La era del sexo frío (I)

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El «síndrome del oso panda» en cautiverio, que prefiere comer y dormir antes que hacer el amor -cada vez más común entre los varones-, remplaza al deseo de descendencia. Ellas entretanto, bailan solas en las discotecas, o restregándose entre sí, para alejar el fantasma de la cigüeña. Por supuesto que sin tener la idea exacta -unos y otras- del por qué lo hacen, oculto en el instinto profundo de la especie.

Hay que sumergirse en los repliegues subterráneos del inconsciente colectivo en épocas de crisis, para encontrar una explicación cabal. Pero el Dr. Freud, que nos podría llevar de la mano entre esas oscuridades, está ausente del debate actual. Lo «in» es aceptar sin más la «diversidad», que en materia de sexo es tan vieja como el mundo, sin ahondar mucho en las causas que inducen a expresarla tan abiertamente en nuestros días.

Tampoco se trata de ser homofóbicos, católicos hiperreproductivos o moralistas trastocados. El sexo por el puro placer de practicarlo es tan válido como el otro, que recomiendan los cartujos, dentro del matrimonio y para formar una familia. Pero el zoológico humano está renuente a tener crías, «por razones que la razón no comprende» -como diría Shakespeare-, y hay que buscar los por qué más allá de la cama, en la sociedad en su conjunto.

Numeros en rojo

Las Naciones Unidas establecieron el año pasado que hay 180 millones de cesantes en el mundo, y que por lo menos 550 millones de los que tienen trabajo ganan menos de un dólar al día… ¿Querrá la mayoría de ellos tener hijos ahora?

La población total del planeta supera los 6 mil millones de personas, y se ha duplicado en los últimos cuarenta años. En 2050 seremos 9 mil millones, pero ¡cuidado!, si no se logra una sustancial reducción de la tasa de natalidad (alrededor de dos hijos por mujer en edad fértil, hoy), la Tierra se verá obligada a albergar 134 mil millones de personas dentro de 300 años, según la última advertencia de los expertos de la ONU, el 9 de diciembre pasado, en Nueva York. El espacio que ocupa cada uno de nosotros en el mundo, hoy, tendría que ser compartido con otros 22 terrícolas, luego de ese plazo.

foto¿Será ésta la razón secreta de la globalización gay y lésbica que estamos viendo; del sexo oral y anal en auge, que no engendran -ninguno de ellos- posteriores nacimientos?

¿Invitan a desear hijos los humos, el ruido y el agite de un entorno degradado por la basura industrial y la superexplotación de los recursos naturales; la economía global capitalista y sus exigencias de rendimiento y competitividad, que a menudo son tan ilimitadas que atentan contra la supervivencia misma del ser humano, como lo dice hasta el Papa?

Las luces rojas no están tan lejanas como parecen. Anoche mismo se acostaron con hambre 850 millones de personas en los 191 países del mundo, según el relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler. De esos 850 millones, 100 millones durmieron en la calle. «Los progresos para frenar el hambre en el planeta han fracasado», sentenció el relator. «Cada siete segundos muere de hambre un niño menor de 10 años. Cada una de esas muertes es un asesinato», concluyó.

El cambio climático en la Tierra podría extender a cientos millones de personas los efectos de la sequía y la falta de alimentos, en el curso de este siglo. Lo advirtió un informe internacional el año 2001. Pocos de los llamados «estadistas» de los cinco continentes lo han tomado en cuenta.

«Como consecuencia de la subida de la temperatura, la producción agrícola sufrirá una drástica reducción en muchas partes del mundo, mientras en otras regiones no habrá agua suficiente para toda la población» -concluyó el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático, dependientes del Programa para el Medio Ambiente y de la Organización Meteorológica Mundial.

Sus previsiones indican una subida de las temperaturas de entre 1,4 y 5,8 grados en las próximas décadas, y advierten que el nivel del mar podría aumentar entre ocho y 88 centímetros, condenando a la desaparición de algunas partes del globo.

¿Cómo se podría proteger la inmensa masa humana a sí misma de tales calamidades, si no evitando estar presente en ese escenario catastrófico; no engendrando hijos, ni nietos, ni biznietos, ni tataranietos, ni choznos… que tengan que sufrir los horrores del hormiguero final al que todos parecemos condenados dentro de tres siglos?

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* Camilo Taufic es columnista habitual de El Periodista. www.elperiodista.cl

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