La era digital y la permanencia del papel

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Procesadores de 64 bits, monitores de 21 pulgadas colgados en la pared al frente, un poco más arriba, del teclado. El teclado sin cables –como el monitor y el mouse– y sin cables los periféricos. Discos rígidos con capacidad infinita, programas y archivos de un “peso” no menos infinito. Y ram, sed inagotable de ram.

¿Quiere editar lo que filmó para el cumpleaños de la menorcita? ¿Poner imágenes a la canción que tanto le gusta? ¿Grabarse a sí mismo recitando a Esponceda o Darío? ¿Diseñar el fondo de la pantalla con ese detalle de la portada del libro que le regalaron y que tanto le atrae? ¿Hablar por teléfono con un amigo que se fue tras el sueño miamense (¿o es miamero?) y con la prima que lava sábanas en un hotel de la Costa Brava española? ¿Grabar la versión en vinilo 33 1/3 de la tercera sinfonía de Sibeluis para enviársela a alguien? ¿Organizar sus cuentas de tal modo que los pagos de la próxima semana semejen anuncios en tres dimensiones?

Cuando el vecino consigue todo eso –lo vemos por las cajas vacías que aguardan pacientes que alguien se las lleve o que pase el camión de la basura–, apenas termina de enchufar los aparatos e instalar el software, el flamante equipo ha quedado irremediablemente anticuado. No es consuelo, pero dan ganas de acariciar la vieja PC o el otrora flamante G3.

Sabemos, sin embargo, que apenas podamos vamos a dejar de parecernos a esos personajes de Woody Allen que necesitaban ayuda sicológica porque no tenían un G5. Tal vez entonces nos sorprendamos de la herencia del pasado. Porque, si a ver vamos, las primeras “gazetas”, los primeros periódicos, se hacían a mano cuando la época de los grandes viajes.

Hay que imitar la eficiente tecnología
que hace siglos da vueltas por el mundo

fotoEn la edicion del 12 de abril de 2005 del The Washington Post1 Robert MacMillan escribe: “A mi lado hay un ejemplar de hoy del Wáshington Post. Eché una mirada a algunas secciones cuando llegué a mi escritorio esta mañana, pasando las páginas con la yema de los dedos (…) Como consecuencia el teclado se ha teñido con un tono grisáceo. Pude haberme conectado a mi página web, pero hay algo en toda esa madera muerta…”

Esa madera muerta es papel. Una tecnología cuyo éxito amenaza con acabar con los bosques nativos del planeta; los viejos árboles deben desaparecer para plantar allí otros de más rápido crecimiento que rindan la celulosa necesaria para mantener la industria del papel.

Y la de los libros, revistas, diarios; la de las impresoras, domésticas y de las empresas; la bancaria, las ventas a crédito y al contado y las deudas externas –se necesitan cheques, recibos, letras, guías de entrega, bonos–. La de las fotocopias: cientos de miles de hojas inmoladas cada hora.

Es mentira que las computadoras hayan puesto fin al reinado de los papelitos sobre los escritorios y mesas de trabajo; al contrario, insidiosamente se las arreglan para subsistir e incrementar su número: “anótamelo en un papel, ya lo paso a la agenda”. ¡Ja!

Hasta la fecha en el único rubro en que lo digital derrota a lo impreso es en la prensa. Pero no por comodidad –siempre es mejor leer la chismografía cotidiana en el periódico que auscultarla en la internet–, sino porque cada son menos los que creen lo que informan diarios y revistas. Las empresas periodísticas están demasido cerca del poder. No informan, tratan de convencer.

Así que se inició el éxodo a los medios electrónicos, a las páginas personales de análisis de la información (muchas redactadas por profesionales para poder decir lo que les impiden sus jefes en los medios gráficos), a los grupos chismodigitales. Es mejor –se concluye– leer algo con lo que no estoy en nada de acuerdo que tener que zamparme gacetillas de relaciones públicas.

Ha comenzado y se extiende la denominada “revolución de los blogs”, que paradójicamente pone en primer plano –pero de otro modo– la importancia del papel.

Se empieza con la información

La prensa tradicional verticalizó la información y el análisis, comenzó a decidir de qué tiene que enterarse su lector –porque entró a caracterizarlo como consumidor, como cliente, y no como ciudadano, como relativamente incapaz y no como persona que decide, aprende, busca–; por tanto presenciamos en la actualidad una revuelta por la horizontalidad: “tal vez no sepa con exactitud lo que quiero, pero sé perfectamente lo que no me interesa”.

Sin embargo… Sin embargo por esa necesidad, la de saber, la de expresarse, nacen, viven, mueren millares de revistillas, gacetillas barriales, peródicos de cuatro u ocho páginas de aparición fugaz, a menudo espontánea, cuyos contenidos se deben a la red. La internet es un dazibao universal e inmaterial que permite –todavía– expresarse con libertad. La máquina del poder se mueve, pero la red, ubícua, se defiende.

Y están los libros, los carteles, las hojas, los volantes. Un mundo detrás del mundo de la prensa y la industria editorial, un mundo que “baja” al papel lo que la internet “sube” al intelecto. Es un maridaje de destino incierto, pero fresco.

La lucha, conviene pensarlo, no es entre papel y tina contra los bits en la pantalla; la lucha es por reemplazar el papel por otro soporte que no arruine los bosques, que no contamine los ríos. Como en el arte, al fin de cuentas se trata de imitar, y de mejorar lo imitado. Porque, como en el arte, se trata de proteger y expandir nuestra libertad.

1 En: The Internet’s Paper Chase

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