agrícolas en otros países?

–Este es un fenómeno enormemente importante. En los últimos tres o cuatro años inversionistas privados y gobiernos han mostrado un interés creciente en la adquisición o arrendamiento a largo plazo de grandes extensiones de tierra cultivable, en especial en países en vías de desarrollo. Entre 20 y 30 millones de hectáreas de tierra de labranza en países en vías de desarrollo han sido sujetas a negociaciones que involucran a inversionistas extranjeros desde 2006. Esto representa más que la extensión cultivable de Francia y una cuarta parte de las tierras agrícolas de la Unión Europea.

“Algunas transacciones son de gran escala. La mayor demanda es de tierras cercanas a reservas de agua, que pueden ser regadas a un costo relativo bajo, o de tierras que están cerca de mercados hacia donde pueden ser exportados los productos”, comenta. Brasil, por ejemplo, es uno de los países que están en la mira de quienes buscan tierras para asegurarse alimentos en el futuro. “Los principales blancos son países en desarrollo: tienen un clima favorable, mano de obra abundante y de bajo costo y tierras baratas. Hay oportunidades, pero también grandes desafíos de derechos humanos. Un Estado actuaría en contra de los derechos humanos de su población si al arrendar o vender tierras privaran a la población local del acceso a recursos productivos indispensables para su sustento”, menciona.

*Periodista mexicano de La Jornada
 

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