Holocaustos y hecatombes – EXPLICO ALGUNAS COSAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ubicado a miles de kilómetros del lugar donde hoy caen las bombas judías –que vienen por el cielo a matar niños en el Líbano y Palestina– y a igual distancia de la grandeza de un Neruda, quiero yo también explicar algunas cosas que suelen ocurrir «cuando Dios duerme».

Hace algunos días el actor Mel Gibson, bastante conocido en las pantallas chicas y grandes, protagonizó un escándalo público cuando, azuzado por su amigo Baco, profirió supuestos insultos contra la comunidad judía mundial, a la que acusó de estar detrás de muchos de los males que afligen al planeta. Pasados los vapores etílicos, se acordó de que la cofradía contra la cual disparó, con un arma bastante más inofensiva que los misiles que utiliza Israel para bombardear poblaciones civiles, no sólo domina el entorno político y económico de su país, sino también su fuente de trabajo: Hollywood.

Los principales financistas, productores y directores de la cinematografía hollywoodense –y también mundial– son o tienen ascendencia judía –lo aseveró toda la prensa farandulesca que se ha ocupado en estos días del Caso Gibson–. El bueno de Mel optó entonces por lo más sano: se desdijo públicamente agregando sus disculpas por este arrebato antisemita. Pero como in vino veritas, los hijos de David no comulgaron con la rueda de carreta de su mea culpa y comenzaron a juntar clavos y madera para crucificar a este bocazas.

En un ámbito mucho menos espectacular, casi a nivel doméstico, mi artículo Cuando Dios Duerme, publicado aquí, me trajo, en cambio, la amarga recriminación de entrañables amigos que profesan el judaísmo, amén de aquellos que no me conocen, pero que –tras leer el artículo– habrán maldecido mi simiente hasta la sétima generación.

Mel Gibson y yo necesitamos, por lo tanto, explicar algunas cosas.

Los clavos del martirio y las espinas de Israel

Lo primero que hay que notar en dicho artículo es lo que se dice al comienzo: el autor, es decir yo, escribía con la mierda hirviendo, comparable con la misma indignación que provocara y provoca siempre la visión de aquellos millares de niños judíos asesinados sin misericordia por el nazifascismo en los años del III Reich. En aquellos tiempos no existíamos, pero sí hubo quienes dieron la vida para derrotar no sólo a la Alemania agresora en los campos de batalla, sino que también a la ideología que inspiró esa matanza.

¿Lo lograron? Es a eso a lo que se refiere el meollo del artículo, a la verdadera lección que no aprendieron los judíos de tan horrenda experiencia. Refirámonos a lo sustancial que ahí se decía –y también a lo que debió decirse y no se dijo–.

El legado de Hitler –y por lo tanto del fascismo– abarca, en esencia, dos aspectos fundamentales: el sustento ideológico y la puesta en práctica de la idea fascista. Veamos el primero.

Cuando Dios Duerme homologaba en certo modo la ideología nazi con las bases de la religión judía, lo que fue, al parecer, el acápite más espinudo del tema y el que produjo el mayor escozor. Quienes impugnaron esta parte del artículo argumentaron el carácter teológico de la posición judía, diferenciándola de una ideología política como fue la de Hitler. Es cierto que los nazis no le adjudicaron a ningún Dios preferencias por la raza aria. En eso estamos de acuerdo. Quizás si Goebbels en sus borracheras sifilíticas habrá invocado a las valkirias para que le llenaran el cráneo de algún judío con cerveza; esto puede ser sólo parte del triste anecdotario de ese payaso sangriento, pero no porque su cruz gamada pretendiera la bendición de Odín.

¿En dónde está la semejanza, entonces? En que la ideología nazi declara también a su pueblo la raza privilegiada de la Tierra, pero recurriendo a una falacia científica, atribuyéndole al genoma ario dominios del ADN, genes de calidad superior, reservados únicamente al germano biológicamente puro. Es el resultado del engendro lo que hace la semejanza, no su origen: un par de razas, la judía y la aria, que se guardan para sí el derecho –ya sea divino o molecular, justificado por Dios o la biología– de sojuzgar al resto confluyendo en una misma metodología de terror y de sangre.

Decíamos también que había otro aspecto de la herencia nazi que completaba el parangón entre el ideario del nazismo y la conducta actual de sionismo israelí. Tal es el método concreto y sanguinario que usaron los hitlerianos de someter a los pueblo por el terror, aquel de desatar la matanza sobre toda población, sin distinción de edades, sexo o condición civil o militar, la política de tierra quemada, reduciendo a polvo no sólo la vida de esos pueblos, sino que también sus moradas, sus sembrados, su patrimonio.

¿Dos ramas de un mismo árbol?

El ejército israelí copia hoy, exactamente, la metodología: luego de la masacre causada por las armas sobre las ciudades palestinas, y ahora libanesas, las imágenes filmadas muestran la llegada de los buldózer que barren sistemáticamente las casas derribando murallas con la meticulosidad de un siniestro arquitecto, que demuele para no construir más que llanto y desolación. Le pregunto entonces a mis ofendidos detractores, ¿no es acaso la conducta israelí la expresión de una ideología y una práctica fascista? ¿O debemos exculpar a Hitler de la muerte de decenas de millones de seres humanos, incluidos los seis millones de judíos del holocausto, aceptando de paso que en este planeta hay efectivamente razas superiores?

Tal era la sustentación básica de ese artículo escrito cuando aún no se enfriaban los cuerpos masacrados en Qaba. Reconozco y digo, eso sí, ante mis amigos judíos y ante aquellos que, no siendo mis amigos, pertenecen también al estamento noble del pueblo hebreo, que en el artículo citado debí agregar que Israel no es sólo un ejército totalitario manejado por un gobierno segregacionista y arrogante, sino que una parte importante de su pueblo, dentro y fuera de Israel, se reconoce y milita en aquel segmento de la raza humana que repudia drásticamente toda discriminación y genocidio, venga de donde venga.

De la misma forma, no se hace necesario enumerar la larga lista de personalidades de origen hebreo que han hecho grandes contribuciones a la humanidad en todos los terrenos, simplemente porque no ha sido su condición de judíos lo que los impulsó a ello, sino su condición de hombres dignos, que es una calificación que no conoce fronteras ni razas. Valga, entonces, esta breve y justa aclaración que en el artículo citado se dio por implícita.

Jerusalén, Jerusalén, no mates a los profetas

Al momento de terminar este artículo, Israel sufre la más grave derrota diplomática, condenado unánimemente por las naciones civilizadas de la Tierra. Más de mil personas asesinadas por el ejército israelí, de los cuales un tercio son niños, multiplican las protestas en las calles del mundo contra el que los profetas bíblicos llamaron «el pueblo elegido» que ahora, manchado de sangre, se aleja cada día más de su propio Dios.

Entretanto, me inclino respetuoso ante Gibson y su Corazón Valiente recordando al viejo Plinio, que dijera: Veritas iam attributa vino est, dicho en español, «la verdad se ha atribuido al vino».

Salud, Mel. Que así sea.

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* Escritor y científico.

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