La democracia transida

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El poder real es el poder económico, es decir, vivimos en plutocracia, el mundo es dirigido por unas cuantas multinacionales y los gobernantes son simples representantes del poder económico. Los ciudadanos se comportan como autómatas. Sólo que Saramago  es un viejo ingenuo o una víctima de la arterioesclerosis. La única cosa que se le ocurre es que todos votemos en blanco, seamos portugueses, italianos, asiáticos o latinoamericanos. Semejante bobería nos conduciría, según él, a que el poder se repensara y encontrara soluciones, para luego incurrir en la contradicción de preguntarse sobre el lugar donde verdaderamente reposa el poder.

Los latinoamericanos son más específicos: la democracia no ha disminuido la pobreza, siguen los problemas básicos de salud, alimentación y educación: no se ha hecho justicia a fin de cuentas. Si mezclamos lo que dicen los europeos cultos y los pueblos hambrientos nos topamos de frente con una crítica que más parece una condena. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia es un sistema político formal que privilegia la libertad y que, en consecuencia, es apenas un punto de partida. Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos, estos es, los que ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de las finanzas comunes.

Podemos encontrar, en cualquier parte, una actitud general de burla y desprecio hacia ellos. Como nunca la actividad política está desprestigiada. Esa sería la primera gran contradicción con el sufrimiento que Saramago describe: cada vez menos gente capaz se interesa en la política, aspira a un cargo público o emite opiniones. Los asuntos públicos huelen mal, la política es una pobretona actividad de tercera. Hay un deterioro global del interés por lo común. Es también una consecuencia del éxito descrito como la adquisición de dinero.A la política van a buscar dinero los que no pueden hacerlo de otra manera.

Al fin y al cabo, lo que importa es ese éxito tal como nos ha sido impuesto. La otra conclusión es la de una pobreza intelectual extrema. No hay ideas en el mundo de la política. Las teorías sociales se desvanecieron, lo que queda es la administración común y rutinaria. Los soñadores que veían la política como una vocación de servicio están creando nietos. A Saramago se le puede responder, sin duda, ese «sufrimiento» de no tener importancia, preguntándose cuántos se interesan realmente por el destino común. La experiencia venezolana indica que ese desapego es una de las causas por las cuales vivimos lo que vivimos. No son autómatas los ciudadanos como pretende el escritor portugués, no son más que individuos exacerbados que no miden las posibilidades de afectación que tiene sobre su entorno egoísta la apatía hacia lo colectivo.

 Es cierto que vivimos en un economicismo que derrumba cualquier otro parámetro. El dinero es el nuevo dios y el éxito el nuevo paraíso. La concentración de poder económico es una realidad hasta el punto de las transnacionales manejar presupuestos que superan en mucho los correspondientes a varios países tercermundistas sumados. La plutocracia se concentra en el dominio de las comunicaciones, en la propiedad sobre la información. Quien domina la información domina al mundo. Ya he nombrado al actual régimen italiano como a una dictadura massmediática, tal como la describe, por ejemplo, Antonio Tabucchi.

Con las realidades reales hay que tratar y no se puede negar que ese poder económico es poder político. He descrito a los políticos como intermediarios entre la gente y la mercancía. Aquí y allá se hacen babosas que mueren por tener delante una cámara de televisión. Y dicen lo que se espera de ellos.

La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más profunda. Lo que está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse políticamente. La democracia resiste y lo hace, para paradoja de los manifestantes antiglobalización, en pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior de esos países los ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto a aburrimiento, a cansancio, a automatismo. La salida, se ve claro, se encuentra en la conformación de grandes bloques continentales. De resto, el poder de decisión, la real posibilidad de elegir o de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el campo de la política.

La democracia, como todo, es un campo donde la capacidad inventiva debe estar siempre presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su búsqueda permanente.

No obstante, habrá sobresaltos. La crisis va a conducir a brotes totalitarios. Si no se regenera el tejido político el totalitarismo será de signo económico, menos en un país como el mío donde la revolución se tiñe de regreso a procesos genéticos decimonónicos. Esa especie que alguna vez fue llamada «intelectuales» está en desuso o vía de extinción. No hay tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea más fiera la conclusión: a muy poca gente le interesa devanarse los sesos en las formas posibles de organización social. Una de las conclusiones paradójicas es que necesitamos más que nunca de la política, en estos tiempos en que no se consigue una idea y gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.

 
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* Escritor y abogado venezolano. Su última obra, El indeterminando de cabeza bronce, fue publicada por Ala de Cuervo, Caracas, 2004).

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