Japón nos demuestra que la vida demanda ideas nuevas

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Juan Guahán*

Con Japón se conmueve todo el planeta. No es -esta vez- la admiración por el “milagro” de un país que renace de las cenizas de las explosiones nucleares realizadas por Estados Unidos (1945) en Hiroshima y Nagasaki produciendo entre 250 a 500 mil muertos directos y un número indefinido de víctimas por las secuelas de la explosión.

Con esa carga a cuestas -en 50 años- Japón se convirtió en la segunda potencia económica del planeta, solo recientemente superada por China. 

Ahora Japón ha padecido un terremoto (5º -por su potencia- en el recuento de toda la historia), luego un tsunami (el más gigantesco desde que la humanidad tiene registro) y ahora la emergencia nuclear (“Apocalipsis” según los europeos). Las horrendas cifras de los daños, muertos y desaparecidos motivados en estos recientes fenómenos son –todavía- datos inconmensurables. 

No dedicaremos estas líneas a un recuento de estos datos. Quisiéramos aprovechar este hecho, de efectos aún desconocidos, para reflexionar sobre la necesidad de nuevas ideas –otros paradigmas- para que el planeta tierra pueda garantizarse su continuidad. Pareciera que la dirigencia, de los sistemas dominantes en estos tiempos, estuviera anestesiada por las necesidades que surgen de una carrera cuya meta previsible espanta a cualquier observador medianamente informado. 

Entre las crónicas que llegan desde las cercanías de los sitios más críticos del desastre nuclear hay una que se destaca por su dramático contraste con el culto ilimitado al dominio de la técnica y la naturaleza. Esa crónica nos habla de la preocupación de muchas poblaciones por la dirección de ese viejo conocido, que está allí desde el inicio de los tiempos: el viento. Hasta la deidad de nuestros días, la televisión, aceptó que había algo superior a ella. Por eso no llamó la atención que un locutor dijera, en un tono de inocultable alivio y regocijo, ¡acaba de cambiar la direccion del viento… ahora va rumbo al Este, al océano!  Eso significaba que la radiación que el viento del sur desparramaba sobre la principal isla japonesa –donde está Tokio- ahora cambiaba de rumbo y se “perdía” sobre el océano. 

Al final los humanos, dominadores de todas las técnicas, terminaban buscando que la simpleza del viento los aliviará del drama que estaban padeciendo, motivada en una complejidad fabricada por ellos mismos. 

Sobre esta letal combinación (terremoto, tsunami, “accidente” nuclear) que transita Japón hay varias explicaciones: Algunas de origen conspirativo, otras las aribuyen a leyes internas del propio planeta y su naturaleza viva, sin faltar quienes piensan que se trata de una acumulación de causas a las que no es ajena la actividad de los humanos. 

Los sostenedores de las teorías conspirativas afirman que la causa está en el HAARP (sigla inglesa del “Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia”). Se trata de un proyecto de la Marina y Fuerza Aérea de los Estados Unidos que, según estas ideas, sería capaz de producir terremotos.

Consiste en unas 180 antenas capaces de producir ondas de radio de alta frecuencia que influyen en la atmósfera y producen partículas que luego podrían irrumpir al interior de la tierra. Estas ideas, de tipo conspirativo, que ya fueron divulgadas con motivo del terremoto que padeciera Haití, ahora se retoman dado el “carácter extraño” que muchos geólogos encuentran en el sismo y tsunami japonés. Estos sismológos no encuentran explicación a la extensión del área afectada y las características inusuales de las réplicas producidas. 

En las antípodas de este razonamiento se encuentra la inmensa mayoría de los científicos quienes ven este fenómeno como una consecuencia lógica del desplazamiento y choque de placas tectónicas. Hecho largamente estudiado, aunque todavía permanezcan en la penumbra de los conocimientos actuales muchos aspectos. Entre ellos se destaca la actual incapacidad de detectarlos con suficiente antelación  y la imposibilidad de evitarlos. En este explicación el problema nuclear se origina en que las plantas estaban preparadas para el sismo, pero no para un tsunami de estas características y al hecho que la planta afectada tenía una tecnología de hace 40 años y este año vencía su período de vida útil. En este sentido estaríamos ante un accidente motivado por un fenómeno natural y acompañado con una imprevisión estatal. 

Por último encontramos una explicación que, sin negar la anterior, nos introduce más en las características de la cultura de nuestros tiempos, particularmente de las últimas décadas. Se trata de reconocer que, más allá de los movimientos de las placas tectónicas, hay un uso y abuso del espacio de  nuestro planeta bajo la consigna de explotarlo más y más. En el caso de Japón esto es absolutamente aplicable. Se trata de 130 millones de personas residiendo en un espacio de apenas algo más que la provincia de Buenos Aires. Sobre ese reducido territorio se montó el más espectacular desarrollo tecnológico de estos tiempos. Las gigantescas demandas de energía llevaron a construir planteas nucleares, a diestra y siniestra. Una de ellas es la que ahora está sucumbiendo ante los acomodamientos que produce la naturaleza. No son pocas las voces que vienen advirtiendo que este sistemam productivo no da para más, que estamos destruyendo un planeta en el que estamos de paso y que otros, que vendrán, también tienen el derecho a utilizar. 

Japón, vanguardia del actual modelo tecnológico industrial, ha sobrepasado los límites de un desarrollo sustentable. Esa es la dirección en la que avanza la humanidad y es lo que nos propone la mayor parte de la actual dirigencia mundial. Eso es lo que hay que cambiar si queremos que este planeta siga sirviendo para albergar a nuevas generaciones. 

Mientras esto acontece en Japón, en Libia se confirma que ¡Fidel tenía razón! Resultó cierta su denuncia, hecha hace un par de semanas, en el sentido que detrás de los ruidos que había en Libia estaba el interés de Estados Unidos y Europa para atacar ese país. Ahora han declarado una “zona de exclusión sobre Libia”, ¿qué es esto? El Secretario de Defensa de Estados Unidos lo definió con claridad: “Una zona de exclusión empieza con un ataque a a Libia para destruir sus defensas aéreas”

*Analista de Question Latinoamérica

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