Hungría, Sissi y la nueva constitución a contramano

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Aram Aharonian*
En Hungría, como en buena parte de Europa oriental, muchos añoran la época socialista y, sobre todo, los beneficios y conquistas sociales perdidos. Pero la puesta en vigencia de la nueva constitución, la primera después de la era comunista, significa una enorme involución, al grado que un editorial del diario español El País la califica como ”antediluviana, una antología de la discriminación contra el ser humano”.
 
  
Después de su esplendor en épocas del imperio austrohúngaro, una vez superados los 150 años de dominio otomano, vino la pesadilla nazi y el subsiguiente régimen comunista, en un siglo 20 que, aparentemente, el establishment húngaro paneruopeista quiere borrar de su historia. 
 
El preámbulo de la nueva Constitución parece redactado por monseñor Escribá de Balaguer. Su título pareciera remontarnos a textos de varios siglos pasados, ya que lleva como título “Profesión de fe nacional”. Por si alguien pudiera confundirse, comienza con un verso patriótico del siglo XIX que pide a Dios que bendiga a los húngaros. Es una épica tarea de reinventar una historia patria de una nación que prefiere tener como máxima heroína nada más ni nada menos que a Sissi, la emperatriz (aquella que tan bien encarnara Rommy Schneider en el cine) 
 
En lo político, la nueva Constitución es totalmente autoritaria y olvidando la clásica división o separación de poderes y privilegia al ejecutivo por encima del legislativo y judicial. No es casualidad: el partido Fidesz controla casi el 75% de las curules del Parlamento y con esa mayoría (262 votos oficialistas contra 44 de la oposición socialdemócrata y liberal) aprobaron el texto que propuso el primer ministro Víktor Orban.
 
Claro que este gobierno retrógrado, antediluviano al decir de El País, se autocalifica de centroderechista. En los últimos años ha tenido actitudes negativas antes la inmigración y el asilo político y se ha destacado –ante la llamativa pasividad del resto de la Europa comunitaria- por la discriminación y permanentes agresiones a la comunidad gitana, mientras ponía en práctica una ley amenazante de la libertad de expresión.
 
Lo que parecen haber olvidado los constituyentes magyares (y también las autoridades paneruopeas) es que Hungría ha firmado la Convención Europea sobre Derechos Humanos, y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Es más: es actualmente presidente de turno de la Comunidad. 
 
El texto está plagado de restricciones, por ejemplo para los que padecen "capacidades mentales limitadas". Más allá atenta con la vigente ley de aborto y proclama la intangibilidad de la vida desde la fecundación. Y, a contramano de la historia, señala que el Estado sólo debe proteger la unión entre hombre y mujer.
 
Quizá Francis Fukuyama tenía razón y –al menos para Hungría- se terminó la historia. Ahora la están tratando de reescribir, teniendo a Sissi como su heroína nacional y declarando por la nueva Constitución  que el pueblo húngaro es inocente de los crímenes cometidos por el Estado entre la ocupación nazi de 1944 y el fin del comunismo en 1990. 
 
Es una forma de borrar los horrores de su historia, por ejemplo la persecución que al final de la segunda guerra mundial ordenó el almirante húngaro Miklós Horthy contra la judíos. 
 
Para El País, que no se puede decir que sea un diario progresista, se trata de un caso de “delirante chovinismo retrospectivo”. Puro fascismo, realmente, pero no fascismo puro.
 

 

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